Por: Nastassja Mancilla Ivaca. IBEROAMÉRICA SOCIAL. 19/05/2020
En esta actual gestión y configuración del Estado, donde prima la propiedad privada de los bienes comunes (agua, tierra, salud, entre otros) y un sistema de mercado para su administración, no podemos seguir creyendo que los derechos son una práctica estatal, por el contrario, corresponden a privilegios de algunos individuos.
En la reflexión que me permito en este texto, busco plantear brevemente la necesidad de que nuestros aportes y resistencias respondan a las realidades, que tengan por objetivo articular proyectos de base en ese análisis de nuestro contexto y realidad inmediata, local y mundial. Por supuesto, no desde un saber técnico que no sea inteligible, sino que en nuestros sentires, cotidianidades y emociones que están presentes al observar procesos y que nos facilitan entender desde nuestras experiencias pasadas y presentes desde una visión política y reflexiva.
Los últimos meses en Chile nos han devuelto la propiedad para hablar de otras esperanzas, de instituir sujetos colectivos más allá de otras aspiraciones, de participar de frentes de lucha, y querer ser parte de algún lugar con visión futura. En estas resistencias que hoy nos permitimos, buscamos cómo reconstituirnos y resignificar nuestras propuestas pensando en que somos personas insertas en comunidades donde vivimos situaciones concretas. En ese sentido, las manifestaciones de este tipo de anhelos son variadas, y quizás aún no son suficientes. Pero son más presentes y reales que antes.
Así, es cómo vemos en nuestra cotidianidad las discusiones sobre el modelo de producción, de gestión del Estado, de los derechos sociales básicos, de la producción y disponibilidad de alimentos, y nos surgen interrogantes sobre si estos podrán ser asegurados por el Estado que hoy nos ampara. Pues entre todas las incertidumbres que nos aquejan, se nos despliega una verdad que comenzamos a enfrentar. En esta actual gestión y configuración del Estado, donde prima la propiedad privada de los bienes comunes (agua, tierra, salud, entre otros) y un sistema de mercado para su administración, no podemos seguir creyendo que los derechos son una práctica estatal, por el contrario, corresponden a privilegios de algunos individuos.
En esta problemática nacional, la mirada colectiva es fundamental y, en consecuencia, la participación de diferentes actores, comunidades y sujetos, entre esos el Estado. Desligándonos de esa idea de ente central y protector, para instalar la posibilidad de que el manejo de la vida sea constituido por todos los anteriores. En esa constitución, se nos posibilita la emergencia de nuevas formas de manejar y planificar el territorio, de descentralizar, de economías diversas, de articulación de resistencias de grupos y comunidades, que develan el funcionamiento de una pluralidad de formas posibles y en diálogo. Así, no existe una sola vía de resistir en el presente a la contingencia que nos despliega la pandemia, y que nos invita a pensar de manera auto reflexiva hacía el futuro.
Pensar sin el Estado es peligroso, como lo ha sido pensar tanto tiempo sin sistemas de autogobiernos. Las utopías que buscan inmediatez y se desligan de las realidades presentes, no son opción. Los procesos deben ser coherentes a las vidas de las personas insertas en diferentes ecosistemas, situaciones y cosmovisiones. Por ello, debemos ser cautas y cautos ante el modelo hegemónico, donde los antagonismos deben reconocerse en la pluralidad y no en fuerzas antagónicas duales. Estas precauciones nos salvarán de caer en incoherencias que conllevan a fragmentaciones de la sociedad y las comunidades resistentes, producidas en instancias anteriores.
Este tener cuidado debe ser práctica ante las posibilidades de que el mismo modelo del que emanan las violencias se reajuste, se acomode, y comience a proponer una forma se salvarse a sí mismo. Planificación que probablemente ya está siendo construida y que se instala por medio de estrategias discursivas a nivel de sentido común. Tal fue el caso del Capitalismo Verde a partir de los años 70, que nos ha mostrado cómo el modelo se reactualiza; lo que se materializó en políticas y acuerdos de sustentabilidad, mercados del agua y de carbono, la Seguridad alimentaria que implantó la Revolución Verde, o Modelos de Responsabilidad Social Empresarial (RSE), entre otras tantas.
La labor debe ser articular en nuestros entornos directos, cercanos, comunitarios, en alianzas para evitar esas cooptaciones y sujeciones. No se debe olvidar -a pesar de lo redundante- que muchas personas, familias y comunidades son afectadas por las violencias del modelo, y donde pensar en alternativas se vuelve una imposibilidad, ya que la prioridad está en el resistir a lo inmediato. Debemos tener cuidado en nuestros discursos cuando estos no se anclan a un territorio, cuando no reflejan prácticas concretas y no logran interpelar a otras y otros, ya que caemos en las mismas incoherencias de los círculos cerrados. El constituir comunidad y poder de base, es condición para que emerjan estos sujetos colectivos soberanos, capaces de proyectar sus aspiraciones al presente y al futuro, con actitud reflexiva sobre las experiencias vividas y compartidas, y permite que sus voces sean pertinentes y con pertenencia. Evitando dejar en manos de expertos y clases políticas reformistas las aspiraciones de los pueblos.
En estos momentos, en que nuestros gobiernos muestran su inhabilidad y falta de voluntad para priorizar la vida de las personas, para hacerse cargo de nuestros enfermos, de nuestra salud, de nuestra alimentación, de nuestra seguridad, es cuando se debe cuestionar su permanencia en el poder. Desde esta reflexión, cabe preguntarse cómo somos parte de esos caminos como personas insertas en comunidades y grupos, que se van construyendo y reformulando ante las emergencias actuales que enfrentamos. Y, por otro lado, cómo vamos generando esas precauciones para poder entendernos y articularnos en el presente inmediato y a futuro.
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Fotografía: IBEROAMÉRICA SOCIAL.