Por: Luis Armando González. 30/10/2023
Un tópico que de vez en cuando sale a relucir en ambientes universitarios es el del papel de la observación en el proceso de conocimiento científico. De ahí la pregunta que encabeza estas líneas. Antes de abordar el asunto es conveniente, para situar la discusión, partir de una afirmación que también suele escucharse en ambientes académicos y no académicos; la afirmación es esta: la investigación científica y la ciencia misma nacen o se originan en la observación. O sea, lo que se quiere decir es que antes que cualquier otra cosa, el investigador en ciencia –el científico—deberá observar lo que le rodea y a partir de esa experiencia observacional vendrá todo lo demás: hipótesis, conjeturas, generalizaciones y leyes. Un conocido y exitoso manual de metodología de la investigación –que se publicita como Best Seller— deja establecido lo que se acaba de señalar –aunque no es el único manual en el que suscribe tal creencia— de la siguiente manera (no sin antes dejar asentado que hay “dos enfoques” –los enfoques “cualitativo” y “cuantitativo— que dividen la investigación científica):
“Ambos enfoques –se lee en el manual citado— emplean procesos cuidadosos, metódicos y empíricos en su esfuerzo para generar conocimiento, por lo que la definición previa de investigación se aplica a los dos por igual, y utilizan, en términos generales, cinco fases similares y relacionadas entre sí (…):
1. Llevan a cabo la observación y evaluación de fenómenos.
2. Establecen suposiciones o ideas como consecuencia de la observación y evaluación realizadas.
3. Demuestran el grado en que las suposiciones o ideas tienen fundamento.
4. Revisan tales suposiciones o ideas sobre la base de las pruebas o del análisis.
5. Proponen nuevas observaciones y evaluaciones para esclarecer, modificar y fundamentar las suposiciones e ideas; o incluso para generar otras” (Hernández Sampieri, Fernández Collado y Baptista Lucio, 2010, p. 4).
Según la cita referida, la investigación científica comienza con la observación y termina con la propuesta de nuevas observaciones. Esa misma visión aparece en este otro texto de apoyo en la psicología clínica:
“La observación es un elemento fundamental de todo proceso de investigación; en ella se apoya el investigador para obtener el mayor número de datos. Gran parte del acervo de conocimientos que constituye la ciencia ha sido lograda mediante la observación. La observación está influida por el marco(s) teórico(s) que ha aprendido el psicólogo, y que, partiendo del mismo, va a influir en esa forma de observación que inicia el proceso de conocimiento de la persona que acude para ser diagnosticada y posteriormente intervenida. El Método Clínico utiliza la observación como un primer paso para el conocimiento de la persona sobre la base de lo que representa, lo que es y lo que manifiesta, ya sea en forma verbal y/o en forma no verbal, lo que permite que parta de lo general o conocido, a lo particular o lo desconocido, de lo consciente a lo inconsciente. La Psicología va más allá de la observación que se realiza por medio de la percepción, la cual se afina no solo por el hecho de vivir, sino también influye el conocimiento que el científico obtiene con las teorías y prácticas en las cuales se ve inmerso. Por eso es importante el conocimiento de las diferentes técnicas de observación” (Díaz Sanjuán, 2011, p. 5).
¿Pero ¿es indiscutible lo que se afirma en el manual citado sólo porque el mismo ha visto muchas ediciones y sus autores se han hecho famosos, sobre todo uno de ellos? ¿Es indiscutible lo que se afirma en el texto de psicología? Para nada: en el mundo académico todo es discutible, es decir, no hay afirmaciones infalibles o que deban ser acatadas sin examen crítico. Y la tesis de que la investigación científica nace o inicia desde la observación es una de ellas; más aún, es una tesis que ha sido objeto de fuertes reparos por autores como el filósofo de la ciencia Karl Popper (1902-1994). Popper sometió a una demoledora crítica a la corriente de pensamiento que está detrás de la tesis antes anotada: el empirismo inductivista inspirado en Francis Bacon (1561-1626), según el cual el conocimiento científico surge de observaciones de casos particulares que posteriormente se generalizan para crear leyes generales.
Para realizar sus observaciones –dijo Bacon— el científico debe despojarse de todos sus prejuicios y dejar su mente como una página en blanco (tabula rasa) en la cual las experiencias (logradas mediante la observación) dejaran su marca e hicieran posible el conocimiento cierto, esto es, científico (Bacon, 2008). Con la tabula rasa se trata de un mito al cual Steven Pinker dedicó un libro exhaustivo y clarificador (Pinker, 2018).
Son varias las debilidades de ese empirismo inductivista, pero una bien evidente tiene que ver con la imposibilidad de que un investigador (un científico que investiga) sea capaz de “limpiar” su mente para quedarse como una página en blanco. Para cumplir con ese requisito tendría que despojarse totalmente no sólo de creencias y saberes previos, sino de la lengua que habla y que le sirve para pensar. Nadie en su sano juicio –comenzando con Bacon y sus seguidores de ayer y de ahora— lo ha intentado en serio, y quienes, por probar, han tratado de quedarse con la mente en blanco para investigar pronto se han topado con que para observar científicamente se requiere tener nociones, conceptos, guías, categorías y palabras para, precisamente, observar lo que interesa… observar.
Así, la tesis de que la ciencia nace de la observación es tributaria de un empirismo inductivista previo a Immanuel Kant (1724-1804), quien, por cierto, le hizo su propia crítica, al igual que la hizo al racionalismo cartesiano. Como Kant sostuvo en su momento, un científico se sirve de la observación para tener experiencia de la realidad, pero esa observación está guida por la razón, pues sin los sentidos sin la razón son ciegos y la razón sin los sentidos es vacía (Kant, 2022).
La observación, desde Kant, es un punto de llegada en el proceso de investigación, no un punto de partida. Es lo que Karl Popper sostuvo en el siglo XX y es lo que, en general, lo que los científicos hacen cuando investigan: buscan determinada información y determinados datos (observando mediante distintas modalidades) a partir de unos intereses (conceptos, nociones, prejuicios, hipótesis) previos a la observación. Esos intereses previos tienen su propia identidad: son los marcos conceptuales (teorías y paradigmas), así como los compromisos y opciones éticas del investigador. Estos son los “lentes” con los que todo investigador observa el mundo que le rodea y las situaciones problemáticas que le llevarán a hacerse las preguntas que guiarán sus esfuerzos investigativos.
Se tiene que partir, ante todo, de comprender qué significa que “proceso de conocimiento científico”: esto hace referencia al orden, a la lógica, que se sigue cuando se procede a realizar investigaciones científicas. Esquemáticamente, esa lógica tiene los siguientes componentes:
Supuestos conceptuales (del investigador) → problema de investigación → preguntas de investigación → hipótesis → evidencia empírica (obtenida con técnicas e instrumentos de investigación) → contraste de la evidencia empírica con la hipótesis → nuevos problemas de investigación…. (González, 2001; Bunge, 2012).
En ese proceso, ocupa un lugar importante la evidencia empírica (que se obtiene mediante un trabajo de campo en el que se utilizan determinadas técnicas e instrumentos de investigación). La evidencia empírica consta de la recolección y registro de hechos tomados de la realidad, que posteriormente son convertidos en los datos e información que sirve de sostén empírico a la investigación que se realiza. Para la recolección y registro de la evidencia que se toma de la realidad (social o natural) se utilizan –como se anotó arriba— unos instrumentos y técnicas que permiten hacer mediciones (tamaño, peso, dimensiones, volúmenes, temperaturas, crecimiento, velocidad, tiempo, etc.) o clasificaciones (jerarquías, diferencias, semejanzas, etc.) las cuales son observadas (e interpretadas) por los investigadores.
O sea, la observación, en el sentido de usar la vista (que requiere que sobre lo visto incida un tipo determinado de iluminación) juega un papel central en las fases de la investigación en las que se utilizan técnicas e instrumentos: los instrumentos y los resultados que arrojan deben ser observados con detenimiento, pues si esa observación se ve perturbada o falla, los registros que se hacen pueden ser totalmente inciertos. Por ejemplo, si quiere obtener evidencia empírica de la temperatura de un cuerpo, un termómetro puede ser útil y, una vez que se pone en contacto con el cuerpo en cuestión, se debe observar la medición que registra el termómetro. También, en otro ejemplo, si se quiere obtener evidencia empírica sobre lo que cree una persona, se la puede entrevistar y registrar sus respuestas en una boleta; ese registro debe ser observado por quien lo realiza y por quien, después, lo analice o lo utilice para otros fines.
Lo que se ha anotado hasta acá destaca el papel general de la observación en el proceso de investigación: la observación acompaña el uso de los instrumentos y técnicas de investigación y lo que se registra –mediciones, datos cualitativos o cuantitativos— en ellas (Mendoza, 2009). Es decir, el investigador debe “ver” permanentemente lo que registran sus instrumentos, para lo cual puede usar otros instrumentos, como telescopios o microscopios. En ese “ver” participa no sólo la vista (y su andamiaje neuronal), sino los otros sentidos (y su arquitectura cerebral); por tal razón, es un error identificar la observación científica con la vista (o con la visión). Pero la vista (la visión) es fundamental en la observación científica de sucesos reales, lo mismo que de los resultados que arrojan determinados instrumentos cuando se los aplica o utiliza para obtener información de esos sucesos o acontecimientos.
Asimismo, la observación en ciencia puede ser acotada en usos técnicos destinados a obtener un registro aproximado de evidencia empírica, obtenido ese registro desde lo que el investigador “ve” u observa directamente. Uno de esos usos técnicos es la observación participante, de cual se puede decir lo siguiente:
“A menudo la observación participante no se plantea como una herramienta para producir datos (o un tipo específico de datos) y, de este modo, para tratar de dar respuesta a determinadas preguntas de investigación, sino para “ayudar” al investigador a acceder a ellos y emplear otras herramientas para producirlos, sea contribuyendo a “identificar y guiar las relaciones con los participantes”, “a sentir […] cuáles son los parámetros culturales” de estos, “a ser conocido por los miembros de la cultura, y así facilitar el proceso de investigación” “a mostrar al investigador lo que [esos miembros] estiman que es importante”, y a proveerle de “una fuente de preguntas para ser trabajada con los participantes” (…). Esta concepción de la OP como técnica auxiliar o subsidiaria de otras, que son consideradas las realmente productivas, se encuentra también en Bernard, quien la define como un proceso dirigido a establecer una relación con una comunidad y a aprender a desenvolverse en ella de tal modo que sus miembros actúen de “forma natural” estando presente el investigador. Otras veces se concibe, ya no como auxiliar o subsidiaria, sino como sustituta. Cuando, por diferentes motivos, otras herramientas no se pueden usar (…). La observación participante, sobre todo en cuanto tiene de participación más que de observación, en efecto contribuye a que el investigador se haga un lugar en el campo en el que investiga, a adquirir claves culturales que le sean útiles en el desarrollo de otras técnicas (tanto como de la propia observación), a facilitarle aproximarse a sujetos y a información que, de otro modo, serían más inaccesibles” (Jociles Rubio, 2016).
Hay otras técnicas de observación, además de la participante (por ejemplo, observación directa, observación estructurada, observación no participante), pero al tratar de este tema la discusión se decanta hacia un plano metodológico, no epistemológico. Se trata aquí de las técnicas de observación (y los instrumentos con los que se usan, por ejemplo, un cuaderno de observaciones o una lista de cotejo) que sirven para la obtención de evidencia empírica, la cual se inserta en lo que se conoce como “trabajo de campo.
El trabajo de campo y el lugar metodológico de la observación. La búsqueda de determinados datos o información invita a usar ciertos procedimientos o técnicas para su recolección. Esto es lo que se conoce como trabajo de campo en la investigación científica; y cuando la expresión “trabajo de campo” comenzó a usarse en la antropología, se hacía referencia a la inmersión del investigador en una determinada comunidad social. En la actualidad, la expresión ha ampliado su sentido hasta todas las acciones que emprende un investigador para recolectar sus datos o información (por ejemplo, visitas a museos; pasar entrevistas en un barrio, colonia, un centro escolar o una empresa; visitas a sitios arqueológicos; visitas a bibliotecas para la revisión de documentos o archivos; visitas a una comunidad o una escuela para observar sus dinámicas, etc.). Y la recolección/registro de datos se hace a partir de técnicas e instrumentos (por ejemplo, guía de entrevista, lista de cotejo o diario de campo) que permitan su captura, para usos posteriores o para que otro investigador pueda corroborarlos. Así, con el trabajo de campo se cumple la tarea de recabar información (datos, evidencia) empírica para contrastarla con la hipótesis (o las hipótesis) con la que se trabaja.
El trabajo de campo, por definición, implica un “salir al terreno” (dejar la oficina, dejar la universidad) para recabar determinada información empírica. Pero eso depende de la investigación que se está realizando, del problema que se investiga y de la hipótesis que se maneja. Así, hay hipótesis (y proyectos de investigación) que no requieren trabajo de campo en sentido indicado, pues los datos (evidencia, información) se pueden conseguir en un laboratorio instalado en la universidad, en un simulador o en bases de datos o archivos, disponibles ahí donde está la oficina (o aula) del investigador.
Es un error anticipar, de antemano, las técnicas de investigación, o los datos que se van a necesitar, es decir, antes de haber planteado el problema, las preguntas de investigación y la (o las) hipótesis. Sólo después de esto último es que se está en condiciones de hacerlo. Si no, se corre el riesgo de poner la carreta delante de los bueyes. O sea, teniendo clara la hipótesis se pueden establecer los datos que se van a requerir, las técnicas e instrumentos a utilizar y a determinar si será necesario el trabajo de campo y, si es así, cómo se lo llevará adelante. Asimismo, es un error creer que hay una técnica privilegiada (o única), o unos datos privilegiados o únicos, que valen para cualquier investigación y sus hipótesis. Es el caso de quienes, equivocadamente, creen que la encuesta de opinión es la técnica de investigación social privilegiada, es decir, que debe estar en toda investigación. Eso depende. Hay otras muchas técnicas, ninguna privilegiada, sino que su utilidad depende de la hipótesis y de los datos que se requieren.
En cuanto a la observación como técnica de investigación se debe anotar que, aunque la misma no sea el origen de la investigación científica, eso no quiere decir que no sea importante en un proceso investigativo. Es importante, de manera general –y como se señaló antes—, en el manejo y tratamiento de técnicas, instrumentos y datos (evidencia, información). El investigador debe observar detenidamente las técnicas e instrumentos que está usando y los resultados que estos arrojan; debe observar usando principalmente, pero no exclusivamente, la vista.
La observación es importante también como técnica de investigación, es decir, como mecanismo para recolectar datos o información relevante para una determinada hipótesis. Hay quienes sostienen que la observación, como técnica de investigación, sólo es útil para recabar u obtener datos o información cualitativa. Pero quizás esto no sea tan así, pues un investigador puede observar situaciones o hechos que se puedan cuantificar (por ejemplo, cuántas computadoras hay en un salón de clases y si todas están encendidas). Es una técnica que descansa en la habilidad del investigador para observar no cualquier cosa, sino aquello que es pertinente para su hipótesis: la hipótesis es la guía de lo que se habrá de observar. Como cualquier técnica de investigación, la técnica de observación requiere de instrumentos (soportes) que registren lo que se observa. Esos soportes dependen del tipo de observación que se pretenda realizar, dado que la técnica se puede usar de distintas maneras: entre otras, participante, indirecta, individual, de campo, no participante, estructurada y no estructurada (Díaz Sanjuán, 2011). Según el tipo de observación que se realice –que debe ser coherente con lo que busca como dato o evidencia— así se debe diseñar el instrumento que permita registrar las observaciones (Serrano, 2019).
Por último, es necesario recalcar la importancia de la observación como técnica de investigación. Es razonable usarla como una técnica inicial en una primera recolección de evidencia en una investigación social. No para para observar cualquier cosa, sino evidencias (primeras evidencias, primera información) para ser contrastada con la hipótesis cuando llegue el momento de hacerlo (Espinoza, s.f.). Por lo demás, esta técnica, junto con otras –descritas en manuales de metodología, que se pueden consultar con relativa facilidad (García Ferrando, et al., 2015)—, hace parte del arsenal del que disponen los investigadores para obtener la evidencia empírica pertinente para el contraste de sus hipótesis con la realidad.
San Salvador, 30 de octubre de 2023
Referencias
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Espinoza, E. (s.f.). Métodos y Técnicas de recolección de la información. Obtenido de bvs.hn/Honduras/UICFCM: http://www.bvs.hn/Honduras/UICFCM/SaludMental/Metodos.e.instrumentos.de.recoleccion.pdf
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Fotografía: usacciencias