Por Güris J. Fry. ECO’s Rock 1 de junio de 2024
Los Asesinos de la Luna (Martin Scorsese, 2023)
La prolífica carrera de Martin Scorsese ha generado no sólo un particular e innegable estilo; una plástica, ritmo y sentido del montaje altamente reconocible, sino también una exploración temática que podíamos sintetizar en dos ejes predominantes: por un lado, el temple de la espiritualidad y por el otro la vida interna del hampa –no sólo en su parte organizativa sino en sus entrañas más profundas: personales, emotivas y hasta familiares. Baste decir que, aunque a primera lectura pareciesen estos dos polos diametralmente opuestos, en ambas proposiciones se abre y cabe plenamente el espacio para la exploración del origen causal y el encrudecimiento de la violencia interna (personal), así como la social; aquella que pernea y presiona, que abate y sólo atrae más atropello y nervio a un conjunto que se ha de ir nutriendo con el paso de la tensión. En este caso, bajo esta tesis, después de una álgida carrera de más de 50 años, resulta lógico que la escuela edificada por el propio realizador de muestras de enseñarse y apoyarse a sí misma.
Es así, entonces, como Scorsese presenta sus Asesinos de la Luna; una proyección de su órgano mafioso en un entorno que no había recorrido con antelación; las tribus indígenas de su país. De esta manera, claro, vislumbra de manera tajante la ascendencia de la casta oligárquica que ha gobernado por décadas la demarcación estadounidense. Su representación manifiesta la hipocresía, la conveniencia, la sed por el poder y el dinero (o el dinero que da poder), así como la avaricia y la ignorancia por parte de todos los involucrados. Gracias a su larga duración, el ya legendario realizador norteamericano puede no sólo adentrarnos en los entretelones de su conflicto; las sombras que construyen aquellos que anhelan adueñarse del capital de la tribu Osage, sino que también nos presenta el claroscuro devenir de los propios miembros del pueblo indígena; la nostalgia por las tradiciones perdidas, la incomprensión del mundo al que ahora tienen acceso –aunque limitado en pro del beneficio de los blancos–, la sospecha creciente, el peligro inminente; la ingenua y sincera demanda ante el lucrativo y fructuoso silencio. Si bien el entramado nos sitúa casi un centenar de años atrás, la maestría en la mano de Scorsese es dejarnos entrever en su ventana fílmica, una de las tantas semillas que se fueron enraizando con fuerza –cada vez más– hasta nuestros días; cicatrices que le han dado forma a la máscara contemporánea del dominio y la potestad; otro gran quid dentro de su filmografía.
Basada en el texto de no ficción de David Grann, Scorsese toma el estilo ensayístico e histórico del libro original y ejercita la ficción inyectando los elementos que tanto volumen le han dado a su cosmovisión: el entorno cual ring de lucha en pro de la persistencia, la fortaleza y la debilidad; energías que se encuentran y contrastan abatiéndose tanto externa como intrínsecamente. Un irregular pero claro manejo del tiempo; podrían decirse paréntesis fílmicos o bien capas que se extraen de las versiones que representan el imaginario de los perpetradores, los investigadores y, por qué no, también de las vacilantes víctimas del encadenado. Claro está que tampoco podría faltar el refinado y agudo sentido del humor que define la obra del autor; un susurro mordaz, un ligero viento que sin estar del todo invitado ingresa por un recoveco y encaja de la mejor manera, puntual y quirúrgicamente, en el cuerpo de la trama. Todo ello bajo la mecánica más que aceitada de sus elementos técnicos; supeditados al avance de las acciones y donde podemos encontrarnos al connacional Rodrigo Prieto en la fotografía, la ya también leyenda Thelma Schoonmaker en el montaje y el ya tristemente fallecido Robbie Robertson en la música. De la misma manera queda darle el espacio a las más que concisas y sobresalientes actuaciones del trio de protagonistas.
Los Asesinos de la Luna es, pues, al final, una extensión narrativa que se cimienta en una trayectoria por demás madura. Una puesta cinematográfica ya conocida y reconocida pero que aun así, sin mayores miramientos, encuentra un espacio amplio para seguir dándose a notar. El cuerpo fílmico que se desarrolla es patente y constituye todos los espacios temporales; la conjugación de la carrera de Scorsese tiene aquí toda cabida; es su presente, sí, pero al tiempo es todo aquello con lo que fue creciendo y creando su firma, su pasado, y al tiempo lo que aún nos puede otorgar en años venideros… Y así como en el entretejido presentado con sus ahora bucólicos criminales, las marcas aquí, heridas, recuerdos y sensaciones, se destacan y perfilan para hacernos ver, de tenaz e incisiva manera, que todo hecho realizado en un campo pretérito tendrá siempre su alcance. Nada puede escapar de su corolario. La gesta tendrá su consecuencia y el relato y la memoria tendrá siempre un comentario a sumar en todo momento para poder entender, de una vez por todas, que el desarrollo de las grandes urbes son en su mayoría parte de ofuscas, hoscas y falsas leyendas.

Los Asesinos de la Luna de Martin Scorsese.
Calificación: 3.5 de 5 (Muy Buena)
Fuente:
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Fotografía: IMAX