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Antiextractivismo, dignidad y buen vivir

por RedaccionA febrero 17, 2025
febrero 17, 2025
1,4K

Por: Mauricio Cornaglia. 17/02/2025

Los países centrales y corporaciones internacionales renuevan y ejecutan sus planes devastadores. Hay un patrón de apropiación y control de territorios y poblaciones. En las últimas tres décadas, el mecanismo de dependencia y explotación se profundizó brutalmente.


(APe).-
 La situación es mucho más dramática que hace doce meses, en nuestra geografía y en gran parte de Latinoamérica. Año y pico del más cruel de los gobiernos en Argentina. No pasó tanto tiempo y, sin embargo, todo es mucho más feo.

Los países centrales y sus corporaciones saqueadoras renuevan y ejecutan sus planes de devastación. Justificando la usurpación y el despojo en nuestros terruños, con supuestas transiciones energéticas que estarían llevando adelante, para abandonar los combustibles fósiles y reducir los impactos de efecto invernadero. Horacio Machado Aráoz[i] afirma: “el extractivismo no sólo tiene que ver con economías exportadoras de naturaleza, sino con un patrón oligárquico de apropiación, control y disposición de territorios y poblaciones”.

En el mismo sentido, Claudia Korol[ii], puntualiza: “El colonialismo como sistema de dominación -que se instituyó al mismo tiempo que el patriarcado occidental- ha sido el modo de establecer el saqueo y la destrucción de territorios y cuerpos con los que se amplió la acumulación capitalista en Europa y Occidente”.

En las últimas tres décadas, el mecanismo de dependencia y explotación se profundizó brutalmente, siendo éste el momento más crítico, sin lugar a dudas.

Pero las evidencias son las evidencias. Las mismas vienen dando cuenta de la complicidad de los gobiernos latinoamericanos (de derechas y “progresistas”). Clave para obtener los resultados perseguidos por los ganadores de siempre.

Es momento de entender y asumir de una vez por todas, que más allá de quien gobierne en los diversos rincones de una de las regiones más hermosas del mundo (Latinoamérica), tenemos la obligación de señalar y denunciar a quienes generan las condiciones para la vulneración a los derechos de la naturaleza y la violación de los derechos humanos.

“Desnaturalizar”, sigue siendo la principal tarea. No sólo en cuanto a los impactos de los procesos extractivistas, sino también, en relación a la “corrupción”, elemento central para que sea posible el ecocidio y genocidio que venimos padeciendo.

No es sólo patrimonio de las derechas. Como ilustra el biólogo uruguayo Eduardo Gudynas: “Los progresismos se hicieron adictos a los extractivismos, aunque lo organizaron de otra manera, pero no logró escapar a la corrupción, y esos mismos extractivismos que alimentaron son ahora uno de sus flancos de debilitamiento. Esa asociación se volvió tan intensa que el progresismo aceptó convivir con la corrupción; se apelan a acciones puntuales pero no hay cambios de fondo”.

Bien, y entonces ¿qué?.

Sentimos la obligación de informarnos y preguntarnos. Indignarnos y cuestionar-nos, para finalmente, organizarnos y accionar. “Con paciencia, porque es urgente”, dice Claudio Giorno. “Sin atajos”, agrega.

Las coyunturas no pueden reemplazar lo estructural, escuché por ahí. Siempre es momento de debatir lo importante.

Porque:

“La era esta pariendo un corazón
No puede más, se muere de dolor
Y hay que acudir corriendo
Pues se cae el porvenir

En cualquier selva del mundo
En cualquier calle

Debo dejar la casa y el sillón
La madre vive hasta que muere el sol
Y hay que quemar el cielo
Si es preciso, por vivir
Por cualquier hombre del mundo
Por cualquier casa”

(Silvio, siempre Silvio, dando una mano)

Ahora bien, millones creemos que, será imposible frenar tanto desastre, remediar y comenzar a caminar en otra dirección, sin una escucha franca y sincera.

 “Escuchar a una comunidad”, dice Guillermo Folguera[iii] en “Ontología del Despojo. Un recorrido por los múltiples mundos que habitamos”.

“Pero escuchar de veras, escuchar sus experiencias. No reducirlas a un manojo de información para una ontología dominante que busca su propia confirmación. Escuchar su historia, escuchar lo que tiene de común y de diversa, escuchar sus historias y devenires. Escuchar no como anécdota, sino para que el deseo de cómo desean vivir se concrete”. “…Escuchar a una comunidad: qué habla, qué dice, qué grita, qué canta, qué calla”.

REUTERS/Euzivaldo Queiroz

En las últimas décadas millones de personas (que no fueron consultadas, escuchadas) se vieron obligadas a migrar, resultaron expulsadas de sus lugares por el avance de los diversos extractivismos (política de estado en nuestros países). Así, fueron engrosando los cordones de pobreza de las grandes ciudades. Argentina es, a nivel global, el octavo país en extensión. Diversidad de ecosistemas, climas, geografías, e incalculables riquezas naturales. Sin embargo más del 90 % de las personas vivimos en zonas urbanas. Una verdadera locura.

Y es allí, en general, donde gran parte de la dirigencia política, las corporaciones y un buen cúmulo de medios de comunicación encuentran el terreno fértil, y ofrecen a diario, argumentos que justifican el “despojo”, y de esa manera se lo naturaliza. Lo que denominamos clase media (queriendo o no), posa su mirada sobre las cuestiones urbanas. Todo lo demás parece ajeno o directamente no se lo registra.

Así lo expresa Darío Aranda: “La clase media urbana infla el pecho de orgullo por votar cada dos años, pero maldice cuando le corta la calle un Qom que lucha por la tierra, un desocupado o un trabajador que exige derechos.

Las clases medias urbanas son cómplices, por acción u omisión, del extractivismo que sufre la Argentina profunda. Las clases medias urbanas miran para otro lado. Les preocupa tener combustible para el auto y electricidad para el aire acondicionado. Y minimizan el costo si lo pagan comunidades indígenas y familias campesinas con represión y destierro. Dan vuelta la cara si parajes y pueblos enteros deben ser desplazados por el extractivismo”.

“No faltan pruebas, sobra complicidad”, repite Anabel Pomar.

Hay que insistir en derribar mitos, señalar las responsabilidades, y mostrar los múltiples otros mundos que desde siempre, millones, habitan.  

El “Buen Vivir”, del que tanto hablan las comunidades originarias es un horizonte absolutamente posible de alcanzar, a pesar del sistemático atropello a nuestros derechos.

Ese buen vivir, que conlleva el respeto a todos los seres vivientes, incluidos los humanos/as. El del abrazo constante y la mirada sostenida a los ojos, el de una verdadera igualdad de derechos, el del vincularnos fraterna y amorosamente, está a la vuelta de la esquina.

Sólo hay que decidir caminar hacia allí, sólo hay que decidir, dar vuelta la tortilla.

Insistir tozudamente en tejer redes, entre comunidades, asambleas, organizaciones, luchadoras y luchadores territoriales. Cimiento fundamental para construir, lo que aún no tiene nombre, pero que deberá ser definitivamente opuesto y distante de lo que, ambiciosa, mezquina, peligrosa, y estúpidamente siguen proponiendo los ejecutores de los planes de saqueo impuestos en nuestras tierras.

Desde allí, luchar para borrar definitivamente del diccionario la palabra desigualdad. Para que el hambre, que es un crimen como decía el siempre recordado sociólogo Alberto Morlachetti, en poco tiempo más, sea una pieza de museo, como plantea amorosa e ingeniosamente la “compañerada” del Museo del Hambre en Buenos Aires.

Debemos lograr que dejen de tener vigencia algunas maravillosas letras del admirado Enrique Santos Discépolo, extirpar la palabra “será”, y sólo poder cantar “el mundo fue una porquería”.

Hay con qué, somos mayoría. “Pueblos en movimiento”, repite Edgardo Lander[iv].

Pueblos activos. Por eso la esperanza. Pero no la esperanza de quedarse esperando, sino la que resalta y por la que insiste Paulo Freire:

“Pensar que la esperanza sola transforma el mundo y actuar movido por esa ingenuidad es un modo excelente de caer en la desesperanza, en el pesimismo, en el fatalismo. Pero prescindir de la esperanza en la lucha por mejorar el mundo, como si la lucha pudiera reducirse exclusivamente a actos calculados, a la pura cientificidad, es frívola ilusión. Prescindir de la esperanza que se funda no sólo en la verdad sino en la calidad ética de la lucha es negarle uno de sus soportes fundamentales. Lo esencial, es que ésta, en cuanto necesidad ontológica, necesita anclarse en la práctica. En cuanto necesidad ontológica la esperanza necesita de la práctica para volverse historia concreta. Por eso no hay esperanza en la pura espera, ni tampoco se alcanza lo que se espera en la espera pura, que así se vuelve espera vana”.

Y Don Eduardo Galeano, que desde su indispensable “Úselo y tírelo” señala: “… pero todavía no hemos podido corregir nuestra porfiada costumbre de abrazos, nuestra manía de andar soñando despiertos y chocándonos con todo y cierta tendencia a la resurrección inexplicable”.

Abrazos y sueños, por ahí es la cosa. Así la entendemos. Así lo entienden y practican millones de personas en todos los rinconcitos de Abya Yala. En cada recoveco diseñan, ejercitan y comparten otros mundos.

Se trata de escuchar esos otros mundos. “Escuchar los mundos posibles”, reafirma Guillermo Folguera, y agrega: “Se trata de escuchar alternativas. Escuchar lo que puede ser de otro modo, nuestros otros yoes en mundos alternativos. No se trata de un ejercicio lúdico de ciencia ficción, sino de repensar nuestra pasividad frente a lo que nos es dado. Rebelarnos frente a nuestra pasividad implica la desnaturalización de lo dado, a la vez que interrogar las formas de despojo que nos determinan. Enfrentar la pasividad significa escuchar las realidades posibles que se ponen en juego en relación con lo que hagamos. Nuevas realidades, distintas a las del despojo. Realidades del conectar, el cuidar y el escuchar”.

Escuchar, conectar, cuidar, acompañar y dejarse acompañar.

Y tejer, nunca dejar de tejer.


[i] Sociólogo, investigador del Conicet.

[ii] Periodista y militante de Pañuelos en rebeldía.

[iii] Biólogo, filósofo, investigador del Conicet.

[iv] Sociólogo venezolano.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Pelota de trapo. Mauricio Centurión

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