Por: Carmen G. de la Cueva. 23/12/2021
Mis libros favoritos de 2021
Ocurre algo mágico y misterioso cuando leo y es que desaparezco. De repente, dejo mi existencia más o menos corriente de reciente madre separada que camina por un alambre entre el desasosiego y el goce y caigo por un agujero de tiempo en el que solo soy una mujer que lee. Ni siquiera eso. Soy alguien atrapada en la vida de alguien más, me desvanezco, soy otra. Leer es un maravilloso ejercicio que me lleva siempre a salir de mí misma y confrontarme con la vida de los otros. Hay en la lectura una necesidad de encontrar espejo e interlocución, que diría Carmen Martín Gaite, alguien, otra, que nos hable, nos guíe o que nos acompañe en la pérdida. En el artículo “Los malos espejos”, Martín Gaite se pregunta a quién no le ha agobiado alguna vez su propia biografía, quién no ha sentido el deseo de quitarse de encima el personaje que la vida le lleva a encarnar. Algo así he sentido yo este año, muchos días no podía soltarme de mí misma y he buscado en los libros ese diálogo de importancia vital para mi propia supervivencia. Chantal Maillard, por ejemplo, me ha acompañado muchas tardes de este último invierno. En La arena entre los dedos, un libro publicado a finales de 2020, la autora reúne en un solo volumen sus diarios. Es un libro inmenso, infinito. Como decía, la voz de Maillard me hizo compañía en las cortas tardes de enero y febrero, unos meses que recuerdo bastante oscuros, de miedo y ansiedad. Me acuerdo de ella ahora que hay algo más de luz y de aquello que dice de que la vida es poca cosa, y que, entre la vida y la muerte, hay tan solo unas pocas palabras. Pero ¿y si esas palabras tuvieran el poder de salvarnos? ¿Y si esas palabras consiguieran calmar el miedo? Escribir como método, dice Maillard. Y leer también como método, propongo yo.
Leer, por ejemplo, una novela publicada también en 2020 que me resistí a leer y que, finalmente, devoré en un par de días en las siestas de mi hijo: Poeta chileno de Alejandro Zambra. A mí de Zambra me gusta todo: sus novelas, sus artículos, sus reflexiones y hasta su voz (ahora se puede poner una mientras camina el poeta chileno en audiolibro leído por el propio Zambra), pero esta novela es una delicia que te acompaña y de la que pareces formar parte. Es un libro sobre la familia, sobre todos los tipos de familia que pueda haber, también es un libro sobre las ilusiones, y los sueños, los distintos amores posibles y sobre la poesía. Conmigo llevo todavía las voces de Gonzalo y Vicente, de Carla, sus vidas y sus historias como si fueran propias.
Hay dos ensayos que he leído y subrayado casi línea a línea: Frágiles de Remedios Zafra y Tiempo de cuidados de Victoria Camps
Este año he leído mucha poesía por eso de que la poesía la salva a una casi siempre. He leído mucho Lorca, mucha Peri Rossi, y he leído y releído hasta sabérmelos de memoria algunos poemas de dos libros que, para mí, son de lo mejor de este año: Sumergirse en el naufragio de Adrienne Rich y Mi paese salvaje de Ángela Segovia. Que se esté reeditando a Rich es toda una celebración, además, Patricia Gonzalo de Jesús traduce por primera vez para Sexto Piso algunos de los libros más importantes y decisivos en su obra. Rich es una maestra, una sabia, una lúcida escritora que, aunque desaparecida ya, ahora que empezamos a leerla en España, no dejará de enseñarnos nunca.
Me gusta especialmente el último libro de Segovia porque habla de lo pequeño, de lo cotidiano, del vaso de agua que esconde un poema. “Yo quería aprenderlo / todo / para poder escribirlo / y de nuevo otra vez / el hueso / me anudaba la garganta”. Hay algo en este libro de revelación, de paseo por el monte, de raíces y de infancia. Poemas que son como una ventana abierta a mediodía una tarde de mayo, llenos de luz y de trinar de pájaros.
Hay dos ensayos que he leído y subrayado casi línea a línea y a los que vuelvo con frecuencia: Frágiles de Remedios Zafra y Tiempo de cuidados de Victoria Camps. Ambos son libros que ponen en el centro del debate una manera distinta de habitar este mundo. Por un lado, Zafra reflexiona sobre la ansiedad y la precariedad en las profesiones creativas, tema que ya trató en su anterior libro, El entusiasmo (Anagrama, 2017). Parar, detenerse cuando todo parece ir cada vez más deprisa se convierte en un imperativo para una porque, si no, ¿qué vida nos espera?, ¿qué tormentos laborales y cuántas comidas delante de una pantalla que refleja el mundo y nuestra desesperación colectiva? Es en la fragilidad, reflexiona Zafra, donde una se da cuenta de la necesidad que tenemos de las manos y la espalda de los otros. Ambas autoras proponen situar los cuidados en el centro de las vidas y de la política, dejar atrás esa idea de que somos mejores cuanto más autónomos somos como si reconocer la dependencia y la fragilidad fueran algo indigno. Y esa idea hila con “la ética del cuidado” en la que profundiza Camps en su libro cuando dice que hay que entender la dependencia como un valor que mejora la sociedad: “Ha bastado un virus desconocido para reconocer sin paliativos que nuestra existencia pende de un hilo, que somos vulnerables y dependemos unos de otros”.
Mi género favorito, sin duda, es el biográfico (memorias, autobiografías, autoficciones, novelas de vida), y este año he vivido unas cuantas vidas. He vivido con una Rebecca Solnit veinteañera en un apartamento de San Francisco y he escrito con ella, a su lado en un pequeño escritorio de madera blanco lleno de cajoncitos. He pasado su mismo miedo y he recorrido las calles de una ciudad que no duerme con las manos agarrando las llaves y la mirada en el suelo. He caminado con ella y he sentido ese mismo impulso de ir a algún sitio, el que fuera, la necesidad de construir una vida, de cambiar, de transformarme. También he vivido inmensos momentos de soledad con May Sarton en Nelson, New Hampshire, he sentido su rabia. Como ella, yo también me he preguntado muchas veces si puedo “aprender a controlar el resentimiento y la hostilidad, la ambivalencia que nace en algún lugar muy lejos del estado de consciencia”. La rabia y el dolor y el desasosiego también se pueden contar en un libro, tienen espacio en las memorias de Sarton y nos guían en este mundo cada vez más condicionado por el pensamiento positivo. Tantas veces les han dicho a las mujeres que escondieran su rabia y su dolor y su soledad que la autora les dedica un libro entero donde ahonda en ellas sin contemplaciones y le sirven a una de espejo.
Lo más hermoso que me ha pasado este año como lectora ha sido asomarme a la infancia y la juventud de una Carmen Laforet tan vital y entusiasta. Con El libro de Carmen Laforet que ha escrito su hijo, Agustín Cerezales, a medias con su madre, he asistido a esos momentos de goce de la escritora tantas veces ensombrecida por ese mito que la rodea en torno a su silencio como autora. Sabía muchas cosas de su vida por la biografía de Caballé y por los escritos de sus hijos, y por sus correspondencias con Elena Fortún y Ramón J. Sender, pero aquí me he encontrado a una Laforet distinta que me ha hechizado. La he llevado conmigo en cada paseo por Sevilla, en cada café y hasta me he aprendido de memoria el cuento de El medio pollito que Laforet escribió e ilustró para el hijo de unos amigos hispanistas estadounidenses. Un montón de noches hemos estado mi niño y yo viajando hasta el castillo del malvado rey que le robó la moneda al medio pollito.
La rabia y el dolor tienen espacio en las memorias de Sarton y nos guían en este mundo cada vez más condicionado por el pensamiento positivo
Hay un escritor del que podría leerme hasta la lista de la compra –además de las de Annie Ernaux–, y ese es Karl Ove Knausgård, del que, a finales de este año, se han publicado cuatro libros que son un cuarteto de estaciones: Otoño, Invierno, Primavera y Verano. Pocos autores se atreven a hacer literatura con lo pequeño y lo cotidiano, algo que siempre han hecho las autoras a lo largo de la historia, aunque el canon no haya querido tenerlas en cuenta. Y uno de ellos es Knausgård. Cuando mi hijo no había cumplido todavía un año de vida, empecé a enviarme mails con una amiga argentina que tenía una hija algo mayor que el mío y que había leído mucho, muchísimo sobre maternidad y crianza, no me refiero a manuales de crianza, sino a novelas, diarios, memorias que ponían en el centro los cuidados, lo pequeño. Y me habló de estos libros que Knausgård había dedicado a su hija, a hablarle del mundo a su hija antes de que naciera y me enviaba fragmentos traducidos del inglés porque ya se habían publicado en Estados Unidos por entonces. Ella los traducía para mí y yo me sentía menos sola gracias a sus cartas y a los fragmentos que leía de Knausgård mientras sostenía a mi hijo en los brazos y podía mirar el mundo de nuevo con otros ojos, con el asombro de un niño que está a punto de descubrirlo todo: “Cuando nació tu hermana mayor, Vanja, era de noche, y la oscuridad estaba llena de remolinos de nieve. Justo antes de que naciera, una de las comadronas tiró de mí, cógelo tú, dijo, y así lo hice, un bebé se deslizó entre mis manos, liso como una foca. Me sentía tan feliz que me eché a llorar (…) Quiero mostrarte el mundo que nos rodea tal y como es todo el tiempo. Solo al hacerlo consigo descubrirlo yo mismo”.
También hay veces en las que leer es un ejercicio arriesgado, meterse a solas en algunos libros entraña un terrible peligro y puede acabar destrozándonos. Hay tres libros este año que me han dejado una honda huella de tristeza: Yoga de Emmanuel Carrèrre, Trilogía de Copenhagen de Tove Ditlevsen, y Tienes que mirar de Ana Starobinets.
El libro más duro, más crudo que he leído este año es Tienes que mirar de Ana Starobinets, la crónica de cómo la autora supo que el hijo que llevaba en el vientre tenía una enfermedad y no sobreviviría y el posterior peregrinaje por las instituciones sanitarias rusas. Es este un libro sobre la maternidad, el dolor, el duelo por el hijo y sobre el trauma de una madre que no quiso ver a su hijo muerto. Y es también una denuncia del sistema sanitario ruso y de cómo la sociedad da la espalda de tantas maneras a las madres.
Quizá por la honestidad y la ausencia de artificio que hay en él, Yoga sea para mí el mejor libro de Carrèrre. Hay una falta total de pudor, es como si el autor hubiera hecho un viaje a los abismos y el abismo lo hubiera devuelto roto y transparente porque en estas páginas pueden verse todas sus grietas y vulnerabilidades. No es frecuente tampoco que los autores se muestren así de abiertos al mundo y hagan de su escritura un ejercicio de autoanálisis: quién soy yo, se pregunta Carrère, y por qué sigo vivo.
La novela de Mar Gómez me ha fascinado, es como un cuento de hadas contemporáneo contado, por primera vez, por su protagonista
A Tove Ditlevsen la leía hace un par de años cuando en el mundo anglosajón se publicaron los tres libritos que componen este volumen: Infancia, Juventud y Dependencia. En su momento, leí Infancia y me cautivó su voz, tan pura, tan distinta. Son estas unas memorias que se leen como una novela sobre cómo una niña quiere salir de su entorno, una niña que lee y que escribe y que quiere otra cosa de la vida más allá de lo que la espera. Y se engancha a un hombre y a otro y vive intensamente y duda muchísimo de sí misma y tiene uno, dos, tres hijos y el dolor y la dependencia emocional la hacen caer en una vorágine de adicciones que acaban destrozándola. Y en medio de todo ello, la necesidad de escribir, de crear y la dificultad de hacerlo siendo mujer. Las mejores memorias de este año y, sin duda, de las mejores que he leído. Ahora que la conozco, veo algo de Ginzburg en ella, algo de Laforet también, quizá porque fueron de la misma generación y nacieron antes, mucho antes de tiempo y retrataron en sus libros a unos personajes femeninos tan complejos, profundos y oscuros, tan creíbles. Por cierto, se publicó un librito de relatos de Natalia Ginzburg, otra delicia, que se llama Domingo y que tan solo por el relato “Verano” merece la pena llevárselo a casa y tenerlo siempre a mano. Una madre perdida en la ciudad que está muy sola y no sabe cómo salir de su depresión. Que ahora que lo pienso, me recordaba mucho la voz de esa madre de Ginzburg a la de Moderato Cantabile de Marguerite Duras, ambas contemporáneas también.
He leído muchas, muchísimas novelas este año (más abajo pongo la lista completa de mis preferidas), pero me quedo con tres que me han gustado especialmente: Encrucijadas de Jonathan Franzen, Segunda casa de Rachel Cusk, y Una pareja feliz de Mar Gómez Glez.
La novela de Mar Gómez me ha fascinado, es como un cuento de hadas contemporáneo contado, por primera vez, por su protagonista, una princesa encerrada en un castillo, o una mujer que se enamora y comienza a perderse en una relación de violencia, una violencia tan sutil y sibilina que pasa totalmente desapercibida. Hay novelas tan peligrosas como un espejo roto que te ofrecen una imagen de ti misma distorsionada y, aún así, verdadera.
A Jonathan Franzen lo leo desde que me topé con Ciudad Veintisiete en la biblioteca de la facultad y lo espero siempre con anhelo. Esta novela, como todas las buenas novelas de Franzen, habla de la familia. Me ha parecido la mejor del autor y, aunque la leí a finales de verano, sigo pensando en cada uno de los miembros de la familia Hildebrandt como si fueran de la propia, me pregunto qué harán, dónde estarán y espero el siguiente libro porque Franzen la ha concebido como la primera de una trilogía. Y eso me interesa porque su referencia es Elena Ferrante. En una entrevista dijo que, cuando pensaba en una trilogía, se consolaba con las novelas napolitanas de Elena Ferrante. “Ver a Ferrante escribir cuatro libros sobre dos mujeres, que realmente me llamó la atención, me mostró que se podía hacer”. No es frecuente que un escritor cite como referencia a una autora, aunque no sepamos quién está detrás del seudónimo; la tetralogía de Dos amigas de Ferrante es un ejemplo literario maravilloso de la vida de las mujeres del siglo XX. Me interesa también cómo en Encrucijadas desmonta el privilegio masculino y explora las contradicciones y rincones más oscuros del protagonista masculino, padre de familia y pastor. Esta novela es la más compleja de todas, la más profunda, con unos personajes muy bien definidos y creíbles y con un personaje femenino protagonista, Marion, la madre de familia, que está más allá de sus anteriores protagonistas femeninas: Enid Lambert en Las correcciones y Patty Berglund en Libertad. Franzen va quitando las capas de la vida de Marion una a una como si fueran las pieles de una cebolla. Una mujer que, en mitad de la vida, se despierta y se da cuenta de que es una madre de cuatro hijos con el corazón de una chica de veinte. Y va hacia atrás, tan atrás como puede para explicarnos cómo ha llegado a ser quien es.
Mi novela favorita de este año es Segunda casa de Rachel Cusk. Es este un libro, como casi todos los de Cusk, que tiene que ver con las escisiones en la identidad de una mujer que, además, es madre y escritora. Saqué el ejemplar de la biblioteca hace algún tiempo y, mientras nadie lo reclame, lo renuevo una y otra vez para releer algunos pasajes. La protagonista es una mujer de mediana edad que vive en unas marismas y tiene una segunda casita a la que invita a artistas con los que conversar e inspirarse. Hay tantas versiones de la misma mujer dentro de este libro –la madre joven que recorre París perdida sin atreverse a tomar las riendas de su vida, la mujer adulta que se deja llevar a un confín del mundo y que no sabe cómo ser feliz, la mujer que comienza a envejecer y a pensar, por primera vez en mucho tiempo, en su cuerpo como lugar de deseo–, que es difícil no reconocerse en alguna de ellas. También es un libro sobre lo difícil que es para nosotras, tantas veces, reclamar un lugar en el mundo, no pedir perdón ni permiso, ocuparse de una y dejar de cuidar. “Hayun montón de mujeres vagando por ahí”, explica Cusk en una entrevista, “sintiendo que han perdido valor como objeto, con una especie de sentimiento de obsolescencia, mujeres que se preguntan: ¿Qué hago aquí? Pasas por esas décadas tan vitales en las que casi toda tu energía se va en cuidar de los hijos y cuando todo termina, es curioso cómo miras atrás y te produce cierto shock ver lo rápido que ha ocurrido todo, lo encadenada que estabas, lo muchísimo que has trabajado y cómo tu feminidad se ha evaporado. Sientes todo eso, pero no dices nada, no lo expresas”.
Decía Martín Gaite también que ya nadie se aventura a solas a nada porque la vida da cada día más miedo y que necesitamos guías, informes y resúmenes para viajar, sí, pero también para conocer a una persona y para leer un libro. Nunca me han gustado las listas y estoy totalmente en contra de hacerlas, pero pensé que tampoco hay tantas mujeres que lean hablando de libros escritos por otras mujeres en las columnas de los periódicos (pienso en Aloma Rodríguez –mención especial se merece su libro de cuentos Siempre quiero ser lo que no soy– o en Begoña Gómez Urzaiz) y que, de vez en cuando, solo de vez en cuando, está bien hacer una pequeña lista que sirva de guía más allá de los grandes medios y de los grandes suplementos donde se olvidan, a veces, de las editoriales pequeñas y de las autoras pequeñas con grandísimos libros.
Mis libros favoritos de 2021
Libros de 2020 que leí en 2021:
- Poeta chileno de Alejandro Zambra, Anagrama.
- Arena entre los dedos de Chantal Maillard, Pretextos.
Poemarios:
- Sumergirse en el naufragio de Adrienne Rich, traducción de Patricia Gonzalo de Jesús, Sexto Piso
- Mi paese salvaje de Ángela Segovia, La Uña Rota.
Ensayos:
- Frágiles de Remedios Zafra, Anagrama.
- Tiempo de cuidados de Victoria Camps, Arpa.
Memorias, recuerdos y momentos de inesperada felicidad lectora:
- Cuentas pendientes de Vivian Gornick, traducción de Julia Osuna Aguilar, Sexto Piso.
- Recuerdos de mi inexistencia de Rebecca Solnit, traducción de Antonia Martín, Lumen.
- Diario de una soledad de May Sarton, traducción de Blanca Gago, Gallonero.
- El cuarteto de las estaciones (Otoño, Inivierno, Primavera y Verano) de Karl Ove Knausgård, traducción de Kirsti Baggethum y Asunción Lorenzo, Anagrama.
- El libro de Carmen Laforet de Carmen Laforet y Agustín Cerezales, Destino.
- Trilogía de Copenhagen de Tove Ditlevsen, traducción de Blanca Ortiz Ostalé, Seix Barral.
- Tienes que mirar de Ana Starobinets, traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado, Impedimenta.
Ficción extranjera:
- Encrucijadas de Jonathan Franzen, traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, Salamandra.
- Yoga de Emmanuel Carrèrre, traducción de Jaime Zulaika, Anagrama.
- Dónde estás mundo bello de Sally Rooney, traducción de Inga Pellisa, Literatura Random House.
- Segunda casa de Rachel Cusk, traducción de Catalina Martínez Muñoz, Libros del Asteroide.
- Domingo de Natalia Ginzburg, traducción de Andrés Barba, Acantilado.
Ficción en español:
- Una pareja feliz de Mar Gómez Glez, Tres hermanas.
- Hermana (Placer) de María Folguera, Alianza.
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Fotografía: CTXT