Por: El Orden Mundial. 25/07/2018
La sociedad es cada vez más consciente de que ha sido un error no haber sido responsable en cuanto al uso y reciclaje de los plásticos. A través de distintos canales, la sociedad está pasando por un proceso de hacerse responsable y hacer responsables a las autoridades del estado del planeta. Según los últimos datos, en 2050 habrá más plástico que peces en el mar. ¿Qué estamos haciendo para evitarlo?
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Érase una vez… el hombre fue una serie francesa de dibujos animados para la cadena FR3 que, posteriormente, se distribuyó en prácticamente la totalidad del resto del mundo. En 26 episodios de media hora de duración, la serie se mete en la difícil empresa de explicar los grandes acontecimientos de la humanidad comenzando por el origen del planeta. El éxito de este tipo de formato dio lugar a otras series —la más conocida, Érase una vez el cuerpo humano—, pero merece la pena centrarse en la primera por su capítulo final. El episodio comienza en un hipotético año 2150 y se toma algunas licencias para reconstruir lo que creen que puede ser la realidad a partir de entonces. Si bien la serie recorre grandes acontecimientos históricos, el último capítulo se centra en realizar denuncias contra el consumismo descontrolado y el abuso del medio ambiente. Con un tono completamente distinto al del resto de la serie, la Tierra queda completamente destruida por la explosión demográfica, la proliferación de basura imposible de tratar y una guerra nuclear. La especie humana, sin embargo, sobrevive gracias a las estaciones espaciales y la conquista de la Luna.
Resulta cuando menos curioso que una serie de dibujos animados de 1978 decida poner fin con un mensaje tan radical y devastador. Y es curioso porque se trata de un proyecto dirigido a un público, en su mayor parte, joven o infantil. Tenemos ejemplos más cercanos que se le parecen, como Wall-e, la producción animada de Disney de 2008. El largometraje cuenta la historia de un robot que ignora por amor las tareas para las que fue programado. Sin embargo, el mensaje de fondo es menos romántico: la humanidad se ha visto obligada a abandonar la Tierra porque el nivel de desechos y basura se había vuelto insostenible y el planeta, finalmente, había colapsado. Wall-e formaba parte de un batallón de robots de limpieza cuya tarea era despejar la Tierra de basura para que la humanidad pudiera regresar a ella, pero era el único que quedaba operativo y la tarea ya se había convertido en algo prácticamente imposible. A pesar de que el mensaje final de la película es optimista, el trasfondo no deja de ser preocupante: la basura está por todos lados y nos ahoga.
Los mensajes de tinte ecologista sobre el deterioro del estado del planeta no suponen algo nuevo. La diferencia reside en que, si bien antes se trataba de colectivos minoritarios o residuales, relacionados casi en su totalidad con movimientos como el hippie, ahora se extiende a una velocidad vertiginosa entre distintos países, colectivos e incluso clases sociales. Se ha convertido en un movimiento transversal que promueve la concienciación medioambiental de los ciudadanos y la asunción de ciertas responsabilidades para con el entorno que nos rodea. Los enemigos del medio ambiente y del equilibrio del planeta son muchos y muy diversos, pero la alarma saltó hace unos años en el mar: el plástico invade los océanos.
Pensado para ser indestructible
Gracias a los avances en distintas materias relacionadas con la vida diaria de las personas, cada vez encontramos más facilidades en ámbitos diversos. Es el caso de los plásticos, que han hecho nuestra vida más fácil, más limpia y más agradable. Hay plástico en prácticamente cualquier lugar al que miremos, de una forma u otra: envases, ropa, edificios, automóviles, dispositivos médicos, muebles, etc. A través de materias primas como el carbón, el petróleo o la celulosa, se obtiene este material sintético, que en la actualidad tiene múltiples usos debido a su versatilidad y la característica que lleva su nombre mismo: que se puede moldear. Sus propiedades aislantes —térmica y eléctrica—, así como su resistencia a la corrosión de muchas otras sustancias, lo han convertido con el paso del tiempo en el material favorito para usar en prácticamente todo lo necesario para la vida moderna.
Aunque el uso de los polímeros ha existido desde hace muchísimo tiempo, los plásticos que conocemos en la actualidad datan de hace alrededor de cien años y tienen un coste de producción muy bajo, lo que permite que se adapten a todas las necesidades y desafíos que han ido encontrando a su paso. La industria del plástico comenzó a desarrollarse en cadena en 1909, cuando se produce el primer polímero sintético y, además, un moldeado del plástico que permite comercializar diversos artículos. A partir de ese momento, la producción en cadena de este material no ha hecho más que aumentar; al ser tan resistente, es altamente versátil.
El plástico es un material pensado para que dure muchísimos años. Por eso, a pesar de estar hecho a partir de materias primas, la naturaleza no puede asimilarlo con facilidad. La única manera de aprovechar el plástico ya usado es a través del reciclaje, es decir, fundir de nuevo el material y usarlo como materia prima adicional o sustitutiva en otras materias. Otra opción, especialmente en Europa, es incinerarlo para generar energía para los hogares. Estamos hablando, además, de una materia que mueve millones en todo el mundo. China es el mayor productor mundial; un 29% de los plásticos producidos en un año se fabrican allí —aproximadamente la mitad de la producción mundial se encuentra en Asia—. Seguirían el continente europeo y América del Norte, con un 19% y un 18% de la producción total, respectivamente. Es un negocio que emplea a 1,5 millones de personas solo en Europa, y mueve cientos de millones de euros al año.
Para ampliar: “Plastics – the Facts 2017”, PlasticsEurope, 2018
Toda la irresponsabilidad, en los océanos
Aquellos que hayan nacido o vivido durante algún tiempo en alguna ciudad costera, si hacen un ejercicio de reflexión y piensan en sus playas, se darán cuenta de que nunca han estado del todo limpias. La bandera roja no siempre tiene tanto que ver con la violencia de las olas y las corrientes; en ocasiones, indica que el agua de la playa está demasiado sucia y no es apta para el baño. De igual manera, en algunos lugares del mundo, especialmente países en vías de desarrollo o no desarrollados, las playas no son aptas para el baño.
De todo el plástico que se ha fabricado desde la década de los 50, solo se ha reciclado un 9% y se ha incinerado un 12%. Esto quiere decir que cuatro quintos de los plásticos fabricados siguen todavía en algún lugar de nuestro planeta, con mucha probabilidad en el mar. Al estar pensados para ser materiales duraderos, su vida útil es muy extensa —puede llegar a los 500 años— y, en el caso de los productos de plástico desechables, su uso apenas abarca unos minutos —los cepillos de dientes, por ejemplo, no llegan a descomponerse del todo nunca—.
Entre un 1,5% y un 4% de la producción mundial de plástico termina en el mar todos los años, de 5 a 13 millones de toneladas. Solo en Europa, menos del 30% de los desechos del plástico —unos 25,8 millones de toneladas anuales— se logran reciclar. Al mar llegan cada año entre 150.000 y 500.000 toneladas de plásticos provenientes solo de Europa y se calcula que el 80% de la basura total que hay en los océanos son plásticos. De continuar con este ritmo, para 2050 habrá más plástico que peces en el mar. Es este, exactamente, el problema que plantea en los océanos un material con una vida útil tan larga. El plástico se acumula, no termina de desaparecer en un hábitat común a todas las especies marinas, pero también para un gran número de especies de aves que se alimentan, anidan y hacen vida en los océanos.
Para ampliar: “A European Strategy for Plastics in a Circular Economy”, Comisión Europa, 2018
La urgencia ha hecho proliferar distintos documentales en los últimos años que pretenden hacer partícipe al espectador del drama que se vive en los océanos. Por ejemplo, Un océano de plástico, cuyo estreno tuvo lugar en 2016, muestra un viaje de cuatro años a lo largo del planeta de un equipo de productores, especialistas y científicos que estudiaron y grabaron las consecuencias que tiene para la vida marina el uso irresponsable de los plásticos. Durante una hora y media, el espectador es testigo de la muerte de distintas aves y especies marinas con el estómago lleno de plásticos, el cambio acelerado de hábitats altamente sensibles y delicados y las dificultades a las que se enfrenta la vida allí donde el plástico lo ha invadido todo.
Ha sido esta misma urgencia la que en 2017 motivó una petición popular a la ONU para que reconociera las islas de basura como países de pleno derecho, en un tono que buscaba la denuncia social por la existencia de estos lugares artificiales. Las islas de basura, llamadas también sopas de plástico e islas tóxicas, no son más que plástico acumulado en un lugar concreto del océano, donde se crea una plataforma artificial. La más famosa y preocupante es la “gran mancha de basura en el Pacífico”, creada por la acción de las corrientes marinas —en concreto por el giro oceánico del Pacífico Norte—, que agrupa la basura en un punto relativamente constante. A principios de 2018 se calculó que el tamaño de esta isla superaba el territorio de Francia, Alemania y España juntas, alrededor de 1,6 millones de km2.
En otros lugares, casi siempre islas, la pobre gestión de los residuos empeora por un sector turístico que duplica o triplica la población local. Es el caso de las islas Maldivas y su isla vertedero, Thilafushi, a donde va a parar toda la basura sin separación previa o tratamiento. Allí llegan 330 toneladas de desperdicios al día, especialmente desde las islas resort. El depósito de metales pesados tóxicos como el mercurio o el plomo, además de los plásticos, pone en grave riesgo la ecología marina y los arrecifes de coral de los alrededores.
Para ampliar: “Conferencia sobre los Océanos: testigos de la catástrofe”, Andrea Moreno en El Orden Mundial, 2017
La ciudadanía, batallón de limpieza
Podría pensarse que, lejos de suponer un problema, el hecho de que toda la basura se acumule en un mismo sitio es una ventaja: se puede recoger de una manera más efectiva. En cierto modo, esto es cierto. Existen ya muchas propuestas de proyectos que pretenden limpiar los océanos de maneras más o menos invasivas para las especies marinas; de ellas, la más famosa es la presentada por la compañía The Ocean CleanUp, una serie de barreras artificiales flotantes que, aprovechando justamente las corrientes marinas, concentrarían toda la basura en una zona concreta para que su recogida resulte más efectiva.
Sin embargo, aunque la presencia desmedida de plásticos en los océanos ya es de por sí un indicativo de la irresponsabilidad humana y de una mala gestión en el tratamiento de estos materiales, lo verdaderamente preocupante es la existencia de microplásticos. Estos fragmentos, inferiores a cinco milímetros, pueden ser producto de la lenta descomposición de plásticos más grandes o bien pueden provenir de productos de limpieza e higiene, como dentífricos, detergentes o productos cosméticos. Al tener un tamaño tan reducido, estas partículas engañan: pueden encontrarse incluso en aquellas zonas del océano donde la contaminación no parece tan alta o preocupante. Lo alarmante de la existencia de estas partículas tan pequeñas es que su recolección es altamente complicada, y su tamaño hace que ya haya entrado en la cadena alimenticia de muchas especies marinas y aves. Esto no solamente provoca cambios en los patrones de alimentación y problemas de salud a las especies, sino que existen posibilidades de que lleguen hasta los productos que ingerimos los humanos a través de la cadena alimentaria.
A la vista de la imposibilidad de muchos países para ponerse de acuerdo con iniciativas claras para atajar el problema de una forma integral, son varias las iniciativas ciudadanas o de empresas privadas que buscan hacer frente a este desafío. Adidas, por ejemplo, ha sacado ya varias colecciones en colaboración con Parley, una empresa que se dedica, entre otras cosas, a recoger residuos plásticos de zonas costeras y las transforma en otros productos —en este caso, prendas deportivas—. Alemania puso en marcha en 2003 un sistema de reciclado de plásticos, especialmente de botellas, en el que los ciudadanos pagan un poco más por cada producto embotellado, cantidad que recuperan cuando devuelven las botellas en una serie de máquinas que se pueden encontrar en todos los supermercados. Estas botellas regresan a las empresas productoras, que las rellenan o las reciclan para darles otro uso. Sistemas parecidos existen en países como Noruega o Finlandia.
Aunque estas iniciativas son muy positivas, algunos ciudadanos sienten que no es suficiente y han comenzado a tomarse en serio su papel de protectores del medio ambiente. Existen iniciativas de limpieza de los océanos y las costas como la organización gallega Coge 3, una iniciativa que impulsa la recogida de tres piezas de basura del suelo cada vez que alguien visite la naturaleza y que se centra, sobre todo, en las playas. Otros, como el movimiento There Is Not Planet B —‘No hay un planeta B’—, abogan por una economía circular y más sostenible. Sin embargo, las iniciativas que parecen estar cogiendo más fuerza son aquellas destinadas a dejar de abusar del uso de plásticos en la vida diaria y buscar alternativas.
Es el caso de un movimiento que comenzó en Gran Bretaña y que tiene como objetivo reducir el uso de plásticos en los supermercados. Este grupo de alcance local, Keynsham Plastic Re-Action, pide a los supermercados que se hagan responsables de los plásticos que generan con campañas como hacer la compra y dejar en los supermercados todos los plásticos innecesarios. Asimismo, exigen un mejor tratamiento de estos materiales. A España la iniciativa ha llegado a través de la campaña #Desnudalafruta, en la que los ciudadanos denuncian el uso desmedido de plásticos y bolsas en los supermercados y comparten en sus redes sociales frutas y verduras sobreplastificadas cuando podrían venderse desnudas de plástico.
En la búsqueda de alternativas podemos ver, cada vez con más frecuencia, sustitutos a los productos de plástico tradicionales: vuelven a estar en auge los envases de cristal y, en menor medida, los metálicos para la conservación de los alimentos en los hogares. Cada vez hay más rechazo hacia las bolsas de plástico de un solo uso y son sustituidas por bolsas de tela o papel. Movimientos como Zero Waste —‘Cero Desperdicios’—, que busca minimizar en la medida de lo posible los desechos diarios, comparten también el objetivo de desterrar el uso de plásticos lo máximo posible. Así, se promueve por ejemplo la compra responsable de productos biodegradables realizados con bambú, como cepillos de dientes, utensilios de pícnic, pajitas, cepillos para el pelo, etc. El aumento de la concienciación y la responsabilidad ciudadana es notable. De aquí a 2050, solamente queda una pregunta: ¿salvarán los océanos los batallones populares de limpieza?
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Fotografía: Rey Perezoso (Flickr).