Por: Gilberto González Colorado. Docente de la Normal Veracruzana. 07/06/2018
A propósito del actual diferendo que mantiene la BENV con la autoridad educativa superior (DGESPE) a partir de la supuesta imposición de una propuesta de reforma curricular que, por las razones ya conocidas y expuestas con toda oportunidad en el “posicionamiento” respectivo, a juzgar de la Respetable Junta Académica de la BENV resulta ella a todas luces una propuesta inviable, razón de sobra para haber solicitado su aplazamiento, lo que desató a continuación toda una controversia nacional que pone en el centro del debate la viabilidad o no del propio Normalismo. Llama la atención el tipo de argumentos con los que las escuelas normales se pronuncian, ya a favor/ya en contra, del “posicionamiento” de la BENV en rebeldía, lo que ha llevado a la propia autoridad a llamar en breve a un “encuentro” sobre “La Reforma a las Normales”.
Como “al paso de la corriente las aguas se aclaran solas”, una vez tranquilizadas las turbulencias generadas por las opiniones iniciales que se vertieron al respecto, me parece que lo que indiscutiblemente se revela en el trasfondo de toda esa discusión no es otra cosa que la “Razón de Estado” por la aplicación a ultranza de las distintas políticas enmarcadas en las llamadas “reformas estructurales” con las que inició el presente sexenio (la primera de las cuales fue la Reforma Educativa de 2013), cuya finalidad no es otra que poner en sintonía al Estado Mexicano con el pragmatismo imperante de los organismos que hoy por hoy dictan el rumbo y destino del mundo, y que comandan la actual globalización económica de los mercados (OCDE, BM, OMC).
Se dice, y con razón, que en la educación se juega un proyecto de sociedad, de país, es decir, un proyecto impulsado por una colectividad que comparte los mismos valores en el afán de darle vigencia y funcionalidad a la misma, y esa es, precisamente, la idea que hoy parece estar en juego y que permea toda esa discusión al proponer la autoridad, aunque de manera apresurada, un tipo de reforma a las escuelas formadoras de docentes cuyo objetivo sería, justamente, la formación de un tipo concreto de ciudadano de cara a las necesidades de la llamada “era de la información y el conocimiento” en la que hoy vivimos.
Nadie en su sano juicio podría negar que la institución escolar debe responder a las condiciones históricas que le dan sustento (tal como lo fue el Gimnasio y la Palestra en las antiguas Grecia y Roma; el Liceo en Atenas; la Escuela Rural en México, etc.) por lo que es de esperar que la escuela evolucione acorde al desarrollo de la sociedad adaptándose de manera racional y armónica a los cambios que obligadamente sufre ella. No obstante ello, los cambios deseables a que haya lugar tendrían que ceñirse a un tipo de argumentación capaces de conciliar los remanentes de la tradición con los requerimientos y los tiempos que exige la modernidad, en el contexto de una política transicional que lleve a puerto seguro los objetivos del cambio preestablecidos sin caer en la tentación de avasallamiento al que empuja la misma “Razón de Estado”.
La Reforma Educativa de 2013 que da origen a esta pretendida propuesta curricular de las normales, nació con el estigma de la improvisación, que es el mismo que en consecuencia se transmite a todas sus propuestas alternas: “De buenas intenciones está sembrado el camino al infierno”, reza el dicho popular, y he aquí que la discusión y hasta el encono violento se han hecho presentes durante todo este sexenio, desde el nacimiento e imposición de esa reforma, con los altos costos sociales y aún de vidas humanas que el autoritarismo en su implementación ha producido, lo que en algunos círculos ha inducido a que se le haya denominado a este como “El Sexenio del Antinormalismo y la Deseducación”, habida cuenta haber tomado al magisterio como destinatario de sus medidas bajo el signo autoritario de una “Razón de Estado” que cobija a esa Reforma Educativa.
En vísperas de culminar este sexenio, como un último estertor de la fallida reforma, se lanza así una inacabada pero igualmente autoritaria propuesta curricular a las instituciones formadoras de docentes desde las altas esferas del omnímodo poder, lo que de facto la hace inviable al avasallar cualquier otro razonamiento ante el carácter quirúrgico de una “Razón de Estado” que no se escucha más que a sí misma. Por tanto, sostenemos que las políticas educativas así ejecutadas responden a determinados intereses e ideologías de un gobierno más atento al interés del entorno pro empresarial que determina sus políticas, que al interés y necesidades propiamente educativas de una nación desigual y empobrecida.
Por todo ello es que concluimos, que el verdadero trasfondo de la discrepancia que hoy se da entre las normales “rebeldes” (ostensiblemente la Nacional de Maestros y la BENV) y las normales “alineadas” (todas las que se aglutinan en torno a la postura de la DGESPE) es el choque entre dos concepciones del normalismo: una, de corte humanista, entendida como una filosofía comprometida con la suerte de los sectores sociales más desfavorecidos para los cuales la educación es acaso el único asidero y factor de cambio posible, representada por las normales en rebeldía; y otra, de corte moderno e instrumentalista (que propone la DGESPE), comprometida con una visión tecnócrata afín a la formación de una cultura hegemónica compatible con los valores del libre mercado y el “pensamiento único”, propia de las políticas neoliberales que permean el mundo globalizado de nuestros días.
Así las cosas, resulta cuestionable el que al referirse hoy la autoridad a este sub nivel educativo se hable, por un lado, de programas “de Fortalecimiento y Transformación”, y por otro, se prescriban medidas que de algún modo resulten lesivas de ciertos márgenes de una autonomía relativa y necesaria de esas instituciones, faltando así en la práctica a la congruencia ineludible que acredite su dicho respecto de aquello que dice querer “fortalecer”. De donde surge una preocupación fundamental que de manera inevitable se traduce a la vez en una propuesta concreta: si de verdad se tiene el interés de salvaguardar la honorabilidad de una tradición educativa que en su momento fue factor determinante en el reconocimiento de una identidad nacional necesaria, para después erigirse como auténtico valladar de la educación pública mexicana, siendo estas acaso sus mejores preseas en el devenir histórico de nuestra patria, entonces quizá lo más justo sería pensar en una dignificante REFUNDACIÓN DEL NORMALISMO MEXICANO que haga justicia al don preciado que como tradición educativa significa frente a los retos y deudas ancestrales que la educación aún tiene para con este pueblo.
Fotografía: sep