Por: Verónica Engler. Nueva Sociedad. 04/07/2017
Las mujeres siempre deben pagar un costo más alto que los varones para expresarse. Por eso, aunque el antifeminismo precede a las redes sociales, con la llegada de internet emergieron nuevos repertorios de reacción contra las feministas. La violencia online se materializa mediante diversas formas de acoso, hostigamiento y abuso. El clima ideológico propiciado por la «derecha alternativa» –racista, xenófoba y machista– alimenta buena parte de esta deriva. No obstante, muchas feministas alzan la voz, no se dejan amedrentar y buscan formas de resistir y de consolidar los avances logrados.
«Barbijaputa ya sé dónde vives, y voy a ir a asesinarte destrozándote el vientre a cuchilladas, feminazi de mierda!». Aunque puede parecer excepcionalmente duro, este es uno de los tantísimos mensajes de odio que a diario recibe en su buzón de correo electrónico la columnista y escritora española cuyo seudónimo es desde hace años Barbijaputa. Ella es una de las feministas de habla hispana más seguidas en las redes sociales y se la conoce por su sentido del humor y su ironía para tratar diversos aspectos de la actualidad en medios de información digital como La Marea, Eldiario.es y Pikara Magazine.
Por su parte, hace un par de años la escritora y periodista colombiana Catalina Ruiz-Navarro –columnista de El Espectador y El Heraldo en Colombia, Vice en México y Univisión en Estados Unidos– daba a conocer su malestar por la cotidiana violencia que suscitan sus escritos online. En los foros de sus columnas en El Espectador, por ejemplo, solían darse largos debates sobre si ella es «fea» o «bonita», también sobre si es «promiscua» o «frígida»; además de los insultos, claro. También la buscaron a su mamá en las redes para preguntarle «por qué no la abortó», y a su marido, para anoticiarlo de que es «víctima» de ella o para instarlo a que «regule» a su esposa1.
Recientemente, en una columna publicada en Eldiario.es titulada «Libertad de persecución»2, Barbijaputa se refería a los mensajes violentos, como el ya citado, que le suelen enviar por el simple hecho de escribir lo que piensa como feminista. «En las redes sociales recibo también constantemente amenazas como esta y mucho peores que, por no herir sensibilidades, no suelo compartir; o si las comparto, opto ahora por pixelar las imágenes que las acompañan». Las situaciones vividas por la escritora española –que acaba de publicar el libro Machismo: 8 pasos para quitártelo de encima– o por Ruiz-Navarro no son una excepción, sino más bien la regla de lo que sucede hoy en día en el magma de las redes sociales, tanto para usuarias del Norte como del Sur. «Y todo esto, ¿por qué?», se pregunta en el mismo artículo Barbijaputa, y responde: «Primero porque somos mujeres y segundo porque somos feministas».
El anonimato de Barbijaputa, que en principio fue una elección casi azarosa, hoy le sirve al menos para evitar que sus acosadores virtuales avancen tanto como lo hacen cuando la identidad de las feministas es pública y son ampliamente reconocidas. En internet, la violencia contra las mujeres se materializa mediante acoso, hostigamiento, extorsión y amenazas, robo de identidad, doxing (la revelación de datos personales, como el domicilio o el teléfono) o alteración y publicación de fotos sin consentimiento.
En la arena digital (como en la analógica), también las mujeres en general y las feministas en particular deben pagar un costo más alto que los varones para decir lo suyo. Hace ya una década la escritora y periodista tecnológica Annalee Newitz contaba cómo sus artículos publicados en sitios web especializados (como Slashdot) inspiraban encendidos debates acerca de si ella era demasiado gorda como para poder ser considerada atractiva; mientras que a nadie se le ocurría opinar sobre la contextura física o la belleza de los varones que suscribían otros artículos del mismo calibre intelectual3.
El fenómeno relatado por Newitz estalló en todas direcciones una vez que las redes sociales alcanzaron un frenesí casi desquiciante en el tiempo veloz de la «posverdad», cuando es menos importante un hecho que las mentiras que se viralizan sobre él. El antifeminismo online se ha cocinado a un fuego no tan lento durante el último lustro, en un caldo de elementos signado en buena medida por lo que al norte del Río Bravo han dado en llamar la Alt-Right o derecha alternativa.
Hombres ofuscados y «derecha alternativa»
Matthew N. Lyons, un investigador de los movimientos políticos de derecha, publicó recientemente un ensayo sobre la Alt-Right en eeuu4. Dice Lyons que se trata de un movimiento de extrema derecha poco organizado, que desprecia tanto el multiculturalismo liberal como el conservadurismo tradicional, sostiene una sólida creencia en que algunas personas son inherentemente superiores a otras, tiene una fuerte presencia en internet y aprovecha elementos específicos de la cultura virtual (como los memes o los trolls, por caso) y se presenta a sí misma como una derecha nueva, moderna e irreverente. Es más, Lyons se anima a sugerir que la Alt-Right en realidad existe básicamente online, por eso no necesitaría la estructura de un partido político ni de organizaciones paraestatales, al estilo del Ku Klux Klan.
Un claro exponente de esta derecha cool es el joven británico Milo Yiannopoulos, ex-editor de Breitbart News Network5, un sitio web de noticias, opiniones y comentarios políticos que tiene una línea editorial de extrema derecha. Yiannopoulos, quien se reconoce como gay, fue prohibido el año pasado en Twitter debido a los mensajes racistas, sexistas y xenófobos que escribía. Sus últimos tuits virulentos fueron los dirigidos contra la actriz Leslie Jones –una de las protagonistas de la película Cazafantasmas–, de quien se burlaba y a quien denigraba por su color de piel, por su contextura física y por ser mujer.
Lyons considera que la línea dura de odio hacia las mujeres se vincula con las conexiones establecidas entre la Alt-Right y lo que los anglosajones llaman la manosphera (esfera de hombres), una especie de subcultura antifeminista online que creció rápidamente en los últimos años y que proclama que los hombres han sido oprimidos y desempoderados por el feminismo. Algo que resuena a lo que sostiene el «racismo inverso» de eeuu –promovido por los nacionalistas blancos desde la década de 1970–, cuando denuncia que los estadounidenses blancos sufren discriminación.
Quienes adscriben a los postulados de la manosphera, por supuesto, promueven la homofobia y la transfobia, lo que resulta consistente con sus esfuerzos para (re)imponer roles e identidades de género rígidos. Un ejemplo de lo que sucede en la manosphera argentina fue el denunciado ante la Justicia por el periodista Franco Torchia, quien por más de un año ha estado recibiendo mensajes de violencia, homofobia y amenazas de muerte por su condición gay6. «Me encantaría que alguien estrangule a Franco Torchia si no puedo hacerlo yo», dice un tuit, y otro sigue con la cadena de agravios: «Si necesitás testigos a tu favor no dudes en llamarme. Torchia hace rato debería estar preso o en un psicólogo. Trolo7 sidoso».
Decir que el antifeminismo (como el machismo y la misoginia) no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de las redes sociales parece una perogrullada a esta altura de la tournée. Baste recordar, por poner un ejemplo de los destacados, lo que sufrieron las sufragistas hace ya más de un siglo al luchar por el derecho al voto de las mujeres: las insultaban y golpeaban en la vía pública, las echaban de sus trabajos, las encarcelaban e, inclusive, les quitaban la tenencia de sus hijos e hijas. Más cerca en el tiempo, otro caso notorio de antifeminismo se puede ver cada año en los Encuentros Nacionales de Mujeres que se realizan en Argentina –en los que se congregan miles de mujeres–, cuando grupos católicos organizados intentan intervenir en diferentes espacios de discusión, sobre todo en los que se trata el tema de la educación sexual y el derecho al aborto legal, seguro y gratuito8. Las integrantes de estas organizaciones religiosas cumplen en estos casos una función similar a la de los trolls en las redes, es decir, emiten mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema, con la principal intención de molestar o provocar una respuesta emocional negativa en quienes comparten el espacio de discusión.
Al ataque contra las gamers
Un caso paradigmático de lo que este ambiente hostil de masculinidad ofendida puede llegar a producir es el conocido como #GamerGate, un hashtag lanzado en Twitter en 2014 y luego continuado en otras redes para amilanar a desarrolladoras de videojuegos. El incidente comenzó con un ex-novio despechado, Eron Gjoni, quien publicó en un blog un extenso posteo (de más de 9.000 palabras) en el que contaba con lujo de detalles (incluyendo copias de chats y mails personales) la relación que había mantenido con Zoë Quinn, una joven desarrolladora de videojuegos.
El post de Gjoni revelaba, entre muchas otras infidencias, que su ex mantenía una relación con un periodista especializado en videojuegos. Esto hizo que una horda de machotes virtuales se lanzara a acosar a Quinn alegando que la buena respuesta de la prensa que había tenido el videojuego Depression Quest, desarrollado por ella, se debía a su relación con un periodista del rubro. Luego de meses de insultos, acoso y amenazas de violación y asesinato (realizados en nombre de la «libertad de expresión»), Quinn tuvo que abandonar su hogar, porque le habían hecho doxing y sus datos personales fueron difundidos por todos lados.
Pero Quinn no fue el único objetivo elegido por estos misóginos ofuscados. También participó de esta «controversia» la crítica de medios y videogamer estadounidense Anita Sarkeesian, creadora del proyecto Feminist Frequency, mediante el cual impulsa una crítica feminista a diferentes productos de la cultura popular. En 2012, ya antes del affaire GamerGate, comenzó a recibir amenazas de muerte y de violación cuando inició la colecta de dinero para financiar una serie de videos en Youtube, Tropes vs Women In Video Games, en la que con gran inteligencia y suspicacia analiza la misoginia que impera históricamente en los videojuegos. Desde entonces Sarkeesian –que fue nombrada en 2015 como una de las 100 personas más influyentes por la revista Time– ha recibido todo tipo de mensajes intimidantes, acusaciones y amenazas. Sus acosadores incluso crearon un videojuego que consiste en golpear su rostro hasta hacerlo sangrar. ¿Y qué más? En 2014, un día antes de que Sarkeesian diera una charla en la Universidad de Utah, la institución académica recibió un correo electrónico que decía que se generaría un tiroteo masivo en esa universidad si permitían que Sarkeesian diera su charla. El mensaje llevaba la firma de Marc Lépine, que es el nombre del joven que en 1989 se suicidó luego de asesinar a tiros a 14 mujeres en la Escuela Politécnica de Montreal (Canadá), clamando que luchaba «contra el feminismo». Finalmente, Sarkeesian desistió de la actividad debido a que las autoridades de la institución no estaban dispuestas a poner un detector de metales que permitiera evitar que personas armadas ingresaran en el auditorio.
En una entrevista realizada en 2015 por la periodista, escritora y bloguera feminista Jessica Valenti para The Guardian, Sarkeesian comentaba que el término troll para nombrar a las personas que realizan todo tipo de atropellos online contra las feministas le parecía demasiado pueril9. Para ella se trata directamente de acoso y abuso. «Es un ataque y una embestida contra las mujeres en la industria del juego. Su propósito es silenciar a las mujeres, y si no pueden, intentan desacreditarlas», decía en relación con el GamerGate.
Valenti también ha recibido durante años amenazas cotidianas por correo electrónico, en las redes sociales y en su teléfono celular. Finalmente, el año pasado, luego de recibir un mensaje por Instagram en el que un usuario la amenazaba con violar a su hija de cinco años, decidió definitivamente cerrar sus cuentas en redes sociales y retirarse de ese ámbito.
Nos explican…
Pero el antifeminismo online no solo se manifiesta en sus expresiones más extremas, como las expuestas previamente. Hay una gran cantidad de tópicos a los cuales las feministas deben hacer frente. Están los consabidos epítetos de «odiahombres» (cuando no de «feminazis»), «resentidas», «extremistas» e «histéricas», entre otras lindezas. Además, no es nada raro que las feministas deban tolerar, a veces con estoica paciencia, todo tipo de argumentos basados en la más pura ignorancia, como por ejemplo el básico: «¿Qué te parece si proponemos el respeto de hombres hacia mujeres y de mujeres hacia hombres?». Y también la falsa argumentación basada en la premisa de que quien explica algo se encuentra en una situación de superioridad: los hombres diciendo lo que les parece sobre feminismo (aun, y sobre todo, sin tener idea de qué se trata) y oponiendo sus reparos para que las feministas revean sus posturas. Esta actitud, que tiende a silenciar a las mujeres y que últimamente se nombra con el neologismo mansplaining (man + explain)10, ha sido ampliamente analizado por las feministas11.
Ejemplos de esta actitud se pueden ver por doquier en los comentarios hechos sobre cualquier artículo en línea relacionado con algún aspecto del feminismo. A saber: «Las mujeres de hoy tienen todas las herramientas para estar a la par con los hombres, incluso tienen privilegios que nosotros no tenemos y no por eso salimos desnudos a protestar», o «¿No a la violencia contra la mujer? No a la violencia contra nadie», o también «Ya es hora de dejar de victimizarse y buscar la verdadera igualdad de género, no terminar como todas las feminazis que solo buscan superioridad», y así siguiendo.
El antifeminismo online (como el offline) tampoco es una práctica llevada a cabo solo por varones. De hecho, a mediados de 2014, en pleno #GamerGate y no casualmente, surgió también el hashtag #WomenAgainstFeminism [Mujeres contra el feminismo] en Twitter, Tumblr, Facebook y YouTube, entre otras redes sociales. Mediante esa consigna, algunas mujeres comenzaron a publicar fotos de ellas mismas sosteniendo pancartas hechas a mano en las cuales indicaban las razones por las que desaprueban el feminismo. Por ejemplo: «No necesito el feminismo porque demoniza las construcciones familiares tradicionales»; «No necesito el feminismo porque el hecho de que te silben o te digan un piropo en la calle no es opresión»; «No necesito el feminismo porque no les echo la culpa a los hombres por acciones de las que soy responsable».Cuenta la leyenda que #WomenAgainstFeminism fue una reacción directa a una campaña bienintencionada llevada adelante por un grupo de estudiantes de la Universidad de Duke en 2012. El proyecto se llamaba «Who Needs Feminism?» [¿Quién necesita el feminismo?] y se proponía difundir diferentes postulados sobre la necesidad del feminismo en la actualidad con fotos en las que cada mujer exhibiera un cartel escrito con las razones que consideraba importantes. La iniciativa surgió a partir de la constatación de que muchas personas desconocían las propuestas y miradas del feminismo, por lo que la mayoría de las veces se guiaban por prejuicios y concepciones erróneas sobre el movimiento. Algunos de los cientos de mensajes que circularon en la campaña fueron: «Necesito el feminismo porque todavía hay gente que hace chistes porque considera que una violación puede resultar graciosa»; «Necesito el feminismo porque ‘ser hombre’ no debería significar menospreciar a las mujeres»; «Necesito el feminismo porque la neutralidad siempre ayuda al opresor, nunca a la víctima».
El atrevimiento
El movimiento feminista, amplio y heterogéneo, ha transitado diferentes etapas históricas con sus sucesivas «olas» y sus muchas discusiones, por lo que se suele hablar de «feminismos», en plural12. Pero mirar la realidad con «gafas violetas» (es decir, con perspectiva feminista) permite observar y desnaturalizar, entre otras cuestiones, el hecho de que, en nuestras sociedades, la diferencia sexual se termina convirtiendo en desigualdad social. Sin los feminismos, ¿quién cuestionaría que las mujeres acceden en menor medida a ciertas áreas del conocimiento, como las llamadas ciencias duras y las tecnológicas13, así como también a los lugares de liderazgo y conducción en el ámbito académico y empresarial, entre otros14? O ¿quién denunciaría que las mujeres son las que disponen de menos tiempo debido a la desigual distribución social en las tareas de cuidado: del hogar, de los niños, de los ancianos, de las personas con discapacidad15? Y ni qué decir del tema de las violencias contra las mujeres. Sin los feminismos, ¿quién se preguntaría por qué en nuestras sociedades una de cada cuatro mujeres a lo largo de sus vidas sufre un ataque sexual que puede terminar en violación16? Y estas preguntas son solo algunas de las que incomodan a quienes defienden a capa y espada el orden de cosas establecido, el patriarcado puro y duro.
El antifeminismo en las redes sociales existe en el terreno preexistente del machismo y la misoginia que imperan en internet desde hace rato. Y esta nube virtual solo es factible rodeada de un fluido viscoso llamado realidad en el que existe una discriminación positiva de facto de la que quedan excluidas las mujeres (y muchas minorías) para hacer y deshacer en la política, la economía, la academia y tantos otros espacios vitales. Y la realidad en los albores del tercer milenio parece circular por el farragoso terreno en el que los movimientos reaccionarios de nuevo cuño se encuentran en una posición fuerte, según observa Matthew N. Lyons, tan fuerte «como para perseguir la transformación de la cultura política y sentar las bases de un cambio estructural centrado en su visión de un Etnoestado blanco»… y macho, podríamos agregar.
Por eso ya casi no sorprendió cuando en Argentina un ejército de trolls, varios de ellos ligados al gobierno, atacaron al colectivo #NiUnaMenos y a feministas reconocidas, como la actriz Malena Pichot, justamente el día que se encontró el cadáver de Micaela García, una de las mujeres asesinadas este año. Varios de ellos se burlaron de la joven asesinada por pertenecer a una agrupación peronista, el Movimiento Evita.Existe un debate amplio entre feministas en torno de qué hacer ante los ataques que reciben en las redes sociales. ¿Quedarse y alzar la voz en los espacios virtuales o retirarse y sustraerse de la afrenta que dispensan seres muchas veces anónimos? Sarkeesian es de las que prefieren seguir adelante y no abandonar espacios bajo intimidaciones. Por eso, junto con su troupe de Feminist Frequency, desarrolló una guía para protegerse del acoso online17. En la introducción, dice: «Desearíamos no tener que escribir esto. Tomar algunas de estas medidas para garantizar tu seguridad online te costará tiempo real y, a veces, dinero. Es una sanción impuesta a las mujeres, la gente de color, queer y transgénero, y otros grupos oprimidos por atrevernos a expresar nuestras opiniones en público». Esa sanción impuesta muestra que todavía necesitamos más feminismo online y en las calles.
Fuente: http://nuso.org/articulo/antifeminismo-online/
Fotografía: Nueva Sociedad