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La religión como arma en la política brasileña

por RedaccionA febrero 13, 2025
febrero 13, 2025
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Por: Ana Carolina Evangelista. 13/02/2025

En un Brasil polarizado, la extrema derecha capitaliza la religión para consolidar tanto agendas ultraconservadoras como vínculos simbólicos con las masas.


La religión parece brotar de la tierra cada vez que se analiza hoy la política en Brasil, y no sólo en Brasil. Ya sea durante procesos electorales o en los pasillos de los poderes Ejecutivo y Legislativo, no pasa un día sin que hablemos de cómo va la intención de voto del segmento evangélico, o sobre el posicionamiento del diputado a, b, c… que ha manifestado cado sus referencias religiosas para justificar su voto o su nuevo proyecto de ley, y las repercusiones que esto tendría en el Gobierno. Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué vemos más religión en la política? ¿Siempre estuvo ahí y simplemente no le prestábamos atención? ¿Por qué ya no es posible hablar de elecciones y política sin que haya un poco de religión queriendo hacer acto de presencia?

¿Y será que todo tiene realmente que ver con religión? Yo diría que no. Si extrapolamos al contexto brasileño una reciente investigación publicada en Estados Unidos, quizás más personas empiecen a preguntarse si efectivamente estamos hablando de una invasión indiscriminada de la religión en la política o si más bien estamos presenciando una incorporación sistemática, radicalizada e instrumental de la religión por uno de los polos político-ideológicos. La segunda opción parece más acertada.

La grieta religiosa

El Pew Research Center entrevistó a unos 12.600 adultos en febrero de 2024 y constató que la gran mayoría de los adultos estadounidenses está de acuerdo en que la influencia de la religión en la vida pública está disminuyendo: un 80% de ellos, el porcentaje más alto registrado por el instituto en sus encuestas. Sin embargo, la mitad considera esto algo negativo. Pero, ¿qué mitad? Hay diferencias importantes entre republicanos y demócratas, entre evangélicos y católicos, entre adultos mayores y jóvenes adultos.

Entre los republicanos, el 68% considera que la disminución de la influencia de la religión en la sociedad es algo malo, frente apenas el 33% entre los demócratas. La misma investigación indica que la mayoría apoya el principio de separación entre Iglesia y Estado, y pocos creen que el Gobierno Federal deba declarar el cristianismo como la religión oficial del país. No obstante, hay una aparente división entre quienes están a favor y en contra de que el Gobierno promueva los valores morales cristianos: un 44% contra un 39%. No todo tiene que ver con la religión, pero sí mucho con la polarización.

Los jóvenes adultos son más propensos que los mayores a decir que el Gobierno no debería declarar al cristianismo como religión oficial ni promover los valores morales cristianos. Asimismo, son los más jóvenes quienes rechazan con mayor vehemencia la idea de que la disminución de la influencia de la religión en la vida pública es algo negativo. También crece el sentimiento de que las propias creencias religiosas de las personas entran en conflicto con la sociedad en la que viven y que es mejor no discutir las diferencias religiosas.

En general, hay señales generalizadas de incomodidad con la trayectoria de la religión en la vida estadounidense. Descontento no exclusivo a los estadounidenses religiosos. Al contrario, tanto religiosos como no religiosos afirman sentir que sus creencias los enfrentan con la cultura dominante, las personas a su alrededor y el otro extremo del espectro político.

La población está dividida casi a partes iguales. La mayoría demócrata (72%) y sin afiliación religiosa (72%) afirma que los cristianos conservadores han ido demasiado lejos al tratar de promover sus valores religiosos en el Gobierno y las escuelas públicas. Por su parte, la mayoría de los republicanos (76%) y cristianos (63%) afirman que los liberales seculares han ido demasiado lejos al tratar de mantener los valores religiosos fuera de estas instituciones. Para los cristianos la política está “demasiado secularizada” (63%) y para los no religiosos la política está “demasiado religiosa” (73%). Los polos también están atrapados en sus propias burbujas.

Alianza religioso-conservadora

Quizá podamos extrapolar a Brasil parte de esta reflexión sobre el papel real de la religión en la polarización política. ¿Para qué sirve todo esto? ¿Quién está utilizando a quién?

Hoy, son las fuerzas de extrema derecha las que más movilizan la religión al abordar los desafíos cotidianos y concretos de las personas en medio de la crisis social, económica, política y de seguridad pública. En este contexto, los políticos, religiosos o no, utilizan lo religioso y sus formas contemporáneas más individualistas y dogmáticas como una forma de presentar alternativas que prometen volver al orden, la previsibilidad, la seguridad y la unidad. En la política brasileña actual, la religión es un recurso discursivo de pertenencia y recuperación del orden utilizado por los ultraconservadores, o neoconservadores, para hacer avanzar sus agendas en los espacios institucionales. No se trata únicamente de ciertos grupos religiosos que buscan imponer su moral mediante políticas de Estado, sino también de nuevas facetas del conservadurismo que emplean la religión para entablar vínculos simbólicos y afectivos con las personas. Esta construcción hace prácticamente imposible disociar la moral religiosa, las agendas políticas, las demandas sociales y los dilemas personales.

La presencia de líderes religiosos en el espacio público y en la política tiene una enorme influencia en moldear este escenario. En el Brasil actual, las figuras religiosas con más fuerza política y voz pública son cristianas y ultraconservadoras. Es un movimiento doble: el político utiliza lo religioso para comunicar mejor y ampliar sus bases, mientras que los líderes religiosos, en su mayoría evangélicos, aprovechan el espacio de la política institucional para imponer la moral de su segmento específico como agenda general.

Recién a partir de 2010 las encuestas de opinión e intención de voto en Brasil comenzaron a destacar las divisiones en cuanto a identidad y pertenencia religiosa. Antes no era un tema para comprender el perfil del votante, pero ese año explotó el debate sobre el aborto y se convirtió en el tema central de las elecciones presidenciales. Desde entonces, y sólo desde entonces, los institutos de investigación de opinión comenzaron a resaltar la religión en sus análisis.

Nada de esto ocurrió por casualidad. Fue el período de reacciones al III Programa Nacional de Derechos Humanos (PNDH-3), presentado durante el segundo gobierno de Lula. Reacciones que llevaron a una articulación sin precedentes entre católicos y evangélicos en el Congreso Nacional en “defensa de la familia”, con el foco principal en combatir la despenalización del aborto y el reconocimiento de los derechos de la población LGBTQIA+. Estos temas comenzaron a dominar las disputas electorales y hasta hoy no han salido del debate público y la agenda central del activismo político de los grupos religiosos.

La alianza entre parlamentarios ultraconservadores religiosos y no religiosos se expandió hacia otras áreas, como la educación y la seguridad pública, formando una especie de nueva “agenda religioso-conservadora” más radicalizada que se convertiría en un pilar del bolsonarismo en la política brasileña contemporánea.

El desplazamiento, por lo tanto, de una parte significativa del electorado hacia la extrema derecha ya se había observado en elecciones anteriores, pero se profundizó con la elección de Jair Bolsonaro. Fue el fortalecimiento de una posible “versión brasileña de la derecha cristiana”, un factor importante en la radicalización política de uno de los polos ideológicos, con un carácter más intolerante, excluyente y que busca imponer su moral a toda la sociedad.

Al igual que en Estados Unidos, más que un problema de polarización, nos enfrentamos a un uso fundamentalista, providencial y peligroso de la religión como arma política. Y este uso lo realiza una extrema derecha que se aferra a la Biblia, al ultraconservadurismo y a una forma específica de cristianismo para demonizar al otro, al diferente.

Pero, ¿cuáles son los matices del campo religioso cristiano en Brasil y qué explica el crecimiento de la participación política de los evangélicos? En los 90, cuando comenzó el crecimiento acelerado de la población evangélica en el país, el Instituto de Estudios de la Religión llevó a cabo la investigación “Nuevo Nacimiento – Los Evangélicos en Casa, en la Iglesia y en la Política”, una especie de “censo” evangélico. El estudio ya mostraba que la política estaba muy presente en los templos religiosos y que esto marcaba una diferencia en la vida de las personas. El aumento de las iglesias evangélicas ocurría principalmente en las periferias urbanas y se mezclaba con la modernización autoritaria de las décadas del régimen militar.

Pero fue después de la Asamblea Constituyente de 1986 cuando el mundo institucional evangélico comenzó a organizarse de manera más explícita y sistemática para elegir a sus representantes. Una de las razones fue la reacción al avance de las agendas progresistas, en clave más moral, pero fue sobre todo una respuesta a un posible crecimiento de la influencia de la Iglesia Católica en la dirección del Estado brasileño y en la formulación de la nueva Constitución de 1988. Esto contribuyó a un giro en el involucramiento del campo evangélico en la política electoral e institucional.

Al mismo tiempo, el campo evangélico ya estaba creciendo en términos de afiliación religiosa en la sociedad y buscaba un espacio más legítimo en la política, como cualquier otro segmento. Sin embargo, la cuestión central que comenzó a agudizarse desde 2010 en adelante fue el uso de la fe como herramienta política para promover agendas específicas, más corporativistas para ciertos grupos, menos universalistas y más excluyentes. Los intermediarios de la fe comenzaron a utilizar la narrativa de que todas las crisis que las personas enfrentan –económicas, de inseguridad urbana, de falta de perspectiva de futuro– tienen un responsable: la izquierda y los gobiernos progresistas.  Esta acusación ha ejercido una importante influencia en la interpretación política y en el voto de quienes asisten con mayor frecuencia a templos religiosos, especialmente evangélicos.

Pero siempre vale la pena señalar que los evangélicos no son un bloque homogéneo. Existe diversidad y movimientos dentro del propio campo que reaccionan a esta lógica. Tampoco significa que lo que dice el líder religioso se traduzca automáticamente en las acciones del fiel. Las personas interpretan desde sus deseos, miedos y sueños. Más allá de las vivencias en la iglesia, las experiencias cotidianas actúan como un referente en sus posicionamientos, percepciones y definición de voto.

A pesar de todo este escenario de mayor radicalización de la política basada en el uso de la religión por parte del campo ultraconservador, es importante no considerar la religión como el único marcador social que constituye la identidad de las personas.

Ana Carolina Evangelista es politóloga, directora e investigadora del Instituto de Estudios de la Religión (ISER) en Río de Janeiro. Algunas de las reflexiones presentadas en este artículo se publicaron anteriormente en Canal Meio en junio de 2024.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Rebelión. Le Monde Diplomatique [Imagen: Jair Bolsonaro con el pastor evangélico Silas Malafaia durante un culto en la iglesia evangélica Asamblea de Dios en Río de Janeiro en 2022, cuando era presidente de la República. Créditos: Alexandre Cassiano/EFE]

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