Por: IBEROAMÉRICA SOCIAL. 07/04/2020
Para una crítica-ética del mundo que vivimos.
Recientemente, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) ha inaugurado un observatorio social para pensar la pandemia global del COVID-191. Esta iniciativa resalta el rol central que cumplen las ciencias sociales y las humanidades en la reflexión y análisis de las dimensiones de nuestra vida que han sido afectadas por este acontecimiento y las nuevas formas de desigualdad que pueden derivar de estos tiempos complejos.
La sola pregunta por el pensar, en general, o por el pensar algo, en particular, nos introduce de lleno en terrenos filosóficos. A su vez, la pregunta por el lugar y el momento desde donde pensamos ese algo, evidencia la necesidad de hacer explícita la intencionalidad de nuestras reflexiones. Estas interrogantes devienen medulares cuando ese ‘algo’ que se piensa es una pandemia. Como señala el filósofo boliviano, Juan José Bautista, “el problema del pensar no es el pensar mismo sino la producción [y reproducción] de la vida” (2014, 76). Y con la afirmación de la vida emerge una ética (Hinkelammert y Mora Jiménez, 2016).
Pensar la pandemia supone, entonces, indagar en los supuestos que subyacen a las acciones que el mundo en su conjunto ha tomado (o ha dejado de tomar) hasta este momento. Pensar la pandemia desde América Latina y el Caribe es pensar el tejido de la vida desde las heridas coloniales, las injerencias imperiales, las dependencias económicas y las asimetrías estructurales creadas por el mundo que hoy busca sortear la crisis sanitaria global en la que se encuentra. Crisis que evidencia el coronavirus pero que va más allá de éste y del tema sanitario.
Todo esto implica una actitud crítica tanto de académicas y académicos, como de organizaciones de base comunitaria, movimientos sociales, asociaciones gremiales, medios de comunicación alternativos, instituciones multilaterales, decisores, entre otros grupos de actores. Por actitud crítica me refiero a un “literal desacuerdo con el orden social existente” (Bautista 2014, 137). Orden social que hoy enciende las alarmas, pero que generalmente calla ante otros ‘virus’ y ‘pandemias’ sociales, si cabe la metáfora.
Por ejemplo, según el Global Study on Homicide de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC 2019), en 2017 fueron asesinadas 87 mil mujeres, de las cuales el 58% fueron asesinadas por sus parejas, ex parejas o familiares. La ‘pandemia’ del femicidio continúa cobrando vidas diariamente, incluso en ‘tiempos del coronavirus’. No obstante, parece que el virus del patriarcado aún no ha alcanzado una tasa de letalidad de tal magnitud como para estremecer los mercados financieros, aprobar programas multimillonarios de rescate económico y poner en cuarentena a los machistas que ultrajan cuerpos, esquilman territorios, menosprecian saberes y aniquilan vidas. El femicidio no colapsa los sistemas de salud del mundo entero, como sí lo hace el COVID-19, pero muestra los límites de los sistemas de justicia existentes y sus fundamentos misóginos2.
Con este ejemplo no pretendo banalizar la situación que estamos viviendo, sino enfatizar la necesidad de pensar socialmente la pandemia desde múltiples interseccionalidades. Al pensar la pandemia estamos pensando la vida3; por ello, nuestra actitud no sólo deviene crítica, sino crítica-ética.
Esta crítica-ética debe transitar simultáneamente tres caminos (Bautista 2014, cap. 5). En un primer momento, y dada la urgencia de la situación que enfrentamos, nuestra actitud se sitúa en un plano óntico, parcial. Las discusiones giran en torno a cuál acción o conjunto de acciones son ‘acertadas’ o ‘erradas’, como en la estrategia del martillo y la danza. Estas acciones están enmarcadas dentro de determinados modelos sanitarios y rara vez cuestionan sus fundamentos. Por tanto, aunque parezca contradictorio, “criticar [en este primer momento] no es algo necesariamente crítico” (Duque y Gutiérrez 2001, 187).
Tener presente esto, mueve la crítica-ética a un plano ontológico. Los debates se orientan a cómo uno u otro sistema de sanidad puede hacerse eficiente y eficaz dentro de esta situación límite y a lo interno de sus respectivos marcos económico-políticos. Al mismo tiempo, las racionalidades que orientan las acciones en el plano óntico comienzan a ser visibles en este segundo momento. Mencionemos de pasada algunos países.
- Desde Estados Unidos, el país con más casos detectados a la fecha, Bernie Sanders clama Medicare for All para que las y los ciudadanos de ese país puedan recibir atención gratuita ante esta emergencia, mientras el presidente Trump aspiraba poder flexibilizar la cuarentena y abrir nuevamente el país para el 12 de abril, pero dada la presión de sus asesores tuvo que extenderla hasta el 30 de ese mes.
- En Chile, el Ministro de Salud, Jamie Mañalich, expone con vergonzoso orgullo (o atroz cinismo) el precio máximo del examen para detectar el COVID-19, mostrando con ello que incluso una pandemia es un potencial nicho de mercado.
- Cadáveres en hospitales, casas y calles son la dolorosa evidencia del retardo en la respuesta del gobierno ecuatoriano, más preocupado por ajustes estructurales en medio de la pandemia que por garantizar atención sanitaria a su población. Ante el drama de las y los ecuatorianos, específicamente en Guayaquil, por dignificar la muerte de sus seres queridos, el presidente Lenín Moreno anunció la creación de un camposanto como si se tratase de una obra a ser inaugurada en medio de aplausos.
- El presidente Macrón se dirige a las y los franceses para adelantar que una de las primeras lecciones de esta pandemia es que la salud tiene que estar fuera de las leyes del mercado, sin confesar qué lecciones ha aprendido -suponiendo que así ha sido- de las jornadas de protestas que desde hace dos años encabezan los chalecos amarillos en el país.
- Venezuela, asediada por las criminales medidas coercitivas unilaterales estadounidenses y en medio de una profunda crisis económica, social, política y de los servicios públicos, es de los primeros países de América Latina y el Caribe en tomar acciones para cortar la cadena de transmisión en un 90% dentro del territorio. Como en otros temas, en esta ocasión la nación suramericana también es objeto del fuego mediático cruzado y de las metrallas de la posverdad. De igual manera, y como en otras vicisitudes, el pueblo venezolano muestra su resiliencia en condiciones límite. Al momento de escribir estas líneas, domingo 5 de abril de 2020 y a 20 días de la cuarentena nacional, se han detectado 159 casos confirmados, 52 personas recuperadas y 7 personas fallecidas.
A lo interno de cada país, las gravedades coyunturales y estructurales de cada sistema de sanidad evidencian los horizontes de sentido, los alcances y las limitaciones de diferentes formas de gestionar esta dimensión de la vida. Al cuestionar los fundamentos desde los que cada modelo sanitario se justifica a sí mismo, nuestra actitud crítica-ética puede abrirse a otros horizontes. Es aquí cuando llegamos al tercer y último momento, el momento transontológico.
En este plano, la cuestión de la vida como condición de posibilidad del pensar cobra toda su radicalidad (Bautista 2014, cap. 3), explorando nociones-otras sobre salud, higiene, enfermedad, atención, cuidado, economía, política, vida, dignidad, afectos, etc4. Podemos pensar la pandemia porque estamos vivos. Al estar vivos, sufrimos la pandemia que amenaza nuestras existencias y la posibilidad misma de pensarla. Aunque, hay que decirlo, no todas y todos sufrimos la pandemia de la misma manera.
Quedarse en casa es un privilegio; sin embargo, deja de serlo cuando en algunos casos esto supone el confinamiento de mujeres, niñas y niños en una misma ‘celda’ con sus agresores domésticos, o cuando implica el desalojo al no poder pagar el alquiler o la hipoteca por haber quedado desempleado durante la cuarentena. Estimular el teletrabajo está enmarcado en brechas digitales globales. La práctica del social distancing es, de por sí, el modo habitual de ser del sujeto deslocalizado, desarraigado e intensamente liberal. Los essential businesses representan ámbitos fundamentales para la reproducción material de la existencia social moderna. La ausencia de una respuesta coordinada a nivel planetario ha traído consigo declaraciones bochornosas y posturas irresponsables, como las de Jair Bolsonaro. Ante todo esto, el amor y la solidaridad son los comunes cognitivos, emocionales y políticos que nos permitirán sortear esta pandemia en un horizonte-otro de alteridad, justicia y liberación.
Estos tres caminos abren líneas de trabajo de emergencia, sin que ello signifique quedar atrapados en la vorágine de la inmediatez. En el primer momento, resulta urgente la discusión sobre indicadores, técnicas de diagnóstico, protocolos de tratamiento y posibles vacunas, pero esto, por sí solo, no resuelve el grave problema de diseño del mundo moderno. En el segundo momento, es necesario el análisis comparativo entre diferentes modelos o sistemas sanitarios y sus respectivas institucionalidades, infraestructuras y marcos socio-técnicos y económico-políticos, así como la evaluación de los mecanismos de articulación intra e inter-estatales. Finalmente, el tercer momento abordaría el problema de la pandemia en su radicalidad, esto es, el mundo que vivimos y los fundamentos que lo sostienen. La pandemia ha dejado al descubierto muchas cosas. Una de ellas, quizá la más importante, es el hecho que el mundo moderno ha mostrado su incompetencia para garantizar un postulado o principio ecológico-político fundamental: la producción y reproducción de la vida humana (Dussel 2010, Tesis 18). Aunado a ello, la crisis socio-ecológica global nos demanda extender este principio, en comunión con formas de vida no-humana (Haraway 2015). ¿Qué otras evidencias hacen falta para poder declarar a la modernidad como una civilización fallida?
La pandemia nos recuerda -trágicamente- nuestra fragilidad como especie, ante la narrativa mítica y triunfalista del progreso y la modernidad. La pandemia muestra también los límites de las instituciones realmente existentes y las respuestas políticas al uso. Por tanto, pensar la pandemia simultáneamente en los tres momentos aquí mencionados nos lleva indefectiblemente a la discusión sobre el default setting de nuestra cultura (Escobar 2016, cap. 3). Un trasfondo u horizonte civilizatorio en el que somos socializados, desde temprana edad, a priorizar “la producción y el consumo (a costa de otras formas de valorar la existencia), al éxito individual (en vez del buen vivir colectivo), a orientarnos hacia el futuro (en vez de estar presentes al presente […]), y a subordinar la espiritualidad al materialismo de las cosas, el ser al poseer” (Escobar 2016, 109).
Muchas son las reflexiones que han circulado en torno a la pandemia del coronavirus (AA. VV. 2020) e igualmente copiosa ha sido la cobertura mediática al respecto. Difícilmente, tenemos tiempo de procesar todo lo que circula y todo lo que acontece, pero una interrogante va quedando clara en todo esto: “¿qué es lo gravísimo de nuestra época que da qué pensar [y actuar]?” (Bautista 2014, 78). Pensar un problema radicalmente “implica pensar, en última instancia, en toda la humanidad y en todo el planeta” (p. 79). Y para no dejar la pregunta sin una respuesta preliminar, cabe resaltar, que lo gravísimo de nuestra época es el hecho que el eufemismo llamado economía mundial y el conjunto heterogéneo de múltiples opresiones que lo constituyen nos llevan “a pensar de modo radical la contradicción vida y muerte, es decir, […] la disyuntiva entre producir condiciones para la producción y reproducción de la vida de todos o […] seguir persistiendo en esta misma forma de producción sistemática de la muerte, tanto de la naturaleza como del ser humano” (p. 81).
Volver a la ‘normalidad’, salir de esta ‘contingencia’, es el anhelo y la nostalgia de clases y grupos sociales socio-económicamente acomodados. Para las clases y grupos sociales depauperados, la ‘normalidad’ es una ‘contingencia extendida’. Es vivir al día, es cobrar un ingreso por hora, es evitar no enfermarse. Son migraciones y vejaciones; duelos y dolores a distancia; rabias y resentimientos. En suma, la existencia pendiendo de un hilo.
Pensar la pandemia es el contexto y el pretexto para el despliegue de una crítica-ética contundente, para propiciar aperturas y transformaciones más allá de la formación onto-epistémica patriarcal, capitalista y moderno-colonial. La capacidad de agencia del nuevo coronavirus nos está invitando a pensar una virología política, es decir, pensar el amplio conjunto de transformaciones sociales, cognitivas, técnicas, políticas, económicas y ecológicas que están en disputa debido a dinámicas virales multi-escala en un marco asimétrico de relacionamiento entre actores y grupos humanos y no humanos.
La pandemia lo ha cambiado todo, pero las magnitudes, características y dimensiones de ese cambio dependerá de la humildad con la que reconozcamos y aceptemos que una entidad microscópica tuvo que recordarnos nuestra fragilidad y finitud en un momento epocal megalómano. En otras palabras, “nuestra civilización tendrá que terminar un día. Pero tenemos un papel importante que desempeñar en la determinación de cuándo termina y con qué rapidez. […] Al inhalar sé que esta civilización va a morir. Al exhalar, esta civilización no puede escapar de la muerte” (Hanh 2008 en Escobar 2016, 234).
Esta muerte no es una terminación absoluta, sino el fin de una civilización soberbia y la emergencia de tejidos de vidas inter-existentes. Tal es el marco en el que se movería la crítica-ética del mundo que vivimos.
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Fotografía: IBEROAMÉRICA SOCIAL.