Por: Tania Rojas. 22/01/2025
Alo largo de su historia económica, México ha enfrentado diversos desafíos que han definido su trayectoria y siguen influyendo en las políticas económicas del país. Entre estos, los déficits estructurales[1] y las restricciones financieras[2] han sido factores determinantes. En particular, estos factores han colocado al país en una posición subordinada[3] dentro del sistema financiero global. Esta subordinación se refleja en las decisiones de política económica, que con frecuencia han implicado sacrificar el desarrollo económico a favor de la estabilidad financiera, limitando las opciones de crecimiento a largo plazo y priorizando el acceso a los mercados internacionales de capital.
La economía mexicana y los desajustes estructurales
Desde que México comenzó a abrirse al comercio internacional, los desequilibrios macroeconómicos han sido una constante. La teoría estructuralista, desarrollada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en las décadas de los años 50 y 60, fue una de las primeras en abordar este fenómeno, argumentando que las economías latinoamericanas, incluida la mexicana, tenían una propensión crónica a los déficits comerciales. Según esta teoría, el modelo de crecimiento basado en exportaciones primarias había llevado a los países latinoamericanos a especializarse en la producción de materias primas y productos básicos para la exportación, mientras que importaban bienes industriales de los países desarrollados. En este contexto, mientras la demanda de productos básicos de los países industrializados crecía lentamente, la demanda de bienes industriales en América Latina aumentaba de manera sostenida. Esta brecha provocaba un continuo deterioro de la capacidad de los países subdesarrollados para importar, lo que generaba un déficit crónico en la balanza de pagos[4].
A pesar de los esfuerzos por industrializar las economías de la región, la industrialización no logró escapar a los desequilibrios externos (como la dependencia de las importaciones y el financiamiento externo). Ésta demandaba grandes cantidades de insumos y bienes de capital importados, lo que incrementaba la demanda de importaciones y, por ende, presionaba las finanzas nacionales (es decir, obligaba a recurrir a más deuda externa). Además, a medida que los ingresos aumentaban, la población también demandaba bienes de consumo importados, lo que, combinado con la necesidad de capital para la industrialización, limitaba las posibilidades de crecimiento, ya que el país requería más recursos externos de los que podía obtener. Por tanto, la velocidad del proceso de industrialización quedó condicionada por la disponibilidad y condiciones del crédito internacional (Bielschowsky, 2016).
El conflicto entre crecimiento y balanza de pagos
A lo largo de los años, México experimentó recurrentes devaluaciones de su moneda como consecuencia de los déficits comerciales. Estas devaluaciones aumentaban directamente los precios internos de los bienes importados, incluidos los bienes de consumo y los insumos para la producción, lo que generaba un riesgo latente de inflación. Este conflicto entre el crecimiento económico, los desequilibrios comerciales, las devaluaciones e inflación dio pie a un intenso debate sobre las políticas económicas más adecuadas para resolver estas contradicciones estructurales.
Las opciones eran diversas. Una de ellas proponía medidas restrictivas para contener el aumento de la demanda agregada, aunque a costa de un crecimiento más moderado. Otra alternativa consistía en gestionar el tipo de cambio mediante una serie de devaluaciones para ajustar la balanza comercial. Sin embargo, dentro de la CEPAL se fue consolidando una tercera opción que apostaba por una mayor industrialización como solución a largo plazo. Esta corriente argumentaba que, aunque las devaluaciones pudieran ofrecer alivios temporales, no resolvían los problemas estructurales subyacentes del país: el atraso tecnológico, la escasez de capital y las tasas de crecimiento desiguales entre sectores (Noyola, 1956). Esta última propuesta apostaba por una industrialización que fuera capaz de transformar la estructura productiva de la economía y corregir los desequilibrios externos, al mismo tiempo que se adoptaban políticas fiscales progresivas, arancelarias, y de control de precios para reducir la inflación.
La crisis de la deuda y el cambio de enfoque económico
La situación económica de México, en la que el país dependía de las exportaciones de petróleo y de los préstamos externos para financiar su industrialización, llegó a un punto crítico a finales de los años 70 y principios de los 80. Durante el período comprendido entre 1939 y 1981, México vivió una aceleración económica notable, impulsada por la bonanza petrolera y bajas tasas de interés en el mercado financiero internacional. Sin embargo, la crisis de la deuda de principios de los años 80 desmoronó las expectativas de un crecimiento sostenido. El país se vio afectado por una combinación de factores: niveles insostenibles de deuda pública, la caída de los precios del petróleo, el aumento de las tasas de interés internacionales y la interrupción del acceso a los mercados de capitales globales. Esta situación derivó en una grave crisis fiscal[5] y de balanza de pagos[6] (Moreno-Brid, 1998).
Los eventos de la crisis evidenciaron la fragilidad estructural de la economía mexicana, que, a pesar de los esfuerzos por fortalecer su base productiva, seguía siendo altamente dependiente de los flujos de capital externos. Esta dependencia reforzó la centralidad de las restricciones financieras en el proceso de crecimiento, un aspecto que no había sido suficientemente abordado por los teóricos estructuralistas. Como respuesta a la crisis, las autoridades mexicanas, bajo la presión de sus acreedores representados por organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, abandonaron la política industrial y adoptaron un enfoque centrado en la estabilidad macroeconómica, priorizando el control de la inflación y la deuda pública, dentro de un proceso de liberalización del comercio y de las cuentas de capital.
La liberalización comercial y financiera
La liberalización comercial marcó el comienzo del modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones en México, en el que la industria maquiladora desempeña un papel central. Esta industria forma parte de las cadenas globales de valor y se especializa en el ensamblaje de productos finales que posteriormente se comercializan en el extranjero. Aunque las exportaciones crecieron significativamente gracias a este sector, las divisas generadas no fueron suficientes para financiar el déficit comercial, y México continuó dependiendo del dinero proveniente de inversionistas extranjeros para ello (Fujii, G., Candaudap, E. y Gaona, C., 2005; Dussel Peters, 2007).
La persistencia de los déficits comerciales en México, a pesar de la liberalización comercial, se debe a que esta apertura no mejoró la relación entre las exportaciones e importaciones en términos de elasticidad ingreso, es decir, cómo cambia la cantidad demandada de un producto cuando aumenta el ingreso, en este caso, el ingreso de un país. Un estudio de Moreno-Brid (2002) comparó dos períodos, 1970-1984 y 1985-1996, y encontró que, mientras que la elasticidad ingreso de las importaciones aumentó, la elasticidad precio de las importaciones disminuyó. Esto sugiere que, a pesar del crecimiento en las exportaciones, la demanda de importaciones siguió aumentando de manera sostenida.
Una de las razones detrás de este comportamiento es que el sector exportador mexicano, tanto el maquilador como el no maquilador, depende de insumos importados para su producción. En el caso del sector maquilador, la demanda de estos insumos es prácticamente inelástica, es decir, no cambia significativamente, aunque los precios o las condiciones económicas cambien (Ibarra, 2011). Esto implica que, aunque México exporte más, sigue necesitando importar una gran cantidad de productos para mantener su producción, lo que contribuye a la persistencia de los déficits comerciales.
Así, México aumentó su dependencia de los flujos de capital extranjero para compensar su desequilibrio comercial. Sin embargo, junto con la inversión extranjera directa (IED), también surgieron fenómenos como la especulación cambiaria y la inversión de cartera, los cuales generan efectos desestabilizadores sobre el tipo de cambio. Las fluctuaciones en el valor de la moneda impactan directamente la inflación interna. Por lo tanto, esta dependencia financiera incrementa la vulnerabilidad del país ante las fluctuaciones de los flujos de capital, la volatilidad del tipo de cambio y una mayor exposición a las tendencias inflacionarias globales (Mántey, 2011).
Política monetaria: inflación, estabilidad financiera y crecimiento
La política monetaria de México, llevada a cabo por un banco central independiente y orientada a controlar la inflación y garantizar la estabilidad financiera, refleja su dependencia de los flujos de capital externo y su posición subordinada en el sistema financiero global. Esta subordinación se expresa en que restringe las opciones de política económica disponibles (Alami et al., 2023). En un contexto de desregulación comercial y financiera, fortalecer la percepción crediticia del país se convirtió en una prioridad para asegurar el acceso continuo a los mercados internacionales de capital. Esto hizo que la independencia del banco central se volviera una medida cada vez más deseable (Maxfield, 1997). La independencia del banco central se ha convertido en una exigencia del sistema monetario y financiero global, ya que favorece los intereses del sector financiero. Como señala Epstein (1994), los bancos centrales independientes tienden a priorizar el control de la inflación, en línea con la aversión del sector financiero a este fenómeno, que genera incertidumbre y puede erosionar el valor real de los activos financieros.
Este enfoque, conocido como “régimen de metas de inflación” ha sido adoptado en más de una veintena de países, tanto desarrollados como en desarrollo, en un esfuerzo por homogenizar las condiciones en las que operan los capitales internacionales (Painceira, 2021). Sin embargo, su aplicación varía significativamente según el contexto. En el caso de México, este enfoque ha resultado en una política monetaria caracterizada por tasas de interés elevadas, un tipo de cambio apreciado y la acumulación de reservas internacionales. Estas medidas están diseñadas para atraer capital extranjero, mitigar la volatilidad causada por la desregulación financiera en el tipo de cambio y prevenir caídas drásticas en el valor de la moneda frente a posibles ataques especulativos.
La política monetaria del Banco de México, diseñada para mantener la estabilidad financiera y controlar la inflación, también ha generado desafíos importantes para el crecimiento económico. Por un lado, la apreciación del tipo de cambio como herramienta antiinflacionaria ha afectado la competitividad del sector exportador, contribuyendo a una desaceleración del crecimiento económico a largo plazo (Galindo y Ros, 2008). Por otro lado, la acumulación de reservas internacionales para proteger el tipo de cambio frente a ataques especulativos ha elevado los costos fiscales, ya que el gobierno debe financiar la compra de reservas a través de emisión de deuda o utilizando recursos que podrían haberse invertido en infraestructura productiva (Capraro y Panico, 2018). En este contexto, la política monetaria de México refleja los esfuerzos por equilibrar la estabilidad económica con las necesidades de desarrollo, pero también expone las vulnerabilidades del país frente a factores externos y las limitaciones estructurales de su economía.
Conclusión
La experiencia económica de México desde principios del siglo XX, esbozada aquí en términos muy generales, proporciona un contexto para el acto de equilibrio de la política monetaria actual entre el manejo de la inflación interna, la estabilización del sistema financiero y la adaptación a la globalización. El énfasis de la política en mantener la estabilidad del tipo de cambio para controlar la inflación y la acumulación de reservas internacionales para defender la moneda refleja la dependencia de México de las entradas de capital para estabilizar su economía y abordar los déficits estructurales. La posición subordinada de México es un resultado histórico moldeado por relaciones complejas entre su estructura productiva y su dinámica financiera, tanto interna como externa. Esta subordinación conduce a una política económica contradictoria que enfrenta un dilema entre estabilidad y desarrollo económico.
Tania Rojas es maestra en Economía por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
Notas
[1] Situación en la que un país importa más bienes y servicios de los que exporta de forma permanente.
[2] Se refiere a las limitaciones que enfrenta un país para acceder a los recursos financieros necesarios para realizar inversiones, gasto público, importaciones, entre otras necesidades económicas.
[3] Esta subordinación se refiere a una posición de dependencia respecto al sistema financiero global, caracterizada por restricciones financieras, inestabilidad y opciones limitadas en términos de políticas económicas, lo que contribuye a perpetuar las desigualdades de poder entre países.
[4] El déficit crónico en la balanza de pagos ocurre cuando un país gasta más en importaciones y pagos al exterior de lo que ingresa por exportaciones y otros ingresos, lo que obliga al país a recurrir a financiamiento externo para cubrir la diferencia.
[5] Cuando un país no puede pagar su deuda y los intereses sobre esa deuda.
[6] Cuando un país no tiene suficientes ingresos en divisas para cubrir sus pagos internacionales, como importaciones o deudas externas.
Referencias
Alami, I., Alves, C., Bonizzi, B., Kaltenbrunner, A., Koddenbrock, K., Kvangraven, I. y Powell, J. (2023). Subordinación financiera internacional: una agenda de investigación crítica. REVISIÓN DE LA ECONOMÍA POLÍTICA INTERNACIONAL, 30(4), 1360-1386. https://doi.org/10.1080/09692290.2022.2098359
Bielschowsky, R. (2016). Cincuenta años de pensamiento de la CEPAL: una revisión. CEPAL. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/0b8b0466-519b-4975-aad4-a733548966a1/content
Capraro, S. y Panico, C. (2018). Política monetaria en mercados financieros liberalizados: el caso mexicano. Documentos de trabajo PERI.
Dussel Peters, E. (Ed.). (2007). La inversión extranjera directa en México: Desempeño y potencial: Una perspectiva macro, meso, micro y territorial. Siglo XXI.
Fujii, G., Candaudap, E., & Gaona, C. (2005). Exportaciones, industria maquiladora y crecimiento económico en México a partir de la década de los noventa. Investigación Económica, 64(254), 125-156.
Galindo, L. y Ros, J. (2008). Alternativas al régimen de metas de inflación en México. Revista Internacional de Economía Aplicada, 22(2), 201–214. https://doi.org/10.1080/02692170701880718
Ibarra, C. (2011). Maquila, desalineación monetaria y crecimiento impulsado por las exportaciones. CEPAL Review, 2011(104), 191-205.
Mántey, G. (2011). La política de tasa de interés interbancaria y la inflación en México. Investigación económica, 70(277), 37-68.
Maxfield, S. (1997). Guardianes del crecimiento: la economía política internacional de la banca central en los países en desarrollo. Prensa de la Universidad de Princeton.
Painceira, J. P. (2021). Financiarización en economías emergentes: cambios en la banca central. Rutledge.
Moreno-Brid, J. C. (1998). México: crecimiento económico y restricción de la balanza de pagos. Comercio Exterior, 48(6), 398-406.
Noyola Vázquez, J. (1956). El desarrollo económico y la inflación en México y otros países latinoamericanos. Investigación económica, 16(4), 603-648.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Alto Nivel