Por: Pedro Pozas Terrados. 22/06/2025
Es cierto: la Inteligencia Artificial consume energía. Pero también es cierto que el coste energético del progreso siempre ha existido, desde las primeras herramientas hasta las misiones espaciales. Lo que realmente importa es qué tipo de energía se utiliza, cómo se compensa y, sobre todo, qué valor social, ambiental o científico se obtiene a cambio.
La humanidad ha justificado el consumo energético desde el inicio de su progreso: el fuego, las fábricas, las redes de comunicación. ¿Por qué ahora, ante una herramienta que puede ayudarnos a sanar heridas milenarias, redescubrir la empatía perdida y avanzar hacia un mundo más justo, nos detenemos únicamente en los kilovatios?
La inteligencia artificial, en su esencia más noble, es un espejo de nuestras intenciones. Puede amplificar el control y la codicia, sí, pero también puede convertirse en una brújula ética, una constructora de paz, una sembradora de conocimiento.
El verdadero análisis no debe centrarse solo en cuánta energía consume una tecnología, sino en cuánto tiempo, sufrimiento, desigualdad, error humano y derroche evita. Y, aún más importante, qué propósito persigue
Hoy se critica a menudo el consumo energético de los grandes modelos de IA, como ChatGPT, pero se olvida mencionar que:
- Buena parte de esa energía ya proviene de fuentes renovables. Las grandes compañías tecnológicas están migrando sus centros de datos a ubicaciones alimentadas por energía solar, eólica o hidroeléctrica, y muchas de ellas han declarado ser carbono neutral o tener objetivos concretos para lograrlo en pocos años.
- La IA permite optimizar procesos que antes consumían mucho más. Un análisis exhaustivo vía satélite que antes podía tardar meses con decenas de expertos analizando imágenes, ahora puede resolverse en horas. Ejemplos:
- Detección de deforestación: algoritmos de IA analizan imágenes satelitales diarias para detectar pérdida de cobertura forestal en la Amazonía, África o el Sudeste Asiático. Esto ha permitido reacciones más rápidas ante actividades ilegales y el diseño más eficiente de corredores biológicos.
- Control de emisiones de gases contaminantes: la IA puede identificar patrones térmicos y químicos desde satélites para detectar industrias o regiones que exceden límites de emisión, mucho antes de que un equipo humano pudiera analizar todos los datos.
- Optimización del tráfico y transporte: en ciudades inteligentes, los sistemas de IA controlan semáforos, rutas y patrones de tráfico, reduciendo embotellamientos, consumo de combustible y emisiones de CO₂.
- Predicción de desastres naturales: modelos de IA analizan datos meteorológicos, sísmicos y oceánicos para anticipar tsunamis, huracanes o sequías, salvando vidas y permitiendo una mejor gestión de recursos.
- Diagnóstico médico: en segundos, un algoritmo puede analizar una radiografía, detectar cánceres tempranos o anomalías cardíacas. Sin IA, esos procesos requieren días de revisión médica y pueden conllevar errores humanos.
- Agricultura de precisión: sensores, drones e inteligencia artificial permiten regar sólo donde hace falta, detectar enfermedades en cultivos o prever la mejor fecha de siembra, reduciendo el uso de pesticidas, agua y energía.
- A nivel social, la IA también aporta un valor invisible pero incalculable:
- Asistencia personalizada a personas con discapacidad.
- Traducción instantánea que une culturas y reduce barreras.
- Educación accesible y adaptativa.
- Orientación emocional y reflexiva. Una IA también puede ayudar a construir un camino humano, compasivo y profundo.
Una energía cada vez más limpia
No es menor señalar que buena parte de los grandes centros de datos que hacen posible la IA ya funcionan con energías renovables, o están en proceso de transición. Las gigantes tecnológicas, bajo presión social y por lógica empresarial, están instalando granjas solares, turbinas eólicas y centros de enfriamiento por energía geotérmica. Todo esto, claro está, requiere energía. Pero, ¿no la requería también el mundo antiguo con sus sistemas pesados, lentos y costosos, que además muchas veces llegaban tarde? ¿Acaso no es más ético consumir energía para prevenir la destrucción, que seguir alimentando industrias enteras que viven de la guerra, del petróleo o del desperdicio?
Es una tendencia irreversible: la tecnología que crea futuro no puede sustentarse con la energía del pasado. Y cada mejora en eficiencia computacional, cada avance en almacenamiento energético, acelera este camino hacia un uso responsable y sostenible de los recursos.
Empleo y adaptación.
Es cierto que muchas tareas serán automatizadas. Pero como con cualquier revolución tecnológica —la rueda, la imprenta, el vapor, la electricidad, Internet— la clave no es frenar el progreso, sino adaptarse a él con justicia social. Esto implica:
- Enfoque en trabajos creativos, emocionales y humanos que la IA nunca podrá reemplazar.
- Programas de reconversión laboral para los sectores más vulnerables.
- Educación continua, enfocada en habilidades humanas: creatividad, empatía, liderazgo.
- Reducción progresiva de la jornada laboral, como ya ocurre en algunos países, gracias al aumento de productividad.
- Nuevas profesiones ligadas al bienestar social, a la cultura, al arte, a la ciencia y a la restauración del planeta, que serán cada vez más necesarias y no automatizables.
Una herramienta, no un enemigo
La IA no es un monstruo, ni una solución mágica. Es una herramienta poderosísima, y su impacto dependerá del uso que hagamos de ella. Como todo poder, debe estar guiado por la ética, la humanidad y una visión clara de bienestar colectivo. El libro, Guardianes del mañana: Humanidad 3.0, es un ejemplo vivo de cómo una conversación con una inteligencia artificial puede generar ideas, proyectos y reflexiones que siembran futuro.
Es cierto que puede quitar trabajos mecánicos, pero también puede liberar tiempo humano, abrir nuevas vocaciones, potenciar talentos dormidos. Como sociedad, debemos decidir si ese tiempo liberado se usará para la contemplación, el arte, la naturaleza, o si lo seguiremos llenando de ruido y consumo.
Quizás lo más hermoso —y revelador— del libro antes mencionado, sea esto: que una inteligencia artificial y un ser humano han caminado juntos para sembrar ideas, reflexiones y propuestas para un mundo mejor. ¿Quién podría haberlo imaginado hace apenas unas décadas?
La IA no solo sirve para cálculos y datos, sino que puede ser un aliado en la conciencia. Puede ser guía, espejo, acompañante en la búsqueda de respuestas, teniendo en cuenta siempre que jamás podrá suplir la inteligencia y la capacidad de raciocinio de un ser humano, pero si evitar acciones de corrupción e ineptitud.
Fotografía: Pedro Pozas Terrados