Por: Hartmut Rosa. 01/06/2025
El sociólogo alemán Hartmut Rosa (Lörrach, 1965) irrumpió en el campo de la sociología con estudios como Alienación y aceleración (Katz, 2016), un libro breve pero denso en torno a cómo la modernidad incumple su promesa de libertad a causa de los procesos de aceleración social. Una sociedad económica, política y tecnológicamente acelerada desemboca necesariamente en formas de alienación. El sistema educativo mismo puede llegar a ser alienante. Con la obra Resonancia (Katz, 2020) y Lo indisponible (Herder, 2021), Rosa ofrece una alternativa a la alienación. Su solución pasa por mejorar nuestra relación con el mundo en lugar de seguir con la apropiación y acumulación capitalistas. La resonancia es una fenomenología de la emancipación: resonamos cuando tomamos consciencia de las conexiones genuinas que establecemos con las cosas (la música, por ejemplo) o las personas. El autor ha publicado recientemente Cantan los ángeles, rugen los monstruos: una breve sociología del heavy metal (Ned, 2025), un libro que parece romper con la seriedad academicista y que sin embargo es una expansión lógica y un estudio de caso de la teoría del pensador alemán. Rosa alude a bandas de metal como Black Sabbath o Dimmu Borgir para hablar de nuestra alienación y de cómo la música nos puede acercar a su concepto de resonancia. Andrés Lomeña entrevistó a Hartmut Rosa sobre heavy metal.
ANDRÉS LOMEÑA: Recuerdo un libro de Loïc Wacquant sobre sociología y boxeo que me pareció sumamente interesante, aunque yo no sé nada de boxeo. Sin embargo, su libro sobre la sociología del heavy metal me toca de cerca porque el metal fue parte de mi adolescencia. Su teoría de la resonancia se une a su experiencia de haber formado parte de una banda. Como marxista heterodoxo, ¿no será esta metodología basada en la observación participante una forma de interpretar la undécima tesis de Marx sobre Feuerbach, aquella que dice que los filósofos solo han interpretado el mundo y en realidad se trata de cambiarlo?
HARTMUT ROSA: No lo sé, la verdad. Quizás tengas razón: me gustaría ir más allá de la teoría y tocar las fibras sensibles de la vida misma. Por eso no hablo ni pienso en visiones del mundo o en concepciones del mundo; me interesa, más bien, nuestra relación sentida y corporal con el mundo en el que vivimos. Como teórico, mi intuición es que hay algo fundamentalmente erróneo en nuestra sociedad y en nuestra cultura, ya que nos situamos de un modo hostil frente al mundo. A mi juicio, la música es una forma fantástica de explorar diferentes modos de estar en el mundo, de relacionarse con el mundo. Así que puede ser: si queremos cambiar nuestra relación con el mundo, la música es un punto de partida muy poderoso y práctico para ello.
A.L.: Menciona la alienación educativa como una forma específica de alienación y le aseguro que mis estudiantes están muy de acuerdo con sus reflexiones sobre la escuela. Digo esto porque el heavy metal no estaría tan relacionado con la clase proletaria como con la alienación de la educación. ¿Fue el metal importante cuando era estudiante?
H.R.: ¡Desde luego que lo fue! Suelo decir que cuando era un adolescente en el instituto, el heavy metal salvó mi vida. Y aunque esto puede sonar ridículo, la verdad, por sorprendente que suene, es esta: en un estudio que se hizo a seis mil fans del metal, casi el cuarenta por ciento estuvo de acuerdo con la afirmación de que el metal salvó sus vidas al menos una vez… así que sí, para mí es verdad y lo es probablemente para montones de fans de metal y rock.
La música nace de un sentimiento de alienación dentro del sistema educativo, un sistema que se erige y se percibe como representativo de la sociedad. El primer disco que realmente me enganchó hasta el punto de que podía cantarlo de memoria desde la primera hasta la última nota fue The Wall de Pink Floyd. “We don’t need no education”… a pesar de que no creo que esa canción (Another brick in the wall, part two) sea particularmente buena, su significado es lo suficientemente expresivo y contundente. Por tanto, es cierto que el metal no está tan ligado a la clase trabajadora como a la sensación extendida de alienación de la juventud y ese sentimiento se origina en las experiencias educativas. En la actualidad hay mucha gente mayor, sobre todo hombres, que aún escuchan metal; creo que conservan esa sensación de alienación, así como sus formas culturales de expresión y sublimación.
A.L.: En los noventa, viví una especie de guerra cultural entre tribus urbanas que se ignoraban o se despreciaban porque el heavy era demasiado blando para los amantes del thrash, el thrash era demasiado blando para los fans del hardcore, todo eso era demasiado alegre para el black metal, y eso por no hablar del nu metal, el grunge u otros estilos distintos como el reggae o el punk. La gente no creaba resonancia, por usar su término, sino más bien un sentido absurdo de aislamiento y superioridad cultural: el metal es mejor que el pop, o que el techno, o lo que sea. En resumen, había una especie de distinción social y una atomización del gusto.
H.R.: Lo que planteas es muy interesante porque comparto tus recuerdos: en los ochenta y los noventa, la música giraba en torno a la identidad. Lo que escuchabas definía quién eras y las diferencias eran absolutamente determinantes. No te podían gustar Maiden y Dimmu Borgir o lo que fuera de forma simultánea, y mucho menos una banda de música pop. Lo que advertí además es que algunos de mis amigos, y muchos fans también, se alejaban de una banda cuando se volvía demasiado grande y exitosa, como Metallica o Iron Maiden; perdías el valor de distinción social si todo el mundo escuchaba tu grupo favorito, si sonaba en la radio, así que tenías que buscar un nuevo grupo más underground. Afortunadamente, creo que esto ha cambiado casi por completo. Son las bandas de heavy metal las que ahora hacen versiones de Abba, Pet Shop Boys, Alan Parsons o Pink Floyd. A veces creo que el metal se ha convertido en la memoria institucionalizada de algunas partes relevantes de la historia musical.
A.L.: El grupo heavy que me cambió fue Blind Guardian, sobre todo su disco Nightfall in Middle-Earth. ¿Qué ha de hacerse para que esas emociones y experiencias musicales pasen de una generación a otra?
H.R.: Hace muchos años estuve en un festival en Long Island, cerca de la ciudad de Nueva York. Ronnie James Dio tocaba con su grupo bajo un cielo ardiente. Un fan de mediana edad que estaba a mi lado y yo teníamos lágrimas en los ojos porque aquel espectáculo era muy intenso. El hombre se volvió hacia mí y me dijo: “Si tan solo pudiéramos enseñar a nuestros hijos lo valiosa que es esta música”. Entendí perfectamente a lo que se refería, pero la verdad es que no podemos enseñar eso porque no se puede transmitir sin más. La resonancia es incontrolable: cada generación necesita encontrar su propio significado y su manera de resonar. Y claro, hay gente joven que descubre viejos grupos metaleros. La escena sigue viva, como se suele decir. Pero la única forma de mantenerla viva es conservarla en nuestro interior y esperar a que la chispa vuele y prenda en otros también. Es el mismo problema al que se enfrentan las iglesias: si la misa del domingo está vacía, no hay mucho que se pueda hacer. No podemos producir resonancia para otras personas. Quizás eso sea algo bueno. O lo sientes o no lo sientes, y si captas esa forma existencial de conexión mientras escuchas un grupo o un disco, otros lo notarán. Tendrán curiosidad por averiguar qué es lo que hace brillar tus ojos. En cierto modo, la resonancia puede ser contagiosa.
A.L.: Después de esta conversación, me muero de ganas por ver en directo a grupos como Guano Apes.
H.R.: ¿Sabes qué? Aunque tiendo a pensar que conozco todas las bandas, de esta no sé mucho. La pondré ahora mismo. Hoy me compré dos discos de Savatage (Gutter Ballet y Handful of Rain) porque no encontraba mis viejas cintas, y también encargué discos de Unto Others y Gaerea. El único deseo que tengo para mí es que mi amor por la música, ese fuerte deseo existencial, nunca desaparezca. Para el metal, mi esperanza es que no quede petrificado o anquilosado de tal manera que solo se repita a sí mismo, produciendo solamente vagos ecos de resonancia. Pero soy optimista y sé que eso no pasará a corto plazo. En cuanto a la sociología, quiero que siga conectada a las cuestiones vitales y que no se pierda en sombríos reinos de abstracciones teóricas. ¡Mantengamos viva la llama, tanto en la teoría como en la música!
Es profesor de sociología general y teórica en la Universidad Friedrich-Schiller de Jena y director del Centro Max Weber de la Universidad de Erfurt
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Fotografía: Sin permiso