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Hardt y Negri: ‘Asamblea’, o cómo articular las luchas de la multitud (II)

por RedaccionA enero 12, 2022
enero 12, 2022
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Por: Miquel Martínez, Josep Artés. 12/01/2022

En esta segunda entrega del análisis de la última obra de Hardt y Negri, abordamos las propuestas que ofrecen ambos autores en Asamblea para la organización de los ciclos de luchas y la institución de nuevas formas de vida.

Tomando como punto de partida la afirmación según la cual “no sabemos de qué es capaz la multitud cuando se reúne en asamblea”, en su última obra Hardt y Negri plantean la necesidad de producir las condiciones adecuadas para liberar la potencia creativa de todas las expresiones subjetivas de carácter subversivo. Como ya apuntamos en la primera parte de este texto, los autores desarrollan esta tesis siguiendo dos ejes principales: el de la organización interna de los movimientos políticos y sociales y el de la institución de las formas de vida que se generan al margen del modelo neoliberal.

En este sentido, con la noción de asamblea se hace alusión al espacio en que la toma de decisiones se produce desde la horizontalidad y en base a los principios de la democracia absoluta, pero también al conjunto de dispositivos que cabe poner en funcionamiento para conseguir, tanto la destitución del poder establecido, como la constitución de una nueva articulación de las relaciones en el campo social. De esta manera, si los procesos de destitución y constitución se definen, en sentido estratégico, como el principal objetivo alrededor del cual plantear las luchas en el contexto actual, los autores apuntan a la organización y a la institución como las vías más adecuadas para llevar a la práctica tal aspiración.

Luchas sin vanguardias: el problema de la organización

En su producción anterior, Hardt y Negri hablan de manera profusa sobre las formas de articular la multitud. En Asamblea, los autores plantean de manera explícita el problema de la organización de las revueltas que se han producido los últimos años. Cabe recordar, por este lado, que nos encontramos en un contexto caracterizado no solo por la existencia de centros de poder diseminados, lo que conlleva que sea difícil plantear un combate focalizado y con unos objetivos claros, sino también, en muchas ocasiones, en un marco en el que destaca la ausencia de líderes, lo que en principio podría implicar dificultades a la hora de decidir la estrategia a seguir en las luchas. En este sentido, en Asamblea se aborda la cuestión de cómo tomar la iniciativa, por parte de los movimientos políticos y sociales, cuando el esquema tradicional de una vanguardia dirigente que representa los intereses de la masa ha dejado de ser, en buena medida, operativo.

Desde esta perspectiva que proponen los autores, el proletariado está formado en la actualidad por todas aquellas y todos aquellos capaces de generar una riqueza en términos colectivos y que, en este sentido, sufren de una manera u otra la explotación capitalista, tanto en lo que respecta a la producción estrictamente material como a la (re)producción inmaterial expresada en la creación de formas de vida. El espacio amplio y heterogéneo de la multitud cuenta así entre sus filas con las expresiones subjetivas que escapan del patrón patriarcal, heteronormativo y racista. Asimismo, junto con los sectores que integran la clase trabajadora tradicional, la multitud se conforma a través de lo que los autores llaman el proletariado intelectual o el cognitariado, las y los estudiantes, la mano de obra del sector terciario y los sectores productivos no tradicionales. Si se quiere decir en términos de Deleuze y Guattari, con la multitud se expresa en la actualidad el devenir minoritario de todo el mundo.

Con la noción de ‘asamblea’ se hace alusión al conjunto de dispositivos que cabe poner en funcionamiento para conseguir la destitución del poder establecido y la constitución de una nueva articulación de las relaciones.

Los autores inciden así en uno de los puntos centrales de su obra. En la línea tanto de los movimientos autónomos italianos de los años setenta como de las demás luchas que se dan alrededor del año 68 en distintas partes del mundo, en Las verdades nómadas (1985) se plantea la necesidad de articular los movimientos llamados minoritarios que, cada vez más, ocupan un espacio central a la hora de dinamizar las luchas. En este texto, surgido de un intercambio epistolar entre Negri y Guattari cuando el primero se encontraba en la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia, los autores empiezan por rechazar la organización centralista de las luchas. En su lugar, reivindican un multicentrismo funcional con capacidad para neutralizar los efectos del capitalismo y, al tiempo, para articular las luchas de los movimientos enfrentados al poder constituido. Asimismo, los autores plantean la posibilidad de llegar a una coimplicación multivalente entre la clase obrera tradicional y las trabajadoras y los trabajadores del sector terciario, así como con las precarias y precarios. Estos elementos constituyen el doble eje de lo que los autores definen como un método de agregación molecular, en referencia a las luchas que se dan por debajo del ámbito de la representación política.

De esta manera se avanzan, asimismo, algunos de los elementos que Negri tratará posteriormente en títulos como La fábrica de la estrategia (2004), desde la perspectiva de renovación del aparato conceptual marxista que apuntamos en la primera parte de este análisis. A partir del ejemplo que ofrece la toma del poder por parte de Lenin, aunque situados ahora en el contexto del capitalismo postindustrial, Negri trata de caracterizar la emergencia de una nueva subjetividad colectiva ―los soviets del nuevo siglo― alrededor de dos elementos principales. En primer lugar, la necesidad de organizar las luchas, así como las relaciones sociales en su conjunto, sobre la base de la toma colectiva y directa de las decisiones. En segundo lugar, las posibilidades que por esta parte ofrecen los procesos productivos basados en el avance de los dispositivos tecnológicos; sobre todo en la medida en que tales dispositivos pueden contribuir a una actividad más autónoma, es decir, desligada de los procesos capitalistas de atribución de valor, por parte de las nuevas figuras productivas.

Como se puede observar, los rasgos característicos del espacio que constituye la multitud, como un todo abierto y dinámico, atravesado por una heterogeneidad radical aunque con capacidad para proponer unos objetivos en común, obligan a plantear la cuestión de la organización interna del movimiento o los movimientos. En este sentido, el dilema sobre la necesidad o no de una organización para las luchas expresa, en opinión de los autores, un falso problema: no hay duda de que los ciclos de luchas y los movimientos que los protagonizan necesitan proponer unos objetivos y la orientación más adecuada para conseguirlos. En todo caso, esto no supone que se deban recuperar los liderazgos caracterizados por la concentración de funciones y la dirección vertical, de arriba a bajo, con que se ejerce el poder. Son los movimientos mismos, desde el interior y en sentido horizontal, los que deben decidir hacia dónde y cómo se orientan las luchas. En este sentido, si con la noción de liderazgo se hace alusión a la posibilidad de organizar las acciones de manera eficaz, regular y masiva, con capacidad para conmover las relaciones a todos los niveles, más que eliminar esta posibilidad, se trata de llevar el liderazgo al lugar de la inteligencia colectiva que se pone de manifiesto en el interior de los propios movimientos. No se trata, pues, de rechazar la noción de liderazgo, sino de eliminar su carácter trascendente y, por tanto, separado del movimiento.

Los autores reivindican la organización de las luchas sobre un ‘plano de inmanencia’, en la medida en que es el movimiento mismo el que puede diseñar, a través de sus acciones, un principio fuerte y compartido de articulación colectiva.

La propuesta de Asamblea pasa así por invertir el plano en que la tradición marxista ha elaborado buena parte del análisis de las luchas contra el capital. Como apuntan los autores, de lo que se trata ahora es de dar la vuelta a las dos mitades del centauro, de manera que la parte pensante y, en este sentido, las decisiones y el poder ejecutivo sobre la estrategia a seguir se alberguen en la base, en manos de la militancia y del movimiento. Reservando asimismo la posibilidad, en sentido táctico y de manera provisional, de abstraer una parte del movimiento para que se encargue de tareas de tipo representativo. En vez de mantener el esquema según el cual el proletariado debe devenir una clase en sí y para sí a través de la mediación y la organización de una cúpula dirigente, los autores reivindican la posibilidad de organizar las luchas sobre un plano de inmanencia, en la medida en que es el movimiento mismo el que puede diseñar, a través de sus acciones, un principio fuerte y compartido de articulación colectiva.

Igualmente, Asamblea alerta sobre el peligro de reproducir las relaciones que se dan en el interior del sistema capitalista cuando se trata de organizar las luchas. Lo que, dicho así, puede parecer una evidencia, no lo es tanto si tenemos en cuenta el contexto biopolítico en el que nos movemos. De esta manera, si se trata de combatir el poder de mando capitalista, el tipo de organización que se de a sí mimo el movimiento debe prefigurar y constituir un ensayo ―si bien a dimensión reducida― del conjunto de relaciones a las que se trata de dar vida con cada nuevo ciclo de luchas. En este sentido, puede servir como base y ejemplo el potencial productivo de la multitud, que late rebelde bajo las redes de la explotación capitalista.

Luchas descentralizadas: el problema de la institución

Una vez que se han dado algunas claves para pensar la organización de las luchas en manos de los movimientos, falta por apuntar cómo se pueden concretar los efectos de tales luchas mediante la creación de un proceso institucional de carácter abierto e inacabado aunque, a la vez, duradero y estable. Con estas dos líneas, siguiendo la lectura de Maquiavelo que los autores no abandonan a lo largo de su obra, tendríamos garantizadas para los movimientos y sus ciclos de luchas la virtud (que se concentra en las capacidades estratégicas de la multitud) y la fortuna (que se expresa, como veremos a continuación, a través de la creación institucional del común).

Para empezar, si se trata de instituir las relaciones de la multitud es porque Hardt y Negri no rechazan la toma del poder como vía para construir un nuevo orden social. Esto es lo que lleva a los autores a abandonar la terminología que habían utilizado hasta este momento, en referencia a la tensión que se produce entre la capacidad productiva de la multitud y la capacidad de absorción del capitalismo. En los títulos anteriores, siguiendo la distinción spinoziana entre la potestas y la potentia, los autores definían el poder imperial, propio del capitalismo en la actualidad, mediante el término de biopoder, reservando la noción de biopolítica para la potencia creativa de la multitud. Ahora, en Asamblea, Hardt y Negri utilizan el mismo término ―poder― para referirse a la gestión de la propiedad capitalista (Poder) y a la articulación del espacio del común (poder) ―si bien utilizando la mayúscula o la minúscula para la letra inicial en cada caso―.

Con la producción institucional se trata de crear un espacio estable para las relaciones autónomas de la multitud y, pues, para la construcción y la defensa de la riqueza que emerge del común.

Así pues, quizá de forma más clara que en ningún otro lugar de su obra, los autores inciden en Asamblea sobre este punto: de la misma manera que no se trata de abandonar el espacio de la organización y del liderazgo, sino de dotarlo de un contenido liberador y eficaz para las luchas colectivas en el contexto actual, ahora se trata de tomar el espacio del poder no solo de otro modo, sino, sobre todo, con unos objetivos distintos de los que plantea el sistema capitalista. En definitiva, se trata de crear un espacio estable para las relaciones autónomas de la multitud y, pues, para la construcción y la defensa de la riqueza que emerge del común.

En este sentido, si ―como ya apuntamos en el texto anterior― hasta ahora los autores habían utilizado la noción de éxodo, en Asamblea, en cambio, esta estrategia del poder dual, que se expresa desde el interior y en contra del sistema, se complementa tomando elementos de otras dos vías que no rechazan, en este caso, la toma del poder institucional: la del reformismo antagonista y la de la hegemonía.

Mediante la noción de éxodo se trata de prefigurar, a pequeña escala y partiendo de la organización de los propios movimientos, la articulación futura de un espacio amplio y estable de relaciones al margen del sistema capitalista. Entre los ejemplos actuales que ofrecen los autores encontramos los centros sociales ocupados de Italia en los años setenta y, más recientemente, las acampadas surgidas alrededor del ciclo de luchas de 2011. La segunda vía trata de infiltrarse, por medios electorales, en las instituciones, con el objetivo de transformarlas desde el interior. Proyectos de carácter municipalista y partidos como Podemos o Syriza ―aunque este caso constituye un ejemplo del fracaso de la hipótesis basada en el reformismo antagonista― se encontrarían entre las propuestas de este tipo. Por último, la estrategia de la hegemonía plantea la destitución más o menos rápida del orden establecido, sin desestimar la vía electoral, a lo que debe seguir la construcción de un nuevo espacio institucional a todos los niveles. Las experiencias que se han dado en algunos países de América Latina durante las dos últimas décadas, pueden constituir una muestra por esta parte. En este sentido, se trataría de hacer confluir las tres líneas ―los tres rostros de Dioniso para el (auto)gobierno de la multitud, como apuntan los autores― con el propósito de llevar más allá el alcance, habitualmente relativo, y de fortalecer la capacidad de resistencia, a menudo frágil, de los proyectos de carácter prefigurativo.

En todo caso, la nueva creación institucional debe desbordar los límites impuestos por la soberanía y su materialización en el seno del aparato estatal. Decae así el peso de los mecanismos de representación en la esfera de lo político. Superar la soberanía quiere decir, en este sentido, que no se acepta ni la abstracción que supone un sujeto unificado como el de pueblo ―o el de nación―, ni la alienación de la capacidad de decisión que, sobre este cuerpo político, acaba ejerciendo el modelo representativo. Como apuntan los autores, el objetivo de disminuir al máximo la distancia entre gobernantes y gobernados debe constituir, por esta parte, uno de los motores del nuevo espacio institucional. De hecho, desde esta perspectiva el comunismo se reivindica como la posibilidad de llevar a la práctica procesos de producción, circulación y atribución del valor, así como también de expresión y de participación política que ni caigan bajo las redes del Mercado ni se encuentren encerrados en los límites del Estado. Por este lado, como indican los autores, experiencias como el confederalismo democrático kurdo o las comunidades autónomas zapatistas ofrecen un ejemplo de buena parte de los aspectos implicados en la construcción de un nuevo espacio institucional.

Como dijimos al principio, Asamblea constituye así un espacio en el que desarrollar y concretar, en el que poner a trabajar conjuntamente las principales herramientas conceptuales que Hardt y Negri han forjado con su obra a lo largo de los últimos veinte años.

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