Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 16 de marzo de 2024
Los Soñadores/ The Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003)
Cantaba Vera Lynn -con su entonada y nostálgica voz- en uno de sus tan reconocidos popurrís: I’ve met some folks/who say that I’m a dreamer/And I’ve no doubt/There’s truth in what they say/But sure a body’s bound to be a dreamer/When all the things he loves are far away/. La composición (Isle of Innisfree) claro, no le pertenece a ella sino al poeta, compositor y policía irlandés Dick Farrelly, misma que viajó por el mundo y el tiempo a través de películas como The Quiet Man (Ford, 1953) y E.T. (Spielberg, 1982), y formando parte también de la larga lista de éxitos de Bing Crosby. Es una simple pieza musical, sí, pero que nos coge fuertemente por las manos y nos habla de la ensoñación y la lejanía, cuya historia en el marco temporal ha sido de apropiación y re-apropiación; contextos diversos sujetos a una libre interpretación, justo como sucede con el armado de ímpetu juvenil que Bertloucci presenta aquí con sus soñadores. Y es que sus ilusos personajes conjugan y confabulan su aflicción y rebeldía con tintes de nihilismo y al mismo tiempo harta ingenuidad. Se encierran en sus somnolencias mientras por fuera el resto del mundo también encuentra la forma de ahogar sus gritos. Para ello el legendario autor decomisa una etapa muy concreta dentro de la historia de la capital francesa -y del mundo-, así como del cine de dicha generación para crear un paralelismo entre lo que se ha dejado atrás y todo aquello que se viene por delante -pero nadie quiere o puede ver. El sentido del adolecer aquí es la bisagra que abre el neblinoso y ofusco confín al que no queremos enfrentarnos pero que habremos de.
Estamos, pues, ante una construcción por capas. Una obra que se edifica en un horizonte anacrónico, con saltos temporales cuya intención es lírica; una creación que requiere de relacionar intelectual y sensorialmente la información presentada dentro de la pantalla: canciones, metrajes, cuadros, afiches, líneas de dialogo ajenas, etc. Todo ello en una especie de servil juego en el que obviamente intervienen nuestros caracteres centrales, pero que debido a la forma en que se presenta la trama nos hace participe de ello también. El hilo con el que teje Bertolucci su encadenado no es para nada espontáneo, en cada momento hay un subtexto que suma volumen al telar que cruza y vuelve a cruzar los espacios. La atribución de la Nouvelle Vague como visión y los sonidos del Flower Power como eco resonante en las fronteras del espacio fílmico revisten esta cinta, dotan de complejidad el camino y despojan de sus mantos a sus participantes. Es en la desnudez de sus protagonistas, entonces, que encontramos la profundidad del abatimiento, la sima del espejismo, del aliento, el límite de la esperanza y la lucha; la invisible lucha ante la trivialidad.
Sumado al espíritu liberador de los 60, el realizador italiano camina de manera firme entre los pasillos de la discrepante actitud de su trio amoroso; un par de hermanos concupiscentes y un extranjero que se una la telaraña de franqueza carnal que reina entre sus aposentos físicos (su casa; sus cuartos, sus pisos, sus mesas) así como sus recintos quiméricos; ahí donde no existen los lapsos del día, las horas, o décadas. Donde todo se puede articular por el simple hecho de desearlo y vivirlo sin objetar o acusar, aunque claro, al tiempo la ceguera habrá de realizar de su trabajo y la imaginación no permitirá percatarse de la revolución latente, de las reales consecuencias de todo tipo de acto; los propios y los ajenos.
Los Soñadores de Bertolucci resulta, al final, en ser un campo abierto, un llano como muchas de sus otras tantas películas. Un itinerario resquebrajado donde las emociones resanan y demuestran, donde se asoman las sombras iluminadas y las personalidades se ocultan en palabras y se activan con silencios. Si bien no es quizá uno de sus trabajos más brillantes, si bien no es tampoco una pieza del todo digerible a la primera, sí que es un retrato muy diáfano de lo que pasaba en los interiores de aquellos que marcaron una época de cambios. Bertolucci no nos habla de aquellos años, nos susurra sobre quienes lo vivieron en misterio; sin poderlo descifrar, pero si experimentando hasta la trascendencia, como unas líneas simples y musicales de una pieza irlandesa que hoy recordamos sin saber su origen y objetivo principal. En ocasiones, sí, el cine se enmarca así, en lo humano más que en lo indudable: es así como siempre se cuenta la historia.

Los Soñadores de Bernardo Bertolucci
Calificación: 3 de 5 (Buena)
Fuente:
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Fotografía: Pinterest