Por: Gilberto González Colorado. 02/10/2018
A 50 años de distancia de la trágica noche de aquel miércoles 2 de octubre de 1968, cuando la soldadesca arremetiera a bayoneta calada contra la multitud inerme que se hallaba concentrada en la Plaza de las 3 Culturas de Santiago Tlatelolco de la ciudad de México, justo cuando celebraba un meeting de información acerca de los posibles avances de un diálogo, difícil y complicado respecto del Pliego Petitorio presentado por el Consejo Nacional de Huelga (CNH) a las autoridades, las imágenes de la brutal represión con tanquetas y metralla que recibió como respuesta calan aún profundo en la herida que no cicatriza y menos cierra en nuestra conciencia.
1968 fue un año axial en nuestra historia, el año que se revela como la bisagra cultural, política y social que de algún modo explica la realidad de nuestros días. Se trató de un año que vio surgir por doquier la fuerza de los sueños e ideales de una generación de jóvenes que clamaban por una demanda fundamental y universal: la libertad. EL 68 es, pues, un movimiento libertario que emergió de las entrañas de la generación nacida alrededor de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la denominada Generación de los Baby Boomers (los nacidos entre 1946 y 1964), es decir, la juventud de la posguerra.
A esa generación pertenecemos y de esa matriz cultural y rebelde provenimos.
1968 fue el año en que vimos florecer la Primavera de Praga, de París, de Brasil, de Tokyo, de Berlín, de los E.U (Universidad Pública de California con sede en Berkley), Primavera a la que algunos asistimos jubilosos como meros espectadores y otros más como actores y aún como víctimas del sofocamiento más violento de todas, la de la primavera ensangrentada de la ciudad de México que regaría con su sangre –una vez más en la historia- la Plaza de las Tres Culturas de Santiago Tlatelolco, así como la celebración de las XIX Olimpiadas.
1968 se reveló como un movimiento hormonal que se replicaría en las grandes urbes del mundo, pero, al fin movimiento generacional, por necesidad tuvo también repercusiones en el nivel de lo regional y lo local, en el de la microhistoria social de algunos pueblos donde también bullían las fuerzas y los sueños de miles y miles de jóvenes que se revelaban igual en contra del establishment heredado de las generaciones anteriores. La Universidad Veracruzana, en la ciudad de Xalapa, vivió “su 68”, y ya se ha escrito sobre ese episodio y más de un discurso se ha pronunciado sobre el mismo. La BENV no fue la excepción y también vivió un momento de acoso policial en ese año, debido a la protesta de la comunidad normalista ante un evento carretero donde perdieron la vida algunas maestras normalistas y cuya indemnización no cumplía con los mínimos establecidos por la ley lo que motivó la captura de 22 unidades de la empresa responsable por parte de los estudiantes, pero hasta la fecha nadie ha documentado estos acontecimientos. Me tocó participar y vivir esta experiencia cuando cursaba el 2º. Año de la Carrera de Profr. de Educación Primaria (“¡Vamos a quemar autobuses, como en México!” era una de las consignas), cuando apenas había 2 carreras en la ENV: Primaria y Preescolar, y por supuesto que aún no había Licenciaturas, mismas que se establecieron hasta la década de los 80’s.
En México y el mundo todos vivimos el auge de la rebelión gracias a esa generación, la de los llamados “rebeldes sin causa”. Como generación nos tocó inaugurar una nueva etapa político cultural, aquella que correspondió a la repulsa de los valores y anacronismos de la secuela de dolor y destrucción que dejaba la guerra. Fue el momento de la rebelión contra la figura del “Padre Terrible” (los Hitler, los Stalin, los Mussolini, los Franco, los…) lo que ya se reflejaba también en las propias familias. Y apareció una contracultura representada por esta generación de la rebeldía sin causa la cual ahora se expresaba a través de la música (¡el rock and roll!) con sus principales iconos (Elvis Presley, Bill Halley) en una expresión cultural que se proyectaría hasta el propio arte del cine (James Dean,“Rebelde sin causa”) en un despertar de la juventud que pronto habría de materializarse en el Movimiento Hippie (“Amor y Paz”; “Haz el Amor y no la Guerra”), el pelo largo (que todavía nos delata), la psicodelia, y en la irrupción de celebridades en bandas y pandillas que conocerían de los excesos de la droga y sus “viajes” (Jimmy Hendrix, Jannis Joplin, Jim Morrison, etc.). Grupos como The Rolling Stones, The Beatles y otros marcarían la pauta de nuevos patrones culturales que habrían de ser expresión y derrotero de estas y otras generaciones que aún perduran hasta nuestros días (el rock pop); la misma literatura no escapó a esta influencia en México (“La Novela de la Onda”).
Los años 60’s marcarían de forma indeleble a esta generación al ver enfrentado su carácter libertario contra el autoritarismo proveniente de los remanentes de aquel “Padre Terrible” enquistado en gobiernos y grupos de derecha que tras esta actitud de rebeldía juvenil no veían sino una “conjura comunista” que los amenazaba y a la cual había que aplastar. 1968 fue así el año en que quisimos los jóvenes de entonces tomar “el cielo por asalto” y donde terminamos por ver morir muchos de nuestros sueños, que fueron los mismos que llevaron al sacrificio de Martin Luther King, de Robert Kennedy y al activismo militante de muchos otros como Ángela Davis, lo que viene a reivindicar la idea de que ello no fue una derrota total, porque sin conseguir lo que se quería se consiguió minar la puerta principal del autoritarismo que sienta ya las bases del anhelado cambio: el 68 nos enseñó la importancia de luchar en colectivo y los resultados ya se vislumbran.
En México esta vocación autoritaria cobraría carta de naturaleza con mayor crudeza gracias a la preeminencia de un partido de estado (PRI) cuya antidemocracia se expresaría en elecciones amañadas y fraudes electorales, y con una secuela de represión a trabajadores ferrocarrileros, maestros y doctores que desembocaría con la brutal represión al movimiento estudiantil de 1968 y el “Halconazo” del 10 de junio de 1971 a manos de sus testaferros ungidos como presidentes.
A 50 años de distancia decir “¡2 de octubre no se olvida!” es volver a retomar los sueños de libertad que alimentaron los ideales de todos los caídos en aquella fatídica noche y reivindicar la misma esperanza libertaria de toda una generación.
Porque en el 2 de octubre convergen los Lucio Cabañas junto a los Genaro Vásquez, a la Liga 23 de septiembre, al rechazo al poder hegemónico neoliberal, al patriotismo empecinado y terco de Andrés Manuel, al triunfo de la izquierda hoy prácticamente en el poder y a la memoria de los 43 normalistas de Ayotzinapa, y a tantos otros héroes anónimos es que hoy a todo pulmón gritamos:
¡2 DE OCTUBRE, NO SE OLVIDA!
Fotografía: culturacolectiva