Por: Raúl Prada Alcoreza. 20/12/2024
El libro debería titularse Las palabras y las acciones, las palabras ya son acciones, son sonidos fluidos, aéreos, que salen de la boca, después de atravesar el cuerpo, que está afectado por sensaciones. Cuando hablamos de acciones nos referimos a prácticas, a actividades, a actos que, obviamente, también comprometen al cuerpo, pues es el cuerpo el que actúa, el que acciona, el que desata actividades, más aún, cuando son varios cuerpos los que se asocian para hacerlo.
Cuándo Michel Focault le puso el título de Las palabras y las cosas a su libro, que corresponde a la arqueología del saber de las ciencias humanas, estaba pensando en la separación de las palabras y las cosas; en dos mundos diferentes, el de las palabras, que suponen significados, sentidos, conceptos, y de las cosas, que suponen materialidad, utilidades prácticas. Parte, el autor citado, del reconocimiento del abandono de la cultura, cuando el mundo es una prosa y se escribe la prosa del mundo, donde las palabras son lo mismo que las cosas. Hablando se puede afectar a las cosas, como magia; las cosas, cuando se las pronuncia, cuando se pronuncia su nombre, son afectadas por las palabras. Un mundo mágico de las analogías y las diferencias, de las aproximaciones y los distanciamientos, un mundo de las empatías y de las antipatías. Un mundo simbólico todavía arraigado en el mito, un mundo donde se nace en el mito y se nombra al mundo desde el mito. Un mundo, por lo tanto, articulado simbólicamente. Si esquematizáramos lo que decimos, tendríamos que imaginar una estructura trinitaria, donde el significante se vincula al significado, usando estos términos de la lingüística para ilustrar, a través del símbolo, de la marca, de la señal. El símbolo expresa el secreto de la escritura, archiescritura anterior a la escritura misma, expresa el sentido anterior a todo sentido; se trata del comienzo del sentido, desde los orígenes.
Ahora en nuestro presente en crisis múltiple, en pleno crepúsculo de la civilización moderna, cuando se cuestiona no sólo la genealogía del poder, inherente a esta civilización, sino también la pretensión de verdad de sus conocimientos, tenemos que volver a plantearnos la relación entre las palabras y el mundo. Debemos hacerlo desde una conexión profunda anterior a las palabras y anterior al mundo, que tiene que ver con la acción, con la actividad, con la práctica en términos integrales. tiene que ver con el acontecimiento.
¿Qué es aquello que nace del cuerpo, de la sensaciones corporales, de la experiencia en el planeta, antes de ser una experiencia en el mundo, es decir, una experiencia social? Para decirlo con toda la certeza, a la vez con toda la sencillez, lo que emerge es la vida, el cuerpo es vida, el cuerpo manifiesta vida y expresa vida, el cuerpo participa de la vida integral del planeta. Las palabras no dejan de expresar esta vivencia, le dan sonido, vinculan esos sonidos a significados primarios. Una vez que se logra el lenguaje los sonidos se armonizan y componen músicas, que se han hecho de palabras. Por eso la importancia de los versos. Por eso la importancia del poema. De la poesía, de la poiesis, que quiere decir creación.
Cuando el cuerpo se amamanta los primeros días de los senos de la madre, cuando después el cuerpo aprende a gatear, por último se para, como bípedo, en dos pies, se yergue y camina, el cuerpo no ha dejado de actuar, de activar su propia potencia, de darle forma y, además, de atribuirle objetivos, que tiene que alcanzar. Cuando los cuerpos se asocian, laburan, trabajan, cultivan, cosechan, las actividades adquieren una dimensión integral trayendo a colación consecuencias complejas.
Entonces, las palabras son acciones y las prácticas son también acciones. Estamos en mundo de la acción, de la actividad, del acontecimiento. Hay que volver a integrar las palabras a la vida, a los ciclos vitales planetarios. Hay que integrar las acciones prácticas a la vida, a los ciclos vitales planetarios. Forman parte de lo mismo, de la vida en el planeta y de los secretos del universo. Entonces, las palabras no están separadas de las acciones, quizás tampoco de las cosas, si pensamos en la ingeniería como teoría física operativa, que deviene en producción, entonces las cosas que producimos están íntimamente ligadas a nuestras intenciones, sobre todo a nuestras intenciones mediadas hacia propósitos y finalidades.
La escritura forma parte de este acontecimiento. Hablamos de la gramatología, de la archiescritura, de la escritura anterior a toda escritura. De la inscripción, de la hendidura, de la huella dejada, que se inicia con nuestras impresiones corporales, que nuestras sensaciones memorizan para acordarse de lo ocurrido. Hablamos de la escritura como engrama y programa. De la inscripción antes de la voz, que emite sonidos, que se convierten en palabras. Hablamos del acontecimiento de la escritura, cuya arqueología es ancestral. Es cuando se pierden las fronteras entre la transmisión oral y la inscripción en el espacio, por ejemplo, con la danza, otra vez con el cuerpo, que armoniza y se usa como materia de expresión.
En El infinito en un junco Irene Vallejo nos transmite la historia de la invención de los libros en el mundo antiguo[1]. La pregunta que debemos hacernos al respecto es no solamente cuándo se empezó a escribir, sino cuándo se tomó consciencia de la escritura. Una interpretación nuestra del libro que acabamos de citar comparte con la autora, la filóloga Vallejo, de que las escrituras más antiguas se encuentran en mesopotamia, también en Egipto. Lo que más compartimos del libro citado es que los libros son libros desde que se reúnen, concentran y congregan en las bibliotecas. Al respecto, podemos ilustrar con la historia de la biblioteca de Alejandría, que lo hizo el primer Tolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno.
Según Vallejo las primeras inscripciones en tablillas y después en papiro tienen que ver con el registro de lo que se tiene en ganado, en utensilios, también con el registro de lo que se comercia, de lo que se intercambia, de lo que se vende. En ese sentido, los primeros registros son de contabilidad. Una vez que se domina el arte de las letras, que viene de los jeroglíficos egipcios y después de los signos fenicios se usa la escritura para expresar las emociones y las reflexiones. Es posible que haya ocurrido así, lo constata la descripción arqueológica. Empero, no hay que olvidar, como la misma autora lo dice, que la tradición oral es anterior a esta tradición de esta escritura de signos. Ya se expresaban antes las emociones, las reflexiones, las memorizaciones de las experiencias sociales a través de la fonación. La memorización a través de la transmisión oral, del habla, es anterior a su escritura que recoge precisamente la acumulación, la secuencia de la transmisión oral.
Otra vez nos encontramos aquí, en esas zonas donde no se puede discernir claramente qué es escritura y qué es el manejo del lenguaje oral, pues estamos hablando, en este caso, de como la transmisión oral, la memorización oral, se pliega en los rollos de papiro, para retener mediante el escritura, mediante la inscripción de la escritura, esa memoria que se transmite de generación en generación. Incluso podemos decir que el lenguaje oral ya es una inscripción del flujo aéreo, que sale de la boca, que se emite desde el cuerpo, aunque esta inscripción sea efímera, sin embargo esta inscripción queda como huella en la memoria cerebral del que escucha. No se puede separar pues la arqueología de la escritura de la arqueología de la oralidad, ambas forman parte de los acontecimiento de una inscripción anterior, de una inscripción corporal y biológica, de la inscripción de la vida, que es memoria sensible.
Ante la pregunta de si las mujeres escribían en la antigüedad, ella, la autora, la filóloga responde que sí, que lo hacían de una manera escondida, rebelándose al silencio, al que habían sido condenadas por un mundo masculino, donde sólo los hombres, sobre todo aristócratas, aprendían a escribir y escribían, iban a banquetes y enunciaban sus reflexiones, que evocaban la epopeya, recordando hazañas del arte de la guerra. El problema está entonces en que el registro de la escritura femenina en gran parte se ha perdido, como también en gran parte se han perdido los registros de la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, lo que queda basta para interpretar la historia de la escritura, donde las mujeres no se quedaron silenciosas, no fueron mudas, sino que transmitieron sus emociones, alejándose de la forma como lo hacían los hombres.
La anotación anterior es importante pues nos lleva a la pregunta sobre el origen de lenguaje. ¿Quiénes inventaron el lenguaje? Obviamente el lenguaje evocativo lo inventaron los humanos. ¿Quiénes, hombres o mujeres o ambos? En Orígenes de la civilización de Abdullah Öcalan se dice que fueron las mujeres las que inventaron el lenguaje, pues ellas se quedaban y parloteaban, transmitían sus emociones, además de recurrir a la memoria oral culinaria. En cambio los hombres se dedicaban a la caza, práctica que requiere silencio, paciencia y atención, para lograr el propósito de la caza del animal, embrujándolo con anterioridad a su sacrificio.
Esta interpretación de los Orígenes de la civilización nos vuelve a trasladar al tema sobre la escritura y los orígenes de la escritura, cuyas raíces radican en los orígenes mismos del lenguaje. ¿Qué hacían las mujeres para transmitir sus emociones, fuera de la danza, fuera de la lírica, fuera de la transmisión oral entre mujeres? Vallejo considera que las mujeres que han llegado hasta nosotros con su escritura de signos son pocas, que estas mujeres han tenido que sortear los grandes obstáculos del mundo masculino, el mundo de las fraternidades. Que al hacerlo se han revelado a las formas masculinas de exposición, de canto y de epopeya de la memoria de las guerras. Por ejemplo, Safo canta al amor, dice que no hay ser más bello que el ser amado.
Que no haya habido registro no quiere decir que no hay más mujeres que han escrito de la misma manera, que no haya registro de lo que se ha perdido no quiere decir que no ha existido, tanto en lo que corresponde a hombres como a mujeres. El tema es que el registro es lo que ha llega a nosotros, ha llegado lo que los historiadores llaman documento. Mediante el documento, mediante el registro, accedemos al pasado, no del todo perdido y buscamos reconstruirlo. ¿Pero qué pasa si no hay registro? ¿Dónde queda la memoria cuando no hay registro documentado?
La arqueología nos ha enseñado que están los monumentos, que están las ruinas, en lo que encontramos después de desenterrarlo, en lo que descubrimos en lo profundo de la selva. Allí se encuentra la huella, para decirlo de ese modo, un tanto sensacionalista, de las civilizaciones perdidas, que dejan de serlo cuando las encontramos a través de sus huellas y de su arqueología. Entonces se trata de descifrar esos monumentos, esas figuras inaccesibles, en principio. Buscamos en ella la inscripción de escrituras perdidas y tratamos desesperadamente de descifrarlas. Si volvemos a lo que nos propone Jacques Derrida, que hay una escritura anterior al lenguaje oral, que el lenguaje en realidad tiene que ver con la estructura del signo, que corresponde también a la estructura del símbolo. En ese sentido, tenemos que aprender a descifrar esa escritura anterior, que se encuentra plasmada, interpretar el recorrido de las huellas y de los monumentos, también tenemos que aprender a descifrar la interpretación del lenguaje de la huella inventora de las mujeres.
En la actualidad la arqueología, la etnología y la antropología se han dedicado también a estudiar los tejidos, buscando en ellos una otra escritura, una escritura geométrica, que transmite mitos. Veronica Guzman es una cientista social que ha estudiado los tejidos andinos y guaraníes, desde la perspectiva de la gramatología. En estos tejidos ha encontrado la gramatología realizada en la textura, en el juego de figuras y de colores, en la geometría plasmada de una composición ancestral transmitida de generación en generación.
Friedrich Nietzsche decía que antes de aprender hablar hemos aprendido a leer. Se refería a nuestro aprendizaje astrológico a través de las estrellas. Con esto incluso deberíamos decir que antes de aprender a escribir hemos aprendido la geometría, precisamente de la configuración del firmamento. Cómo se puede ver no se puede resolver qué es anterior, el lenguaje oral o el lenguaje escrito. Esta es una discusión tan insidiosa como esa pregunta sobre qué es anterior, el huevo o la gallina. Nosotros decimos, jugando, que la gallina nace con los huevos puestos. Como dice Jacques Derrida la escritura ya es una inscripción, antes de ser una escritura de signos. Tampoco podemos pensar que la escritura es anterior al habla, puesto que caeríamos en lo mismo que criticamos. El habla, la fonación, que supone una estructura de signos, ya está imbricada tanto en las inscripciones de la memoria, que podríamos llamarla escritura de las huellas, como inscripción arbitraria de los signos. Lo mejor que podemos decir, con una mirada arqueológica, pero también genealógica, es que ambas nacen de manera simultánea; se da el lenguaje y se da la escritura, se da el habla y se da la inscripción de la escritura a través de signos.
De la misma manera podemos decir que las mujeres, muy ligadas a la invención del lenguaje, sin desmerecer la participación de los hombres, ya hablaban, quizás sean las que más hablaban en las reuniones, en la mesa, en la cocina, en el arte de la recolección. Lo hacían de manera colectiva, convirtiendo el trabajo en una reunión. Que no haya registro de esto no quiere decir que no haya existido. En el presente todavía podemos asistir a esta costumbre del habla colectiva en reuniones de mujeres en sociedades campesinas, aunque no sólo. Por otra parte, si consideramos el tejido, que pasaba de abuelas a hijas, que se vuelven madres y, después, pasa de madres a nietas de las abuelas, las mujeres empezaron a escribir en el sentido más amplio de la palabra, desde la perspectiva de la gramatología. Que no haya registros de esto no quiere decir que no haya existido. Lo que importa aquí es lo que ha existido, no sólo lo que se ha registrado. La existencia no se reduce al registro, aunque se puede decir que, de alguna manera, la existencia deja su registro en alguna parte.
La escritura está vinculada a la vista, pero no solo, pues ¿qué haría la vista sin la percepción, sin los otros sentidos, que se combinan en la percepción? La vista encuentra los signos y los descifra, encuentra los códigos y los decodifica, pero es el cuerpo, todo el cuerpo, el que descifra y es todo el cuerpo el que decodifica, acude a la memoria de los sentidos. La escritura es un arte integral, no se debe solo a un acto, el de la mano. La lectura es también un arte de la interpretación, no se debe solo al acto de mirar. Para comprender los nacimientos de la escritura debemos recuperar, de la experiencia y de la memoria corporales, la complejidad de la simultaneidad de la singularidades del acontecimiento.
El infinito en un Junco no sólo trata de la historia de la escritura, sino fundamentalmente, de la historia del libro. El soporte que contiene a la escritura. Entonces también hay una historia del soporte de la escritura, las piedras y las tablillas, los pergaminos, los papiros los cueros de animales, hasta llegar al papel, tal como lo conocemos ahora. Pero la historia sigue, porque el soporte del libro también es virtual, en nuestro presente. ¿Entonces, en qué queda la escritura cuando precisamente se produce una transformación y un cambio de los soportes de la escritura? La escritura no desaparece, sino queda como huella en la memoria, pero también queda como variante en los distintos soportes, hasta llegar al soporte virtual. Se puede decir que un conglomerado de algoritmos soportan a la escritura, que es transmitida a través de ordenadores y de celulares. Volvamos a preguntarnos, teniendo en cuenta todo esta historia de los soportes: ¿Qué es la escritura? ¿Es la inscripción, la hendidura, la huella, los signos inscritos o, en su caso, los signos audibles, flotantes en el aire, que llegan a los oídos? ¿O, casi en contraste, es el mensaje que nos llega a través de distintos medios, de signos, de lenguas, de escrituras, sostenidas por distintos soportes? En este caso, si la respuesta es afirmativa, la escritura sería el sentido mismo o lo que se llama el sentido inmanente.
En El infinito en un Junco también se narra y reflexiona sobre lo que llamaremos la historia de la historia, desde Herodoto hasta nuestros días. Ya Esquilo, antes que él, en su obra Los persas,escribe sobre la experiencia de la guerra y concretamente sobre la batalla decisiva entre griegos y persas, desde la mirada de los persas, de los derrotados, no desde la mirada de los griegos, los vencedores. Para Irene Vallejo, la autora del libro citado, ésta es una revelación, además de ser un cambio de perspectiva, un gran aprendizaje sobre el mundo y los humanos. Una manera de abordar la experiencia de la guerra más allá del dualismo amigo-enemigo.
Recordando nuevamente a Jacques Derrida, el teórico crítico, deconstructor de interpretaciones y diseminador de instituciones, la historia es escritura en el sentido pleno de la palabra, en el sentido de que es inscripción de la huella en la memoria. Está es la Historia, en el sentido mayúsculo, que contiene la historia, en el sentido minúsculo, como una narración. En este sentido, la Historia, en el sentido mayúsculo, es la memoria no descifrada, no decodificada, por lo menos, no del todo, pues lo que ha sido descifrado y decodificado es la narración, apenas una interpretación.
Irene Vallejo dice que Herodoto descubre que no hay verdad, sino que todo depende de la perspectiva de quién lo cuenta. Entonces, el historiador no va a ser quien decide cuál versión es la correcta, sino se atiene a exponer las distintas perspectivas y a cotejar las distintas fuentes. Por eso dice Vallejo que tanto Esquilo como Herodoto son tan actuales, después de veinticinco siglos, pues parece que ciertos temas y ciertos problemas, sobre todo de índole cultural, no han desaparecido sino se repiten. Da el ejemplo de la guerra entre occidente y oriente, que según la autora vuelve a repetirse en el presente teniendo en cuenta la visión relativa de los protagonistas. Sin embargo, no hay que olvidar lo que nos enseña Edward Said, que el orientalismo es una invención occidental. Al respecto nosotros dijimos, a su vez, que el occidentalismo es también una invención occidental, así como oriental. En este sentido debemos esclarecer que lo que se repite en distintos contextos no es una guerra cultural, sino, más bien, los juegos de poder de los señores de la dominación, se llamen Estados, bloques de Estados, jerarquías del orden mundial de las nominaciones. Se dé este juego de poder a través de perfiles laicos o sacerdotales, de burócratas o de exterminadores declarados.
Lo lindo o más bien lo sugerente del aprendizaje que transmite Vallejo es que debemos aprender a mirarnos a través de los ojos del otro. Ellos, los otros, saben lo que somos. Esta paradoja nos envuelve en una concomitancia superior a la complicidad entre amigos y enemigos, que se necesitan que se requieren para mantener su juego de poder y sus dominaciones. Por esto dijimos, hace un tiempo, que si los que luchan conocieran al otro, que llaman enemigo, no lo matarían, porque se darían cuenta que son tan equivalentes como uno mismo. La condición humana radica en esta certidumbre.
Conclusiones
En la etimología de la lengua castellana libro significa volumen compuesto de páginas escritas o impresas, reunidas por uno de sus lados y con cubierta. En latín librum viene del acusativo liber, libro, es decir, corteza interior de un árbol, que se usa para escribir en la misma. Sabemos y nos hemos acostumbrado a nombrar como Biblia al antiguo testamento, a la colección de escritos antiguos, libro sagrado del judaísmo, también, desde la mirada cristiana, se trata del antiguo y el nuevo testamento, libro sagrado del cristianismo. En latín medieval Biblia, viene del griego biblía, que quiere decir libros, en plural, que vine de biblíon, libro en singular. Originalmente diminutivo de biblos, byblos, papiro, rollo, libro. También viene de Býblos, hoy Jubay, En el Líbano, que significa literalmente la pequeña Gebhal, Puerto fenicios desde el cual se exportaba a Grecia el papiro egipcio. Viene del semita Gebhal, literalmente la de la frontera. Que, a su vez, viene de la familia del hebreo Gebhūl, que significa frontera, límite, originalmente pared de tierra o montaña, que sirve de límite. En árabe ŷabal, montaña, colina; ŷbl significa hacer, crear, formar.
Como se puede ver asistimos a una transformación semántica y lingüística, cuyas raíces se remontan al papiro, pero también hacen alusión a un puerto fenicio desde donde se exportaba a Grecia el papiro. A su vez, yendo a la raíz semítica aludimos a la frontera, al límite. Todo este recorrido semántico, lingüístico y etimológico nos muestra la metamorfosis de un término que arranca en el imaginario de las experiencias primordiales de las sociedades.
En este sentido el libro se vuelve enigmático, precisamente por su recorrido figurativo. Sobre todo se hace consistente por lo que contiene: la escritura. El libro se convierte en el soporte de la escritura, la escritura se convierte en el soporte de la memoria y la memoria se convierte en el soporte del ser.
Lo sugerente del libro citado de Irene Vallejo es que nos retrotrae al pasado para comprender el presente. Dice que son los libros los que salvan el pasado, sobre todo salvan la memoria. Para que ocurra esto ha tenido que haber una lucha constante y permanente, titánica, contra el olvido y en contra de todas las causas que desencadenan el olvido. El libro vendría a ser un dispositivo en la lucha por la memoria, por sostenerse en la memoria. Ontológicamente diríamos: por sostener el ser en el devenir.
La pretensión del hombre moderno – no las metamos a las mujeres en este baile – es que ha evolucionado, que su sociedad es un avance en la historia del evolución social. Este darwinismo social es sólo una pretensión, no lograda, ni constatable, si dejamos de lado lo que si es verificable, que es el desarrollo de la ciencia y la tecnología, lo que se ha venido en llamar revoluciones científicas y tecnológicas. Empero, los problemas que no ha resuelto el hombre parecen persistir en el tiempo. Uno de los ejemplos que hemos mencionado es la guerra, otro ejemplo que podemos mencionar es la desigualdad social, así como la permanente guerra contra las mujeres, que ahora se evidencia de manera trágica y escalofriante con la espiral de feminicidios.
Alguien podrá decirnos que no tomamos en cuenta los distintos contextos históricos, sociales y culturales, que la sociedad moderna es cualitativamente distinta respecto de la sociedades antiguas. Es ciertamente indudable que hablamos de distintos horizontes históricos, sin embargo, nos referimos a los logros de la sociedad, nos referimos sobretodo a la condición humana y particularmente podemos hablar del pensamiento, si se quiere de la filosofía, incluso de la cultura. ¿Cuánto hemos avanzado al respecto? ¿Podemos hablar aquí de una diferencia cualitativa? Estas preguntas nos muestran los límites de la pretensión del hombre moderno. La civilización moderna ha llevado muy lejos la crisis ecológica, ha llevado también lejos la crisis social, así como ha llevado muy lejos la crisis psicológica, refiriéndonos a las vulnerabilidades subjetivas, que develan la fragilidad de la condición humana, que parece bambolearse en la tormenta de la decadencia civilizatoria.
Quizás sea conveniente tomar en cuenta el consejo de Irene Vallejo, aprendamos del pasado, recojamos de la memoria del pasado, que se encuentra en los libros, el mensaje que nos han transmitido los humanos del pasado, en momentos de lucidez. Hay algo conmovedor en estos mensajes, que tienen que ver con la apreciación de la vida, con convertir a la vida en una estética. Todo esto está relacionado con el afecto, con el amor. ¿Cómo se puede apreciar lo bello sin amor, sin amor a la vida, sin amor al tiempo, a la memoria sensible que es la vida?
Notas
[1] Irene Vallejo: El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. Siruela. Buenos Aires 2023.

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Fotografía: Pradaraul