Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro y Marcelino Guerra Mendoza. 19/06/2018
Dice Manuel Gil Antón que no se puede derogar una reforma educativa que no ha existido (Derogar la reforma educativa). Sus palabras son fuertes. Poderosas. Convincentes. ¡Qué manera de destrozar la reforma en una sola frase!
La buena prosa y la habilidad retórica del profesor Gil Antón han formado el imaginario radical de muchas maestras y muchos dirigentes de las resistencias. Todavía se pueden escuchar las reverberaciones de aquella metáfora de la reforma como un camión destartalado con un chófer prolijo en una carretera llena de baches. En términos comunicativos, los textos de Manuel han sido eficaces, eficientes y pertinentes.
En sus últimos artículos ha sido congruente también. Si la reforma de EPN fue laboral, empezó al revés y estuvo mal hecha, entonces no se puede derogar, puesto que nunca existió. Peor aún: se han dilapidado miles de millones de pesos en una reforma condenada al fracaso. Otro de los críticos lo había dicho así: Reforma educativa: engaño, mito y fraude. ¡Contundentes! ¡Duro y a la cabeza!, dicen los maestros, henchidos de orgullo crítico.
Sin embargo, eso no es del todo cierto. Esa narrativa, construida a base de consignas simples (la “dizque reforma educativa”, la “mal llamada educativa”), frases espurias (“la evaluación punitiva”), apotegmas errados (“es una reforma laboral”), críticas funcionales (“una reforma parcial”, “carece de propuesta pedagógica”), errores garrafales (“el mito, el fraude y la mentira de la reforma educativa”) y sobre todo, engaños sostenidos (“la reforma está muerta”, “el sepulcro de la reforma educativa”), tiene muchos problemas.
No se trata de apoyar la reforma, se trata de comprenderla para luchar mejor. Las frases rimbombantes atraen reflectores, pero difícilmente sirven para transformar las cosas. Y en este caso, la contundencia de una frase como “la “reforma educativa no se puede derogar porque no ha existido”, parece servirle mejor al adversario que al magisterio en lucha.
Como lo hemos dicho varias veces, las resistencias se gestionan, no son campos impolutos, ni sus líderes ejemplos de ética política e intelectual. No son ni santos ni pecadores absolutos. Establecen relaciones de poder y con el Poder. Utilizan todo el arsenal político del discurso y de las instituciones, desde las formas más simples (negativas, desconocimientos, arrogancias, menosprecios) y más tradicionales (vetos, regaños, engaños), hasta las más complejas (expoliaciones cognitivas, subordinaciones epistémicas). Porque si el Poder es un gran negocio, las resistencias también, y no sólo monetario, también político y simbólico.
Eso ya lo sabíamos, el poder es una relación, no un atributo, y los que están en las resistencias muchas veces terminan por parecerse al opositor, pues comparten el mismo campo previamente homogeneizado y pasteurizado.
Lo interesante es cuando se fugan, cuando lo denuncian y realizan éxodos conceptuales y políticos. Pero los del canon no son de esos; son críticos muchas veces funcionales. ¿A qué nos referimos? Pues a que nivelan el campo en disputa, juegan con los instrumentos del saber convencional (¡las políticas públicas!) y el simulacro para hacer política. Por eso mismo hay que desmontar sus jugadas y sus complicidades.
Lo sentimos, pero hay que decirlo tal cual. No se puede luchar contra la reforma educativa sin que las condiciones en que se desarrollan los enfrentamientos no queden claras, incluidos los críticos, de todo tipo. Nosotros mismos también.
Hay que mirarse en el espejo de vez en cuando, al menos para confirmar que uno no se está pareciendo demasiado al adversario. Ese es un buen consejo de método… y de ética.
Ya hemos desmontado los argumentos del canon crítico en otras oportunidades (en nuestro libro Anatomía política de la reforma educativa y en las colaboraciones de Cortocircuitos). Podría parecer una obcecación insistir en ello; sin embargo, nos parece indispensable seguir enfrentándolo porque ya es parte de la reforma.
Dicho en otras palabras: la reforma educativa es tan compleja que ha gestionado las resistencias para convertirlas en una de sus partes constitutivas; en un acicate para transformarse a sí misma. La crítica oficial ya es parte de la reforma, parece duro y hasta exagerado decirlo, pero es cierto. De hecho, una y otra se necesitan mutuamente; una realiza la operación, la otra crítica su implementación y sus alcances; en consecuencia, proporciona información valiosa –no sin sobresaltos y tensiones-, para mejorar el sistema, hacerlo más eficaz y más eficiente. También más legítimo.
¿Un ejemplo? Sencillo. Decían los críticos que la reforma era parcial, solo laboral, que no había reforma curricular; pues bien, en 2016 se presentó el Nuevo Modelo Educativo. ¿Qué les quedó entonces? Sólo decir que fue a destiempo, que tiene avances ( Pistas para analizar el modelo educativo… ), pero que es contradictorio con el modelo evaluador. ¿Qué ocurrió? ¡Adivinaron! Lo que siguió después de Nochixtlán fue modificar el esquema evaluador; y así ha sido, una y otra vez. Hoy mismo, ¿no ha dicho el portavoz del cártel de la reforma integrado al equipo de AMLO (Esteban Moctezuma) que se va a modificar la evaluación, que ya no va a ser punitiva, que se va a gastar más en capacitación? Pues bien, ya está definido el paso siguiente ¡desde la propia oposición! (Ven un ataque de la sociedad civil contra AMLO por sus respuestas en educación).
¿Por qué? Porque no disputan la problematización, porque no han comprendido la reforma, porque han visto tan poco y tan mal, que terminan haciéndole el favor a los poderosos. Esto es coherente con ese discurso crítico que denunciaba la evaluación como punitiva. Prometen que no lo será, pero la van a mantener. Vamos a ver hasta dónde llegan, pues eso también será un campo de confrontaciones.
Sin embargo, esa no es la peor forma de colaboración entre críticos y poderosos, al contrario, ¡es la más sencilla!. La peor ha sido la insistencia en la muerte de la reforma. Lo dijeron tanto, tantas veces, durante tanto tiempo, que parecía un llamado a la desmovilización. No lo lograron, es evidente, pero sí contribuyeron a velar los ensamblajes, las extensiones y profundizaciones de los programas reformistas.
Obsesionados con el tema laboral, nunca vieron que ese fue nada más el modo de iniciar la reforma: removiendo la base subjetiva del magisterio nacional. Aunque ahora Manuel Gil Antón dice que fue un cambio corporativo, para ajustar a los nuevos tiempos (Sobre el fracaso de la reforma educativa: entrevista a Manuel Gil Antón).
¡No es así! La evaluación obligatoria, permanente, infinita, es un cálculo racional de los neoliberales para producir incertidumbre laboral, para destrabar los lazos corporativos y sindicales de los maestros y generar un maestro responsable de sí mismo, desligado totalmente de sus conexiones históricas e identitarias. Justo lo que conviene, lo que es coherente con las reformas a las leyes laborales de todos los trabajadores, faltaba el magisterio. Pero el asunto no queda ahí, se trata de cambiar la base subjetiva de la educación: un maestro neoliberal, una escuela neoliberal, para producir individuos neoliberales.
Precariedad, incertidumbre, flexibilidad, individualidad: esos son los efectos buscados por esa reforma que denuncian los críticos como un error. Se trataba, desde un inicio, de destruir la base institucional del magisterio, de su plaza, de sus modos de articulación, de su vieja subjetividad corporativa, por una subjetividad emprendedora y responsable de sí.
¡Pero sigue el SNTE, siguen los charros en el sindicato!, dirán algunos. Es cierto, pero el SNTE es un cascarón vacío, sin poder de negociación alguno, solo sirve para gestionar los reductos de un magisterio en transición. Es el administrador del naufragio. Nada más. Durará el tiempo que tarde en encarnar la reforma. Si acaso se logra. Pero nada más.
Digámoslo con todas sus letras: ¡no es un error, no es una inconsecuencia¡, ¡eso es lo que busca la reforma!, ¡es lo que siempre buscó! Por eso inició con los maestros y no con el Nuevo Modelo Educativo, con la ventaja adicional de que dejarán asegurada su continuidad, tal como lo están haciendo con el agua, mediante concesiones por cincuenta años.
¡Y a esto le llaman errores e incapacidades! Aceptémoslo: los reformadores vieron mejor y más lejos; lo prepararon todo durante largo tiempo. Son más astutos de lo que nos han dicho, y costará más trabajo eliminar sus perversiones si seguimos con la cantaleta de la crítica oficial.
La insistencia en desmontar el canon critico no es un asunto de opinión, tampoco es un problema académico: es una cuestión política. Se expresa del siguiente modo: si después de cinco años de movilizaciones contra la reforma se están generando las condiciones para un nuevo gobierno -encabezado por AMLO- que se ha comprometido expresamente a cancelar la reforma. ¿Qué significa eso? ¿Qué implica? ¿Cómo opera? ¿Por dónde se empieza? ¿Hasta dónde llegará?
Venimos señalándolo desde hace semanas, lo reiteramos una vez más: eso de la cancelación es un problema de concepción, no de verborrea. No basta decir: “que se cancele la reforma” y ya. Así no funciona la cosa. Tampoco es suficiente con decir que se deroguen las modificaciones al artículo 3º. o se haga una nueva Ley General del Servicio Profesional Docente. El problema es más complicado que eso. Y aquí es donde se observa claramente cómo los errores de comprensión pueden convertirse en horrores políticos.
Vamos a tratar únicamente dos temas, de tantos que hay, para mostrar este punto. Los demás los expondremos, de manera afirmativa, en una próxima serie de artículos: Manual mínimo para cancelar la reforma educativa; o cómo salir de la educación neoliberal.
Intentaremos dejar bien clara la diferencia fundamental entre los críticos oficiales y nuestra posición. Ellos se basan en una concepción idealista, casi platónica de las reformas educativas, las conciben como reformas curriculares y técnicas, por eso consideran que la reforma del 2013 está mal hecha, es parcial, laboral, con una evaluación punitiva. Nosotros en cambio, partimos de una concepción materialista, identificamos lo que la reforma es y ha sido, cómo se ha elaborado y desarrollado. Desde esta perspectiva, las cuestiones bélicas, por ejemplo, son parte de la misma reforma y no dificultades de implementación o excesos de fuerza. La reforma es profundamente racional, existe coherencia entre sus objetivos y sus métodos, éstos han sido claros desde un principio: transformar los fundamentos pragmáticos, institucionales, subjetivos, teleológicos y políticos del Sistema Educativo Nacional.
Se trata de una diferencia fundamental: no criticamos al Poder porque haya hecho mal la reforma, o porque podría haberla hecho mejor o porque empezó por el final; la criticamos porque la problematización, los medios y la implementación de la reforma, son coherentes con un diseño institucional y subjetivo indispensable para el nuevo momento de la ingeniería neoliberal de las instituciones, pero también de los niños, los maestros y los ciudadanos mexicanos.
Esa es la cuestión de fondo, la que los críticos oficiales no han querido ver: esta es una reforma educativa, pues pretende trasformar el sistema educativo en sus fundamentos institucionales y subjetivos para formar individuos neoliberales. Todos, absolutamente todos los programas de la reforma apuntan a eso, desde la evaluación obligatoria y eterna, hasta los CIEN, la escuela al centro, el Nuevo Modelo Educativo, la autonomía curricular, la normalidad mínima y la reforma a las Normales.
Por eso, mientras ellos (casi todos son hombres) denuncian a la reforma como parcial, ya muerta o inexistente, nosotros buscamos desmontar su lógica, su racionalidad neoliberal y el modo como ha estado infectando mentes, corazones, instituciones, presupuestos y saberes.
En esta coyuntura, las diferencias interpretativas se observan mayormente al momento de definir las vías y alcances de la cancelación de la reforma. Por ejemplo, si la reforma fue considerada parcial, que no se realizó o que está muerta; entonces ¿qué haremos con los CIEN que endeudarán a los estados?, ¿qué con la autonomía de gestión?, ¿qué con el Nuevo Modelo Educativo?, ¿qué con el SIGED que condiciona el pago de salarios y prestaciones?, ¿qué con el inmenso mercado educativo que se ha formado alrededor de la escolarización?, ¿qué haremos con la calidad como máximo logro de aprendizaje?, ¿qué con una evaluación peor que punitiva (¡ojalá y lo fuera!, así los maestros serían castigados solo una vez) porque es permanente, intermitente y se aplica durante TODA la vida profesional del magisterio?, ¿qué con la formación de docentes? En fin, ¿qué hacemos con los ensamblajes de la reforma?, ¿qué con sus extensiones, incluso con sus autoproducciones?
Para los críticos, esas son cuestiones aledañas que podrían mantenerse, o simplemente no existieron; a la hora de cancelar la reforma, no se tocarían, o se podrían revisar después, dejándolas realizar su labor de zapa presupuestal, subjetiva e institucional.
Ya no se trata solo de si la evaluación es punitiva, a estas alturas es evidente que funciona como una fábrica de incertidumbre, una estrategia para generar maestros responsables de sí mismos, desprovistos de solidaridad y formación colectiva. La cuestión de fondo es si aceptamos remendar la reforma neoliberal para hacerla pasar como cancelación, o de plano debatimos una revolución educativa que trastoque los fundamentos corporativos del SEN, sin aceptar la reforma neoliberal, desmontando su lógica y cuestionando el qué, cómo, para qué y quién educa en el siglo XXI.
Después del triunfo de AMLO, si es que ocurre, se presentarán distintas formas de un conflicto educativo que puede marcar el sexenio; ante ese posible escenario, mejorar la reforma o plantear una revolución educativa, será el dilema fundamental.
Contacto: [email protected]