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Ecuador, una lucha sin vanguardia ni retaguardia: todos de a una

por La Redacción octubre 17, 2019
octubre 17, 2019
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Por: Cristina Vega. El diario. 17/10/2019

Acaban de gasear a las puertas de la Universidad Salesiana en Quito, lugar al que históricamente han llegado los indígenas para alojarse en marchas y levantamientos. “La universidad es zona de paz”, reza una pancarta en la Universidad Católica, también lugar de acogida, ante la arremetida de la policía. No ha pasado ni una hora cuando cientos de iniciativas buscan resguardar estos albergues y centros de acopio. Vecinas con solicitudes y firmas dirigidas al alcalde para que declare el área como “zona de no violencia”, cartas de docentes universitarios, videos en las redes para hacer respetar la autonomía de las universidades. Y es que no se detienen las hostilidades, contra la gente que se junta, contra periodistas, contra wawas (bebés)…, mientras los voceros se llenan la boca con palabras que definitivamente no van: delincuencia y diálogo.

Resguardar, albergar, cuidar, acoger son palabras que resuenan el día de hoy, allí donde fluyen mil y una pequeñas, medianas y grandes iniciativas para sostener la lucha. Ni vanguardia ni retaguardia; todo de a una, como el palo horizontal que porta la comunidad para defender la tierra, para encabezar la marcha, para no seguir mandados. Ahí es donde se condensa lo se aprende peleando, lo que me gustaría compartir con mi hija y mi ahijada: la fuerza del cuerpo a cuerpo comunitario que enseña el movimiento indígena, y el par reproducción de la lucha y lucha por la reproducción, que alumbran las mujeres organizadas y los feminismos, los wambras también.

Muchos jóvenes urbanos, mestizos, populares y de clase media, se acercan a los centros de acopio. Llegan a dejar algo y se quedan, se arremangan y se ponen a hacer y a coordinarse con otros conocidos y desconocidos. Unos se juntan por aquí, otras por allá. Esto sucede de lo más grande a lo más pequeño. De lo grande: los centros de acopio y acogimiento en las universidades, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana y alrededores, que ya hoy se sienten como santuarios. De lo pequeño: la brigada de limpieza que irrumpe y recompone el espacio, la enfermera que logra un auto para llevarse a una joven herida, la que acerca lo propio de casa y se queda. Ocurre, igualmente, de lo fijo a lo móvil. De lo fijo: la compa que reúne, clasifica y manda, los vecinos que cocinan, los amigos que ponen en marcha su colecta. Lo móvil: los paramédicos que van y vienen, adelante, detrás y a un costado de quienes resisten, las amigas que circulan repartiendo almuerzos, panes, coladas, los abogados que atienden y buscan a los detenidos. De pronto todo se recompone, las heridas si no se curan, se mitigan.

Cuentan que en la reciente historia de levantamientos y destituciones presidenciales desde mediados de los 80 y ya en los 90, también se debió forjar la memoria de estos niños, hoy chicas y chicos. Yo creo, seguía mi amiga, que de pequeños han vivido, hemos vivido, episodios que precisaban de la apuesta por lo común. Memoria corporal han de tener.

Hacia arriba, hacia El Dorado, algunas compañeras reportan un herido muy grave de bala, lo sacaban como podían para hacerlo atender. Estamos atentas a ver qué pasó con él, si está muerto. La represión comenzaba arreciar esta tarde en El Arbolito, y después se fue poniendo más fea, como anoche. Hoy pudimos ver imágenes del cordón humano que conectó La Casa de la Cultura con la Universidad Católica, por el que salieron mujeres, mayores, niñas, heridos ante la brutalidad policial.

Las mujeres y hombres indígenas y campesinos caminan juntos con los palos y las ramas de eucaliptus, con las que protegerse de los gases. Y más que juntos, acuerpados, los compañeros salen y entran del ágora preguntando por los de su pueblo, por los de comunidad; separarse es extraño, uno va con los suyos, a la marcha y al descanso, al almuerzo y al camión. Los estudiantes de la católica les aplauden cuando salen: “gracias por siempre estar”.

De otro modo, pero también como con los urbanos, se siente el legado. Hermanos de una comunidad de Bolívar, provincia donde han tomado la gobernación, donde quedaron quienes no subieron a Quito, explican lo que todo el mundo ya percibe. Los jóvenes dicen, “ahora nos toca a nosotros”. “Nuestros taitas y mamas han peleado, nosotras seguimos su senda igual”. Y verá, “mujeres y hombres”. En efecto, las mujeres, bien arrechas, gritaban con fuerza llamando a la resistencia, desde la asamblea ocupada y desde la calle. Como los urbanos: “somos los hijos del primer levantamiento”, “no se construye el presente sin entender el pasado”.

La indignación es mucha y no es de ayer, del paquetazo. Ya estaban los pueblos preparándose, y es que el racismo capitalista es fuerte y recorre el territorio. Estos días hemos podido percibirlo en toda su repugnante densidad: en las palabras de los socialcristianos de Guayaquil, en las palabras de las derechas desde la tribuna de los Shyris. Son la funcional contracara de la hipocresía represiva del presidente Moreno. En Guayaquil, decía la Sra. Viteri, “los que vienen lo hacen para destruir la ciudad en nuestro mes de orgullo”, “está la política, pero la ciudad, la ciudad es como si se metieran a tu casa”… Nebot, sí sale directo… “qué se queden en el páramo”. Así se las gastan las sudaderas blancas a nombre de la paz, destilando racismo. Porque al final la indiada no es sino un conjunto desordenado de vándalos, turba junta indeseable.

La libertad se va recortando por pedazos. Hoy ha llegado un comunicado advirtiendo que entre estos vándalos se encuentran muchos extranjeros pagados, colombianos y venezolanos, como se ha dicho en varios medios. Para quienes no respeten las leyes y ofendan a los ecuatorianos, sanción y deportación. Radio Pichincha Universal suspendida y así. Eso al tiempo salen con un paquetito de medidas adicionales para sentarse a dialogar con los “hermanos indígenas”, mientras meten bala y gas a quienes se retiran a descansar. ¿Qué irá a pasar?

Hay un saber inmenso de las mujeres. Lo veíamos en un hermoso video compartido en redes con imágenes de sostenimiento. La mirada tradicional ve a las mujeres como retaguardia; las que acaban limpiando mientras los hombres se enfrentan arriesgando su cuerpo. Pero con los pueblos y las mujeres la imagen no casa bien, no encaja del todo, algo chirría, aun escapando de idealizaciones. En los últimos tiempos, los feminismos han hecho cambiar la lógica, la han volteado, empujando y revelando un nuevo sentido de lo político. Para que la gente luche, desde luego, hay que barrer, limpiar, curar, cocinar, cubrir el descanso, abrigar, alimentar, tranquilizar, alentar… ¡Eso de una! Pero también ahora jugamos a la inversa o a lo todo a la vez: la lucha es cada vez más lucha por el sostenimiento de los cuerpos colectivos que somos. La reproducción es la lucha, es la forma que nos damos para resguardar y empujar al mismo tiempo. Las luchas anti-extractivas, campesinas, por la soberanía alimentaria y el resguardo de las fuentes de vida muestran ese rostro, las peleas contra la violencia machista y por el acompañamiento en aborto muestran ese rostro, las que se libran ahorita contra el avance del neoliberalismo en calles, vías, comunidades y casas revelan ese mismo rostro. Porque hoy, queremos ir y vamos de a una.

Levantamiento indígena y represión estatal en Ecuador, (c) Jonathan Rosas

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.

Fotografía: El diario

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