Por: Juan E. Pardinas. Reforma. 25/12/2017
Este año tuve la suerte de que cayeran ante mis ojos dos novelas portentosas de compasión y crueldad: El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, y Patria, de Fernando Aramburu. Son dos novelas históricas que en una primera lectura no tienen ninguna conexión entre sí. Sin embargo, ambas están hilvanadas por una narrativa común: el odio político acaba por enfermar el alma de cada uno de los personajes que se pasean por sus páginas. En el libro de Padura es el comunismo el que destruye la vida tanto de los verdugos como de las víctimas. En Patria, el salvaje nacionalismo antiespañol de la ETA es el veneno maldito que acorta vidas y asesina sueños.
Algo anda muy podrido cuando la ideología o la política envilecen las relaciones entre las familias y los amigos. La peor perversidad de un líder político es sembrar el odio, con tal de avanzar la agenda de sus ambiciones. Hace unos meses, Alejandro Hope guardó en un tweet una perla de generosidad y sabiduría: “alguien puede tener opiniones distintas a las tuyas y no ser un idiota, un loco o un vendido”.
Desgraciadamente la sapiencia de Hope es un ave rara, cuando se mezcla la bilis de la política con las aguas negras de las redes sociales. Dentro de la falta de civilidad tan propia de los pleitos de Twitter, hay dos personajes que destacan por su arte de condensar la mala leche: el senador filopriista Javier Lozano y el académico devoto de AMLO, John Ackerman. En una semana, el legislador poblano dio una cátedra de arrogancia en su pleito con el actor Gael García Bernal y entró en una controversia sobre la ortografía del idioma castellano, donde lo reconvino la Real Academia de la Lengua Española. Lozano también ninguneó con un desplante sistemático de soberbia a tod@s l@s ciudadan@s y organizaciones que cuestionaban la Ley de Seguridad Interior, incluyendo la posición del alto comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos. Hace unos meses, en un breve lapso de tiempo, John Ackerman hizo la alquimia de transformar la sosa cáustica en 140 caracteres. Este mexicano de origen estadounidense se peleó en Twitter con Pedro Kumamoto, el legislador independiente de Jalisco, que es una de las personas más zen y relajadas que he tenido oportunidad de conocer. El púlpito de superioridad moral desde donde mira el mundo Ackerman también acometió su furia justiciera en contra de la Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai. ¿Qué descompostura del alma se requiere para increpar a una víctima adolescente de la violencia religiosa del Talibán? Ackerman y Lozano tienen enormes diferencias, pero comparten la misma escuela y estilo de comunicación política. La forma es fondo, decía un caballero llamado Don Jesús Reyes Heroles.
Con su sarcasmo y petulancia ambos podrían provocarle un ataque de rabia al Dalai Lama. Este dúo twittero son los embajadores de lo peor de la política y un signo funesto de nuestros tiempos. Si en su versión más noble la política es un oficio para acercar posiciones lejanas, estos personajes son expertos en la piromanía de puentes. Los adversarios políticos de Lozano son unos canallas ordinarios y cualquier persona que ose cuestionar a Ackerman o a su Mesías es un flamante miembro de la mafia en el poder. Vamos hacia una campaña presidencial donde no habrá adversarios y sólo habrá enemigos. Un país que se polariza políticamente está condenado a rezagarse económicamente.
Yo mismo confieso que en Twitter y en este espacio he sucumbido a la tentación de recurrir al sarcasmo en oportunidades donde había buen espacio para la urbanidad. Como todo pecador promedio, estoy seguro de que me volveré a tropezar con aquella piedra, pero espero, en el futuro, tener presente lo que le sucede a una democracia que pierde los referentes elementales de civilidad. El decoro y la cortesía son esas riendas que nos ayudan a detener a esos pequeños Javier Lozano y John Ackerman que tod@s llevamos dentro.
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Fotografía: La Jornada Aguascalientes