Por: Luis Armando González[1]. 09/08/2023
Hay expresiones que son problemáticas en su significado y en el uso que se hace de ellas. Y eso, aunque con total legitimidad se busque con ellas reivindicar a personas o grupos que por distintas circunstancias son objeto de desdén o de vulneración de sus derechos, o no se les reconoce en su singularidad o en su condición específica. Una de esas expresiones –que suena cada vez más no sólo en ambientes progresistas y críticos, sino en ambientes oficiales no necesariamente críticos o progresistas— es “juventudes”.
De entrada, debo decir que soy de los que prefieren no usarla, por razones que, mal que bien, expondré en lo que sigue, pero que, no obstante, estoy comprometido con el rechazo total a cualquier forma de exclusión, abuso, denigración o violencia en contra de personas y grupos. En el caso al que alude (o pretende aludir) la palabra antes referida, soy de los que se suman a la defensa de los derechos y dignidad de los jóvenes, en la diversidad de grupos y micro grupos que éstos conforman y en las distintas circunstancias sociales y culturales en las que les toca vivir esa etapa de su vida calificada como “juventud”.
En los dos párrafos anteriores hago explícito mi compromiso con las causas justas de los jóvenes de El Salvador o de cualquier otra nación en el mundo. También están las palabras por las que apuesto: jóvenes y juventud, siendo la primera una muy buena herramienta conceptual para referirse a la pluralidad de individuos que cuyas edades biológicas y psicosociales los convierten en tales –obviamente, en el marco de determinadas regulaciones legales y, asimismo, de determinadas visiones culturales acerca de lo que es ser “joven”. Mientras que la segunda es una noción de gran utilidad para separar e identificar lo que durante bastante tiempo se ha denominado las “edades evolutivas” de las personas y que fue, y sigue siendo, un tema de interés, por un lado, para la “psicología de la edad evolutiva”, conocida también como “psicología evolutiva” (que no debe ser confundida con la actual “psicología evolucionista”); y, por otro, para la psicología genética.
A propósito, conviene recordar a uno de los grandes psicólogos latinoamericanos, Alberto Merani, quien se ocupó precisamente de la psicología de la edad evolutiva, en un libro con ese mismo título[1]. Al respecto, José Alejandro Casiano Bonfigli escribe lo siguiente:
“Merani, siguiendo las ideas de [Henri] Wallon se plantea, también, la psicología genética como una psicología comparada. Opone así a la psicología general (como el estudio de los procesos psicológicos aislados y abstractos) la psicología genética, que tiene por objetivo explicar la función mental por la historia de su desenvolvimiento a través de las edades. Reconoce que la psicología infantil inauguró la tarea de comprender al “padre del hombre” al estudiar al niño, por sí mismo; pero hubo la necesidad de estudiar la pubertad y la adolescencia para comprender la edad evolutiva, por lo que la psicología de la edad evolutiva es el paso previo para cualquier definición del hombre y la base heurística de la psicología general y las ramas que de ella derivan (…). Las etapas del hombre son pues estudiadas desde tres puntos de vista; la infancia por la psicología infantil, la infancia, la pubertad y la adolescencia por la psicología de la edad evolutiva, el proceso completo, infancia, pubertad, adolescencia, juventud, madurez y vejez por la psicología genética (…). Y aquí surge el tema de la psicogénesis, que Merani aborda puntualmente en dos textos: De la praxis a la razón y Los orígenes del pensamiento, este último en colaboración con la bióloga Susana Merani”[2].
Así, la palabra “juventud” no se refiere a individuos, sino a una fase de la trayectoria vital de estos. Por ello, forma parte de una familia de términos que apuntan a otras de esas fases: niñez[3], pubertad, preadolescencia, adolescencia, madurez, adultez y vejez. Este es un sentido ineludible y firme de la palabra “juventud”, un sentido que conserva cuando alguien, al contar algo de su vida, dice “en mis años de juventud, hice o me sucedieron tales o cuales cosas”. Sin que el significado descrito se pierda –y de hecho se sigue manteniendo—, a la palabra “juventud” se le ha asociado otro: el de ser una gran categoría para agrupar a los jóvenes de una nación, una región o una localidad. Es el caso cuando alguien dice “la juventud de mi país tiene dificultades para acceder a una educación de calidad” o cuando un gobierno crea un “Ministerio de la juventud” (es decir, que se va a ocupar de todos los jóvenes o de toda la juventud de la nación).
Lo común en ambos usos es la utilidad categorial: en uno, sirve para categorizar una fase del desarrollo psicoevolutivo de los individuos; y en el otro, a un conglomerado cuyos miembros se ubican en la categoría psicoevolutiva de jóvenes. Y aceptar ambos sentidos no supone negar que cada joven en particular (o formando grupos) viva el tramo juvenil de su vida (esa fase de su vida etiquetada con la palabra “juventud”) de una manera propia, mercada por sus características psicobiológicas personales y su específico contexto socio-cultural.
Y es en ese marco en el que la palabra “juventudes” no encuentra, desde mi punto de vista, un feliz acomodo. No tengo claro un contenido-significado nuevo expresado en ella; y para colmo no veo la familia de palabras que la tendrían que acompañar. ¿Pueden ser las que acompañan a “juventud”? Es decir, ¿se trata, por ejemplo, de que niñez de convierta en “niñeces”, adolescencia en “adolescencias”, adultez en “adulteces” y vejez en “vejeces”? Suena extraño y feo, la verdad. Pero si se diera el caso, ¿cuáles serían los contenidos-significados a los que harían referencia esas nuevas expresiones?
Naturalmente que cualquiera podría argumentar que eso de las “familias” de las palabras es una pérdida de tiempo, y que la expresión “juventudes” debe seguir siendo usada porque con ella se ponen de relieve –se “visibilizan”— realidades de los jóvenes (y de la juventud) que las dos mencionadas (jóvenes y juventud) ocultan o revelan a medias. Es posible; así que a lo mejor quizás convenga estar más atentos a lo que “juventudes” nos permita visibilizar sobre los jóvenes y la juventud. O, a lo mejor, quizás convenga valorar más el acervo lingüístico con el que se cuenta y tener más cuidado con la invención de palabras nuevas, pues las lenguas (en nuestro caso, la española) imponen restricciones que no es prudente dejar de lado. Quizás eso de añadir letras a las palabras –la “s”, la “a” y la “e” parecen ser las preferidas, invisibilizando a las bonitas “i” y “u”— no sea la manera más eficaz de librar batallas por los derechos de individuos y grupos. Pero quién sabe.
San Salvador, 8 de agosto de 2023
[1] Alberto Merani, Psicología de la edad evolutiva. México, Grijalbo, 1976.
[2] José Alejandro Casiano Bonfigli, “Una aproximación bibliográfica a la obra del Dr. Alberto L. Merani”, Psicología para América Latina, México, 2009. http://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-350X2009000100002
[3] Por cierto, a propósito de niñez, la palabra “infancia”, que también se refiere a una fase (o estadio) evolutivo se le ha comenzado a añadir la “s”, es decir, se está usando “infancias”, como si hubiera muchas fases o estadios infantiles.
[1] Fuente de la imagen: el autor del texto.