Por: Santiago Mayor. 20/11/2022
El periodista uruguayo Marcelo Aguilar, residente en Brasil y corresponsal del semanario Brecha, analiza el escenario de transición presidencial luego de la victoria de Lula da Silva en el ballotage del 30 de octubre.
Luego del triunfo de Lula da Silva en la segunda vuelta electoral de las presidenciales de Brasil, el clima se enrareció. Su adversario y actual presidente, Jair Bolsonaro, mantuvo un largo silencio mientras sus partidarios protestaban en las calles, cortaban rutas y pedían a las Fuerzas Armadas que dieran un golpe de Estado contra un presunto fraude.
Si bien las manifestaciones se fueron reduciendo, el gobierno reconoció su derrota y dio inicio a la transición en el plano institucional, el escenario no deja de ser complejo. El periodista uruguayo Marcelo Aguilar, que vive hace varios años en Brasil, aporta su mirada desde un país que empieza a dejar atrás cuatro años de uno de los gobiernos de ultra derecha más radicalizados del mundo.
– Aunque Lula ganó las elecciones y parece encaminarse -al menos en el plano formal- la transición, todavía faltan casi dos meses para que asuma como presidente. Mientras tanto los bolsonaristas han salido a la calle, denunciando fraude y realizando bloqueos ¿Qué perspectiva tenés respecto a lo que pueda suceder de acá al 1° de enero? ¿Existe el peligro de que no se concrete el cambio de mando presidencial?
– No creo que haya riesgos de que no se concrete la asunción. Por un lado, la transición más formal e institucional avanza a todo vapor, con los equipos montados y trabajando en Brasilia. Lula eligió a Geraldo Alckmin, su vicepresidente, para liderar ese proceso en un equipo que también tiene figuras como Gleisi Hoffmann, presidenta del Partido de los Trabajadores (PT). A su vez el presidente electo estuvo en Brasilia la última semana, se reunió con Arthur Lira, presidente de la Cámara de Diputados, y que fue un gran aliado de Bolsonaro en el gobierno; con Rodrigo Pacheco, presidente del Senado, y con los ministros del Supremo Tribunal Federal.
Por ese lado hay un clima de retorno de cierta “normalidad” democrática y Lula posicionándose como articulador de la pacificación y la reconstrucción del país. Pero existe ese Brasil paralelo en el que sectores de ultraderecha bolsonarista salieron a las calles, y en muchos casos se mantienen todavía en ellas, para pedir una intervención militar, para denunciar supuesto fraude en las urnas, y reivindicar pautas ultraconservadoras. Realmente muchos de los videos que se ven, los testimonios que se oyen, parecen sketches, u obras de humor, y considero necesario evitar caer en la tentación de tomarlo con gracia, o ridiculizar su alcance, algo que por cierto estaría justificado dado el grado de delirio que alcanzan.
Estas protestas se alimentan de un círculo cerrado de información y de teorías completamente alejadas de cualquier realidad concreta, generando una nueva forma de hacer política, pero ridicularizarlas puede llevar a subestimarlas, lo que ya se demostró muy peligroso en Brasil, y en otras partes del mundo. Creo que todavía es difícil de medir el impacto que tendrá el avance de estos grupos en la cultura política brasileña, pero este proceso electoral demostró una vez más que la ultraderecha tiene caudal electoral y vitalidad social y que este tipo de agendas vinieron para quedarse por un buen tiempo.
– Dejando de lado la transición institucional, está claro que el bolsonarismo no fue derrotado en tanto fuerza social y política por lo que tendrá un peso como oposición al próximo gobierno ¿qué límites puede plantear para el programa de Lula la existencia de este sector radicalizado?
– Lo respondo un poco en la anterior. Pero considero que hasta ahora, lo que hemos tenido del bolsonarismo fuera del poder es una especie de “muestra gratis”. Si bien el proceso de radicalización derechista, o al menos, de vaciamiento de la derecha tradicional (léase Partido de la Social Democracia Brasileña, PSDB), se inicia durante el proceso de derrocamiento de Dilma Rousseff, desembocando en la elección de Jair Bolsonaro en 2018, lo que más hemos visto de bolsonarismo entendido como fuerza ultra radical de derecha movilizada ha sido una consolidación con Bolsonaro en el poder.
Bolsonaro salió de la elección, a pesar de derrotado en votos, fortalecido como líder de la ultra derecha, y hay que ver cómo capitaliza eso. O sea, si consigue mantener una base fuerte y movilizada en las calles para responder al gobierno Lula, o sin el sustento del aparato del Estado, su capacidad tiende a desinflarse y su base a desmovilizarse.
– Más allá de la oposición del bolsonarismo, Lula no tendrá -a priori- una mayoría en el Congreso y deberá lidiar con una alianza de gobierno extremadamente heterogénea. En la entrevista que diste para el podcast Ballotrash señalabas que los distintos sectores que lo apoyaron querrán cobrar su parte y eso implicará concesiones ¿qué contradicciones puede plantear esto hacia adentro de un gobierno que incluirá desde el Partido Socialista Brasileño (PSB) de Alckim, hasta el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y el Movimiento Sin Tierra (MST)?
– Todavía es incierto también si tendrá mayoría en el congreso o no. Esta gelatina política que en Brasil se conoce como Centrão, y que básicamente es compuesta por un grupo de partidos y políticos que se mueven hacia donde va el poder, la influencia y los recursos, y que ha servido de base a la abrumadora mayoría de los gobiernos, sustentó a Bolsonaro, y se reeligió con él. Pero no son “bolsonaristas de pura cepa”, digamos. Si Lula consigue avanzar en áreas importantes, y le va bien, es muy probable que muchos se plieguen a esa ola. Por ejemplo, Movimiento Democrático Brasilero (MDB) y União Brasil, dos partidos con gran representación parlamentaria, ya evalúan según la prensa brasileña unirse a la base de Lula.
Ahora, a la interna, como de hecho decía en Ballotrash, sin dudas habrá tensiones y contradicciones. Esto se ve por ejemplo en la conformación de los equipos de transición. Lula va a tener que ser medio alquimista para encontrar un equilibrio entre lo que “tranquiliza al mercado” y lo que prometió que hará, que es acabar con el hambre y avanzar en amplias políticas sociales.
El último jueves esa entidad llamada “mercado” reaccionó mal a una declaración del presidente electo, que dijo que se habla mucho de equilibrio fiscal pero nadie quiere meter a los pobres en el presupuesto y los pobres nunca están en las planillas de la macroeconomía. Ese es un ejemplo del tipo de contradicciones que enfrentará el nuevo gobierno. Yo creo que la tendencia apunta hacia el centro, y en algunos sectores inclusive a una centro derecha, pero hay aspectos que el gobierno no aceptará negociar y que le darán un carácter popular y progresista.
– En relación a esto último y con todas estas complejidades en el horizonte, sumado a un escenario internacional marcado por la inflación global y la guerra en Europa, la perspectiva parece muy complicada para que el nuevo gobierno pueda cumplir sus promesas y sobre todo saciar las expectativas ¿considerás que es así? ¿de qué forma los actores más progresivos podrían torcer la balanza a su favor?
– Sí, justamente; el escenario internacional no es el mismo, y el paso del bolsonarismo por el poder demanda una profunda reconstrucción institucional. Lula parece apuntar a su vieja receta, aumentar la capacidad de consumo de las grandes masas populares, expandir la obra pública y con ella la generación de empleos. Propone también cambiar el foco de la gestión de Petrobras, que se convirtió desde el golpe de 2016 en una máquina de distribuir dividendos a sus accionistas en base a un proceso de desmantelamiento y venta escandalosa de su patrimonio, y una política de precios atada al mercado internacional.
A pesar de que no lo anunció todavía, la tendencia es que viejos conocidos de Lula y del mercado tomen al frente la parte económica, todo indica que será alguien de preferencia de los liberales. No en vano Lula ha repetido permanentemente en la campaña que este no será un gobierno del PT, y sí de todos los partidos que lo apoyaron y de este “frente amplio” democrático que se formó alrededor de su candidatura. Ya sabemos lo que eso significa. Sin embargo, aparecen en el gabinete de transición nombres importantes en áreas importantes, y quizás se jueguen ahí varias de las oportunidades de los sectores progresistas que integran la coalición para empujar a la izquierda determinadas áreas estratégicas.
– Por último, en una entrevista que dio a la Televisión Pública de Argentina antes de la segunda vuelta en Brasil, Rafael Correa señalaba que la nueva ola progresista de América Latina no tenía la unidad que se vio durante la primera, a principios del siglo XXI. Hoy parece haber una fragmentación que se expresó, por ejemplo, en la asistencia a la Cumbre de las Américas o en el hecho de que Venezuela sigue siendo un proceso difícil de procesar para algunos presidentes. ¿Puede Lula asumir un liderazgo regional que unifique esta dispersión?
– Yo tengo bastantes dificultades para ver este proceso como una ola progresista, o de verlo en sintonía con lo que vimos a principios del siglo XXI. Quizás sea Lula, que incluso formó parte de esta primera, la única figura con el tamaño y carisma de las anteriores, y quizás ese sea uno de los puntos que me dificultan ese entendimiento. Me cuesta ver esa unidad, no sólo de afinidad, sino de pautas y grandes proyectos comunes.
De todas formas, sin lugar a dudas la victoria de Lula puede llegar a tener, y yo creo que tendrá, profundos impactos en la política del continente, y en la integración regional. Ya ha dicho, y demostró en los primeros días luego de ganar las elecciones, que privilegiará la relación con el continente y ve a los países de la región como aliados. Él tiene la capacidad de liderar, y de proponer, promoviendo una mayor integración entre estos proyectos, muchos de ellos incipientes, como es el caso de Colombia y Chile, y otros bastante a los tumbos como el peruano y el argentino.
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Fotografía: primera-linea