Por: Luis Armando González. 16/05/2024
Cuando se habla de la dignidad humana es inevitable no tomarse en serio el asunto, dado que –tal como se da por establecido en la actualidad— se trata de un atributo que singulariza a los seres humanos, haciéndolos especiales y distintos de las entidades no humanas. Ese atributo –la dignidad— es lo que nunca se puede lacerar (vulnerar, violentar), pues es el soporte último de la humanidad de cada persona; socavada la dignidad, lo que queda es la deshumanización. Es en virtud de lo dicho que la dignidad humana es tomada como el fundamento de los derechos humanos.
Ahora bien, hay quienes destacan que la dignidad, al ser el fundamento de los derechos humanos, está inscrita en la naturaleza humana, o sea, que aquélla es innata[1]. Lo que sucede es que no se tiene noticia de alguna investigación del genoma humano que haya revelado el locus genético de la dignidad, es decir, el gen o conjunto de genes de esta. Lo que si está más claro –tal como lo sustentan las investigaciones neurocientíficas y paleoantropológicas— es la enorme capacidad inventiva de la especie Homo sapiens. Y, dicho sea de paso, esta especie humana es la única sobreviviente, en la actualidad, de un conjunto de especies ya extinguidas, también humanas, adscritas al género Homo. De la última en desaparecer –Homo neanderthalensis— se sabe, entre otros aspectos, que coexistió con Homo sapiens europeos hace unos 40 mil años[2], que tuvieron relaciones sexuales, que no eran muy distintos unos de otros y que los neandertales tenían también una vocación –al fin y al cabo, tenían un gran cerebro— para la invención.
Así, es razonable sostener que la dignidad humana –y todo lo que se ha atribuye— es una invención de nuestra especie. Una especie que, además, ha inventado simbolismos, mitos, estrategias políticas, Estados, tecnologías, normas, legislaciones, filosofías y religiones. O sea, ha inventado la cultura o, mejor dicho, tradiciones culturales con los más diversos contenidos y dinámicas de transmisión, vinculadas a las formas de organización social, económica y política que desde hace 300 mil años –y no sólo desde el neolítico— han gestado los Homo sapiens.
Un contexto favorable para la invención de la dignidad humana fue el Renacimiento, hacia los siglos XIV y XV, dada la riqueza del debate cultural suscitado en esos siglos; un debate cultural que pone en el foco de la discusión al individuo, con su cuerpo y su mente, como centro de la naturaleza. En el Renacimiento se recupera el pasado greco-romano, pero para situar, desde la perspectiva renacentista, al individuo en el lugar que le corresponde. ¿Qué determina ese lugar? La religión católica da la respuesta a quienes, en esos siglos, se hicieron la pregunta: la prerrogativa de los seres humanos de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Quien mejor formuló esta concepción fue Giovanni Pico della Mirándola (1463-1494), en su Discurso sobre la dignidad del hombre, que es quizás el texto fundacional del humanismo moderno. Dice Pico della Mirándola:
“Estableció por lo tanto el óptimo artífice [Dios] que aquel a quien no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto le había sido dado separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre así construido, obra de naturaleza indefinida, y habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera:
Oh, Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas”[3].
Decir que la dignidad humana es una invención no le resta un ápice del valor e importancia que ha tenido desde que se le dio carta de ciudadanía. La “invención de los derechos humanos”[4] es lo que se siguió de esa idea que dice que Dios puso en el centro del mundo al hombre –creación suya— con el fin de que…, como árbitro y soberano artífice de ti mismo te informases y plasmases en la obra que prefirieses”. En el caso del hombre, se trata de una creación especial, pues el creador le ha dado la facultad de elegir: “podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas”.
Según della Mirándola, Dios ha dado al hombre la potestad de actuar sin límites, y ello no sólo en cuanto a su propia realización, sino de cara a lo que le rodea:
“¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma y admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido obtener lo que desee, ser lo que quiera! Las bestias, en el momento mismo en que nacen, sacan consigo del vientre materno, como dice Lucilio, todo lo que tendrán después. Los espíritus superiores desde un principio, o poco después, fueron lo que serán eternamente. Al hombre, desde su nacimiento, el Padre le confirió gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida y, según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos”[5].
En fin, la invención de la dignidad permitió asumir que los seres humanos tienen un “algo” en el que juega su humanidad; un algo que debe ser salvaguardado, pues de no hacerlo es lo humano en cuanto tal se pone en riesgo. ¿Y por qué lo “humano en cuanto tal” no puede ser vulnerado? Porque es una creación de Dios, respondería sin titubear Pico della Mirándola.
En los siglos siguientes, la apelación a la dignidad humana como obra de Dios se fue diluyendo, hasta casi desaparecer en el presente. Lo más al uso es decir que la dignidad humana es algo dado, es decir, que es algo que se debe aceptar porque sí. Valga, como ejemplo, esta afirmación: “la dignidad humana es el valor que tienen las personas por sí mismas, esto es, por el mero hecho de serlo. No es una condición provista por ninguna persona u organización, sino que es consustancial a la humanidad”[6]. Dando un paso más, se suele decir que la dignidad humana es algo intrínseco a la naturaleza humana, aunque –como se señaló antes— no se ha encontrado ningún gen o conjunto de genes de aquélla. En realidad, lo que se hacen ambas posturas es prescindir de cualquier alusión a una divinidad como fuente de la dignidad humana, lo cual se entiende dado el peso de las corrientes laicas y seculares posteriores al Renacimiento.
Así las cosas, y vista la dignidad humana como una invención, una vez que cobró presencia cultural se convirtió en un acicate para, al proclamar igual dignidad para todos los seres humanos, oponerse a cualquier trato injusto que vulnerara esa dignidad. Esta oposición, esta resistencia a opresiones que laceran la dignidad de las personas sigue estando a la orden del día en distintos lugares del planeta. Esto es un indicativo de la trascendencia de dicha invención.
Pero, las invenciones humanas –desde los mitos y las religiones hasta la Inteligencia Artificial— suelen tener implicaciones y efectos de muy distinto calado, y no siempre de tipo positivo para individuos y grupos. Para el caso, la invención de la dignidad humana trajo consigo la tesis de la centralidad y superioridad humana respecto del resto de seres y entidades del universo. O sea, a lo seres no humanos no se les confiere dignidad; y, más aún, se los coloca a disposición de quienes sí la tienen y que pueden disponer, a su libre voluntad, de todo lo no humano. Asimismo, de entrada, otros humanos –es decir, las especies humanas distintas de Homo sapiens— quedan relegadas de ese estatus, lo cual se afianza con la expresión “seres humanos” que sólo incluye a una especie humana. Se podrá objetar que en tiempos de Pico della Mirándola no había conocimientos de otras especies humanas, lo cual es cierto para esa época, pero no para la nuestra en la que todavía abundan los creen que somos los únicos seres humanos que han existido en la faz de la tierra.
Y así como se dio el no reconocimiento de la dignidad en otras especies humanas, ha sido –y sigue siendo— relativamente fácil no reconocer la dignidad en miembros de nuestra propia especie. El caso de las poblaciones africanas esclavizadas, en los momentos iniciales del capitalismo, es el primero que viene a la mente, pero obviamente no es el único ejemplo trágico e hiriente de negación de la dignidad a seres humanos miembros de la especie Homo sapiens. Pareciera ser que hay un defecto de fábrica con el asunto de la dignidad: la misma sólo se reconoce después de asignar a alguien el estatus de humanidad. Así, para negarle a alguien la dignidad basta con declararlo no humano o menos que humano, lo cual ha sido el modus operandi de sátrapas, dictadores, tiranos, esclavistas y explotadores desde tiempos remotos. Como resultado de ello, la dignidad humana ha sido y sigue siendo desigualmente reconocida en nuestra propia especie. Por cierto, las maneras de negar la humanidad y su dignidad a otros han sido y son variadas: desde llamarlos extranjeros, herejes o parias, pasando por llamarlos bestias, razas inferiores, indios, negros o no arios, lacras y cáncer, hasta llegar a subversivos y delincuentes terroristas. La creatividad de quienes, ya sea en el pasado o en presente, niegan la humanidad y dignidad a otros seres humanos es ilimitada. Ya sea que se diga que la dignidad es un don de Dios o un don de la naturaleza, cuando a una persona se la declara no humana o menos que humana –y por tanto sin dignidad o con una dignidad disminuida— lo que se dice es que Dios o la naturaleza son las instancias responsables de tal situación.
Lo anterior hace evidente la necesidad de reivindicar el carácter de invención de la dignidad humana; es decir, de la dignidad humana como algo inventado. Por ser tal, sus avances, retrocesos y cambios de sentido y significado dependen de decisiones humanas, y no de leyes divinas o naturales. La designación de alguien como un no humano no poseedor de dignidad es una arbitrariedad aberrante, sólo sostenible desde el poder que poseen quienes gustan o se benefician de denigrar y pisotear a los demás. Ampliar el alcance de la dignidad más allá del propio círculo de referencia, hacia el conjunto de los seres humanos que habitan el planeta y hacia los animales no humanos y plantas que nos acompañan y a los que acompañamos en el periplo evolutivo, es una de las metas más loables que se pueden y deben perseguir. Podemos y tenemos que hacerlo, pues la dignidad es un invento del cual hay que asegurarse que sirva no para crear discordias, sino para para vivir y convivir de la mejor manera posible entre nosotros y con todo lo que nos rodea.
San Salvador, 13 de mayo de 2024
[1] Jerry Campos Monje, “El concepto de ‘dignidad de la persona humana’ a la luz de la teoría de los derechos humanos”. https://www.corteidh.or.cr/tablas/R21814.pdf
[2] Svante Pääbo, El hombre de neandertal. En busca de genomas perdidos. Madrid, Alianza, 2015.
[3] Giovanni Pico della Mirándola, Discurso sobre la dignidad del hombre. https://www.arsvitalis.es/wp-content/uploads/2019/12/Discurso-de-la-dignidad.pdf
[4] Lynn Hunt, La invención de los derechos humanos, Tusquets, Barcelona, 2010.
[5] Giovanni Pico della Mirándola, Ibíd.
[6] Dignidad Humana. https://concepto.de/dignidad-humana/
Fotografía: Humanidades