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De la guerra 4T vs Covid-19 o sobre un gobierno que colabora con el enemigo.

por La Redacción mayo 5, 2020
mayo 5, 2020
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Por: Anaximandro Pérez. CEMEES. 05/05/2020

Hace casi un año, en su artículo “¿Ganará AMLO la Batalla contra los Conservadores?” el notable sociólogo Heinz Dieterich sometía a un modelo analítico denominado “orden de batalla” el estudio de las posibilidades que tenía la Cuarta Transformación (4T) de triunfar contra los conservadores, quienes desde entonces eran identificados, en la tribuna del Palacio Nacional, como los causantes de los desaciertos de la administración morenista. Utilizar un modelo como ese, es decir, de naturaleza militar, permite, según Dieterich, responder a preguntas de naturaleza política, “por la simple razón de que la praxis política está basada en la misma lógica estratégica, que la lucha armada y la economía de mercado”[1]. Para ese autor, a pesar de las deficiencias en cuanto al descuido en el frente de masas y en las características negativas de la estructura partidaria de Morena, el presidente López Obrador era un gran general, y su alianza con otro militar, Carlos Slim, prometía un porvenir positivo para la 4T. Pues bien, creo que hoy, en medio de la presente “guerra” -que así se ha llamado en varias ocasiones y lugares a los esfuerzos mundiales contra el Covid-19-, la práctica bélica, las capacidades del morenismo en el poder para dar batalla, merecen ser evaluadas desde el pensamiento estratégico.

Fantástica trinidad en la pandemia

A ese fin es útil recurrir a uno de los pilares de la teoría militar contemporánea, Carl von Clausewitz. Este autor menciona que la práctica de la guerra se presenta, en sus expresiones globales, como “una fantástica trinidad”, que se compone concretamente por el pueblo, el aparato militar (generales y ejército) y el gobierno. Cada uno de esos elementos es variable -por ejemplo, según el país en cuestión- y sus papeles se explican así: a) el pueblo es el principal sostén de todo el esfuerzo bélico, en términos económicos, en términos de personal, etc., de manera que la disposición y las condiciones necesarias para desatar la violencia en contra del enemigo se deben encontrar presentes en él antes, durante y después del enfrentamiento; b) los militares (en este caso las estructuras sanitarias y el personal médico) portan el talento para combatir, un talento que se desempeña a partir del examen meticuloso de las variables comunes o inesperadas en el teatro de operaciones; c) el gobierno se ocupa de las “finalidades políticas”, él traza el objetivo que se espera lograr con la guerra, es decir, a él le incumben la planificación, decisión y dirección estratégica[2].

Características del combate al coronavirus en el mundo

Desde enero de este año se conoció la situación de emergencia que la epidemia causaba en países ricos, primero en China, luego en Europa; ahora, en todo el mundo. Las experiencias de Italia, España, Francia, Estados Unidos, etc., demostraron desde febrero, y aún hoy, que si un gobierno no tiene como plan táctico la protección absoluta de su población y la mejora acelerada de las capacidades de sus ejércitos sanitarios, el Covid-19 ataca vigorosamente, matando sin parar a gente de edad avanzada o a personas de todas las edades con enfermedades cardiacas, respiratorias, degenerativas, con obesidad o sobrepeso. Quedó claro que el contacto humano es el principio del contagio, que las medidas indispensables para evitar la propagación viral son, entre otras, algunos gestos de higiene personal (lavarse las manos, taparse la boca y nariz con el codo al toser o estornudar, etc.), el distanciamiento social, el confinamiento, el paro de las actividades grupales, y también se hizo evidente que los médicos necesitan protegerse celosamente con materiales especiales, para no enfermarse y para no contagiar a la población.

El cariz de pandemia mundial que ha adquirido el Covid-19 se debe precisamente a que no se le dio una respuesta internacional desde el primer momento; no se libró una guerra solidaria de todos los gobiernos, todos los aparatos sanitarios y todos los pueblos contra la enfermedad. Aunque las autoridades chinas lanzaron la alarma sobre la naturaleza contagiosa y agresiva del virus una semana después de haberlo conocido, nadie se interesó por frenarlo en su cuna. Por ello, sus primeros grandes nidos, China, Italia y España quedaron aislados a su suerte, en sus fronteras; por eso el virus se ha extendido a todos los continentes y Estados Unidos es hoy el principal albergue de la epidemia. Frente a ese aislamiento son remarcables las excepciones de China, Rusia y Cuba, quienes han estirado sus recursos para suministrar ayuda sanitaria o personal médico a los necesitados, pero sigue sin existir una colaboración internacional auténtica y solidaria.

Todo lo anterior provoca un escenario bélico mundial variopinto, en el que los elementos de la trinidad clausewitziana adquieren combinaciones muy diversas. Pero el combate al coronavirus se ve marcado, entre otras cosas, por dos circunstancias: por una parte, hay muchos frentes, independientes entre sí, en los que cada gobierno decide cómo lanza su ataque contra el virus. Por la otra, esa independencia permite que sólo los gobiernos comprometidos con su población destinen recursos suficientes para defenderla con efectividad, asegurándole un confinamiento sin hambre ni carencias; estos gobiernos ponen los poderes del estado al servicio de la salud, movilizan al ejército, crean hospitales en pocos días y exigen contribuciones financieras a los capitales del país. En cambio, otros regímenes desestiman la pandemia, dejan desamparadas las estructuras sanitarias y antes que procurar la defensa de la gente, ubican a la cabeza de sus intereses el progreso de los negocios nacionales, e incluso, llegan a hablar, por ejemplo en Estados Unidos o la Unión Europea, de hacer que se regrese a la normalidad o de no impedir la continuación de los empleos en la contingencia.

Ejército sin armas, pueblo indispuesto y un gobierno ajeno

¿Qué pasa en México? Veamos. El pasado 28 de marzo, en su artículo “La obesidad esboza en México un desenlace más dramático en la crisis del coronavirus” para El País, Carmen Morán Breña expuso algunos elementos, por ejemplo: “la Organización Mundial de la Salud ha elevado la predicción de enfermos graves para este país de un 5% a un 7% por una sola razón: el sobrepeso y la obesidad. El 74,9% de la población lo padece de forma crónica y 230.000 mexicanos aproximadamente mueren cada año por dolencias estrechamente asociadas a ello”. También señaló que México es el segundo lugar en obesidad a nivel mundial, característica que se extiende a todas las edades, pues, como dice el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef): “1 de cada 20 niñas y niños menores de 5 años y 1 de cada 3 entre los 6 y 19 años padece sobrepeso u obesidad”. Este mal de nuestra población, la hace albergar problemas cardiovasculares, de hipertensión y diabetes (en lo que también somos campeones); en otras palabras, somos altamente vulnerables al Covid-19, lo que, además, ya se palpaba en la fecha del artículo de Morán Breña: en ese momento, 60% de los decesos mexicanos por coronavirus fueron diabéticos.

La catástrofe anunciada desde la naturaleza física de nuestro pueblo la alertaba también ya, en febrero, el carácter de su naturaleza económica. El Coneval registra una cifra que gira en torno a los 90 millones de mexicanos que viven sin ingresos suficientes para vivir. De ellos, 52.4 millones están en situación de pobreza. Nuestra población económicamente activa son 57.7 millones de mexicanos, de los cuales 31.3 millones trabajan en la informalidad, es decir, no tienen ninguna garantía de remuneración o de sustento en caso de contingencia. A todo esto habrá que restar aún los empleos que se han perdido (más de 300 mil entre 2019-2020; lo anterior significó, dicho sea de paso, una pérdida de ¡más del 100% del empleo formal creado por la 4T durante el año pasado!) y los que se perderán por la crisis sanitaria. Además, todos estos números no consideran a la población no activa, que depende del salario que cada trabajador lleva a casa y cuya situación es, por lo tanto, tan inestable como la de los sostenes de las familias. En ese sentido, el confinamiento general, requerido en el caso de enfrentarse a la pandemia, se veía imposible desde las condiciones en que sobreviven nuestras economías del hogar. Por último, habría que sumar a todo eso los múltiples defectos de nuestra estructura sanitaria, el impacto económico que sufrirá el país no sólo por la visible interrupción interna, sino por el paro de los mercados internacionales de los que depende México, señaladamente Estados Unidos, entre muchas cosas más.

Una dirección de la guerra comprometida en contra del enemigo de hoy, como la que tienen los chinos, los rusos o los cubanos, consideraría primero esa situación real. A continuación, para conservar la armonía en el frente, es decir, para lograr que cada elemento de la trinidad jugara adecuadamente su papel, se habría hecho algo como: 1) definir como objetivo de la 4T, desde el momento en que se conocieron las experiencias internacionales, la eliminación de la amenaza del Covid-19; 2) disponer la preparación acelerada de los médicos, franqueándoles sin rodeos todos los recursos económicos disponibles y suministros sanitarios, instruyendo meticulosamente al personal de los hospitales respecto a los protocolos a seguir, etc.; 3) informar al pueblo con la verdad y tomar como medida incondicional el abastecimiento de víveres y la dotación de condiciones suficientes para el aislamiento a la gente pobre o con carencias, ganándose así una colaboración real de la sociedad para acabar con la pandemia.

¿Qué ha hecho la 4T? El primer caso de coronavirus en México se dio a finales de febrero, pero desde entonces y hasta hoy, que estamos en la fase 3, la más crítica, en la que habrá más contagios y más muertos, el gobierno no ha hecho prácticamente nada positivo. La 4T no ha tomado ninguna medida seria para abastecer de los materiales requeridos contra la enfermedad e instruir al personal de salud; ello provoca que los doctores, los camilleros, el personal de enfermería, etc., que se enfrentan a los pacientes de Covid-19 se contagien, mueran, dispersen el virus fuera de las salas de hospital, o sean agredidos por la población que ve en ellos un foco de peligro. De la misma manera, se ha operado irresponsablemente frente al pueblo: primero, porque nunca se le ha informado la verdadera naturaleza de la amenaza que enfrenta el país y, más bien, Andrés Manuel López Obrador, poniendo él mismo el ejemplo, invitó a los mexicanos a salir, y se dedicó a regar moralidad por todo el país, participando en eventos multitudinarios en diferentes estados; hoy se oculta la violencia del virus, ya que de un lado no se aplican pruebas suficientes ni se precisa con claridad el progreso de la epidemia, y de otro, se ocultan los casos, ubicando bajo el nombre de “neumonía atípica” a pacientes que tienen los síntomas del Covid-19. También en tiempos de la fase 3 se exige a la gente permanecer en casa, no hacer actividades colectivas, el más estricto confinamiento; pero no se le garantiza, de ninguna manera, que va a poder sobrevivir ahí. Al día de hoy no hay un proyecto claro de cooperación con la economía familiar.

En resumen, lo que se observa en el México con coronavirus es un divorcio entre los tres elementos básicos de la guerra; así, la forma en que se opera no promete funcionar contra el enemigo. No se dan condiciones a los médicos, no se alcanza a ver hasta hoy cómo se logrará la colaboración del pueblo sin su muerte por inanición en el encierro, de esto se sigue que el objetivo del gobierno, el gran planificador, no es acabar con la enfermedad. ¿Qué busca López Obrador? ¿Cuál es su finalidad política? La indolencia del gobierno de la 4T da armas para el encarnizamiento del enemigo. El morenismo es hoy, así, un aliado del virus, un asesino de su propio pueblo.

Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: CEMEES.

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