Por: Guillermo Cieza. 29/04/2025
Cuando Donald Trump puso en agenda la deportación masiva de migrantes latinos y el refuerzo del cerco en la frontera mexicana, sus imitadores criollos, anunciaron la creación de un muro entre la Argentina y Bolivia.
La iniciativa ha sido anunciada con gran apoyo mediático por la Ministra de Seguridad, Patricia Bullich, y ha contado con el apoyo del gobernador massista, Gustavo Sáenz. Se trataría de un cerco de alambrado de 200 metros que se construirá en la ciudad salteña de Aguas Blancas que es fronteriza con Bolivia.
Las dimensiones del proyecto nos hacen recordar las pequeñas casitas que hacíamos cuando niños imitando las construcciones de los adultos. Aquellos refugios infantiles, construídos con palos, bolsas de arpilleras y algunas chapas, eran extremadamente inclementes, frente al frío o el calor, y muy incómodos para ingresar porque debíamos hacerlo arrodillados. Además tenían goteras y poca resistencia frente a los vientos. Pero alimentaban nuestra ilusión de que éramos personas mayores.
Un estudio realizado por la Universidad de Lund (Suecia) que fue publicado en la revista Primates, he demostrado que los chimpancés, se parecen a los niños por sus hábitos de imitar a los humanos. Pero también advierte que esos monos son imitadores bastante pobres. Después de años de observar la conducta de los simios recluidos en el zoo de Furuvik, y de observar sus interacciones con los visitantes del lugar, concluyeron que tanto los niños como los chimpancés trataban de atraer a las otras especies, pero que los monos eran más remisos para aprender de estas acciones. Tenían dificultades para organizar juegos que superaban la simple imitación. Resumiendo, podríamos decir que en el mundo de los chimpancés (y de los gorilas) el alumno no supera al maestro, más bien lo degrada. Esto explicaría porqué, cuando hacemos referencias a nuestros antecesores, y reconociendo que tenemos un ancestro común, no consideramos a los chimpancés y a los gorilas, como nuestros abuelos. Son lineas que en determinado momento de la evolución se bifurcaron y no volvieron a confluir. Aunque debe reconocerse que algún imitador que empobrece al original ha sobrevivido entre los humanos.
Volvamos al ejemplo del cerco de Salta. Dos cuadras de alambrado no son ninguna frontera, pero además se trata de dividir a una población que tiene las mismas raíces étnicas, la misma cultura, la misma religión, los mismos apellidos, los mismos idiomas y donde buena parte de las familias son plurinacionales. Obligar a la familia del abuelo Pepe, que vive a diez cuadras, que cumpla trámites aduaneros para ir a saludarlo por su cumpleaños, o convertir en un trámite engorroso para sus parientes un bautismo que queda a tres cuadras del lado argentino, es más una sobreactuación berreta para “parecernos a Estados Unidos” que una medida efectiva para combatir el narcotráfico.
Vociferar que por esos 200 metros pasan los “embarques de cocaína” que ingresan al país, significa desconocer que hay múltiples denuncias de que la cocaína transita por la red Paraguay-Paraná, con la complicidad de puertos privados y controles privatizados desde mediados de los 90. No nos vamos a sorprender si alguien pasa algún kilito de droga por la frontera del noroeste, pero eso es chiquitaje.
Por último, el hecho que en un país habiten personas que han nacido en otros países no es un problema. Pero, si lo fuera, es incomparable la situación entre Estados Unidos y la Argentina. En el país del norte, un 18,9 % de su población es de origen latino, y en Argentina, los “extranjeros” (la mayoria de Paraguay y Bolivia) son apenas un 4,2%. En los registros históricos de nuestro país, se advierte que la cantidad de “extranjeros” es una de las más bajas de los últimos ciento veinticinco años. En la Argentina, en las primeras décadas del siglo pasado la cantidad de “extranjeros” osciló entre el 25 y el 30% de la población. Resulta por lo menos sorprendente que esas décadas, que el gobierno de Miliei y toda la derecha argentina reivindican como las más esplendorosas, hayan incluído una altísima proporción de “extranjeros”. La conclusión obvia es que para ellos no son lo mismo “extranjeros de origen europeo”, que “extranjeros de origen sudamericano”. Esa distinción tiene un solo nombre: Racismo.
La pulsión por entrar en la agenda mundial, imitando al hoy muy publicitado Donald Trump, es una reacción infantil y hasta simiesca de un personaje como el Presidente Milei. Sigue jugando a los superhéroes en un país donde no faltan imbéciles y monos imitadores, pero donde creo que la mayoría aún sigue pensando con su propia cabeza.
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Fotografía: Huella del sur