Por: Julie Wark. 12/10/2023
Elon Musk planea extraer níquel para las baterías de sus Tesla en la isla de Halmahera, Indonesia, donde habitan los indígenas Hongana Manyawa que permanecen en aislamiento voluntario
No sería descabellado afirmar que las comunidades indígenas, que son las que menos daño han hecho a la catástrofe climática y las que más saben sobre cómo conservar los biomas esenciales, son las más perjudicadas por “soluciones” como la compensación de emisiones de carbono, los biocombustibles, las mentiras del etiquetado, las manipulaciones políticas y otros engaños ecológicos cuyo objetivo principal es preservar el sistema capitalista.
No es que solo carezcan de escrúpulos, en demasiadas ocasiones son ecocidas, por lo que los impactos de los daños van en ambas direcciones. Por un lado, desde los centros metropolitanos de poder, y por otro, regresando inexorablemente desde las pequeñas comunidades tribales asediadas en biomas en vías de extinción, golpeados ahora por ciclones en Malawi, incendios forestales en Maui (Hawai), Chile, Canadá, Grecia, Italia, España, Portugal, Turquía y Suiza, tormentas de hielo en el sur de Estados Unidos, inundaciones repentinas en Sudán, New Hampshire, Austria, Hungría, Eslovenia, República Checa, Georgia, Italia y Libia, por citar sólo algunos.
En otras palabras, como se supone que escribió Lenin, los capitalistas “trabajan en la preparación de su propio suicidio”. Mientras tanto, el sistema se asegura de que los engañados habitantes del sueño neoliberal tengan un contacto tan tenue con la realidad que los pronunciamientos oficiales que dicen que el clima extremo es “la nueva normalidad” (así que aguántense, amigos) se entienden como referidos a algo así como una “nueva moda” en alimentos, ropa o una colección de vajilla.
Una nueva normalidad muy peligrosa, que debería preocupar a todos los seres humanos. La cuestión es quién se beneficia más y acumula más poder en este sistema de reparto de la muerte, o a quién se puede responsabilizar en gran medida de la difícil situación en la que se encuentra el mundo.
Empecemos por el hombre más rico del mundo, Elon Musk. Cuando se le preguntó el año pasado si tenía más influencia que el Gobierno estadounidense, respondió complacido: “En cierto modo”. Ronan Farrow describe en The New Yorker cómo “Musk ha buscado oportunidades de negocio en áreas cruciales en las que, tras décadas de privatización, el Estado ha retrocedido. El Gobierno depende ahora de él”. Por ejemplo, “sembró gran parte del país con estaciones de carga [de Tesla] de su propiedad”, presionó a la Administración Biden para que impulsara sus coches eléctricos y ahora “sus estaciones pueden optar a miles de millones de dólares en subvenciones”. Y el impacto de los miles de millones que Musk se embolsa han llegado a la isla indonesia de Halmahera, porque Musk necesita materias primas para fabricar sus rentables coches, y tiene la influencia financiera para conseguirlas.
Forbes estima su patrimonio personal en 220.000 millones de dólares. El presupuesto estatal de Indonesia para este año es de 3.061,2 billones de rupias (200.730 millones de dólares). Y para ponerlo en perspectiva, la población de Indonesia es de 277.849.172 habitantes, a 21 de agosto de 2023. Así que, con su fortuna personal mayor que el presupuesto estatal de Indonesia, Musk también puede hacer lo que quiera allí. En 2020, incluso se le ofreció un sitio de lanzamiento de cohetes SpaceX en la isla de Biak, en la Papúa Occidental ocupada, y ahora está aterrizando en Halmahera, donde el pueblo indígena no contactado Hongana Manyawa, está en peligro de ser despojado de todo lo que es esencial para su vida.
Pueblos indígenas no contactados
Quedan muy pocos pueblos indígenas no contactados en el mundo, entre cien y doscientos, es decir, unos diez mil individuos. No contactados no significa “nunca contactados”, sino que evitan el contacto continuado con comunidades vecinas y lejanas para vivir en “aislamiento voluntario” (una noción que al menos reconoce su capacidad de acción), mantener sus modos de vida tradicionales y librarse de la presión extranjera de los gobiernos nacionales y locales.
Estos grupos podrían haber desaparecido hace mucho tiempo si no fuera por Survival International, una organización de derechos humanos fundada en 1969 tras la publicación del estremecedor artículo de Norman Lewis “Genocidio” en la revista The Sunday Times, y que trabaja principalmente para ayudar a los indígenas -entre los grupos “más vulnerables” del planeta- a seguir viviendo en sus tierras ancestrales. Survival International también combate los “conceptos erróneos” que se utilizan para justificar graves delitos contra los derechos humanos, y documenta los daños causados por empresas y gobiernos. Durante décadas, Indonesia, rica en recursos, ha guardado mucho secreto sobre sus violaciones de los derechos humanos, que han alcanzado literalmente la dimensión de crímenes contra la humanidad, a escala nacional y mundial, por sus efectos ecocidas. Se trata de “destruirlos primero, discutir los derechos humanos después”.
A menudo se presenta a los pueblos aislados como exóticos e incluso objeto de safaris humanos (en las islas Andamán o en Perú, por ejemplo), o como animales muy peligrosos, casi salvajes, como los sentineleses en el Pacífico, la tribu más aislada del mundo.
En 2007, el presidente peruano, Alan García, calificó a los indígenas no contactados de “invento de los ecologistas empeñados en frenar las prospecciones de petróleo y gas” (aunque cualquier invento era más bien suyo, ya que más tarde se suicidó tras ser acusado de aceptar sobornos del conglomerado Odebrecht, dedicado a la petroquímica, entre otras muchas cosas).
Con todas las calamitosas noticias sobre las hazañas del mundo “civilizado” y sus mortíferos resultados, no es de extrañar que los pueblos indígenas que aman su hábitat y su forma de vida no quieran saber nada de las dulces palabras de progreso que salen de las lenguas de los picapleitos depredadores. Todos ellos se ven amenazados por las actividades del mundo “desarrollado” (nombre que sugiere que son “subdesarrollados”), como la explotación de petróleo y minerales, la tala de árboles, la ganadería, las plantaciones de aceite de palma y otras formas de agricultura industrial, las carreteras, las presas, el turismo, las reservas naturales, los parques de caza, los efectos del actual desastre climático y el racismo que se obstina en presentar a los indígenas como ignorantes, primitivos y con mentalidad de la edad de piedra.
Halmahera, de 17.000 km2, es la mayor de las islas Molucas. Se publicita en los folletos de viajes por sus playas de arena blanca, como paraíso de los surfistas, por sus bosques vírgenes y sus asombrosos paisajes. En los siglos XV y XVI formó parte del sultanato de Ternate, luego fue un bastión de la misión jesuita portuguesa y, en la II Guerra Mundial, la ocupó nada menos que el general MacArthur con un aeródromo de siete pistas en una base que dejó atrás todos sus detritus alienígenas de explosivos, armas y munición.
El hecho de que una organización como Survival International sea, con diferencia, la principal fuente sobre la tribu nómada de cazadores-recolectores Hongana Manyawa es, quizá, la señal más dramática de que, desde luego, no disfrutan de los placeres que las empresas turísticas ofrecen a los forasteros. Su nombre significa “gente del bosque”, lo que sugiere por qué no se les quiere. Como parte del bosque, tienen el deber de protegerlo, el derecho a ser sus custodios. La Gente del Bosque rechaza la noción de propiedad privada, así que son un obstáculo porque tienen otra ética de decencia, de coexistencia comunitaria armoniosa y, si pueden, lucharán por defenderla. Disparan flechas a los intrusos y se convierten, así, en delincuentes.
Los Hongana Manyawa siguen intentando vivir en aislamiento voluntario. En palabras de Survival International, “sienten una profunda reverencia por su bosque y todo lo que hay en él: creen que los árboles, como los humanos, poseen alma y sentimientos. En lugar de talar árboles para construir casas, construyen sus viviendas con palos y hojas. Cuando se utilizan productos del bosque, se realizan rituales para pedir permiso a las plantas y se dejan ofrendas por respeto”.
Cuando nace un niño, la familia agradecida planta un árbol. Cuando mueren, sus cuerpos se colocan en árboles, en una parte separada del bosque que pertenece a los espíritus. Sus leyes ordinarias, transmitidas de generación en generación, tratan de conservar la naturaleza. Las costumbres cotidianas son normas, éticas, leyes que redundan en la vida social, que se basa en la comunidad, la cooperación y la confianza. Sus bosques están protegidos por el principio de ngofangofaka, que prohíbe la sobreexplotación y aboga por un uso racional. Obviamente, si no hay árboles, los Hongana Manyawa no pueden existir.
Llegan los coches eléctricos y el problema del níquel
El régimen indonesio sigue intentando “civilizar” a esta gente tan civilizada, obligarla a vivir en casas con techos de chapa metálica, que les hacen sentirse como “animales enjaulados”. El contacto significó, al principio, el contagio de enfermedades a las que no tenían inmunidad. Muchos de ellos murieron o enfermaron gravemente.
Y ahora, la civilización de vanguardia ha llegado a Halmahera vestida de verde, en forma de vehículo eléctrico, aunque este artículo, con precios que rondan los 50.000 dólares, nunca será conducido por los Hongana Manyawa.
El entorno neoliberal, totalmente divorciado de la naturaleza excepto como algo que explotar, considera que los coches eléctricos son “muy ecológicos“, una sentencia emitida por un mundo de superautopistas e infraestructuras masivas, donde se da por sentada la existencia de los coches como propiedad individual esencial. Algunas encuestas apuntan que los occidentales pasan 4,3 años de su vida en un coche. Existe incluso el “autocidio”, una forma cómoda de suicidarse fingiendo un accidente para evitar problemas religiosos y de seguro, aunque en el proceso se mate a otra persona.
Si los coches eléctricos son “limpios” en los lugares donde se utilizan, es porque la contaminación se exporta.
Los coches y camiones son responsables de cerca del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero la solución no es planificar cómo vivir con pocos coches o sin ellos, sino cómo fabricar coches mejores, otra nueva normalidad. ¿Introducir coches eléctricos con cero emisiones? Bueno, eso si solo se piensa, como lo hace el Departamento de Energía de EE.UU., en lo que expulsan por sus tubos de escape, y se pasan por alto cuestiones como la potencia contaminante de la red donde se cargan, la cuestión de la eliminación de las baterías y la huella de carbono de su fabricación. Tampoco la energía para producir las baterías procede de fuentes bajas en carbono.
Si los coches eléctricos son “limpios” en los lugares donde se utilizan, es porque la contaminación se exporta. Las baterías de los coches eléctricos se fabrican con elementos de tierras raras (ETR), como litio, níquel, cobalto y grafito, que se encuentran bajo la superficie terrestre y, por tanto, deben extraerse mediante procesos altamente contaminantes.
Por ejemplo, la producción de una tonelada de tierras raras también produce 2.000 toneladas de residuos tóxicos, incluida una tonelada de residuos radiactivos. Por tanto, si cada batería de Tesla contiene 50 kg de níquel, ese coche lindo y limpio deja tras de sí 100 toneladas de residuos tóxicos. El níquel (“una forma segura de ayudar a ampliar la autonomía y mejorar la experiencia de los coches eléctricos “) se extrae de yacimientos de sulfuro y laterita. El níquel sulfurado, procedente de rocas duras, es el “tipo puro” porque su extracción, fundición y refinado tienen menos impacto ambiental que el níquel laterítico, que se encuentra cerca de la superficie y se extrae a cielo abierto. Los fabricantes de coches eléctricos tienden a difuminar esta distinción, dando la impresión de que utilizan níquel sulfurado “puro”. Indonesia es el mayor productor mundial de níquel, y se calcula que Halmahera contiene algunas de las mayores reservas de níquel laterítico sin explotar del mundo.
Cliff Rice, de la Facultad de Ciencias Medioambientales y Forestales de la Universidad de Washington, describe cuatro formas distintas en que el níquel laterítico es sucio. Como sus concentraciones de níquel son menores, requiere mucha energía, casi toda la cual procede de la quema de carbón para la fundición (entre 20 y 25 toneladas de carbón por una tonelada de níquel, 90 toneladas de emisiones de CO2 ). Por cada coche eléctrico se emiten cuatro toneladas de CO2 .
En segundo lugar, la alternativa de la lixiviación ácida a alta presión (HPAL) produce casi un 70% menos de CO2 pero grandes cantidades de residuos peligrosos, lodos ácidos y sulfato de magnesio (irritante para la piel, los ojos y el sistema respiratorio e, inhalado o ingerido, provoca diarrea, vómitos y daños en el sistema nervioso central). La eliminación de estos residuos peligrosos en Indonesia se denomina “relaves de alta mar”, lo que en realidad significa envenenar el mar.
En tercer lugar, la destrucción de la selva tropical, ya que la minería a cielo abierto exige arrancar todo lo que hay en la superficie, pero no sólo se destruye la vegetación, sino toda la “sobrecarga” (bosques, biodiversidad, vergeles, suelos, pueblos, culturas, animales y personas).
En cuarto lugar, los yacimientos lateríticos de níquel tienden a formarse a lo largo de crestas y colinas, por lo que las fuertes lluvias tropicales arrastrarán toda la arena, grava y arenilla del suelo expuesto y la arrastrarán hacia el mar y, en Halmahera, hacia sus arrecifes tropicales, al tiempo que sedimentan ríos y arroyos.
Y yo añadiría una quinta suciedad de la extracción de níquel, y es que despeja el terreno para las plantaciones de palma aceitera, con todos los daños concomitantes a los manglares, plagas de escarabajos y serpientes, suministros de agua contaminados e inundaciones en la estación lluviosa.
Por supuesto, Elon Musk no es el único operador minero de níquel en Halmahera. Hay docenas más. Se han concedido cientos de permisos de minería y varias empresas internacionales están implicadas en la destrucción de la tierra de los Hongana Manyawa. Entre ellas está la francesa Eramet (“se esfuerza por cultivar una industria sostenible y socialmente responsable” y defensora “de referencia” de los derechos humanos) que, fundada con financiación de Rothschild en 1880, planea asociarse con la alemana BASF, el mayor productor químico del mundo (muy perjudicial para el medio ambiente con sus productos químicos “para siempre” y sus pesticidas peligrosos).
Eramet supervisa las operaciones de Weda Bay Nickel (la mina de níquel más grande del mundo, y que planea aumentar exponencialmente su tasa actual) junto con el grupo chino Tsingshan Holding, también conectado con Tesla a través de la empresa chino-finlandesa CNGR Advanced Materials (conocida por sus crímenes contra los derechos humanos de los habitantes de Morowali, Sulawesi Central y Weda, Halmahera Central y Maluku del Norte). Eramet y BASF planean construir una refinería en los terrenos de Hongana Manwaya. En resumen, un agradable aquelarre de criminales.
Tesla también tiene algo llamado “política de derechos indígenas”, que establece que “para toda extracción y procesamiento de materias primas utilizadas en los productos Tesla, esperamos que nuestros proveedores de la industria minera se comprometan con los representantes legítimos de las comunidades indígenas e incluyan el derecho al consentimiento libre e informado en sus operaciones.”
Una mujer hongana manyawa grita: “No doy mi consentimiento… diles que no queremos regalar nuestro bosque”, pero Tesla no escucha.
En realidad, esto lo exige el “derecho internacional” (que, no se aplica exactamente, ignora el genocidio y aún no ha incluido el ecocidio en el Estatuto de Roma como crimen internacional) para todos los “desarrollos” en territorios indígenas. De todos modos, es evidente que no se puede, como individuo, dar, y mucho menos negar, el consentimiento libre, previo e informado a los operadores que quieren devastar la tierra, el bosque y la vida de tu comunidad. Una mujer hongana manyawa grita: “No doy mi consentimiento… diles que no queremos regalar nuestro bosque”, pero Tesla no escucha.
El presidente de Indonesia, Joko Widodo, autoproclamado “protector de las selvas tropicales” -cuya astuta cumbre de la “OPEP de las selvas tropicales”, que pronto se celebrará con Brasil y el Congo, obteniendo así la complicidad internacional en la ocupación de las selvas tropicales de Papúa Occidental por parte de su país, se describe como un “movimiento inteligente para compartir conocimientos sobre conservación” en un informe de Jonathan Watts, periodista experto en medio ambiente global de The Guardian. Indonesia ha ofrecido a Tesla una concesión minera de níquel, a cambio de un acuerdo por valor de miles de millones de dólares para comprar níquel y cobalto indonesios para sus baterías, completado con la oferta sobre la apertura de una planta masiva de Tesla en el país, poniendo el acuerdo de la mina de Freeport (donde la sobra de Henry Kissinger acecha) en Papúa Occidental como ejemplo a seguir.
Los mismos grupos indígenas que están siendo silenciados, marginados y asesinados son los que tienen una relación más estrecha con la realidad porque siempre han vivido de manera civilizada como parte de su entorno, sabiendo que cualquier ataque contra el entorno es un ataque contra ellos mismos. Su ética consiste en tener consideración por los demás y por todos los seres vivos y no vivos de su parte de la naturaleza.
En el mundo de los coches más inteligentes, más verdes y mejores, que se conducirán ecológicamente solos por las superautopistas, la empresa de Musk, Neurolink, obtuvo en junio de este año la aprobación de la agencia norteamericana FDA (disparando su valor de dos a cinco mil millones de dólares) para poner chips en cerebros humanos, supuestamente para ayudar a personas con parálisis, por ejemplo, pero también “guardará y reproducirá recuerdos”, afirma Musk (pero… ¿debemos comprar estos “recuerdos” a Musk?).
“El futuro va a ser raro”, dijo. Quizá sea eso lo único cierto que ha dicho el personaje, aunque no mencionó lo raro y aterrador que es el presente, gracias a personajes como él. Sin embargo, los gobiernos le escuchan a él y no a gente como los Hongana Manyawa, que realmente saben cómo podríamos luchar de forma realista y ética contra el cambio climático.
Musk parece buscar su propia inmortalidad. “Después de todo, descargar la memoria de un ordenador en un cerebro humano es omnisciencia, y cargar un cerebro humano en un ordenador es inmortalidad”. Venkatraman Ramakrishnan, premio Nobel de Química, llega al quid de la cuestión: “Los multimillonarios californianos se lo están pasando tan bien en la fiesta de la vida que no quieren que se acabe. No quieren salir a la fría noche a la hora que les corresponde”. En consecuencia, todos los demás pueden morir a causa de su fiesta.
En nuestra negativa a afrontar las consecuencias de dejar que estos lunáticos dirijan el mundo y supervisen su desaparición, somos de alguna manera cómplices del ecocidio y el genocidio de los últimos pueblos realmente cuerdos de la Tierra.
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Fotografía: Open democracy.
Instalación minera de níquel de PT IWIP (Parque Industrial Weda Bay de Indonesia) en la aldea de Lelilef Sawai, Distrito de Weda Central, Regencia de Halmahera Central, en octubre de 2022. Varias partes de la isla Halmahera son actualmente lugares de extracción de níquel. |
Joshua Irwandi/The Washington Post via Getty Images