Por: IBEROAMÉRICA SOCIAL. 23/07/2020
Yanett Medrano Valdez.
Mujer aymara citadina del altiplano puneño.
Integrantx del Grupo Latinoamericano de Estudios, Formación y Acción Feminista.
Estudiante del Doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Boliviar (sede Quito).
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“Las mujeres no somos iguales señora!”
Domitila Barrios
La forma en que titule la columna, ante todo no pretende desvirtuar la naturaleza jurídica que le otorgan los diferentes corpus normativos a la categoría femicidio, más aún cuando es una problemática bastante compleja y tensa ante las imbricaciones que la constituyen. Mi intención al usar la palabra femicidio, es para destacar la intencionalidad del sentido de vida y muerte, respecto de las formas otras de ser mujeres que no sean las hegemónicas.
Introducirnos a la problemática del femicidio, es un ejercicio que automáticamente nos lleva por ejemplo, a revisar datos estadísticos recogidos por instancias gubernamentales y organismos internacionales, acercarnos a marcos normativos nacionales e internacionales, escudriñar investigaciones producidas por centros de estudios universitarios y publicaciones generadas por instancias públicas y privadas, etc.
Nuestra capacidad de raciocinio rápidamente nos conduce a elaborar el diagnóstico del problema, recurriendo a categorías estandarizadas, que en muchos casos guardan sintonía y son funcionales a la institucionalidad del género, lo cual no está mal, muy a pesar y dejando en claro, que el punto de partida ya está estableciendo los parámetros de análisis e interpretación de una pedagogía de género, que en todo momento intenta moldear para sus fines y objetivos, una única forma de ser mujer liberada y empoderada.
Más allá de eso, lo que me resulta muy problemático, es que las ideas preconcebidas sobre la vida y realidad de las mujeres andinas del sur del Perú, situándome desde mi lugar de enunciación, después de determinar las características de las víctimas (como mujeres sin educación, calladas, desprotegidas, sin educación, que tienen que ser capacitadas en valores, autoestima y derechos de las mujeres y por su ignorancia son fáciles de golpear y violentar sexualmente). No se concibe siquiera pensar, que estas mismas mujeres, aún en medio de las precariedades económicas y socio-culturales a donde han sido conducidas por el orden colonial, son sujetas epistémicas como lo subraya Aura Cumes.
Esa condición de sujetas epistémicas, de como mujeres andinas, desde esas formas de ser, pensar, sentir y vivir, con más o menos desplazamientos entre el campo y la ciudad, encarnan con los cuerpos y haceres cotidianos, estrategias de re-existencia para hurgar en el acto de violentar, para quebrantar los miedos y traumas históricos, para gritar desde las entrañas el dolor y la rabia contenida, para decidir sobre la vida que se quiere llevar, para sanar y para restablecer el equilibrio cósmico quebrantado. Es casi un imposible concebir, desde espacios académicos blancos o emblanquecidos, desde el Estado y/o de algunos espacios de activismo político, pensarse a las mujeres andinas como sujetas históricas transformadoras de y desde sus propias realidades y cotidianidades, y como sujetas productoras de conocimiento desde sus experiencias de vida. O es que acaso no se puede/no nos podemos planear siquiera fisurar, debilitar y destruir al sistema muerte, que decide qué mujer vive o muere. Estamos tan habituadxs en pensarlas como sujetas carentes de todo y desprovistas de iniciativas de cambio.
Lastimosamente la pedagogía de género, esa que llego de la mano de la cooperación internacional, y que luego los Estados se han agarrado para diseñar e implementar, políticas, lineamientos y estrategias para su institucionalización. Y que ahora plantea metas y desafíos para combatir el femicidio en la región. Debo decir que en los términos y la intencionalidad planteada, no nos ayuda en nada, continúan siendo actos de colonialidad y estamos cada vez más lejos de toda posibilidad de diálogo intercultural, y muy lejos de legitimar actos de insurgencia desde el propio ser, pensar, sentir y vivir de las mujeres andinas.
Es muy común escuchar qué el femicidio, acaba con la vida de todas las mujeres sea cual fuere su edad, condición social, etnia, orientación sexual, lugar de procedencia, etc. Un discurso que intenta borrar de un plumazo, las enormes diferencias que existen entre las mujeres. Hace muchos años atrás Domitila Barrios, ya lo había dicho “No somos iguales señora”, y efectivamente no somos iguales por más que se diga “Igualdad en la diferencia!”. Las diferencias asimétricas existentes entre una mujer blanca, urbana, con estudios de especialización en género probablemente, asalariada, […] y una mujer empujada hacia la urbe, permanentemente racializada, desplazándose fluidamente entre el comercio, la vida organizativa o no, la crianza de sus hijxs, cocinar, lavar ropa, cuidar, […]. Son diferencias que marcan significativamente por la forma y el lugar que ocupan en la sociedad, en el Estado y las ONGs.
Así la vida de las mujeres adquiere valoraciones distintas, donde unas se dejan vivir y otras se dejan morir en la cotidianidad. Hay una muerte en vida, de una vida que continua en la marginalidad, de una vida que re-inventa formas de re-existencia. Las diferencias que destaco, es para intentar superar los análisis simplistas, cuando nos quedamos en las diferencias visibles, como cuando nos enteramos del asesinato de una mujer blanca, que ya sabemos, los medios de comunicación le dan bastante cobertura, y a consecuencia de ello la población se inmuta con mayor intensidad, los operadores de justicia agilizan plazos y procedimientos, etc. Mientras que la muerte de una mujer, de alguna comunidad aymara o quechua, para el caso andino del sur del Perú, que también es asesinada, no levanta tanto ruido colectivo y político.
Aunque hice mención a las diferencias visibles, como un modo de resaltar lo que nuestros sentidos colectivos perciben e interpretan en primera instancia, como primera reacción. No quiere decir que las otras, diferencias invisibles, las que emergen por el racismo y la colonialidad y se instauran de manera estructural en todas las esferas de nuestros pensamientos y subjetividades, sean invisibles. También son visibles, las vemos y sentimos cuando alguien nos insulta “india de mierda!”.
Queda por delante, seguir profundizando en la interrogante que me llevo a escribir lo que escribo y a pensar lo que pienso en estos momentos. ¿Acaso no se producen otras formas de muerte en contra de otras formas de ser mujer en la cotidianidad? ¿cómo se valora la vida sea para continuar o dejar de ser vivida?.
“Recuperar la capacidad usurpada de tejer nuestra propia historia”
Aura Cumes
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Fotografía: IBEROAMÉRICA SOCIAL.