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La lectura como modo de vida

por RedaccionA mayo 28, 2021
mayo 28, 2021
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Por: Darío Semino. 28/05/2021

El velo de Isis – Ensayo sobre la historia de la idea de naturaleza

Hay inicialmente dos motivos que hacen de este un gran libro. El primero es la relevancia de la naturaleza como tema de reflexión en una época de pandemia, cambios climáticos y fisuras de paradigmas culturales. El segundo motivo es el autor, Pierre Hadot, un erudito conocedor de la antigüedad clásica, con importantes trabajos sobre neoplatonismo y estoicismo, además de ser medianamente célebre, o todo lo célebre que se puede ser en su especialidad, por proponer una lectura de la filosofía antigua como modo de vida, más que como ejercicio intelectual.

            “La naturaleza ama esconderse”, la sentencia de Heráclito es conocida más allá de los ámbitos especializados y es el leitmotiv del libro. Para empezar Hadot propone un análisis filológico según el cual el fragmento tiene un significado distinto al que se le atribuye habitualmente. “Lo que nace tiende a morir”, o algo cercano a eso, sería lo que Heráclito habría querido decir originalmente, de acuerdo al significado que las tres palabras del fragmento tenían en su época. Ya en el período clásico, un par de siglos después, el sentido se desplaza y comienza a ser leída como se la conoce en la actualidad, generándose así la primera interpretación errónea de una larga lista que a lo largo de los siglos se va a ir enriqueciendo, abriéndose camino entre filosofías y cosmologías varias.

            En gran medida El Velo de Isis es una inmensa crónica de errores creativos, lo cual habla mucho de Hadot como autor. Su trabajo como estudioso de textos antiguos se caracteriza por buscar la mayor fidelidad posible a las intenciones originales de los textos, un poco en oposición, o por lo menos marcando la diferencia con, las interpretaciones en ocasiones demasiado libres que realizaban algunos de sus contemporáneos. De hecho la falta de rigor es una de las cosas que le reprochaba a Foucault[1]. Típico reproche de filólogo, por cierto. Sin embargo, en este caso, el trabajo fino de filólogo le permite detectar las desviaciones de interpretación en un sentido positivo. No siempre se trata de errores, a veces son desplazamientos de sentido casi inevitables que se dan a través de los siglos y las traducciones.

            Destaco un ejemplo, para ver cómo funciona el procedimiento. En el neoplatonismo antiguo la naturaleza ocupa un lugar inferior, y hasta se podría decir que degradado, frente a los demás niveles que componen la realidad y que se encuentran más próximos al Uno, principio absoluto y trascendente de todas las cosas. La physis material es el último orejón en el tarro de las hipóstasis. El filosofo Porfirio establece una relación entre naturaleza e imaginación en ese contexto. Siglos después el vínculo es retomado durante el Renacimiento en una tradición en la que se inscribe, por ejemplo, Giordano Bruno, y que tiene en la figura de Jacob Boehme un punto de inflexión, que a su vez abre el camino al romanticismo alemán. Pero aquí naturaleza e imaginación ya no ocupan un lugar inferior sino que se posicionan “como una potencia creativa que tiene su origen en el mismo Dios”. Naturaleza e imaginación van subiendo escalones a lo largo de las lecturas. La naturaleza ya no es copia de segundo orden sino obra de arte. Y el recorrido continúa. Y uno no quiere que se termine.

            Una reseña debería invitar a la lectura en vez de evitarla mediante resúmenes del contenido del libro, por lo cual dejo de lado el comentario de todos los senderos que aquí se abren. Basta con aclarar que Hadot es un guía de lujo. Erudito y amable son dos adjetivos para definirlo. Erudito por el manejo directo y minucioso de las fuentes que utiliza. Y amable porque nunca deja afuera al lector. Explica con claridad y sencillez desde los problemas de traducción del griego hasta los pantanosos razonamientos heideggerianos. La lectura, entonces, es placentera. El erudito es el autor, no hace falta que el lector también lo sea.

Amplio y erudito, pero no exhaustivo, el libro no se propone como un recorrido enciclopédico y minucioso de la idea de naturaleza. Hay períodos históricos, la Edad Media, con muy poca presencia, y autores, principalmente anglosajones como Wordsworth, Emerson o Thoreau, que no son siquiera mencionados. En general, salvo excepciones, se maneja más con autores franceses y alemanes. Goethe es el héroe del libro. A grandes rasgos el recorrido va de la Antigüedad al Renacimiento y desde allí entra directo en los inicios de la Modernidad. Ese momento increíble en que Leibniz se carteaba indirectamente con Newton para pelearse por la infinitud del espacio. Tampoco hay un interés por ser exhaustivo en el plano de la erudición especializada. El libro del italiano Giorgio Colli que se titula “La naturaleza ama esconderse” y que plantea una relectura de Heráclito y otros presocráticos, y de toda la filosofía griega, no es tampoco mencionado. Ausente también, aunque con aviso puesto que Hadot aclara que no se meterá en ese terreno, está el esoterismo, o los esoterismos varios que entre fines del siglo XIX y comienzos de XX tuvieron su principal órgano de difusión en una revista cuyo título era, nada más y nada menos, “El velo de Isis”, y que fue el antecedente de la Revista de Estudios Tradicionales dirigida por René Guenon. Y con respecto a Spinoza, asoma en ocasiones pero no se lo aborda directamente. Lo que no quita que éste sea un gran libro para corazones spinosianos.

            Vale aclarar que las ausencias en nada desmerecen el libro, más bien todo lo contrario. Hadot sigue un camino personal, habla de lo que conoce, pero también de aquello que lo toca y con lo que trabajó toda su vida. Y por eso el libro no presenta altibajos, no decae nunca. Un libro más abarcativo hubiese sido inevitablemente menos parejo y mucho menos manejable. Podría decirse también, mucho menos armonioso, puesto que al seguir aquello que le interesa el autor le da al conjunto una coherencia, un sentido (en su triple acepción de dirección, sensación y significado) que no sería posible en un listado exhaustivo de nociones de naturaleza a lo largo de la historia.       Pensar la lectura como un entrenamiento de la mirada, un ejercicio para la contemplación de aquello que va más allá de la perspectiva particular y de las palabras escritas, es una posible derivación, o una desviación más, que habilita esta obra. La lectura, o el estudio metódico, llevado a cabo a lo largo de los años con pasión y paciencia, utilizando las herramientas intelectuales más rigurosas pero aplicándolas a aquello que resuena en la propia interioridad, es en gran medida el legado que aquí se presenta. Y que se encuentra en consonancia con la doble actitud, referida en el libro, del conocimiento científico de la naturaleza en combinación con la contemplación estética, o mística, de su belleza y su misterio.

            Lo que hay de personal se deja ver también en la bibliografía. Texto y bibliografía forman un conjunto que se asemeja a esos escritorios antiguos que dan la impresión de ser algo compacto y macizo, pero que en cuanto se los utiliza empiezan a desplegar cajones, compartimentos ocultos y gabinetes disimulados en el relieve de la madera, todos recovecos ofrecidos al hallazgo. Recorrer la bibliografía, a veces sucintamente comentada, es espiarle al autor sus pasiones intelectuales. Y permite encontrar mil claves para seguir sus derivas o iniciar otras. Ahí se ve que este libro no es más que una invitación a recorrer los senderos que forman una vida de lecturas.

[1]             “Siempre me dediqué especialmente al estudio atento del movimiento del pensamiento del autor y a la búsqueda de sus intenciones. Él (por Foucault) no daba mucha importancia a la exactitud de las traducciones, utilizando a menudo viejas traducciones poco seguras.” La filosofía como forma de vida – Pierre Hadot Alpha Decay, pag. 203.

LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Lobo suelto

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