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No la culpa, sino la responsabilidad hacia nuestro deseo (a propósito del ‘caso Errejón’)

por RedaccionA noviembre 16, 2024
noviembre 16, 2024
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Por: Amador Fernández-Savater. 16/11/2024

Leyendo el comunicado de dimisión de Íñigo Errejón, me ha venido a la cabeza una y otra vez la conversación que mantuvimos la penúltima vez que nos vimos. Habíamos quedado para preparar la presentación de mi libro Capitalismo libidinal, él se mostró impactado y conmovido por la lectura en un grado para mí muy sorprendente. No interpreté bien las razones, pensando que eran de orden político. Ahora me doy cuenta de que se trataba de una resonancia mucho más íntima y personal.

En el libro se habla de la “pulsión de devoración”, ya sea de cuerpos o de objetos, o de cuerpos convertidos en objetos, que hoy tenemos grabada en lo más profundo de la carne, independientemente de si somos de izquierdas o derechas, de lo que pensemos o digamos de nosotros mismos. Esa pulsión destructiva se concreta en muchas formas distintas de “consumición” brutal del mundo que amenazan con llevar a un punto de no retorno la vida sobre la tierra.

Esa pulsión es “libidinal”. ¿Qué significa eso? Pues que está en el cruce “entre” lo personal y lo colectivo, lo íntimo y lo social, lo ontológico y lo histórico. No se trata simplemente del “neoliberalismo” o del “patriarcado”, sino de cómo estos se manifiestan en cada uno, en el cruce entre lo psíquico y las variantes de clase, género y raza.

Cada cual debe lidiar con la modalidad específica de su síntoma, del que es absolutamente responsable (aunque sea altamente inconsciente). Y a la vez esa pulsión hace masa en tendencias sociales, colectivas e históricas, altamente destructivas.

En ese cruce de lo libidinal reside para mí el enigma difícil en el que tropezamos una y otra vez las personas, y en el que tropiezan una y otra vez los proyectos de emancipación colectiva. Un enorme desafío a la vez personal y político en el que nos jugamos todo.

La generalizada degradación de la vida amorosa

En 1912, Freud escribe su texto sobre la “generalizada degradación de la vida amorosa”. Por degradación se refiere al corte y desencuentro entre la “corriente sensual” y la “corriente tierna” de la vida erótica. Cuando se ama no se desea, cuando se desea no se ama. Degradar el objeto de deseo, convertirlo en cosa desechable, se convierte entonces en el máximo goce. Habla de los hombres o, al menos, de la posición masculina sobre el mundo.

La situación no ha dejado de agravarse en cien años, con la generalizada pornografización de la vida amorosa. ¿Podemos transformarla? ¿Podemos hacerlo sin introducir en ella una nueva normativa, una nueva moralina, un nuevo autoritarismo? No tengo ni idea, soy pesimista al respecto. Pero sí que es posible y urgente inventar otras formas y reglas de juego, otros modos de cortejo y de invitación, éticas aún mínimas del goce de cada cual con respecto al otro. Nuevos ámbitos de ficción y representación incluso, donde las pulsiones agresivas puedan escenificarse sin producir efectos reales, sino satisfaciéndose en lo imaginario.

Es decir, hablando ahora en general, no podemos borrar las pulsiones destructivas con ninguna goma de borrar mágica, pero sí inventar nuevas formas para darles paso de otro modo. Sublimar su empuje, desviarlas de su dirección original, ponerlas al servicio de Eros. Freud pone el ejemplo del cirujano que corta el cuerpo para salvar la vida.

¿Qué nos requiere ese trabajo de creación de nuevas formas? Por un lado, el deseo decidido de revisarse uno mismo y transformarse. Por otro, la aparición de nuevos vínculos y complicidades. Una articulación diferente del trabajo personal y de la amistad entre diferentes como valor político.

En la política tradicional, mucho me temo, faltan ambas cosas. Por eso todo se fía a la implantación de “mecanismos de prevención”, protocolos y formalismos, reglas y reglamentos, en los que se delega la capacidad de escucha y atención, de interpretación y de respuesta. En lugar de inventar nuevas formas, en el engarce entre lo personal y lo político, se aplican formalismos. Pero el mal prosigue su curso…

Querer dudar, querer pensar

Lo libidinal, la degradación de la vida amorosa, ¿qué quiero decir con todo esto? Nos las tenemos que ver con cuestiones muy sutiles y problemas de una gran complejidad. No nos podemos permitir ninguna simplificación radical de las cosas. Necesitamos otro modo de pensar y problematizar estas situaciones.

En estos días oscuros busco desesperadamente a los amigos y las amigas para pensar y orientarme. Sólo con amigos se puede dar forma y sentido a lo que (nos) pasa. La amistad es justo esa posibilidad de conversar libremente, sin miedo al juicio o al “error”, de poner en las manos del otro nuestra vida al descubierto.

Hablo por ejemplo con mi amiga V. y nos preguntamos si los comportamientos machistas son exactamente lo mismo que la violencia machista, si encontrarse con un tipo que practica un sexo que no te gusta es agresión o una gran putada, si las mujeres pueden responder o son siempre víctimas pasivas sin agencia. Hablo con mi amiga M. sobre si estamos siendo capaces –los que queremos cambiar las cosas– de plantear verdaderamente otros modos de elaboración, justicia y reparación. Hablo con mi amiga E. de la complejidad del deseo y la sexualidad, de la incapacidad de los hombres para inventar nuevas formas (de ligue, de cortejo, de acercamiento) cuando han caído las antiguas. Hablo con mi amigo G. de los efectos que tendrá todo lo que está pasando en lo social, del desencanto creciente con la izquierda y la derechización social en respuesta. Etc.

Observamos los detalles, buscamos los matices, nos hacemos preguntas incómodas para nosotros mismos. Decimos y nos planteamos lo que no sabemos. Nos damos confianza para dudar, para vacilar, para discutirnos desde el amor y la confianza. Hablamos de todo lo que sentimos que no puede hablarse hoy en la escena público-mediática, donde cualquier complejidad parece cancelada, donde los claroscuros quedan aplanados, donde el cuestionamiento se interpreta como traición y el espectáculo de la crueldad amenaza con llevárselo todo por delante.

Mark Fisher llamó ya hace años a “salir del castillo de vampiros” que representaba para él el twitter de izquierda. Entre vampiros el trabajo de pensar se sustituye por el goce de señalar, condenar y excomulgar. En el castillo impera el moralismo, la idea de que sentir culpa, hacer sentir culpa, extender la culpa por todos lados, puede cambiar algo. Pero la culpa no cambia nada. Son golpes en el pecho que no producen ninguna modificación subjetiva, cursillos de reeducación amorosa, meras gesticulaciones sin efecto. Una vez pasada la tormenta de mierda, todo vuelve a su sitio.

Lo único que puede cambiarnos es el hartazgo de verdad con respecto a nosotros mismos y las ganas de vivir de manera distinta. No la culpa, sino la responsabilidad hacia nuestro deseo. La fuerza de la ola feminista ha sido contagiar un deseo positivo por cambiar, por mudar la piel, por dejar caer una forma de ser hombres y mujeres para darnos otra.

Abrirse a la conversación

No nos puede salvar nadie, si no nos habita ya un deseo valiente de revisión y autotransformación. Pero en el caso de que éste exista, un oído amigo, una voz amiga, pueden ser decisivos.

En estos días oscuros no he dedicado ni un minuto a pensar en los protocolos de vigilancia y castigo en Sumar, pero sí que me he preguntado muchas veces si en las estructuras de partido cabe la amistad donde se puede conversar y decirse la verdad.

No sé muy bien qué son las “nuevas masculinidades”, pero sí que la única que merece la pena es la que se atreve a la conversación en serio, a abrirse al otro para pedir y recibir ayuda, a pensar y pensarse, a hacer del pensamiento un gesto vinculante, una forma de vida. 

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Lobo suelto

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