Por: José Soares. 30/12/2024.
Marx sentenció: el trabajador no tiene nada qué perder, salvo sus cadenas. Simple, pero con total contundencia: ¿Hay tesis de insurrección y de rebelión más actual que ésta?
Federico Engels escribió una obra pionera, poseedora de un proyecto monumental, tanto por el poderío de su lucidez como por su carácter sistémicamente inacabado: La situación de la clase trabajadora en Inglaterra.
Hablamos del fuego del trabajo; más propiamente, de las propiedades y condiciones laborales ꟷsociales, históricasꟷ que atraviesan a todo trabajador al punto de templarle la totalidad de su existencia. De ahí la necesidad primaria de recuperar el proyecto de Engels y construir un discurso crítico, sistemático, que eleve nuestra conciencia de las condiciones que constituyen al mundo del trabajo de nuestro tiempo.
¿Qué época vivimos?, ¿cuál es el signo de nuestros tiempos?, ¿qué imperativos regulan nuestra existencia social? Sin duda, muy distintas podrían ser las respuestas, según la erudición y el tamiz por el que se mire; hablamos del fuego del trabajo que arde de modo interminable aun antes del amanecer…
Vivimos bajo todo un metabolismo social signado por el imperativo hegemónico del capital; el capital como “biopoder”: poder sobre la vida del trabajador colectivo. La relación capital-trabajo es la ley que rige toda práctica política ꟷ¿biopolítica?, ¿necropolítica?ꟷ que se afirma al interior de todo territorio en donde se despliega el trabajo. En el mundo del trabajo, toda práctica política está constituida por relaciones de fuerza, relaciones de poder: el capital hace morir y deja vivir, hace vivir y deja morir al trabajo (en sus distintas formas), según el juego de intereses y la relación de fuerzas a que sea sometida la flama de esta contradicción. El poder del trabajo es la lucidez, la organización, la unidad.
Tres años trabajando para la empresa: fui despedido.
Nunca firmé un solo contrato de trabajo. No existió formal vínculo alguno con el sello del capital: un trabajador fantasma; temporal; inestable; descartable: abierta biopolítica del plusvalor. Mi salario era mensual (vía transferencia) y siempre acompañado de una humillante razón o concepto (del pago transferido): “Apoyo”.
Una depresión continua no para de arrastrarme: las necesidades básicas, todas, están mediadas por el dinero; qué haré con mis planes… no salgo de la zozobra; ¿quién pagará la renta? Sin salario, cómo enfrentar la existencia, si todo es una relación de mercado; angustia…
Bajo el “triunfalismo” del capital de nuestros días, no hay certidumbres en el mundo del trabajo. Denominación precisa: precarización del trabajo, trabajo informal, trabajo precario, sin derechos, flexibilidad del trabajo, informalidad laboral, tercerización, etcétera.
Hoy, todo se ha vuelto “líquido”. Nada puede durar, mantenerse sólido; los derechos laborales (seguridad social, vivienda, jubilación, vacaciones, pensión, etc.) se enmarcan en su porosidad; una temible erosión no deja de perseguirlos. La inseguridad en el sostenimiento del trabajo perturba la estabilidad de la existencia y, consecuentemente, imposibilita la realización de planes de vida: ¿cómo diseñar nuestro futuro si las bases del trabajo están atravesadas ꟷhoy más que nuncaꟷ por un exhaustivo biopoder del capital y una desmedida biopolítica del plusvalor?
La angustia no es personal; es la crisis del sistema del capital: su estructura posmoderna, artificial, hiper tecnológica, despótica; su declive social; su deriva política incierta. El corazón de toda la juventud está desgarrado y amenazado, y quizás no lo sabe del todo; nos están usurpando el derecho a nuestro propio futuro: crisis sistémica del siglo XXI.
No he mencionado mi actividad económica (agropecuario, industria, servicios); sector laboral (agro, comercio, manufactura, transporte, educación, servicios, etc.); tamaño de empresa; nivel de estudios; basta con señalar que este tipo de experiencias “flexibles” del trabajo se emula y se repite de modo estructural en cualquier combinatoria de estos sectores, actividades y niveles, e incluso, en cualquier tipo de sociedad: la extensión de esta crisis es sistémica; mundialización de los precarios; de los inestables; de los sin futuro; desestructuración del trabajo.
En el siglo XXI nos hemos retrotraído al XIX: nuestras exigencias inmediatas refieren a la fijación de nuevos límites a la jornada de trabajo acompañada de renovadas y estables regulaciones y condiciones de trabajo que enriquezcan la vida del trabajador.
En el trabajo de nuestro tiempo, la corrosión de condiciones sociales sólidas, estables, permanentes, tiene su impacto en el cuerpo de una subjetividad desprovista de futuro; sin embargo, es el futuro el que debemos defender con todas nuestras fuerzas colectivas, anteponiendo toda la energía en las rebeliones del presente.