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El coronavirus y los condenados de la Tierra.

por La Redacción marzo 27, 2020
marzo 27, 2020
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Por: Alejandro Iturbe. LIT-CI. 27/03/2020

La pandemia y sus consecuencias golpean con dureza en muchos países. Pero sus golpes no afectan por igual a todos los sectores sociales. En estos momentos de catástrofe, el capitalismo imperialista nos nuestra, de modo exacerbado y con toda su crudeza, la profunda desigualdad que genera de modo creciente.

Comencemos por la más elemental de las necesidades: el agua corriente potable, imprescindible para lavarse las manos y beber periódicamente, como medida de precaución. El pasado 22 de marzo, Día Mundial del Agua, la ONU informó que 40% de la población mundial no tiene acceso al agua en esas condiciones.

En un artículo publicado recientemente, el biólogo e investigador argentino Guillermo Folguera explica algunas de las causas[1]: a) en las zonas urbanas, en especial en las grandes ciudades, los sectores más pobres que fueron parte de esa urbanización lo hicieron en regiones que no tenían las obras para proveerlas y estas nunca fueron hechas posteriormente; b) la acción de la polución urbana y los desechos industriales sobre fuentes y cursos, sin una acción potabilizadora que la limpie antes de su consumo;  c) la acción de actividades económicas (que son estimuladas sin control por parte de los gobiernos burgueses) como el agronegocio, la megaminería y el fracking, que no solo utilizan cantidades de recursos acuíferos sino que deterioran su calidad e, incluso, los contaminan, y c) el capitalismo imperialista que ha dejado de considerar el agua como un recurso natural imprescindible y que debería ser un derecho de acceso gratuito, para considerarlo un “bien comercial”, una mercadería para obtener ganancias. Como lo expresó el presidente de la Nestlé, Peter Brabeck-Letmathe: “es necesario privatizar el abastecimiento de agua”[2].

Este profundo análisis, se expresa en muchos seres humanos de carne y hueso que sufren esa marginación en favelas, villas miserias y otras barriadas de condiciones precarias. En este tipo de barrios, por sus condiciones, un primer caso no detectado puede expandirse de modo muy rápido. Como en la famosa Cidade de Deus en Río de Janeiro (donde ya apareció el primer caso de contagio)[3] o el barrio Cabin 9 (Rosario, Argentina) cuyos vecinos deben salir del barrio para conseguir agua porque las napas están contaminadas. Yolanda Ruiz, integrante de la Asamblea de barrio, contó: “A nosotros solo nos queda concurrir al tanque para poder llenar los bidones que utilizaremos para cocinar y consumir. Lamentablemente nos exponemos al contagio ya que debemos realizar una larga fila para conseguirla y podemos encontrar población de riesgo y adultos mayores” [4].

 La situación es aún peor entre los marginales de los marginales: los sin techo. José, que vive en las calles de San Pablo, habla del agua corriente: “En la calle no hay nada de eso. Hablan que tenemos que lavarnos las manos, pero, ¿dónde? Nos lavamos con el agua que se junta cuando llueve” [5]. Ni que hablar del alcohol en gel que es considerado un “lujo” inaccesible salvo cuando, muy esporádicamente, lo ofrece una parroquia cercana.

Mientras tanto, los “ricos y famosos” exhiben su “cuarentena” llena de lujos y placeres en sus casas con piscina (con el agua que falta en otros lados) en los barrios privados, rodeados de seguridad que los aísla del mundo, aunque muchos medios los exhiban obscenamente [6]. Un caso extremo de ese exhibicionismo fue el de Marcelo Tinelli, empresario televisivo y deportivo argentino, que viajó en un avión privado y fue a pasar la cuarentena con su familia en su lujosa casa de Esquel, en un lugar paradisíaco de la Patagonia, rodeado de lagos y montañas [7].

“La maldición del trabajo”

Mientras los “ricos y famosos” viven de la explotación de los trabajadores y/o de sus rentas, muchos trabajadores se debaten entre la cruel opción de trabajar y exponerse o no trabajar y morirse de hambre. Esta contradicción se hace especialmente dura para aquellos trabajadores precarizados que no tienen posibilidades de luchar por licencias remuneradas o de conseguir que las empresas garanticen condiciones de salubridad básicas.

Es el caso de los peones rurales, como los recolectores de fruta de la región del Alto Valle del Río Negro (en la Patagonia argentina), una actividad que está exceptuada de decreto de emergencia del gobierno de Alberto Fernández y cuyos empresarios no cumplen ninguna de las medidas de salubridad e higiene, ante la ausencia absoluta de los sindicatos del sector o de controles oficiales. Un artículo sobre el caso muestra una foto en la que los trabajadores son llevados a trabajar amontonados en un vehículo de madera remolcado por un tractor [8]. No difiere en nada de sus condiciones laborales habituales, pero ahora, en medio de la pandemia, resulta una actitud patronal criminal.

Incluso estas terribles condiciones laborales podrían ser hasta ser “aceptables” para muchas mujeres del barrio rosarino ya citado, que no pueden salir a realizar su jornada diaria de trabajo doméstico informal con el que ayudaban a mantener a sus familias.

O para los miles de vendedores ambulantes que, todos los días, se mueven en las grandes ciudades revendiendo productos o vendiendo alimentos que ellos mismos producen. Ellos no tienen otras alternativas de ingresos, en medio de la reducción de clientes y de los consejos gubernamentales de que “no salgan de casa”. “Si no me muero de ese virus, me muero de hambre” dice José María, que vende helados de fabricación casera en la puerta de una guardia médica en el barrio de Lapa, en San Pablo [9].

Una situación de la que no está exento Estados Unidos, el país más rico del mundo, “ejemplo” del capitalismo mundial. Con 140 millones de personas cuyos ingresos no alcanzan para pagar sus cuentas [10], el sistema de salud pública más caro del mundo para los trabajadores y sus familias, y un sistema social que educa en el individualismo, se encamina a ser el tercer país del mundo a sufrir el impacto de la pandemia, con epicentro en la ciudad de Nueva York [11].

En el final de la escala

Uno o dos escalones más abajo que los vendedores ambulantes están los miles de presos que, como una expresión extrema de la decadencia capitalista, se hacinan en las cárceles de Latinoamérica y del mundo. Y que, enfrentados a un riesgo cierto de contagio y muerte, han comenzado violentas rebeliones como las sucedidas en Argentina, Brasil y Colombia, muchas de ellas sangrientamente reprimidas [12]. O comienzan a fugarse masivamente [13]. Hay también informes de tensión en cárceles de Sri Lanka y Egipto [14].

Solo podría considerarse peor la situación de los ancianos que han muerto abandonados en casas de reposo o que murieron solos en sus casas, como una nota de la BCC informa que ocurrió en el Estado español [15].

Más privilegios

Los privilegios de los ricos y famosos no se limitan a las condiciones en que pasan la cuarentena, sino que se extienden también a la detección de un posible contagio. Para el común de las personas es muy difícil acceder a un test seguro de diagnóstico porque los gobiernos y centros de salud pública los hacen a cuentagotas y no invierten en ellos, a pesar de ser considerada una medida imprescindible para frenar la pandemia y para que el aislamiento sea realmente efectivo [16].

Sin embargo, los ricos y famosos no tienen ese problema. Los basquetbolistas de la NBA lo tuvieron garantizado por sus propias entidades-empresas deportivas, mientras otras celebridades, políticos y millonarios ya se lo han hecho, comprados en laboratorios privados [17].

También pretenden que esos privilegios existan a la hora de evitar la cuarentena, aunque encuadren en situaciones de riesgo y puedan contagiar a muchos. Luca Singerman, un joven jugador de rugby argentino, hijo del economista y profesor universitario Pablo Singerman, viajaba desde Holanda. En Uruguay se le detectaron síntomas de contagio y quedó hospitalizado en Montevideo; se fugó, se embarcó en la empresa Buquebús y obligó a 500 tripulantes y pasajeros a someterse a una cuarentena obligatoria y a controles intensivos a la llegada del navío a Buenos Aires [18].

O la jueza del Tribunal Superior de Justicia de Jujuy, Argentina, que al llegar de Miami intentó eludir la cuarentena con un recurso de hábeas corpus, justificándolo en una de las excepciones del decreto firmado por el presidente Alberto Fernández, que se refiere a las personas que ocupan cargos jerárquicos en los tres poderes del Estado nacional y los provinciales [19].

Preparándose para posibles “estallidos sociales”

Es cierto que también hay sectores populares y trabajadores que transgreden el aislamiento decretado. Pero, para ellos, por lo menos en Argentina, les está reservada la represión de la Gendarmería o de la Policía, incluso la prisión, en medio del estado de sitio, de hecho, que se ha impuesto en el país, con varias decenas de miles de personas detenidas en todo el país [20].

No se trata solo de un exceso de celo en el combate al coronavirus. Detrás de este despliegue se esconde el temor a que la combinación entre la situación creada por la pandemia, la agudización de los efectos de la crisis económica y la comprobación de que el “sacrificio” no es igual para todos generen “estallidos sociales’ en las regiones más afectadas.

Varios jefes de municipios comunales ya prevén esta posibilidad, acusando a “sectores de izquierda” de impulsarlos, y se preparan para evitarlos: han formado “comités de crisis” con el presidente Alberto Fernández, que planifican medidas paliativas, con el trasfondo de aumentar la represión si no son efectivas [21]. Esta situación existente en Argentina está en realidad latente en muchos otros países del mundo.

Algunas conclusiones

La pandemia del coronavirus no ha creado las lacras que genera el capitalismo imperialista. Solo las desnuda aún más y las lleva a un nivel superior. Asentadas sobre un sistema putrefacto, las burguesías y sus gobiernos combaten la pandemia de modo insuficiente y limitado. Y lo hacen con un criterio de clase: protegiendo primero a los suyos y, esencialmente, la explotación y sus ganancias.

Hay mucho de hipocresía en sus palabras y acciones. Su verdadero pensamiento, por lo menos el de un sector importante de esa clase, lo expresó el empresario brasileño Junior Durski, dueño de la red de restaurantes Madero: “Brasil no puede pararse por 5.000 o 7.000 muertos” [22]. Claro que estas muertes serán, en su mayoría, de trabajadores y pobres.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: LIT-CI.

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