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La impotencia ciudadana

por La Redacción julio 24, 2017
julio 24, 2017
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Por: Alejandro Saldaña Rosas. Rompeviento. 24/07/2017

La impotencia atenaza la vida de millones de mexicanos y mexicanas. Ante el horror cotidiano que nos asalta no queda más que levantar los hombros, tragar profundo, quizás mentar madres a gritos o a susurros, bajar la frente y seguir cada quien intentando hacer lo suyo. La impotencia no surge en abstracto, sino por causas bien definidas que tienen culpables perfectamente claros tras de sí: antier 49 niñas y niños muertos en un incendio provocado (y varias decenas más con lesiones de por vida), ayer 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, hoy un socavón que se traga a padre e hijo, hace un momento una estudiante decapitada, en este instante decenas de mujeres que son desaparecidas y muchas de ellas violadas y asesinadas, desde siempre la delincuencia organizada operando en el gobierno: roba, despoja, asesina, miente. La lista de agravios es infinita y quizás lo peor sea que los responsables y culpables son de sobra conocidos, identificados, señalados, incluso se les ha abierto proceso judicial y sin embargo, no pasa nada: la impunidad sigue tan oronda como siempre.

          No pasa nada y por lo mismo la impotencia crece, echa raíces, se hace hueso, se hace agua de uso. Nacemos, crecemos y morimos en la misma nata de impotencia ciudadana que padecieron nuestros padres, nuestros abuelos. Ellos también tienen registro de que las investigaciones que van “hasta el fondo”, “con toda la fuerza del estado”, “caiga quien caiga” y “hasta las últimas consecuencias” han terminado, las más de las veces, ahogadas en expedientes de miles de fojas que conducen a ninguna parte y si acaso, con algunos culpables menores y varios inocentes detenidos.

          La impotencia nos ha ido convirtiendo en ciudadanos eunucos, para beneplácito y solaz divertimento de los potentados (con y sin pedigrí) que dicen llevar las riendas del país. Su errática conducción es evidente que nos empuja al despeñadero, lo cual los tiene sin cuidado toda vez que es precisamente de la debacle mexicana de donde obtienen ingentes y mal habidos recursos. De esta forma asistimos, impotentes, a la destrucción de nuestras montañas, de playas y desiertos, de ríos, manglares, selvas y súmele usted lo que quiera. La devastación ambiental de México es la otra cara de la profunda crisis de derechos humanos que padecemos. Una no puede explicarse sin la otra.

          Al menos como hipótesis es dable suponer que la impotencia política y económica (falta de empleo, bajos salarios, etc.) en tanto malestar social generalizado, repercute subjetivamente en mujeres y en hombres. Esto es, una condición de origen eminentemente social: la impotencia ciudadana que vivimos en México, podría estar en el fondo de sufrimientos experimentados en lo subjetivo como faltas propias, como carencias personales, como impotencia individual.

          Si la hipótesis tiene cierto grado de validez para los hombres tendría terribles consecuencias. País de por sí misógino con machos de falsetito a lo muy macho, la impotencia política y económica podría ser la puerta de entrada a una virilidad alicaída, a una imagen de sí francamente vapuleada, a la impotencia masculina que se rebela a través de la mirada desnudante del acosador, de la violencia primigenia del violador, del sadismo inherente al asesino. Vaya usted a saber. Lo cierto es que suponer que la impotencia ciudadana no tiene ninguna repercusión en la construcción de la subjetividad, me parece más grave que construir hipótesis en sentido inverso. Al menos, insisto, hay que indagar sobre el tema.

          La impotencia ciudadana es una serpiente que se muerde la cola: parece imposible librarse de ella. “No hay salida”, “siempre es lo mismo” o “todos los políticos son iguales” son expresiones nacidas en el corazón mismo de la impotencia. Imposible salir de la impotencia puesto que a pesar de que sobran razones y argumentos, no existe voluntad de poder para zafarse de ella. Porque se requiere voluntad de poder para construirse como ciudadano pleno de derechos que los ejerce cotidianamente en todos los ámbitos de la vida social e inclusive en el ámbito de lo privado.

          No hay ciudadano sin derechos, por lo que la impotencia ciudadana puede definirse como la incapacidad del sujeto por hacer valer sus derechos ante el Estado. Impotentes, no queda más que mirar de soslayo, agachar la cara y tragarse el miedo. Porque un ciudadano impotente es, en esencia, una persona atemorizada que quizás se hinche a fuerza de balandronadas y ridículos aspavientos. Por allí tal vez se explique que ladys y mirreyes pululen por doquier. Narquillos, curitas pederastas, empresarios de ocasión y políticos de rolex  están incluidos en la lista de mirreyes, faltaba más.

          Ciudadanos impotentes que a pesar del descojonamiento tenemos que seguir en lo que cada quién hace. Para tal suerte, hay que intentar salir a como dé lugar, aunque las salidas muchas veces sean completamente falsas.

          Identifico al menos cinco intentos de salida a la impotencia ciudadana:

1.     La salida hacia adentro. Posiblemente la más socorrida puesto que no implica mayor esfuerzo ni compromiso alguno: simplemente renuncio a la posibilidad de construirme como ciudadano y me encierro en el ámbito de lo privado para intentar hacer mi vida con los retazos que me quedan en tanto sujeto de derecho. Reducido a lo privado, mi inserción en la esfera de lo público está programa por los tiempos electorales cuando soy, así sea por efímeras semanas, interpelado como sujeto de derecho que tiene un poder que me es ajeno: el del voto. De ahí que las mascaradas electorales se reciclen sin que haya mayor oposición que la animada por la pérdida de algunas curules, presidencias que fueron escamoteadas por la violencia electoral propia de “nuestras instituciones”. Violencia electoral que opera con el beneplácito del INE, la FEPADE y los organismos electorales locales.

2.     La salida imaginaria. Masacrado día a día en mis derechos humanos (al trabajo, a la salud, a la educación, etc.), vulnerado por la precarización del trabajo, la escasez de oportunidades (y hasta por la mala suerte) y violentado sistemáticamente en mis derechos políticos cada vez que hay elecciones, a la impotencia ciudadana le hago frente en un terreno en el que siempre salgo vencedor: la imaginación. Emasculado de mis derechos que deberían construirme como ciudadano, opto por fugarme a una dimensión política imaginaria en la que la armonía social, el bienestar comunitario y la integración con el Cosmos me eleven del día a día (que eso sí, critico a rabiar), me excusen de mis obligaciones y me permitan mentar madres desde mi Nirvana de uso exclusivo, con aire acondicionado desde luego.

3.     La salida de religiosidad constitucional. Propuesta por las élites a través de sus funcionarios e intelectuales que pregonan que no hay más que hacer que insistir en la profundización de “nuestra democracia”, a través de la purificación de las instituciones mediante rituales sexenales. Al impotente ciudadano se le invita, o se le exige, un acto de fe: “hay que tener fe en la PGR” dijo Osorio Chong hace unos días. Es evidente que el Secretario de Gobernación no puede más que dirigirse a un país de eunucos políticos, para pedirles fe en lugar de entregarles cuentas de la ineficiencia absoluta del Estado mexicano. Y claro, por supuesto que hay personas que tienen fe en las instituciones, al amparo del mensaje divino plasmado en la Constitución: tened fe y moveréis los amparos.

4.     La salida institucional. Es una mezcla de todas las anteriores con un infaltable ingrediente: la emasculación debe cobijarse en el amplio alero de las instituciones, de preferencia matizadas de tres colores, pero igual funcionan las azules y las amarillas. Un sujeto que se sabe impotente en un sentido político se doblega para ocupar un espacio, ser alguien, en el escenario mismo de la política. Arribista, chapulín, convenenciero y esencialmente desgüevado, el sujeto (hombre o mujer) incapaz de construirse como ciudadano pleno de derechos, prefiere la acomodaticia opción de agarrar un hueso político. El que sea, a costa de lo que sea, sin importar el color, menos la ideología, los principios o los proyectos. Este impotente es especialmente dañino por cuanto se reproduce a mansalva con clones cada vez más estúpidos que el original.

5.     La salida colectiva. Sin duda la más arriesgada y la única que realmente apunta a superar el estado de impotencia. Se trata de ganar espacios a través de la organización (de eunucos rebeldes), la participación, la resistencia, la lucha. Además de la participación, sin duda trascendente, es necesario construir los esquemas de representación que mejor funcionen para la toma de decisiones colectivas, en beneficio común. Esto no es una salida imaginaria (bonita pero utópica), ni hacia adentro (individualista), tampoco apela a la fe en la institución ni a la sumisión. Es, simplemente, la única opción que tenemos: participar, discutir, disentir, emputarnos con nosotros mismos… y encontrar las vías de conciliación de nuestras diferencias. Esta vía, a mi entender la única que nos hará sujetos plenos de derechos, implica mucho más trabajo que las anteriores. Así ha sido siempre: la autonomía se conquista día a día. Construirnos como ciudadanos de derechos es una tarea permanente.

          Escribo estas líneas sin conocer el desenlace de la opera bufa montada en torno al esperpéntico personaje llamado Javier Duarte. Me consume la rabia, el coraje, el desaliento. No tengo confianza ni mucho menos fe en la PGR, ni en el gobierno de Veracruz. Me siento impotente, lo reconozco, y por eso escribí este texto. Aunque Javier “N” vaya a la cárcel durante ¿4, 5 años? los miles de muertos y de desaparecidos claman, desde las fosas clandestinas regadas en todo el estado, por justicia.

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Fotografía: zacatecas3.0

 

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