Por: Gisela Pérez de Acha. Horizontal. 11/04/2016
Vivimos en un México atormentado. Un país de crisis perpetuas en donde la violencia ha dejado más muertos que las guerras de Afganistán e Irak. Aquí ocurre un feminicidio cada tres horas y el periodismo es una profesión letal. Buscamos a los 43 y encontramos fosas y cadáveres que nunca fueron de ellos. Desaparecen jóvenes en Tierra Blanca y el fenómeno se repite en otras partes del país. Policías y criminales parecen ser caras de la misma moneda. Tempestad, el segundo documental de la directora Tatiana Huezo y producido por Pimienta Films, retrata con sutileza esta tormenta.
Tempestad habla de las historias de dos mujeres anuladas y torturadas tanto por el Estado como por el crimen organizado: la historia de Miriam, que estuvo en la cárcel siendo inocente, y de Adela, cuya hija desapareció en manos de los hijos de policías judiciales. Son dos historias vinculadas a la trata de personas y a la impunidad. Es, en verdad, una película poderosa: la narrativa se desarrolla por completo en clave femenina y rompe los límites del “documental” como género, jugando con la ficción para crear un profundo efecto psicológico en el espectador. Una lluvia constante acompaña toda la película como metáfora del dolor, las muertes y los llantos ahogados.
Este documental es importante porque es una herramienta de denuncia, pero además humaniza un patrón específico de violencia de género en México. En contextos como el nuestro, tanto mujeres como hombres sufren tortura y malos tratos, pero las mujeres tienen muchas más probabilidades de padecer violencia sexual y abusos relacionados con sus funciones biológicas y su rol de madres. En la ansiedad y suspenso del ambiente de la Tempestad esto queda más que claro: en México no es lo mismo sufrir la tormenta siendo hombre que mujer.
La primera escena abre con una pantalla negra. Se escucha como las rejas crujen. Los grillos cantan. Los pasos hacen eco en un corredor. “Era de madrugada porque la cárcel estaba ya en silencio”, dice Miriam Carbajal Yescas empezando con su testimonio, “de pronto escuché un grito que decía mi nombre. Tuve miedo, no era normal que me buscaran en ese horario.”
Miriam llegó a la cárcel como “pagadora”, es decir, como alguien que paga por los delitos de otros. Era inocente, al igual que el 42% de los presos en las cárceles en México. Trabajaba en el área de migración del aeropuerto de Cancún. Un día cualquiera le pusieron una bolsa de tela negra en la cabeza; sin defensa ni debido proceso, la acusaron del delito de delincuencia organizada y tráfico de personas. No pudo avisarle a nadie. Simplemente desapareció y dejó a su pequeño hijo Leo en casa. Ella nunca sale a cuadro –solo escuchamos su voz y sus suspiros. Lo que vemos son imágenes metafóricas que, al unirse con los testimonios de injusticia y miedo, duelen. Son las alegorías visuales de Huezo, que dejan claro el anhelo de libertad.
No fue suficiente que las autoridades violaran los derechos de Miriam. Esto no sale en la película, pero medios como El Economista, W Radio y Wikileaks reprodujeron un comunicado de la Procuraduría General de la República alardeando la captura de 13 personas relacionadas con tráfico humano –entre las que se encontraba Miriam. Es una práctica común en nuestro país. Como ya ha señalado el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, los medios de comunicación no pueden vincular a personas con delitos, salvo que un juez los haya declarado culpables previamente.
La cárcel en Matamoros, a 2,500 kilómetros de su casa en Tulum, estaba completamente tomada por el crimen organizado. El recorrido de Tempestad empieza ahí, en esa ciudad en guerra. Miriam empieza su regreso a casa. Imágenes de la carretera dibujan su testimonio. Habla de los golpes con tabla en la cárcel, de la tortura por turnos y la ansiedad, de la injusticia, los asesinatos de migrantes, el hacinamiento y de la cuota de cinco mil dólares que pagaba para que no la mataran. Dice: “No existen las rejas. Nadie está encerrado. No hay uniformes. No hay policías.” Reina todo menos la ley. Ahí manda el Cartel del Golfo.
Las imágenes de federales encapuchados y militares con metralletas son abrumadoras, y significativas. Huezo, intencionalmente, incluye representaciones de las autoridades por todo el filme. El mensaje es claro: ellos son cómplices y parte del crimen organizado (estas escenas fueron grabadas, por cierto, en las carreteras de Tamaulipas: el lugar en México que registra el mayor número de periodistas desaparecidos).
Miriam habla y la lluvia aumenta. Todo se inunda. Las metáforas visuales de Huezo hacen sentir que estamos ahí, con ella en el camión, escuchándola y recorriendo el mismo camino. De repente, la lluvia para y al fondo de una pastizal un trueno parte el cielo. Es claro que una tormenta se avecina.
La voz en off cambia: empieza la historia de Adela, madre de tres y payaso profesional. La escena inaugural que vemos es una enorme carpa de circo donde un grupo de niños ensaya sus acrobacias. A diferencia de Miriam, Adela sí sale a cuadro pero la entrevista y las imágenes están diferidas –es el lenguaje único de Huezo también utilizado en documental previo, El Lugar más Pequeño (2012).
A Adela la oímos llorar mientras la lluvia cae y escurre por las carpas del circo, enlodándolo todo:
Mi hija tenía 20 años cuando se la llevaron. Se fue a las diez de la mañana a la universidad. En la tarde llama a una compañera a decir que Mónica no había llegado a la escuela.
Luego supieron que estaba secuestrada. Adela cuenta cómo las autoridades han extorsionado y mentido a su familia. Todo da pauta –comenta Adela– para pensar que su hija está en una red de trata de personas. La familia sabe que quienes se la llevaron son hijos de judiciales y eso ha entorpecido la investigación. La violencia de género tiene un rol predominante en su historia: se llevaron a su hija para utilizarla como mercancía sexual.
Han pasado diez años y Adela sigue esperando a su hija. Tuvo que salir de casa. Ahora vive oculta, amenazada de muerte, como si ella fuera la delincuente de la historia. Declara a la cámara: “A este tiempo, no tengo miedo. Prefiero salir a buscar.”
La lluvia, la tormenta y ambas historias confluyen hacia un mismo punto: la impunidad. En México menos del 1% de los delitos son castigados. Tempestad refleja la perpetua paradoja de nuestro sistema judicial lleno inocentes en la cárcel y culpables impunes. Pero hablar del miedo y la violencia de género debe salir de las cifras hacia historias más humanas y reales. El documental y la directora lo logran.
“Lo más fuerte para mi de esta película es que me obligó a confrontarme con mi propio miedo”, me decía Tatiana Huezo en entrevista, “el miedo en la película representa un mecanismo por el cual someten a Miriam. Eso pasa en todo México: es un mecanismo de relojería perfecta planeado para que nada reviente en este país.”
¿Qué tiene que decir el Estado sobre Tempestad? Aunque siga lloviendo, en el documental gana la denuncia y permanece la esperanza. Tatiana está determinada: “Tempestad es romper el silencio a pesar de nuestros propios miedos. Frente a la situación tan crítica del país, no podemos no hacerlo.”
Tempestad
Director: Tatiana Huezo
País: México
Año: 2016
Idioma: Español
Duración: 105′
Gisela Pérez de Acha es abogada y activista, especialista en derecho de internet, libertad de expresión y género. Actualmente es encargada de políticas públicas para América Latina en la ONG Derechos Digitale
Fuente: http://horizontal.mx/tempestad-un-documental-sobre-el-miedo-y-la-impunidad-en-mexico/
Fotografía: dulcemartinez