Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 19 de octubre de 2019
La Pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1928)
Obra ineludible de la cinematografía mundial, inagotable pieza que fundamenta el uso discursivo en el marco del lenguaje y la interpretación. Destacable no sólo en su temática -el valor de su ataque- sino también por el balance de sus elementos y la fuerza cuasi poética con que enmarca un crucial y significativo proceso cuya naturaleza, revestida de ingnominia, aún se disfraza dentro de la sociedad actual. Hito histórico y escuela que lejos de envejecer demuestra el argot expresivo y revelador al que se debe el cine –cuya naturaleza debiera estar siempre en las disertaciones propias de nuestra naturaleza humana para su reflexión y no a manera de escape; túnel de banal y rapaz divertimento sin volumen critico.
Lo que Dreyer construye en esta, una de sus obras más reconocidas, es un fresco retrato de nuestros más preciadas y temibles verdades y licencias. Dogmáticos puentes que nos detallan y miran a través del empecinamiento impuesto por una certeza construida desde la conveniencia social y hasta la convicción personal: facultades bajo yugos de la fe vista desde una ventana cuya fuerza coactiva se asume al miedo, a la imposición del temor y el oscurantismo como herramienta de orden y control. Basada en la documentación oficial del proceso inquisitivo que se le hiciera a la ya significativa figura de Juan de Arco, el tono de la obra no recae en lo épico sino en el ensimismamiento del hecho, en el aprisionamiento a través de la arbitrariedad y el poder del clero; sempiterno pánico naciente de la duda, el recelo y la incomprensión del mundo que intentan liderar bajo cánones de mansedumbre y docilidad por parte sus seguidores.
Con una sobresaliente y envalentonada puesta en cámara que se nutre mayormente de primeros planos (algunos de los más bellos de la historia), la estética del filme nos contiene en un espacio acusatorio, una especie de atmósfera fría e insensible que nulifica el valor de las creencias y las palabras. La parcialidad reinante detona dolor y hartazgo, negación y trivialidad ante los hechos en el que solo una minoría tiene la capacidad de la razón. Sobre un montaje expresivo –a detallar la secuencia de la tortura– la cinta es una escuela en el uso de un léxico cinematográfico que apenas comenzaba a tomar forma y consciencia. Resulta, pues, un peldaño que se alza para generar una superficie novicia, una firme evolución y enseñanza que aún hoy es utilizada (no siempre de la mejor manera) y que aunque no sea para un público mayoritario, se mantiene fresca y respetable. La elegancia de sus trazo en el proceso del armado intelectual es de un brío y portento que aún sorprende.
Controvertida desde su estreno, la historia de la propia cinta tiene su particular volumen de trastoques, vejaciones, vetos y negativas a su exposición. Permaneciendo por décadas entre las sombras, la lucha por poder ser proyectada en la versión más cercana a su corte original se logró hasta principios de la década de los 80. Pareciera, entonces, que ese silencio natural que existe en su construcción es la misma afonía con la que estuvo obligada a coexistir: gravamen hacía un olvido por parte de aquellos que aún se ven reflejados en su taciturnidad desplegada. Su nativa mudez se convierte ahora, claramente, en la naturaleza de los hechos que expresa su lienzo, su insonorizad se trastoca de un lirismo más potente que un grito; su voz nos alcanza aún con garbo y resistencia. Detrás de su indumentaria nos hallamos por supuesto con el extraordinario desenvolvimiento escénico de Maria Falconetti (uno de los más imponentes) pero, sobre todo, con la gesta y la heroicidad de darle eco a la historia dentro de un mundo silente.
La Pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer
Calificación: 5 de 5 (Clásico Obligado).
Fuente:
https://www.facebook.com/ECOsRockXalapa/posts/2418989901712716?__tn__=K-R
Fotografía: tiempodecine.com