Por: Biljana Vankovska. 22/04/2025
Biografía de la autora: Este artículo fue elaborado por Globetrotter. Biljana Vankovska es profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie, miembro de la Fundación Transnacional para la Investigación de la Paz y el Futuro (TFF) en Lund, Suecia, y la intelectual más influyente de Macedonia.
Fuente: Globetrotter
Etiquetas: Noticias, Política, Opinión, Macedonia
Occidente ha valorado durante mucho tiempo la corrección política como si fuera un valor democrático fundamental. Este impulso por “civilizar” el discurso público se ha dirigido especialmente a las democracias liberales o a las sociedades postsocialistas de las que todavía se espera que se conviertan en “verdaderas democracias”. Uno de los mayores logros de esta campaña ha sido la supresión de la crítica radical, en particular del capitalismo y el liberalismo, y la normalización de la hipocresía e, incluso, de la autocensura.
Mientras que subvenciones y proyectos de “poder blando” fluían abundantemente hacia Oriente y hacia el Sur Global, Occidente se desmoronaba. Abandonó silenciosamente los valores que proclama como señas de identidad de su civilización. Hoy esto está ocurriendo a ambos lados del Atlántico, pero en ningún lugar es más evidente el cambio que en Washington D. C. Desde que Donald Trump regresó para su segundo mandato, la corrección política no solo se ha cuestionado, sino que se ha descartado por completo, al igual que el presidente ucraniano Zelensky, que fue expulsado sin ceremonias de la Casa Blanca.
Aún encendido por el (esperado) triunfo del Día de la Liberación, Trump explicó recientemente, utilizando el lenguaje más crudo posible, cómo los líderes extranjeros deben rebajarse para obtener exenciones arancelarias de los Estados Unidos. Los aranceles ya no existen, pero el recuerdo de la vulgar metáfora sigue escociendo a muchos líderes como una bofetada en la cara. A raíz de ello, se produjo otra declaración discordante, esta vez del vicepresidente JD Vance, quien se refirió despectivamente a los “campesinos chinos”, un comentario racista que no hizo más que intensificar la percepción de que los Estados Unidos está en guerra contra todos, especialmente contra China.
Pero, ¿cómo afecta toda esta agitación a Macedonia? Los ciudadanos de este país no son puritanos. Hace tiempo que se han acostumbrado a que sus líderes se jacten de cosas de las que otros se avergonzarían, como el ex primer ministro que, en una ocasión, se vanaglorió ante una audiencia extranjera de tener “las bolas” para vender los intereses nacionales del país. Otro jugó “a todo o nada” con los símbolos nacionales. El actual primer ministro tuvo recientemente su propio momento de sumisión en Washington, que recordó aquellas viejas y humillantes escenas.
Sin embargo, existe una diferencia entre simplemente ser testigo de tal sumisión y denunciarla públicamente. Hacer lo segundo me costó mi puesto de columnista, que había ocupado durante casi dos décadas, a pesar de que nunca había escatimado críticas a ningún gobierno. Durante la época yugoslava, había una canción que decía: “Camarada Tito, te juramos que nunca nos desviaremos de tu camino”. Hoy en día, la melodía sigue siendo la misma, pero el nombre del camarada es Trump.
Macedonia tiene un nuevo Gobierno desde hace menos de un año, pero la corrección política sigue firmemente implantada. No ha cambiado nada, solo las caras. Los efectos de la denominada “Revolución de Colores”, que derrocó al antiguo primer ministro conservador Nikola Gruevski, siguen marcando el rumbo del país. Su sucesor, Hristijan Mickoski, parece aterrorizado (por no decir paranoico) ante las críticas, a pesar de contar con un fuerte mandato electoral. La postura más segura es el silencio, especialmente cuando se trata de criticar al primer ministro. Se permite encender velas por las víctimas del mortal incendio en una discoteca de Kočani, pero Dios no permita que se proteste, o se le acusará de ser un “revolucionario colorido” que intenta derrocar al Gobierno. Cualquier intento de debate público o intelectual serio es terreno peligroso, mejor evitarlo por completo.
Bajo el anterior Gobierno socialdemócrata, instalado gracias a una combinación de presión extranjera, una agenda liberal “progresista” y movimientos de protesta, se definía como “intelectual auténtico” a alguien desprovisto de sentimientos nacionales o patrióticos. Bajo la nueva administración conservadora, el guion se ha invertido. Ahora se fomenta el orgullo nacional, aunque pocas cosas en el país lo merecen. Pero la nación se ha convertido en sinónimo del Estado, y el Estado, del partido gobernante. Si se desea “estar en el juego”, hay que alinearse con el primer ministro, el “padre de la nación” (aunque anteriormente se promocionaba a la presidenta como la “madre”).
Algunos ejemplos ilustran la nueva corrección política (conservadora). En primer lugar, la censura ahora tiene un nuevo nombre: “asesores jurídicos”. Se trata de abogados supuestamente contratados para ayudar a los equipos editoriales a evitar demandas, pero en la práctica filtran lo que se puede y lo que no se puede publicar. Incluso los columnistas se enfrentan a este control. En segundo lugar, los titulares de primera plana ahora se preguntan: “¿Por qué algunos círculos intelectuales difunden escenarios derrotistas en el discurso público?”. Como si ser honesto sobre la situación del país fuera de alguna manera antipatriótico. Pero, ¿qué más se puede difundir en una nación sumida en la corrupción, el clientelismo, la pobreza y el partidismo desenfrenado? ¿Euforia?
Quizás el ejemplo más irónico de corrección política institucionalizada proviene del mundo académico y de la sociedad civil. Consideremos un proyecto financiado por la Embajada Británica y dirigido por una institución académica local, titulado ŠTET-NA (una combinación de las palabras macedonias para “perjudicial” y “narrativas”), traducido al inglés como HARM-TIVE. ¿El objetivo del proyecto? Seleccionar y analizar periódicamente narrativas políticas perjudiciales, es decir, declaraciones, historias e ideas supuestamente perjudiciales para la democracia, el bienestar público o la confianza en las instituciones. Uno podría pensar que Macedonia es una utopía pacífica, una democracia próspera socavada únicamente por discursos malintencionados. En lugar de criticar las acciones, la atención se centra en controlar las narrativas.
Según la descripción oficial del proyecto, “socavar la confianza en las instituciones y los medios de comunicación (sin pruebas)” se clasifica como una narrativa perjudicial. Otra “narrativa perjudicial” son “las acusaciones infundadas de injerencia extranjera”, una clara referencia a cualquier cuestionamiento de la influencia de la OTAN o la UE en los asuntos internos del país. El proyecto también condena “fomentar el patriotismo y el nacionalismo extremos” y “crear un enemigo común”, a pesar de que prácticamente todas las decisiones nacionales importantes de los últimos años se han tomado bajo presión extranjera y con tácticas alarmistas (“¡Renuncien a sus intereses nacionales o el Estado se derrumbará!”). Irónicamente, estas son precisamente las narrativas impulsadas por los mismos donantes que ahora patrocinan “HARM-TIVE”.
Este es un país donde las personas fallecen a causa de la corrupción y la negligencia. La confianza de la ciudadanía en el poder judicial es de solo un 2%. Las demás instituciones no están en mejor situación. El primer ministro actúa como si fuera un Estado unipersonal: es el poder legislativo, el judicial y el ejecutivo. Insulta a los parlamentarios y a los expertos, exhibe documentos de investigaciones en curso (que ni siquiera debería tener en su poder) y los medios de comunicación apenas se atreven a invitar a voces disidentes a expresarse. Pero la financiación es la financiación, y el proyecto HARM-TIVE comenzó bajo el Gobierno anterior, simplemente está terminando ahora. Como era de esperar, su objetivo implícito es la única oposición real: el partido de extrema izquierda, que, por su propia naturaleza y orientación ideológica, es antisistema. Su líder cita a menudo a Robespierre, lo que, francamente, sigue siendo más apropiado que citar a Trump.
La corrección política sigue siendo una constante. Es un recipiente: solo cambia el contenido. Los medios de comunicación y las ONG se adaptan como camaleones, principalmente según las prioridades de los donantes. Cualquier opinión que suene audaz, abierta o fuera de la narrativa se etiqueta rápidamente como “discurso de odio”. Los periodistas temen ahora que ese discurso sea la muerte de la corrección política. En realidad, estamos muriendo por la corrección política y la obediencia, cuando deberíamos estar indignados.
Las élites desean que creamos que la corrección política implica buenos modales, palabras educadas y juego limpio en una batalla entre David y Goliat.
Sin embargo, en Macedonia, esta corrección aséptica nos vuelve sordos, ciegos y mudos ante el colapso. Lo que nos falta es resistencia, no refinamiento. Cualquiera que no esté dispuesto a decir verdades dolorosas solo porque puedan molestar a una población zombificada y apática y a un Gobierno asustado es cómplice. Orwell tenía razón: decir la verdad en una época de engaño universal es un acto revolucionario.
Fotografía: Globetrotter