Por: Marcelino Guerra Mendoza, Lucía Rivera Ferreiro y Roberto González Villarreal. Contacto: [email protected]
El 7 de septiembre, en una presentación ante la Confederación de Cámaras Industriales (CONCAMIN), Aurelio Nuño informó que “ …en 2018, el gobierno federal entregará un sistema educativo ‘‘radicalmente diferente’’ al que recibió”, una vez que se superaron “las movilizaciones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca, Michoacán, Chiapas y Guerrero” http://www.jornada.unam.mx/2017/09/08/politica/004n2pol)
El diagnóstico del secretario podría discutirse desde muchos lados. Algunos lo intentaron desde el ámbito preelectoral, señalando que el secretario de educación pública estaba ya en la pasarela; otros que era un modo de salvar un sexenio desastroso; algunos más que era una declaración apresurada. Puede ser. Nosotros no disputaremos sus evidentes falacias, como esa de que las resistencias se concentraron en cuatro estados y fueron organizadas únicamente por la Coordinadora, ignorando las protestas masivas en todo el país. Es una típica estrategia del poder: reconoce a un adversario y desconoce a muchos otros, así le es más fácil negociar.
Las ambiciones políticas de Nuño son evidentes, eso no se discute; por eso hay que ir más allá de lo obvio: ¿qué pretendía con ese discurso? Sigamos su lógica. Lo hizo en un momento crucial: la nueva fase de la evaluación de desempeño; tras los desaguisados de la evaluación de los ATPs; y en los anuncios de los nuevos indicadores de productividad de los docentes; en otras palabras, les anuncia a los empresarios la fase de normalización de la reforma, cuando las protestas son escasas y limitadas a problemas de ejecución. Lo hace en un momento en que los maestros parecen haber aceptado sin rechistar la evaluación; cuando los programas escolares de todo tipo siguen su marcha victoriosa y aparecen otros nuevos. La reforma ganó, les dijo a los empresarios. ¡Se recuperó la gobernabilidad y ahora sólo tendremos dificultades de implementación! (Por eso merece ser presidente, dirían sus seguidores).
Seamos francos, con el riesgo de escandalizar a más de uno: quizá Nuño tenía razón. Después de todo, hace un año que no hay movilizaciones contra la reforma educativa, ni en los estados que menciona, ni en otros. Las protestas que se realizan son aisladas, son pequeñas o, repetimos, ya no cuestionan la reforma educativa, solo su aplicación. No la reforma, sino su administración.
¡Esta es una diferencia fundamental! La administración de la reforma siempre es y será perfectible; sus dificultades abonan a su causa, a diferencia de las luchas contra la abrogación, que son irreductibles, disputan sus fundamentos y su racionalidad, no sólo su aplicación. Al poder le convienen las primeras, aborrece las segundas. Eso es lo sustantivo del mensaje de Nuño.
Pero hay más: no sólo se han reducido las movilizaciones, hay nuevos programas en marcha, incluso se han anunciado otros más allá del sexenio. El Nuevo Modelo Educativo es el caso paradigmático; luego vendrán los nuevos libros de texto, las nuevas reglas de funcionamiento escolar y la extensión de la reforma a otros niveles educativos. La más reciente es la “armonización” del estatuto laboral de las normales. Se está haciendo y se cambiará pronto. La reforma sigue.
Para eso las fuerzas de la reforma necesitan gobernar seis años más. Falta la reforma en las universidades, institutos de educación superior y otras modalidades de educación, ciencia y tecnología. La reforma es un proceso, hemos dicho desde hace tiempo. Y el mensaje de Nuño fue claro: “la reforma ganó. La reforma sigue, sigue, sigue”.
Quizá así hubiera sido. Después de todo, muchos signos parecían darle la razón. No hay que obviarlos ni desviar la mirada, como hacen tantos críticos y comentaristas. Desde esa perspectiva, Nuño sólo dijo lo que muchos piensan, dentro y fuera del gobierno.
En eso estaba Nuño, cuando vinieron los terremotos del 7S y el 19S, dos movimientos telúricos que quizá están cambiando un poco las cosas; o, al menos, abrieron una posibilidad de que así fuera. Veamos por qué.
a). La responsabilidad de los y las maestras. Lo destacamos en Cuando tembló, las comunidades escolares estaban ahí. El día del terremoto, en las zonas afectadas, las y los maestros se encargaron inmediatamente de la seguridad y la vida de sus estudiantes. No hay protocolo que valga en estos momentos, la protección parte de sus convicciones y estas se reflejan en sus actos. Esto no se le debe a la reforma, por el contrario, deriva de las vocaciones y los saberes de antaño.
b). La acción colectiva. La reforma educativa es un proceso que le apuesta a la individualización docente; toda la parafernalia evaluadora deshace, desfavorece, corta o elimina los lazos entre docentes. Se privilegia la responsabilidad y atención individual de las maestras y maestros, de los padres y los alumnos. Ya lo hemos dicho antes: todas las reformas educativas neoliberales son dispositivos de destrucción de lazos colectivos para la conformación de individuos que cargan con las cadenas de la responsabilidad individual y el empresariado del si. Pero, y esto es algo importantísimo, los sismos de septiembre, regresan al magisterio a la más elemental noción de supervivencia: la cooperación, esa sin la cual la vida misma es imposible. Las tareas inmediatas pasan por la asociación, por el trabajo conjunto que no requiere intermediarios ni representantes: sólo las manos, el cerebro, los cuerpos y los afectos trabajando. ¡Y no sólo en el salón de clases, ni nada más en la escuela, sino en el entorno escolar, en la comunidad cercana, en ese habitar cotidiano que da sentido a las comunidades educativas!
c). La programación compartida. La emergencia pone a prueba los conocimientos, las ignorancias, los saberes y las experiencias, las formas de organización y la capacidad de ofrecer respuestas inmediatas; después aparecen otros retos. Con los sismos, la normalidad se rompió; ahora el poder gubernamental busca administrar el habitus anterior, codificar los aprendizajes y diseñar, si acaso, nuevos modelos de gestión de lo imprevisto; es el sino del gobierno. Pero, en contra de esta tendencia habitual, en algunas escuelas, padres, maestras y directivos se han pronunciado, han reprogramado la vuelta a la normalidad. Esta es una experiencia inédita, puede ser sumamente desequilibrante en los tiempos de la reforma. Por primera vez los colectivos no esperan las indicaciones de qué hacer, por sí mismos establecen tareas, prioridades y requisitos mínimos. Primero: no se regresa a clases sin un dictamen de seguridad estructural; este es un programa mínimo decidido de manera autónoma. Segundo: una revisión de la infraestructura escolar no es negociable; maestros y padres han condicionado el regreso a clases al cumplimiento de una revisión exhaustiva (http://www.laizquierdadiario.com/Por-nuestras-vidas-y-las-de-nuestros-alumnos)
Esto nada más por el momento, pero es suficiente para advertir un cambio de orden y de disposición en los colectivos escolares. ¿Habrá más? Nadie lo sabe. Muchas cosas jugarán en su contra, pero la experiencia que puede descarrilar la reforma está ahí, durante el temblor y en los momentos posteriores. Los poderes gubernamentales intentarán controlar y contener la energía desatada estos días. La pregunta es ¿hasta dónde, a qué precio? ¿cuáles serán sus efectos?
d). El descrédito. El malestar generalizado hacia las autoridades, funcionarios y políticos es un elemento incontenible tras los sismos. Más de uno fue increpado por los grupos de voluntarios en varias partes. El propio Nuño fue duramente cuestionado por permanecer más de treinta horas en una sola escuela, esperando un supuesto rescate que podría darle la nota en los titulares, en lugar de encargarse de la revisión de los planteles y mantener informada a la sociedad sobre los avances de esta tarea delicada y fundamental. ¡Y peor, en un rescate falso, en un montaje rápidamente descubierto! Después de eso, no hemos sabido más del señor secretario. Aquí lo interesante es la irritación social a flor de piel; no sabemos aún hasta dónde puede llegar y cómo puede repercutir en las escuelas y los maestros.
El terremoto no abrió un nuevo régimen de posibilidades de lucha contra la reforma. Fueron las acciones colectivas, solidarias y comprometidas de las maestras, maestros, padres y vecinos, quienes lo hicieron. Fue en la respuesta a una desgracia natural cuando las comunidades escolares reencontraron su vocación comunitaria, reconocieron sus vínculos con el entorno inmediato, su compromiso y capacidad de actuar y decidir en busca de un interés común.
Cuando Nuño creía haber ganado, vino el terremoto y alteró la normalidad, creando la posibilidad de una rebelión escolar de nuevo tipo. Todavía es demasiado pronto para saber si esta nueva virtualidad revoltosa y productiva contagiará lo suficiente a las comunidades escolares como para detonar nuevas formas de resistencia contra la reforma educativa.
No es un invento, no es una fantasía, la posibilidad es real, está ahí: ¿sabremos verla? ¿Sabremos efectuarla? ¿Sabremos forjar nuevas armas, nuevas estrategias, nuevas modalidades de lucha en la guerra de la reforma educativa?