Por: Oswualdo Antonio González. 26/07/2016
Se sentaba sola, siempre en el fondo del salón. Su silla individual de paleta parecía una extensión de su cuerpo. Era invisible para sus compañeros. La cabeza siempre baja. Juan, maestro unitario, se percató de su ausencia desde el inicio del ciclo escolar, pero decidió no presionarla. Tere, tenía algo distinto a muchos niños que antes había conocido y cuyos entornos se repetían de manera dolorosa: alcoholismo, violencia física, desnutrición, abandono y trabajo infantil.
Niños cargando problemas, cuyas sonrisas eran absorbidas por el cansancio, el sueño y el hambre. Para muchos de ellos la escuela era un oasis, donde por un momento era posible ser niños.
Tere, no había cursado la educación preescolar. Su abuela la había inscrito de última hora, por tanto, no había expediente de ella, ni algún maestro del Preescolar comunitario de CONAFE a quien preguntarle por su trayectoria.
Juan anoto, en su Diario, con su vieja pluma fuente: Observar a Tere en el recreo, checar convivencia, revisar libreta.
Después de 18 años de egresado de la Escuela Normal, Juan seguía usando el Diario. En su casa tenía una caja donde los guardaba. Por lo regular, después de finalizar el ciclo escolar, acostumbraba leer algunas de sus notas. Muchas preguntas lo acompañaban.
Ese día, al toque de la campana, los 30 niños que atendía en una galera, salieron corriendo, con sus caras llenas de sonrisas y en segundos estaban ya sudorosos en el pequeño patio. Buscó a Tere, no la ubicaba. Pregunto por ella, y una pequeña mano señaló al árbol cuya rama estaba encima de un riachuelo. Ahí estaba, muy cómoda entre las ramas. Estuvo a punto de hablarle, pero no lo hizo. Solo la observó. Se veía tan en paz. que decidió no interrumpirla.
Había dado ya la media vuelta para dirigirse a la pequeña cancha donde varios niños jugaban al futbol. Él había comprado varias pelotas. Alcanzaba a escuchar varias voces que gritaban, el maestro ahora va con nosotros. Un ruido lo hizo volver la vista hacia el árbol. Una libreta roja estaba en el suelo, la tomó entre sus manos, cuando la voz de Tere, hasta ahora desconocida, le dijo, es mi libreta. Juan la miró y le extendió la libreta y antes que pudiera tomarla, le pregunto ¿puedo verla?, ella se sonrojo y asintió.
Señor ya vamos a cerrar, sintió como una mano amable le tocaba el hombro, volvió la vista y dijo gracias, ya estoy por salir joven. Caminó hacia la salida de la galería. Una voz lo detuvo ¿maestro Juan?, seguía siendo la misma voz, pensó, con lentitud, por su avanzada edad giró, estaba en eso cuando una elegante señorita se fundió con él en un fuerte abrazo. Soy Tere maestro Juan, …
Fue rápido, no sufrió, le decían. Él pidió que usted dijera unas palabras. Vio el ataúd, alrededor cientos de personas, abogados, sacerdotes, ingenieros, médicos, artistas, maestros… Soy Tere y el maestro Juan fue mi maestro…