Por: Esteban De Gori. 17/08/2021
“Dios me ha llevado donde él quiere. Hasta ahorita me está llevando bien. Al final no somos nada” (Bukele, 2021)
Nayib Bukele entró por un tubo a la política salvadoreña. Fue un gran publicista y muy demandado, entre otros, por el partido de izquierda más importante de su país. Hoy es un presidente reconocido entre sus seguidores, controversial y con alta adhesión popular. No es un outsider, ni un improvisado, articula diversos registros comunicacionales y audiencias.
Fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012) y San Salvador (2015). En ese momento estaba vinculado al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Un partido que había intentado renovarse con figuras que no provenían del mundo guerrillero como Mauricio Funes. Un periodista que logró convertirse en 2005 en su primer presidente. Pero la renovación fue administrada por las manos férreas de la vieja comandancia revolucionaria que clausuró una mayor apertura. La renovación no salió bien. En 1992 había sellado el fin de la guerra civil con un Acuerdo de Paz con la principal fuerza política conservadora: Alianza Republicana Nacional (ARENA). Ese pacto fundacional los volvió actores de un mismo orden. De ahí en más, el FMLN se incorporó a la competencia electoral y a diversas instituciones del Estado y surgió un bipartidismo que reinó sin sobresaltos hasta que Antonio Saca, un ex ARENA y ex presidente, se presentó a elecciones presidenciales en 2010 con el novísimo partido GANA (Gran Alianza por la Unidad Nacional). A partir de aquí comenzó a fisurarse el control hegemónico de los dos grandes partidos.
La crisis de ambas plataformas partidarias estaba vinculada con la no resolución de problemas acuciantes como inseguridad (alta tasas de homicidio y violencia marera), desigualdad, pobreza, migración y corrupción. Pero también a dos cuestiones que deben considerarse: rechazo al verticalismo de ambos partidos tradicionales y a ese ecosistema político (plagado de impericias) que surgió post 1992. No solo partió Antonio Saca de ARENA para armar su propia experiencia política, sino que en 2017 lo haría el propio Nayib Bukele del FMLN para instalar su propio partido: Nuevas Ideas. La diáspora de políticos y políticas que habían roto con ARENA y el FMLN recibía a un joven empresario que contaba con dos experiencias de gestión exitosas. Entre ellas, la administración de la capital del país.
Nayib fundó su propio partido y se acercó a GANA para construir un músculo electoral competitivo. Ambos espacios confluyeron para desgastar al bipartidismo. La conclusión, que había provocado esa reunión de dirigentes, era la misma: ese bipartidismo se había desconectado de la sociedad salvadoreña, como lo había hecho de la economía y la seguridad. Un sisma al interior de la política fue construyendo una mirada anti sistema.

Nuevas Ideas (NI) era más que otro partido. Una combinación de audacia, crítica a la “casta” arenera y efemelenista, uso eficiente de redes sociales frente a la pesadez visual de la vieja dirigencia y una organización territorial distinta a la de los partidos tradicionales. La fatiga y desencanto social en la política encontró (y propició) un liderazgo “salvador” promoviendo un Dios millenial para todos y todas. Un Dios tan plástico como posible. En un país llamado El Salvador y con el Obispo Arnulfo Romero como santo canonizado y como presencia visual en el centro de la casa presidencial lo religioso desborda en la política y en todos los escenarios de poder. Poder y religión se contaminan y asumen formas comunes.
El actual presidente proviene de una familia de origen árabe. Su padre fundó la primera mezquita en El Salvador. Fue el imán de ese país y un reconocido científico. Su madre católica. Nayib se enroló en una avenida plural y posmoderna de la religión. Modernizó su abordaje, su acercamiento. Así sorteó cualquier encasillamiento con el nombre de Dios. Lo hizo con la religión y también con la política. Más allá de las liturgias particulares se aferró a una dimensión universal de Dios y se resituó en un lugar de su plan divino: como “instrumento de Dios”. Desconectarse de las liturgias es una práctica que se asocia con su acción política: se desligó del duro rito conservador de ARENA y del férreo protocolo de las comandancias de izquierda del FMLN, como también lo hizo con ciertas normas institucionales.
Existe una radicalización de lenguajes religiosos provistos por la posmodernidad y una presión sobre las liturgias y reglas que habían organizado el orden bipartidista. Ese gesto seductor, para una sociedad desencantada, logró adhesión. En esa radicalización de la idea de Dios, la sospecha sobre la clase política anterior y las normas democráticas que ésta había establecido imprimen fundamento a las prácticas de Bukele.
Su mirada religiosa y apuesta política le permitieron vincularse al Pastor del Tabernáculo Bíblico Bautista Hermano Toby y a su hijo Hermano Toby Jr. Padre e hijo controlan más de 500 iglesias en todo el territorio salvadoreño y además ocupan, primero el padre y luego el hijo, extensas horas en televisión. La Iglesia fue instalada en 1977 en momentos que gobernaba el conservador Partido de Concertación Nacional. Durante décadas la revolución bautista fue transmitida y territorializada. El Hermano Toby tenía más horas de TV que cualquier político. Fue una alternativa más a la Teología de la Liberación. En 2017 cuando muere el Hermano Toby, un reciente alcalde de San Salvador, Nayib Bukele, le dedica sentidas palabras a su familia y a su hijo, el heredero del emporio religioso.
La fatiga y desencanto social en la política encontró (y propició) un liderazgo “salvador” promoviendo un Dios millenial para todos y todas. Un Dios tan plástico como posible. Compartir:
En enero de 2020 en Los Ángeles se produce la separación del clarinetista salvadoreño Andy Lovos de la banda El Salvador, grande como su gente. Esta banda que había sido financiada por el gobierno nacional y que debía actuar en uno de los Desfiles en esa ciudad estadounidense expulsa a este músico y es acompañado por la policía. Eso concita la atención del presidente Bukele y de toda la comunidad salvadoreña. En un tweet el presidente resuelve en favor del clarinetista, lo apoya y crea otra banda convocando a participar en ella. El Hermano Toby Jr se suma a los apoyos: “me encanta mi presidente que es tan sabio, y dijo: ‘Saben qué: a partir de mañana hay una nueva banda, así que el que quiera tocar en la banda de verdad de El Salvador, que va a estar patrocinada y va a estar ayudada, que se inscriban mañana’. Ese tipo es bien inteligente hermano. Esa es la sabiduría para resolver un problema”. Bukele logra con un golpe de red social modificar subsidios y reafirma su asociación con la gran Iglesia Bautista, con la colectividad salvadoreña en Estados Unidos y da cuenta de la capacidad legitimadora de la religión sobre el ejercicio de poder.
Bukele y Dios están llamados a hacer política en El Salvador. Uno y otro vienen beneficiándose en persistir en la palestra posmoderna y en las redes sociales. El actual presidente es teología política concentrada, es un catchall de todo lenguaje religioso que circula por el país y lo reacondiciona a su beneficio.
Bukele logró reducir la violencia marera que tanto aquejó a El Salvador a punta de negociaciones con jefes pandilleros de la MS13 (Mara Salvatrucha) y con una fuerte represión militar. El presidente se inscribe en una larga estrategia política de “combate” a las pandillas. La reputación estatal, ante el accionar de las maras, está en juego. Como otros tantos presidentes, Bukele inició negociaciones (flexibilidades carcelarias, separación de pandillas en las celdas, etc.) para reducir las muertes. El control territorial marero genera recursos económicos y tiene la posibilidad de operar en las elecciones en favor de uno u otro candidato. No estaba en el radar del actual presidente la negociación, pero lo hizo. Controlar a las maras otorga beneficios en la política nacional e internacional, sobre todo, en Estados Unidos, tan preocupado por la violencia de éstas en su territorio y su vínculo con las migraciones.

Entre 2003 y 2009 las políticas de “mano dura” y “súper mano dura” no resolvieron la violencia ni los homicidios. En 2015 las pandillas fueron consideradas como organizaciones terroristas y tampoco se redujo la violencia. A partir de las negociaciones llevadas a cabo desde el inicio de este gobierno, el año 2020 debe ser considerado como el año menos homicida desde 1992 y esto en parte explica, con la gestión de la pandemia, la victoria electoral de febrero de 2021. En el mes de mayo de 2021 Bukele escribe en su cuenta de Twitter: “Podemos confirmar que hemos cerrado el martes 11 de mayo con 0 homicidios a nivel nacional. Falta mucho por hacer, pero estos son avances en el camino correcto.”.
Las transformaciones en la visualidad y números de la violencia colocan al presidente actual en una posición inmejorable. No solo metió mano ahí. Cambió las alianzas históricas internacionales. China fue confirmado como aliado estratégico de El Salvador. En 2019 Bukele dio un vuelco inesperado. Cambió a Taiwán por China. Si bien el presidente del FMLN, Sánchez Ceren, había iniciado negociaciones con Beijin y acordado planes de desarrollo que inquietaban a Washington, Bukele avanzó con propuestas que no implicarían grandes presiones norteamericanas. Pero, más allá de esto, rompe un alineamiento estratégico con Estados Unidos desde décadas, y Taiwán era parte de ese menú. La foto de Bukele y Xi Jinping es impactante, debe inscribirse en la voluntad china de acercarse a un territorio centroamericano en el cual había encontrado frenos y de obtener apoyos en contra de Taiwán. El presidente salvadoreño se trajo un gigantesco apoyo económico no reembolsable y la promesa de inversiones chinas. Así entra a un juego de equilibrios entre Estados Unidos y China donde intentará lograr ventajas múltiples. Estados Unidos y Biden lo necesitan (más si logra controlar el corredor marero e inmigratorio).La movida internacional de Bukele provocó cierto impacto en Estados Unidos y parlamentarios demócratas culparon a Donald Trump de librar a su fortuna a Centroamérica al haber retirado ayudas económicas.
Seguridad y nueva trayectoria en las relaciones internacionales se suman a otros movimientos internos. Adelantándose a Trump el 9 de febrero de 2020 Bukele “toma” el capitolio salvadoreño. Realizó un ejercicio de fuerza para que los parlamentarios de los partidos tradicionales aprueben sus leyes. Movilizó a los militares contra la “casta” política y logró, a diferencia del ex mandatario estadounidense, rédito político. No fue tomada por partidarios, sino por militares.
Adelantándose a Trump el 9 de febrero de 2020 Bukele “toma” del capitolio salvadoreño. Realizó un ejercicio de fuerza para que los parlamentarios de los partidos tradicionales aprueben sus leyes. Compartir:
A fines de febrero de 2021 Nuevas Ideas gana de manera contundente la mayoría absoluta parlamentaria (permite introducir cambios constitucionales) y en mayo destituye a los miembros del Tribunal Constitucional de la Corte Suprema. Avanza con legitimidad electoral sobre las reglas institucionales, los poderes del Estado y las fuerzas políticas que lo sostuvieron. Bukele obtuvo el 66% de los votos, ARENA y el FMLN se desplomaron. Ese catchall religioso se extiende con velocidad y legitimidad a la acción política. Hay algo de trumpismo silvestre de la época, tal vez más meditado, que provoca empatía, pero también deben destacarse los legados políticos salvadoreños previos a los Acuerdos de Paz para entender la reivindicación de las culturas del orden.
Ese intento “jacobino” religioso de concentrar el poder para patear el tablero se conecta con la revancha y expectativa de cambio que espera una sociedad estragada por las penurias sociales, la inmigración, la violencia marera y la corrupción. La radicalización no solo debe observarse en los cambios sino también en la reafirmación de valores religiosos. La oposición del matrimonio igualitario, al lenguaje inclusivo y a todo fundamento para la interrupción del embarazo lo coloca a Bukele en un territorio desafiante. Tan desafiante que se desajusta de su imagen millenial. Desafiar con Dios en la mano, en momentos posmodernos y frágiles, es parte de una incorrección que provoca afinidad social. Cohesión de “tribu” urbana. Desafiar al orden bipartidista y acercarse a un control de los tres poderes del Estado también. “Dame, dame, dame todo el power para que te demos en la madre”. Algo de lo que dice Molotov (en otro sentido) lo retoma Bukele.
La gestión de la pandemia en El Salvador se organizó en torno a la afirmación del liderazgo presidencial. Su eficiente gestión fue en paralelo al fortalecimiento de su figura y del desembarco de Nuevas Ideas en las distintas instituciones. Este partido en el poder se movió tan rápido como el virus para acumular poder. Puso en marcha un plan para contener el daño económico, por tres meses se suspendió el pago de electricidad, agua e internet, entregó alimentos y subsidios. Amplió el gasto público, puso en marcha a un Estado raquítico y amplificó el control político sobre el territorio. Rompió el corralito ortodoxo e inyectó dinero en una sociedad que no vivía una experiencia de Estado en otras situaciones críticas. Todo terminó en legitimidad y votos.
La oposición del matrimonio igualitario, al lenguaje inclusivo y a todo fundamento para la interrupción del embarazo lo coloca a Bukele en un territorio desafiante. Tan desafiante que se desajusta de su imagen millenial Compartir:
Bukele, con Dios y Twitter en mano, ha logrado grandes flujos de legitimidad. Combina audacia, radicalización, híper control y modernización económica. En estos últimos días, El Salvador adopto al Bitcoin como moneda de curso legal (McDonalds en palabras de Bukele debería aceptar la criptomoneda como forma de pago). Tal vez, en el imaginario de Bukele, recordando el McDonald instalado en Moscú en 1990, los cambios no provengan del olor de las hamburguesas sino de personas corriendo con sus celulares a pagar con Bitcoins plegándose a los pliegues liberales más dinámicos y futuristas del capitalismo en una sociedad con escasas cuentas de ahorro.

“Arena y FMLN son una basura, son peor que eso. Negociaron con la sangre de nuestro pueblo. Mil veces malditos” (Nayib Bukele, 1/2/2020)
LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Panamá revista