Por: Carmelo Marcén. 17/11/2022
El mundo es un complejo tan amplio, tan diverso, con tantas partes que evolucionan con velocidades diferentes, que comprenderlo necesita una abstracción casi sin límites. De ahí que hablar de cualquiera de sus dimensiones sea una tarea compleja. Hacerlo sobre educación obligatoria todavía más. Pero estamos obligados a ello en este Diario de la Educación, siquiera una primera aproximación para que quienes lo lean busquen su sentido.
En este mundo de 2022 y siguientes años todo depende del orden o desorden mundial, que ambos se condicionan y coexisten ligados a los tiempos y los espacios. Tan lejanos que solo podemos entenderlos un poco basándonos en publicaciones generales. Estas nos aconsejaban titular el artículo con más contundencia. Algo así como que “La enorme grieta educativa entre países no hace sino agrandarse”. A nadie que mire el devenir mundial se le escapa que, como publicaba Ethic recientemente, existe una gran brecha educativa. Cada país dice que busca el progreso económico y social. Leemos que la educación es principio y finalidad de los estados, sean o no pudientes. Se nos ocurre preguntarnos cómo puede progresar –término que precisa una vuelta ideológica con contenido social– el mundo si la educación mundial está en retroceso; así sin paliativos. ¿Por qué decimos esto y en qué nos basamos? No solo nos guían las ilusiones mostradas en las conocidas frases de Nelson Mandela o Mahatma Gandhi. Vamos a intentar justificarlo con datos y hechos sacados de publicaciones de organismos internacionales.
Todos tenemos presentes los ODS (Objetivos para el Desarrollo Sostenible); el número 4 proclama su deseo de una educación universal y de calidad para el año 2030. Lo más sobresaliente se concretaba en: avanzar en la educación preescolar; bajar al mínimo las tasas de niños sin escolarizar; acabar con las brechas educativas de género; acortar las diferentes tasas de finalización de la enseñanza obligatoria; mejorar las de competencia mínima en lectura y matemáticas; consolidar la necesaria formación del personal docente, y aumentar gradualmente el gasto público en educación.
Nos interesan aproximaciones evaluatorias como la de la reciente Cumbre sobre Transformación de la Educación. De ella surgió el documento Establecimiento de compromisos: puntos de referencia nacionales del objetivo de desarrollo sostenible 4 para la transformación de la educación, 2022. Especialmente sus análisis y recomendaciones.
Se dice en el preámbulo que la intención de estas publicaciones de organismos internacionales, con cantidad de análisis y datos para cada indicador, no es otra que “ayudar a los países a reflexionar sobre su propia experiencia y seguir abordando el proceso de establecimiento de metas y preparando respuestas apropiadas en materia de políticas educativas”. El informe aporta el estado de 20 puntos de referencia en el logro del ODS 4 presentados por país y región mundial. Además recoge la tasa de niños y adolescentes fuera de la escuela, las de finalización de estudios –diferenciados por género– y diversos niveles de competencia en lectura y matemáticas. También, entre otras cuestiones interesantes, aborda el porcentaje de docentes con los niveles básicos requeridos y el gasto público en educación. En pocas palabras: la reflexión sobre el estado de compromisos pasados y la pretensión sobre los futuros. Un documento para reflexionar sobre la ciudadanía global que tanto nombra la Lomloe. Merece la pena debatir sobre él en departamentos y comisiones pedagógicas de los centros educativos. Ver también la Guía de Indicadores para el ODS 4.
Quienes no aciertan a ver la pertinencia de los ODS los tachan de perseguir una ambiciosa irrealidad; algo así como una utopía forzada por el deficiente estado del mundo, que aún quiere despertar lo que llamaríamos la ética mundial. Todos pensamos que bastantes de los países que han confirmado su creencia en el ODS. 4 es posible que no tengan éxito total, a la vista del largo camino por recorrer y de las nuevas penurias económicas y sociales que han provocado la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania. Hoy más que nunca se necesita un liderazgo educativo global, que podían incentivar agencias de la ONU como Unicef o Unesco. Ampliemos la visión del documento anterior con la reciente aportación de la Unesco “Visualización de Indicadores de Educación para el Mundo” (VIEW, por sus siglas en inglés), que se fija preferentemente en la edad de finalización de cada etapa educativa y los niños y niñas no escolarizados. “Utilizando múltiples fuentes de datos de manera eficiente y transparente, calcula series temporales por país y región y aborda los desafíos de puntualidad y consistencia comúnmente asociados con los datos administrativos y de encuestas”. En su pestaña PEER hay datos sobre capítulos fundamentales: inclusión en la educación, las finanzas equitativas y la comunicación y la educación sobre el cambio climático.
En general se admiten las estimaciones de las agencias de la ONU, de algunas de sus alarmas: más de 244 millones de niños-as y jóvenes (6 a 18 años) están sin escolarizar; de forma mayoritaria en el África Subsahariana (98 millones) y Asia Central y Meridional (85). Unesco estima que unos 80 millones no disfrutarán de ese derecho humano en el año citado tantas veces (2030). Si existe interés en conocer más detalles, aquí se ven los territorios en desventaja, demasiado alejados de los mínimos requeridos.
Por todo lo anterior hay que hablar de territorios y educación –dentro de una crisis climática global, Emissions gap report 2022, con la esperanza puesta en el ODS núm. 4. Dado que este Diario de la Educación se lee en Latinoamérica, incluimos en esta entrada lo manifestado en un artículo de Tamara Díaz Fouz, directora de Educación de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) que lleva por título “La educación en la agenda política internacional: América Latina hacia 2030”. Rescatamos algunas ideas: falta de calidad educativa, la región no puede quedarse atrás en la comenzada transición educativa; la agenda mundial es una buena oportunidad para el cambio en la región y hay que constituir alianzas sólidas.
Pero aún hay más dónde mirar para avanzar. A primeros de octubre se conocía el informe de la OCDE Education at a Glance 2022 (Panorama de la Educación 2022), dedicado en este caso a la educación terciaria. Parecido a este salieron otros en años anteriores que aportan muchos datos del gasto por alumno en relación al PIB per cápita y en educación con respecto al PIB del país. Así, el gasto promedio por estudiante en instituciones educativas en la OCDE desde el nivel primario hasta el terciario es equivalente al 26% del PIB per cápita. Pero debemos atender a las desigualdades que cuenta el WIDE (Base de datos mundial sobre desigualdad en educación). Debido a la “poderosa influencia de las circunstancias (riqueza, género, raza y otras) se les niega a muchas personas la configuración de sus oportunidades de educación y vida”. De hecho, la tasa de finalización de determinados estudios se retrasa entre 3 y 5 años, siempre a favor de los ricos. El WIDE nos ilustra los inaceptables niveles de desigualdad educativa entre países y entre grupos dentro de los países, que deberían provocar el debate público.
La Unesco publicaba hace poco Reimaginar nuestro futuro educativo juntos. Un nuevo contrato social para la educación. Para ello es más necesaria que nunca la Ayuda Oficial al Desarrollo o la Cooperación, es ineludible un plan de acción global. Ese futuro deseado llama a los países ricos a socorrer a los no ricos que se enfrentan a enormes desafíos: graves epidemias y otros riesgos de la salud, impactos del cambio climático, la lacra del hambre, la pobreza, las guerras sin sentido, la educación para niñas y mujeres, etc.; junto a ellas un incierto futuro en la esfera económica y laboral.
Unicef lanzó hace unos días una alerta urgente por el impacto alarmante de las recientes y futuras olas de calor, que condicionan la educación de la infancia y toda su vida: El año más frío del resto de su vida. En el pasado mayo, denunciaba en su informe de Innocenti, titulado Report Card 17: Lugares y Espacios que: el consumo excesivo en los países más ricos del mundo logra entornos más saludables para sus niños pero está destruyendo los entornos de la infancia en todo el mundo. Todo cambiaría si el ámbito educativo –formal o no– se convirtiese en un escenario para fraguar futuros justos, equitativos y sostenibles empezando por los niños, niñas y adolescentes, los cuales pueden actuar como lanzadera social. Para lograrlo hay que apelar a la solidaridad mundial y la cooperación internacional, todo enfocado al disfrute de los derechos humanos. Al consultar los datos educativos de la rica Europa en Eurydice, sonroja el abandono del resto del mundo, también en el cumplimiento de los ODS, accesible en el Navegador de datos de Eurostat. Pero en demasiados países, también en España, se retiran recursos vitales hacia los más pobres –se malinterpreta la Cooperación Internacional para el Desarrollo-. A la vez crecen por toda Europa los ultranacionalismos políticos que menosprecian el apoyo al débil porque es extranjero o vive lejos.
El tiempo revertirá o no las desigualdades educativas. Para nosotros, apoyar la educación mundial es una inversión. Primero porque es un bien social en los países pobres. Después, de manera egoísta, porque salvará los futuros laborales de los países ricos, en donde ya se habla de contratar obligatoriamente mano de obra extranjera; un beneficio recíproco como cuenta EOM. Merece la pena leer en la BBC “Por qué el futuro de la humanidad podría depender de África”. Pero hay muchas razones, humanitarias, para considerar muy útil la cooperación internacional, como nos cuenta Oxfam. Mandela estaba convencido de que la educación era el arma más poderosa para cambiar el mundo. Para el mismo objetivo, Gandhi confiaba en la educación para la paz; se confesaba un soñador práctico que quería convertir sus sueños en realidad. En fin, que en este mundo pleno de incertezas sobra el creciente “edúquese quien tenga”. Además de ser hoy un vacío inadmisible para el resto que es pobre, se volverá en el futuro contra quienes ahora lo proclaman o guardan silencio ante esa injusticia.
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Fotografía: El diario de la educación