Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 19 de febrero de 2022
The Lost Daughter
La Hija Oscura (Maggie Gyllenhaal, 2021)
Ópera prima de la polifacética actriz hollywoodense, que si bien ya había mostrado sus dotes detrás de las cámaras en uno de los fragmentos de la más bien insípida antología liderada por Pablo Larraín “Homemade” (2020), aquí da rienda suelta a una exploración codificada en un estudio de personaje; introspectivo recorrido por las fauces del tiempo; pasado y presente manejados cual mapa mental, la conjugación de lo vivencial no como laberinto sino a manera de penitencia: un muro de cromos agridulces que siguen latentes en cada latido, en cada frescor. Lo que Gyllenhaal logra aquí, apoyada por una siempre eficiente Olivia Colman, es una crónica de cicatrices, de acontecimientos que no evolucionan con el paso de los años; un feroz ciclo que da vueltas y no cesa, que no pierde fuerza, sino que ataca con un veneno punzante de negligencia y omisión: desaliento traducido en una insensible necesidad de revancha.
A manera de deconstrucción, el encadenado se presenta bajo una franca y sencilla silueta, con una naturalidad que parece orillarnos a sitios comunes: escenarios ordinarios. Y es ahí donde radica la fortaleza de este filme, en abrir fronteras inhóspitas desde el campo de lo habitual; sus anclas de interés están en adentrarnos en un espacio tan regular que uno no puede llegar a esperar que, bajo aciduladas sutilezas, las ventanas pretéritas se abran con tal garbo y potencia. Que las remembranzas recuperen un espacio físico tan latente como doloroso, enervante, que acongoja y que vence a pesar de la impuesta felicidad disfrazada de descanso. Estamos, pues, ante atmósferas que nos recuerdan –en varios momentos– algunos parajes de contención emocional del mejor Atom Egoyan. La fragilidad de nuestro personaje central es, claramente, la constitución del vacío social moderno, erigido este tras el cruce de variopintos caminos que día a día borran con mayor celeridad sus limites: ambición y ansia, recelo y ternura, pasión y temor.
De la también elusiva y anónima autora Elena Ferrante, el espejo social que se presenta en pantalla delinea la vivacidad del dolo, el criterio de la incomprensión actual frente a la sensibilidad de nuestros actos/sentimientos. Claro, se puede escapar de un sitio, huir lo más lejos posible, pero no desdoblarse, disgregarnos de nuestro cuerpo; encierro de todo lo ejecutado y pensado. De nuestros fracasos y nuestros tormentos… Ellos siempre vivirán por dentro nuestro y nos lo harán sentir cuando así lo crean necesario.
Abocada desde una arista de desestimación, la película de Gyllenhaal busca una templanza y lozanía para que sus elementos se integren de la manera más sutil posible dentro del subtexto en el que se soporta el encadenado. Es así, entonces, como nos encontramos con la nativa fotografía de Hélène Louvart (ajena por completo a su trabajo cuasi fantasioso en “Sous Le Ciel d’Alice” de Chloé Mazlo, 2020), el moderado montaje de Affonso Gonçalves; imperceptible/eficaz, así como el mortificante y a la vez protector diseño de producción de Inbal Weinberg. Todos ellos rudimentos y nociones supeditadas a la actuación principal, dejando que la presencia del histrión flote y fluya sin aspavientos mayores que los que los animosos devenires a los que se ha de enfrentar. Mención aparte requiere la partitura de Dickon Hinchliffe; no del todo redonda pero sí logrando mantener una cohesión atemporal en toda la narrativa. No siempre entonada, claro, pero cuando lo está se logran algunos de los puntos de mayor interés.
Al final, la hija perdida de Gyllenhaal resulta ser un trazo/bosquejo en el que todos nos podemos sentir implicados. Identificados en gran medida pues aquello ya extraviado no ha sido por mero azar; así se ha decidido. Alguien lo ha querido y deseado así, ya sea por un sentido de autocompensación o por vil hurto, ya sea por mero distanciamiento o simple y llanamente por la falta de interés necesario… Ante el anhelo la farsa de una vida plena y social, ante cualquiera de los intentos vacíos de evasión… Y es que, aunque uno intente darse una descanso de la vida, la vida misma no descansa, no reposa, siempre nos la hemos de encontrar trabajando en pos de un camino por completo desconocido con el que habremos de toparnos, chocar; perdiendo la gran mayoría de las veces y desviando el rumbo por ajenos parajes hasta, quizá, ya no encontrarnos –o bien irnos desconociendo con los años.

La Hija Oscura de Maggie Gyllenhaal
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas).
Fuente:
https://www.facebook.com/100036159626395/posts/609595533589095/?d=n
Fotografía: Cinembrollos