Por: José Ignacio Bozano Herrero. 02/12/2016
La relación de los seres humanos con las sustancias psicoactivas se remonta a los albores de la propia humanidad. Terence McKenna, en su imprescindible obra El manjar de los dioses, propone que antes de salir del continente africano nuestros primeros antepasados tuvieron contacto con alguna de las especies de hongos psilocibios, en concreto con la variedad psilocybe cubensis, constituyendo la primera muestra de lo que ha resultado ser una constante simbiosis cultural a lo largo de la historia de la humanidad entre una gran cantidad de sustancias psicoactivas, de origen natural o sintéticas, y distintos grupos humanos que las han incorporado a su ethos. Numerosas muestras en los distintos continentes dan buena prueba de ello, algunos de estos casos son los de los misterios Eleusinos en la Grecia clásica, el consumo de amanita muscaria entre los tungus y otra muchas etnias del contexto siberiano, el papel principal del misterioso Soma en el Rig Veda hindú (posiblemente y según McKenna también identificable como la A. Muscaria), la centralidad del peyote, la ayahuasca y los hongos ( entre otras muchas sustancias) en buena parte del continente americano, el consumo del khat en África o incluso la más novedosa utilización del LSD por determinados movimientos culturales contemporáneos.
Sin embargo, la definición de estas sustancias como elementos de conflicto no es una cuestión universal, tampoco novedosa, más bien es el resultado de la mirada etnocéntrica y uniformizadora propia del mundo occidental que se genera a partir de la expansión colonizadora que se da a finales del siglo XV, y que en las últimas décadas del siglo pasado se agudiza definiendo la situación en términos de “problema de las drogas” y “guerra contra las drogas” (hemos de rechazar tajantemente, al menos en el marco de la investigación científica, el connotado constructo de “droga” por llevar sobre sus hombros la pesada carga del estigma). La imposición de una única verdad supone la destrucción de la diversidad cultural, y no debemos dudar ni un momento que el consumo de psicoactivos es clara muestra de ello. En el contexto occidental hace ya mucho tiempo que, a fuerza de minimizar o negar las cualidades positivas de dichas sustancias y las experiencias obtenidas con ellas, rechazamos y perdimos el conocimiento sobre este tipo de prácticas, que en algún momento debió de ser muy grande, y con ello la posibilidad de acceder a un tipo de conocimiento alternativo y aprender de él.
No obstante, en otra partes del globo como América Latina, donde se han visto obligados a asumir los terribles costes de aquella guerra, la relación de los grupos humanos que allí habitan con distintas sustancias psicoactivas ha podido mantenerse, y con ello el conocimiento ancestral que paradójicamente buscan ejércitos de académicos occidentales. Esta distinta manera de enfocar la situación se extiende hasta los debates actuales sobre la regulación de los psicoactivos, que están conociendo y experimentando un protagonismo que hasta hace bien poco no tenían, pues se están integrando desde el nivel político principalmente en los discursos actuales, promoviéndose una serie de cambios ya no sólo en el estatus legal de algunas de estas sustancias, sino en la consideración que se tienen de ellas. América Latina, obligada en gran parte por la excesiva conflictividad derivada de tal conflicto bélico, es sin duda la región del globo donde estos asuntos están encontrando un mejor espacio para la reflexión desprejuiciada, aquella que no parte de una esencialización y un consideración negativa de los psicoactivos, y para la reflexión empática, aquella que tiene en cuenta la diversidad cultural humana y comprende la importancia que tiene para grupos y personas la materialización de sus expectativas culturales y/o vitales.
Recientemente hemos asistido a un cambio del estatus legal del cannabis en Uruguay (pese a las reticencias de la ONU), al igual que en algunos estados norteamericanos (con menos voces discrepantes), a partir de donde el debate ha empezado a extenderse a otros países y a incluir otras sustancias. A pesar de ello, el panorama que se presenta es incierto políticamente (casos como la reciente “Ley de seguridad ciudadana” española han supuesto un retroceso al aumentar las medidas punitivas contra aquellos que hacen uso de dichas sustancias), aunque no cabe ninguna duda de que seguirán existiendo personas y grupos que recurran a estas sustancias bajo muy diferentes motivos, como iremos viendo en próximas entradas del blog. En cualquier caso, mientras exista persecución de los usos de psicoactivos se generarán conflictos y situaciones problemáticas, mayoritariamente derivadas de la gestión política que se hace del asunto, pues las sustancias psicoactivas no pueden ser buenas o malas por sí mismas, por el contrario esto va a depender del uso que se haga y la imagen que se construya de ellas.
Fuente: http://iberoamericasocial.com/de-humanos-y-psicoactivos/
Fotografía: culturacolectiva