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Remedios Zafra: “Un sistema que perpetúa la desigualdad rompe los vínculos entre iguales”

por RedaccionA febrero 19, 2022
febrero 19, 2022
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Por: MANUEL MATEO PÉREZ. 19/02/2022

Con el libro El entusiasmo Remedios Zafra ganó el Premio Anagrama de Ensayo, uno de los galardones más importantes entre los nuevos pensadores. Detallar lo más sucinto del currículo de Remedios Zafra consumiría esta entradilla. Es suficiente con decir que es una de las teóricas más sólidas de los últimos años, una activista que jamás dio la espalda a la coherencia y una ensayista que escribe sin pelos en la lengua. Nació en Zuheros hace cuarenta y tres años. En ningún mejor lugar que en la Residencia de Estudiantes de Madrid para charlar bajo el amparo de Giner de los Ríos.

-Usted se ha dedicado a casi todo: Antropología, teoría del arte, profesora, artista, ensayista, persona comprometida con la política y el feminismo. ¿Es mucho pensar que su libro El entusiasmo resume todas esas vocaciones suyas?-Ser todas esas cosas es la mejor forma que he encontrado de comprender la creación. A mi siempre me ha irritado la manera en que se ha parcelado el conocimiento, en especial en España. Esta cosa de estar en el instituto y tener que optar por ciencias o letras para mi fue traumático. Recuerdo estar un par de semanas en letras y querer luego pasar a ciencias porque me gustaban ambas cosas. Entonces comencé a estudiar ingeniería de telecomunicaciones y acabé compaginándolo con bellas artes.-¿Telecomunicaciones y bellas artes a la vez?-Yo me matriculé en la Universidad de Sevilla en la primera promoción de telecomunicaciones. Era el año 1991. Pero encontré un muro interno. Estábamos doscientos alumnos matriculados y en mi clase solo había dos mujeres. Recuerdo cuando nos preguntaron si habíamos estudiado informática. Lo más cercano que yo había hecho con respecto a aquel mundo es mecanografía en Zuheros, en mi pueblo. En cambio, los chicos sí se habían manejado en informática. Ellos tenían videojuegos y estaban familiarizados con aquel mundo. Llegué a la conclusión de que fuimos víctimas de la ‘educación no formal’, esa que viene de las aficiones. Luego me di cuenta de la poca creatividad que había en una carrera como telecomunicaciones y me entusiasmé creyendo que en bellas artes sí la obtendría. Me equivoqué. Entonces, en Sevilla la enseñanza de bellas artes no era creativa, era una educación apoyada en la copia. Las ciudades que han heredado estilos y artistas como Sevilla, con la sombra permanente del barroco, tienden a formar como si una viviera en un tiempo que no es este. Yo entiendo que un artista contemporáneo tiene que habitar la dificultad de su época, tiene que ser constructor del tiempo que le ha tocado vivir. Y eso en bellas artes, al menos en los años en que yo estudié, no ocurría. Lo que deseaba era trabajar con la palabra, hacer un trabajo más reflexivo. Tiempo después me interesé por la política. Eran tantas las cosas por mejorar de la educación pública que sentí que, ya que no estaba aprovechando el tiempo en esa formación, podía aprender de ese otro ámbito. Y sí: Aprendí mucho como representante de estudiantes y en mi acercamiento inicial al feminismo. Después estudié antropología y filosofía política; me doctoré en bellas artes y todo ese bagaje, todo ese conocimiento, ese deseo de crear sin acotar lo que yo quería, derivó en mis libros, incluido El entusiasmo.-Ha escrito usted un libro inclasificable porque son muchas cosas a la vez. ¿Era consciente de esa realidad en el momento en que lo creaba?-Es que la literatura puede ser reflexiva y el ensayo literario. Restringir las formas de escribir es restringir las formas de pensar. A mi me interesa mucho el arte político y el arte feminista porque ambos cuestionan la forma de expresión. No es solo lo que se dice sino el modo en que se dice. Hay un mensaje y un intento de desmontar viejos hábitos.-¿Y la tesis?-Es mucho más reciente. Cuando urdo El entusiasmo yo observo lo que está pasando en este país: crisis y postcrisis. Y ahí advierto que justo lo que nos une a las personas que nos dedicamos a la creación, la cultura y el mundo académico es una desazón compartida, una sensación de vida aplazada, de que vivimos sintiendo que estamos obligados a decir lo afortunados que somos al dedicarnos a lo que nos gusta, a lo que nos apasiona, pero sin tiempo para disfrutar de eso, cada día más saturados de burocracia, cada vez más encadenados a trabajos temporales, sobre todo esos estudiantes de más de treinta años que llevan encadenando máster tras máster sin hallar un trabajo sólido y con futuro. Yo tengo una estabilidad que ha sido la que me ha permitido escribir este libro. Los entusiastas precarios a los que yo me refiero tienen entre las distintas formas de precariedad de las que habla el libro la económica y la laboral. Yo creo que son los más interpelados por el libro. Sustitutos, interinos, becarios…-¿Tenemos que sentirnos culpables por cobrar por hacer un trabajo que nos gusta?-Esto es terrible ¿verdad? En los últimos meses he escuchado: El valor simbólico importa. ¡Claro que importa! Pero no es lo mismo pagar con reconocimiento a un rico que a un pobre. En un caso se hace prestigio y en otra frustración por no poder vivir de ello. La mayor parte de mis compañeros proceden de contextos humildes y sus familias les reclaman que se dediquen a eso que llaman “trabajo de verdad” porque consideran que un trabajo vinculado a la cultura o a la creación no es trabajo. No valoramos la cultura y tenemos muy cerca un pasado lleno de carencias.-Usted habla de habitar las contradicciones ¿hay algo malo en asumirlas?-Me parece que antes de asumirlas hay que conocerlas, abordarlas sin complejos. Vivimos en una época en que todo quiere ser número, en que hay una necesidad de cuantificarlo todo. Por eso habitar las contradicciones es necesario para aquellos que queremos abordar el análisis de este mundo. Sin embargo, en esa certeza también hay una lectura negativa. Hay que desvelar la impostura en la que nos hemos instalado, en ámbitos como por ejemplo el académico o el mundo cultural. En ellos la vocación a menudo es una coartada para trabajar por poco o gratis, porque en la mera realización de ese trabajo se considera implícito su pago. Poco importa que ayudes a perpetuar un sistema que instrumentaliza tu entusiasmo para aumentar sus beneficios.-¿Quiénes se aprovechan de todo eso?-Quienes contratan sabiendo que con una mínima inversión consiguen un máximo beneficio. Quienes contratan en el mundo de la cultura, en el mundo de la comunicación, en el mundo académico bajo esa motivación neoliberal, valiéndose de trabajadores precarios dispuestos a trabajar con motivación y sin horarios, siendo conscientes de que hay por detrás una enorme lista de quienes esperan ocupar tu puesto. Son entusiastas muy preparados y formados, que ocuparán el puesto que tú dejes por malo que sea.-Hay maldades que venimos arrastrando entonces desde hace siglos…-Hay actitudes que se perpetúan. Es cierto. Pero el escenario es otro bien distinto. Las personas que procedemos de contextos humildes no podíamos imaginar dedicarnos a trabajos creativos. Ha estallado un gran principio emancipador. La educación pública sí lo ha conseguido, por mejorable que sea. Estamos en un momento de trance. No sabemos ajustar lo que la educación pública ha proporcionado a este país y a las democracias contemporáneas. No se ha sabido aprovechar ese capital en el mundo laboral.-¿Dónde queda en esa realidad el discurso de las ideologías? ¿Siguen teniendo sentido o hemos entrado en un mundo de transversalidad donde todo se confunde?-Quién puede negar la desigualdad entre las clases sociales más desfavorecidas y el género. La pregunta que tenemos que hacernos es quién tiene el poder y quién gestiona ese poder. Eso es algo que me ha interesado siempre.-El creador cree en el individualismo. ¿Cómo es posible colectivizarlo?-En ese tema he intentado aplicar mis propias contradicciones. Como creadora he reivindicado siempre mi individualidad. Pero considerándome una escritora política que se pregunta cómo cambiar el mundo para mejorarlo, el interés por lo colectivo siempre está ahí. Hay varias líneas donde individualismo y colectividad entran en conflicto. Por una parte, el capitalismo es el principal interesado en reforzar un sistema individualista. Una de sus proclamas más famosas es reforzar la responsabilidad individual frente a la responsabilidad social. Hacer al individuo responsable de los éxitos: esa proclama de ‘si tú quieres puedes’. A mi eso siempre me motivó. Pero no es menos cierto que esas ideas encierran una perversión cuando se descubre que la responsabilidad individual tiende a diluir la responsabilidad social.-¿Por qué?-Creo que cuando pensamos que todo depende de nosotros estamos cayendo en un error, porque las condiciones de las que cada cual parte son distintas. Si no hay una responsabilidad social que garantice unos mínimos de igualdad (educación, sanidad, dependencia…) ¿quién se ocupa, por ejemplo, de las tareas de cuidados a los que nacen, enferman o envejecen cuando la responsabilidad social pasa por alto sobre ellas? Las mujeres tienden a asumirlas porque tradicionalmente lo han hecho, renunciando a sus trabajos remunerados o haciéndolos temporales y más vulnerables. No es verdad que ‘si tú quieres, puedes’. Aceptarlo genera mucha frustración. Creo que cuanto más laxo es un estado en su responsabilidad social más perjudicados acaban los que tienen menos recursos. Cuando yo escribía el libro me daba cuenta de que los compañeros que habían sido mis amigos ahora se convertían en competidores porque nos presentábamos a los mismos trabajos, a las mismas becas, a las mismas plazas. Eso les pasa a mis estudiantes y les pasa a esos hombres o mujeres que luchan por un puesto, que antes eran colegas y ahora se miran como rivales. ¿Quién gana en eso? El sistema que perpetúa la desigualdad tiende a romper los vínculos entre iguales.-Estará conmigo en que es difícil pedirle a un artista o a un creador que se colectivice, se agrupe, se sindique…-En el sistema cultural francés el método es distinto. Allí sí existe una tradición sindical en el ámbito de la cultura mucho más fuerte que aquí. A mi me gusta ese sistema. Deberíamos mirarlo. Es compatible el trabajo del creador solitario con la alianza hacia la colectividad. Es bueno establecer un vínculo que no se sostenga solo en la rivalidad que es el que predomina hoy.-¿Es un espejismo esa relación de vínculos que nos ha hecho creer la tecnología?-En una entrevista a Walter Benjamin le advierten del tipo de persona que escuchaba entonces la radio sugiriéndole: “Serán miles de personas, pero miles de personas solas”. Fíjate cómo han cambiado desde entonces las cosas. Hoy en día no somos miles. Somos millones de personas conectadas, pero detrás de esas pantallas hallamos a personas solas. El mismo dispositivo está pensado para una cara y para unas manos; no está pensado para muchas personas. Además esos dispositivos se han apropiado de nuestros espacios propios. Han sido transformados en otra cosa.-¿Cómo ha cambiado la idea de soledad?-Estamos solos, pero no nos sentimos aislados. Esos pitidos, esos pilotos verdes nos hacen sentir que estamos acompañados. No hay nada más estimulante para quien desea que lo deseado esté ausente. No obstante, confío en que en los próximos años sepamos gestionar los tiempos de desconexión.-¿Tan optimista es usted?-Ahora sentimos una deriva a no poder estar desconectados. El objeto más adictivo es el dispositivo encendido, pero espero que aprendamos a desconectarnos y a racionalizar esos tiempos, tanto para lo que tiene que ver con las relaciones como con el trabajo. Con un dispositivo encendido el tiempo de vida que no era trabajo se ha convertido ahora en trabajo y eso es terrible.-Lo que usted propone sí es revolucionario. Propone volver al silencio en mitad de una jauría de ruido.-Ese ruido al que haces referencia funciona en un doble sentido: como ceguera y como censura. Creemos habitar un mundo donde el acceso a la información y a la comunicación se nos antoja ilimitado, pero ese acceso, ese poder saberlo todo, nos bloquea porque todos hablamos al mismo tiempo. Y su gestión es aún más perversa. ¡Ojo! Lo están haciendo por nosotros. Son empresas privadas en las que hemos delegado la gestión de cómo se ordena y cómo se valora la información. Hemos donado un poder a las empresas privadas y hemos perdido la oportunidad de que esa gestión fuera ciudadana. Hoy día es difícil estar en internet sin estar dentro de una red. Redes sociales y buscadores que nos ofrecen penetrar en el mundo bajo el espejismo de la neutralidad. No te enseñan lo más valioso, te enseñan lo mejor posicionado, y en ocasiones en esa posición se puede situar lo más morboso, lo más trágico o lo más perverso del ser humano. En esos algoritmos están desde la revolución en la plaza hasta el vídeo de unos lindos gatitos.-Usted apela también al feminismo en sus trabajos. ¿Los hombres lo están comprendiendo?- La mayoría de hombres con los que yo trato sí, aunque creo que la conciencia está despertando y necesitamos mucha empatía, más solidaridad y mucha más educación. Cuando hablamos de feminismo hablamos de la observación de un mundo construido de modo asimétrico. Rosa Luxemburgo lo explicaba así: ‘Habitemos un mundo donde podamos ser humanamente diferentes, pero socialmente iguales y libres’.

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Fotografía: El mundo

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