Por: Piedad Bonnett. 09/05/2022
Para la “izquierda jurásica”, como la llama Sergio Ramírez, la invasión rusa a Ucrania, a pesar de la contundencia de las imágenes de destrucción y muerte, no debe llamarse ni siquiera guerra o invasión; para ellos, sólo se trata de un “conflicto geopolítico” creado por el deseo expansionista de la OTAN. Rusia, según ellos, lo que quiere es “ganar seguridad”. La versión contraria, la que prevalece entre los analistas, la sintetiza el historiador y sociólogo chileno Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg: estamos ante el “delirio imperialista” de Rusia, ante el “proyecto de expansión geográfica y política” de un régimen totalitario. “La guerra de Putin —escribe Mires— es contra Occidente, lo ha dicho él mismo”.
Una tercera versión me ha llamado la atención: la del filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi, expuesta en “Desertad”, un artículo complejo y provocador, publicado en CTXT. Allí enuncia: “Parece que hoy está prohibido pensar. Hay que tomar posición, hay una guerra de agresión desatada por la Rusia stalino-zarista y hay una resistencia que involucra a la mayoría del pueblo ucraniano. Lo sé y parece innegable”. Acto seguido se remite al contexto histórico, “desde la hambruna que mató a millones de ucranianos en los años de Stalin, hasta el apoyo que la mayoría de los ucranianos dieron a Hitler durante la guerra, desde la eliminación de 1,2 millones de judíos por las SS ucranianas, hasta la política de expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia”, no sin antes preguntar: “¿Se me permite estudiar historia, se me permite comprender?”.
Berardi no defiende a Rusia. No. Lo que afirma, después de expresar su rechazo al globalismo capitalista y al nacionalismo soberano, ese “monstruo bicéfalo”, es que esta guerra no es de Rusia contra Occidente, sino “una guerra de exterminio en Occidente”. ¿Cómo lo explica? Sosteniendo que Rusia también pertenece, aunque no lo parezca ni lo acepte, “al mundo cristiano, blanco, imperialista”, a la civilización en declive a la que sólo le interesa la expansión a cualquier precio. “Esta es una guerra dentro de la raza carnívora que no se resigna a desaparecer (…) —escribe Berardi—. Aquí estamos en el último acto de la civilización blanca, rusa, europea, americana: la destrucción de la civilización”.
Con voz indignada, Berardi enuncia uno a uno los males de esta época, desde la precarización de los trabajadores hasta la crisis de la libertad y la democracia, pasando por el culto a la nación y la raza que revive perversamente hoy en todo el mundo. Es muy fácil, dice, azuzar a Ucrania “desde las gradas” y agitando pañuelos, mientras mueren miles de veinteañeros rusos y ucranianos “por la locura criminal de Putin”. Con una posibilidad, además: “Que el espectáculo pueda extenderse a la audiencia, involucrar al público y aplastar lo poco que queda de la vida civil”.
La pregunta implícita es: ¿por cuál “civilización” están muriendo estos jóvenes? Lean “Desertad” y su dolorosa conclusión: “Mi amistad va para todos los que desertan. A los que desertan de la patria y de la guerra, (…) del trabajo asalariado, (…) de la procreación, (…) de la participación política”.
Quizá detrás de su tono apocalíptico se oculte el poder de la profecía.
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Fotografía: El espectador