Por: Albinson Linares. The New York Times. 28/09/2017
Grabar casetes es una actividad que forma parte de un mundo perdido, íntimo y extemporáneo donde las enormes grabadoras análogas se convertían en artefactos preciosos: revivían las voces de los seres queridos, los cantantes de moda o las noticias, que casi siempre eran malas.
Para muchas familias latinoamericanas separadas por un exilio repentino —casi siempre por los problemas económicos o políticos que cíclicamente afectan a los países de la región—, grabar un casete era la oportunidad de contar sus nuevas vidas con una calidez única.
En un mundo como el actual, dominado por la inmediatez de lo digital, resulta difícil imaginar que esas cintas transportaban los chistes que no podían contarse a través de cartas, las palabras de amor que no se decían cara a cara y los consejos atesorados en el tiempo y la distancia.
“Otra vez mi papá volvió a convertirse en la grabadora. Y, claro, desde una grabadora no había defectos, no había confrontaciones, no había regaños. Era prácticamente perfecto”, recuerda el periodista Dennis Maxwell en “Los casetes del exilio”, una de las tantas historias que se cuentan en Radio Ambulante, el exitoso proyecto de periodismo narrativo en audio que hace un par de semanas inició su séptima temporada.
Desde sus comienzos, el equipo de Radio Ambulante ha logrado que los oyentes experimenten de primera mano la reconstrucción de casos terribles y reveladores como la muerte de la concursante de un programa televisivo en Perú, el auge y la caída del líder de una cárcel en Venezuela, los riesgos mortales de las cirugías estéticas en Colombia, los testimonios de los últimos sobrevivientes del sida en Cuba o la historia de una familia que es el espejo de la crisis de todo un país, entre otras historias.
Pero también hay espacios para lo real-maravilloso como puede apreciarse en la saga de un vidente en Chile, el superhéroe Menganno en Argentino o el encuentro de dos hombres con el mismo nombre y apellido que terminan siendo amigos.
Daniel Alarcón nació en Lima pero creció en Estados Unidos durante los años ochenta y veía también cómo sus padres les enviaban cintas a sus familiares de Perú. Muchos años después, ya convertido en un escritor reconocido y uno de los fundadores de este proyecto, recuerda que la radio siempre estuvo presente en su vida: “En parte es una herencia familiar porque mi papá fue narrador de partidos de fútbol en Arequipa, y grabar nuestras anécdotas en los casetes se convirtió en algo muy habitual. Pero mi inquietud por este proyecto surgió en 2008 cuando me llamaron de la BBC para hacer un documental de radio”.
Por ese entonces, Alarcón había publicado Radio Ciudad Perdida, su primera novela, en la que narraba la historia de Norma, una locutora de un país que vivía los rezagos de una violenta guerra civil. La protagonista conducía un exitoso programa radial en el que leía los nombres de los desaparecidos, contaba sus historias y, a veces, lograba reunir a las familias.
Ese ejercicio de reconstrucción de la violencia usaba a la radio como un medio para exorcizar algunos de los efectos de la guerra interna, lo que ubica a la novela como una lúcida parábola de los conflictos armados en Perú y en otros países de la región.
El escritor recuerda que el programa de la BBC fue en inglés, por lo que muchas de las entrevistas que hizo en su idioma no fueron usadas por el equipo de producción: “Recuerdo que eso me frustró. No puedes contar una historia peruana con tan pocas voces en español y creo que eso fue el comienzo de la idea de cómo sería un espacio en radio”.
