Por: Josefina L. Martínez. ctxt. 29/08/2020
El 20 de julio, trabajadoras y trabajadores se manifestaron en una jornada de huelga por #BlackLivesMatter en más de un centenar de ciudades de Estados Unidos. Las reivindicaciones contra el racismo se combinaron con la exigencia de más medidas de protección contra la covid y por el derecho a formar sindicatos en todos los lugares de trabajo. Sectores laborales especialmente feminizados y racializados encabezaron las protestas: empleadas de cadenas de comida rápida, personal sanitario y de residencias de ancianos, conserjes, maestras, trabajadores y trabajadoras agrícolas. Desde Detroit a Los Ángeles y Nueva York, decenas de miles abandonaron sus lugares de trabajo durante 8 minutos y 46 segundos, el mismo tiempo que George Floyd agonizó bajo la bota de un policía, antes de morir asfixiado. En el valle frutal de Yakima, jornaleros y jornaleras de la United Farm Workers [Trabajadores agrícolas unidos] pintaron carteles en castellano que decían: “Huelga por Black Lives Matter” y “Nadie es libre hasta que todos seamos libres”.
“Nos declaramos en huelga porque McDonald’s y otras empresas de comida rápida no nos han protegido en medio de una pandemia que ha devastado las comunidades negras y de color de todo el país”, decía Angely Rodríguez Lambert, una trabajadora de esa empresa en Oakland, a través de una nota de prensa del sindicato SEIU (Unión Internacional de Empleados de Servicios). Y aunque la huelga de ese día fue parcial y en gran medida simbólica, mostró la potencialidad de unir el movimiento antirracista con la lucha de la clase obrera en Estados Unidos, una clase diversa y multirracial, capaz de paralizarlo todo y aglutinar las luchas de explotados y oprimidos.
En estos días, la ola de boicots y huelgas entre los jugadores profesionales de la NBA, retirándose de los campos de juego, se ha extendido a la liga de beisbol y al tenis, en un movimiento de alto impacto, que muestra la profundidad del movimiento Black Lives Matter.
En el país del Tío Sam, el racismo, la xenofobia, el machismo y la homofobia multiplican los agravios de la explotación capitalista. La brecha salarial por género en Estados Unidos se mantiene casi sin cambios en las últimas décadas y, según algunos análisis, los avances se deben más bien al incremento de los ingresos de mujeres en posiciones gerenciales, mientras que las trabajadoras más precarias han perdido poder adquisitivo. Del mismo modo, el relativo acercamiento en las ratios salariales entre mujeres y hombres, en muchos casos, son consecuencia de la caída del salario masculino –una nivelación hacia abajo en la precariedad–. Según un estudio reciente del National Women’s Law Center, las mujeres afroamericanas reciben solo 62 céntimos por cada dólar que se paga a los hombres blancos no hispanos. En el caso de las mujeres latinas o de los pueblos nativos, la brecha salarial aumenta, cobrando solo un 54 o 57% de lo que reciben los trabajadores blancos no latinos. Si eres mujer trabajadora en Estados Unidos –y más si eres negra o latina–, es probable que estés más expuesta al contagio, viajando en metros atestados, sin poder acceder a un seguro médico y haciendo malabares para pagar un alquiler y cuidar a tus hijos, con un salario que no alcanza los 15 dólares por hora.
Como agravante, las mujeres son mayoría en la “primera línea” en medio de la crisis de la covid. Son el 75% de las personas que trabajan en hospitales, el 88% de las cuidadoras, trabajadoras de residencias y asistencia psiquiátrica, el 93% de las cuidadoras de niños, el 63% del personal de las cadenas de comida rápida, el 66% en verdulerías y almacenes de alimentos, el 80% de las cajeras en locales de venta al por menor y centros comerciales, el 68% de las limpiadoras de hoteles y el 90% de las trabajadoras del hogar; las mujeres afroamericanas y racializadas son las que ocupan las posiciones más precarias y las primeras en ser despedidas.
Durante los años de hegemonía neoliberal, estas diferenciaciones raciales y de género permitieron a los capitalistas imponer, a su favor, una profunda fragmentación entre las clases laboriosas. Sin embargo, con la crisis actual y la irrupción de la lucha de clases, las tendencias a la unidad entre diferentes sectores oprimidos aparecen cada vez más en las calles. Puede verse cuando la juventud negra de los barrios pobres confluye con las trabajadoras precarias, con los activistas LGTB y sindicatos combativos, en una lucha común contra el racismo de Estado, la represión policial y las consecuencias devastadoras de la pandemia, que ya ha provocado millones de despidos.
Para profundizar en este tema, nos comunicamos con Jimena Vergara, periodista y filósofa mexicana residente en Nueva York, integrante del comité de redacción de Left Voice, quien participa activamente de las manifestaciones. Ella confirma nuestra hipótesis:
“En el cénit del movimiento hubo bastante confluencia entre sectores obreros movilizados y el movimiento Black Lives Matter. Por ejemplo, los trabajadores de Amazon a nivel nacional hicieron manifestaciones de apoyo en los almacenes. Pero quizás la acción más importante en apoyo al movimiento fueron las huelgas parciales de 29 puertos en la costa oeste de Estados Unidos, impulsada por el sindicato de portuarios, que es parte de la AFL-CIO. En general, se calcula que ha habido entre 500 y 800 acciones obreras desde que empezó la pandemia, que luego se mezclaron con el movimiento antirracista, donde sindicatos y sectores precarios han sido abiertamente solidarios. Y quizás el elemento más importante en favor del movimiento han sido las organizaciones de base de muchos sindicatos, exigiendo a la dirección de la AFLO-CIO que los sindicatos de policías sean desafiliados de las centrales”.
Y mientras Trump apuesta por retener el voto de los sectores cristianos, homófobos, racistas y antiderechos, el movimiento se dirime entre seguir desplegando su organización o rendirse ante la trampa del “mal menor” que ofrecen los demócratas. “Para un sector, Kamala Harris representa la elección de una vicepresidenta negra y mujer, y consideran que eso sería un paso progresivo. El problema es que, además de ser miembro tradicional del establishment demócrata imperialista, Kamala Harris fue fiscal general, es decir que estuvo encargada durante muchos años del sistema criminal, que incluye a los departamentos de las policías locales, un sistema basado en la opresión de la comunidad negra, por el nivel de encarcelamiento, por el nivel de la violencia policial racista, etc. En realidad lo que está buscando el establishment con su candidatura es ir a una reforma cosmética de los departamentos de policía, y que nada cambie demasiado”, explica Vergara.
Leyes de extranjería y precariedad laboral: el racismo también está en casa
Neris Medina llegó a España hace doce años, como trabajadora “contratada en origen”. En República Dominicana había trabajado en la industria maquiladora de la zona franca de Santo Domingo (territorio libre de impuestos para las grandes multinacionales, con trabajos basura y salarios de hambre). Allí cobraba un equivalente a 10 euros por semana, así que cuando una empresa española de hamburguesas abrió una campaña de reclutamiento para sus tiendas de comida en Madrid, no lo dudó. Tuvo que endeudarse para emprender el viaje, dejar por un tiempo a sus hijas, y enlazar dos trabajos continuos para poder sobrevivir. En aquellos años, antes de la crisis, cerca de 200.000 inmigrantes llegaban cada año a España con la modalidad de “contratos en origen”, un mecanismo utilizado por grandes empresas para abastecerse de mano de obra barata, sin derechos y más vulnerable, ya que la residencia depende del contrato. “Ellos buscaban países pobres, con las peores condiciones laborales, para poder traer a la gente aquí y tenernos esclavizados, es parte de la esclavitud moderna”, sostiene Neris Medina.
En Patriarcado y capitalismo (Akal), que escribimos con Cynthia Burgueño, analizamos la relación entre racismo, machismo y capitalismo. Las opresiones no se limitan, como creen algunos, a dimensiones simbólicas del ámbito de la “representación”, sino que constituyen mecanismos de dominación, que sustentan y reproducen agravios materiales, y que forman parte del sistema capitalista como totalidad. Tampoco se trata de resabios de un pasado preindustrial, sino que emergen y se multiplican entre los engranajes del capitalismo más moderno, garantizando regímenes de mayor explotación laboral para una mano de obra racializada, migrante y feminizada. El racismo institucional y la precariedad laboral para las mujeres migrantes está muy presente en los campos de fresa de Huelva, entre las trabajadoras del hogar o las cuidadoras de las residencias. Las leyes de extranjería y el conjunto de instituciones que dan forma al racismo de Estado (centros de internamiento para extranjeros, edictos policiales, vallas y muros) garantizan una mano de obra disponible y condicionada para aceptar salarios más bajos, privada de derechos políticos elementales y, en muchos casos, sin poder organizarse sindicalmente. Por eso, reivindicaciones como la regularización inmediata y permanente de todas las personas migrantes y la derogación de la Ley de extranjería deberían ser exigencias de todos los sindicatos, junto con la anulación de las reformas laborales.
A estas alturas, queda claro que es tan equivocado proponer una “política de clase” sin cruzarla con las cuestiones de género y el antirracismo, como ilusorio pensar que es posible terminar con todas las opresiones sin luchar también por poner fin al capitalismo, esa dictadura de las corporaciones multinacionales y un puñado de ricachones sobre la vida de millones de personas.
Con la serie “Mujeres, racismo y capitalismo” en CTXT propuse mapear algunas de las luchas más actuales de mujeres trabajadoras y migrantes, mediante testimonios y experiencias de diferentes latitudes. Desde las huelgas en las maquilas globales, a las luchas de las jornaleras, las demandas de las trabajadoras del hogar y las protestas de las limpiadoras y sanitarias. Son mujeres que exponen sus cuerpos en la primera línea y que ya no quieren ser esclavas, trabajadoras que no se conforman con migajas, que exigen derechos y se atreven a soñar con otro mundo. Lo más interesante, tal vez, es lo que les une a todas ellas: una renovada subjetividad y organización contra la explotación, el racismo y las opresiones de género. Cuando se comparten vivencias similares y se hace frente a los mismos grupos capitalistas globales, aquella idea del Manifiesto Comunista cobra fuerza, de manera actualizada: trabajadoras del mundo, ¡unidas! Para transformar de raíz la sociedad, hay que “aprender a mirar la vida a través de los ojos de las mujeres”, escribió hace más de 80 años el revolucionario ruso León Trotsky, algo que parece más comprensible que nunca.
Al final de este recorrido, todavía me vienen a la mente muchas otras sobre las que podría haber escrito: la ola huelguística de las maestras en Estados Unidos en 2018 y 2019; los paros de enfermeras en Portugal y las trabajadoras de residencias en Guipúzcoa; las Kellys que se organizan contra los abusos de los hoteleros, o sus compañeras del otro lado de los Pirineos, las “Kellys” de Francia, en su mayoría migrantes centroafricanas, que han desplegado importantes huelgas como en el hotel Ibis Batignolles; las limpiadoras de estaciones de trenes de la empresa Onet en París, mujeres migrantes que después de una lucha victoriosa fueron a apoyar la gran huelga de los ferrocarriles contra Macron. Recuperar la experiencia de las teleoperadoras que, en varias ocasiones, colgaron los cascos contra la precariedad laboral; conversar con las trabajadoras de la imprenta Madygraf en Argentina, que junto con sus compañeros ocuparon y recuperaron la fábrica bajo gestión obrera y formaron una comisión de mujeres. Hablar de las mujeres de pollera que en los barrios populares del Alto boliviano enfrentaron la represión y se movilizan contra el golpe de Estado, o las campesinas que se manifestaron en las calles de Quito contra el aumento del combustible. También podríamos habernos sumergido en una realidad menos conocida, como las huelgas de las jóvenes trabajadoras chinas, en empresas de tecnología punta como Foxconn; narrar los combates de las mujeres de pueblos originarios que defienden los territorios en Centroamérica, enfrentando la violencia paramilitar que garantiza la depredación de las empresas multinacionales, o tantas otras. Sin olvidarnos de vosotras, las estudiantes y jóvenes precarias chilenas, que cada noche os enfrentasteis a los pacos y conmovisteis al mundo con vuestro canto, hermanas. Claro que una historia del presente tiene esa ventaja, sigue en construcción. Así que seguimos.
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Fotografía: ctxt.