Por: Juan Ignacio Pizzi & Agustín Jofré & Francisco Schkolnik. 15/10/2024
EL EFECTO IGUALADOR: ¿PUEDE EMERGER UN LIDERAZGO EN LA CONVERSACION SOBRE EL DESARROLLLO?
Como cuando arrasa un temporal, entre las ruinas apenas se vislumbran las viejas estructuras; con el viento se mueven los ahora escombros, adoptan distintas formas, se parten o se acumulan. Conforman algo nuevo, el espacio que ocupan ya es otro. Algo cambió de aquella Argentina post-2001.
Frente a la derrota política y electoral de una dirigencia que no ha podido, en casi 15 años, establecer un rumbo virtuoso y un modelo sostenible para el país, nos encontramos con un síndrome novedoso de la época inmediata, de la foto de hoy: el efecto igualador. Todos perdieron contra el “outsider delirante”, desde el más experimentado dirigente hasta el más primerizo de los militantes. Un fracaso general que desdibuja jerarquías, que desmonopoliza la palabra.
El 2024 podrá ser recordado como el año en el que distintos grupos de jóvenes, algunos más orgánicos, otros más librepensadores, de diversas procedencias políticas, espacios de pertenencia o trayectorias, sintieron que era momento de exponer, con las herramientas que brinda la comunicación política digital, las características de un sistema vencido y segregado en bloques vetustos, secos, estancos.
Rosarinos, bonaerenses, del litoral, patagónicos, porteños; peronistas ortodoxos, militantes por el clima, jóvenes desarrollistas, twitteros reconocidos. No importa. El telón de fondo es el desmoronamiento de la cultura de orga, con líneas prefabricadas, sloganizadas, vacías. Un límite clarísimo con el que se topó el “movimiento nacional y popular”: primero la orga, después el movimiento y por último, allá lejos, la Patria.
Dentro de ese ecosistema se divisa por momentos la preeminencia de un reflejo natural (¿y necesario?) del cachetazo que recibimos todos los que no nos sentimos llamados a integrar las Fuerzas del Cielo: la discusión identitaria, la búsqueda neurótica del enemigo interno que fraguó los planes, y el debate por la “verdad” doctrinaria. Y como dice Juan Ruocco, esa curva de redes sociales se pronuncia más en la medida en la que todos larpean posicionamientos que no se corresponden con sus vidas reales. Cuando te querés dar cuenta, tenés templarios ultraortodoxos Dios, Patria y Familia en X que hasta hace un par de años militaban el lenguaje inclusivo en alguna facultad de humanidades.
“Rosarinos, bonaerenses, del litoral, patagónicos, porteños; peronistas ortodoxos, militantes por el clima, jóvenes desarrollistas, twitteros reconocidos. No importa. El telón de fondo es el desmoronamiento de la cultura de orga, con líneas prefabricadas, sloganizadas, vacías.”
Tal vez prematuramente para los tiempos políticos de la oposición e incluso comprendiendo el deseo de que “florezcan mil purgas”, desde el grupo Vino por el Desarrollo preferimos poner el acento en crear espacios de diálogo permanente, encuentros que busquen trascender; saltar la grieta que sobreideologizó todas y cada una de las políticas públicas existentes o potenciales en la Argentina de hoy y de mañana. Darle centralidad a las ideas. Porque la época necesita producir hechos nuevos y para ello es necesario abandonar los latiguillos. Superar las poses estéticas que se nos propone, no solo presentes en los “sesudos” debates twitteros sino también en la dirigencia, de quienes prefieren ser “basados” antes que mejorar en algo la vida de un o una compatriota.
En definitiva, como vienen señalando -entre otros- los amigos de Cabaret Voltaire, se trata de abordar las problemáticas en busca de soluciones materiales y factibles en lugar de invocar aquello que se encuentra al final del camino del quehacer político (“la felicidad del pueblo” o su versión más posmo, “el goce”) como si la mera conjura lo generara en tiempo presente, ahorrando el trabajo y el esfuerzo que demanda.
Por eso, queremos poner a la dirigencia opositora a hablar de desarrollo para sacudirla desde las bases, para incomodarla. Un llamado a redefinir utopías, a soñar con el proyecto definitivo para el desarrollo nacional. ¿De qué otra forma puede empezar a vislumbrarse una salida al presente distópico de este aceleracionismo pretendidamente anarco-capitalista? Se trata de fomentar una conversación que no busque imponer (¿quién está en condiciones de hacerlo hoy?) sino entender; un verdadero contrapunto a la lógica confrontativa que es moneda corriente en el panelismo mediático, porteñizado y banal. La conversación como praxis política en tanto herramienta para combatir los horizontes liberales del sálvese quien pueda. Y abrir paso a una dialéctica comunitaria en una época que no termina de nacer y una grieta que no termina de morir.
VER LA LETRA CHICA
La conversación en la que deberíamos estar inmersos es la de los grandes desafíos futuros de la Argentina, que evite caer en el desarrollo como un cliché de una burocracia dirigencial despolitizada, acrítica y carente de principios. En vez de encerrarse en las etiquetas ideológicas, en pensar en la lógica de buenos y malos, amigos y enemigos, promover un enfoque que permita discutir cuestiones fundamentales como la producción, el trabajo, la tecnología, el federalismo, el empresariado, la renovación política generacional, los movimientos sociales, el hábitat y la vivienda, las industrias culturales, entre tantos otros. Temas que, a todas luces, el campo nacional todavía no ha logrado resolver. Para los que parece no tener ideas.
Vamos a decirlo claro: la dinámica de la “grieta” como forma de hacer política, no ha sido más que una excusa rentable para algunos, una cómoda trinchera desde la que se han alimentado intereses que a lo largo del tiempo fueron, a su vez, cada vez más minoritarios y totalmente alejados de las necesidades reales del país.
Lo cierto es que esta lógica de enfrentamiento ha sido un obstáculo constante para el contra el desarrollo de nuestra Nación. Es una herida que no cierra, pero que en las últimas elecciones mostró su agotamiento, como si la sociedad estuviera buscando un nuevo horizonte, algo que le hable más allá de la polarización que la política argentina le proponía. Como nos planteó hace poco tiempo nuestro maestro Marcelo Leiras, la grieta no sólo se asienta en cuestiones partidarias, sino también en cuestiones geográficas: también nuestra concepción de federalismo necesita saldar esa ruptura.
Entendemos que la polarización política no es un fenómeno argentino, lo observamos en otras partes del mundo y de la región, en todos lados se cuecen habas. Pero más allá de los debates existentes por los derechos sociales, políticos o culturales de esos países como las políticas de inmigración, los derechos de identidad sexual o la gratuidad universitaria, y más allá de la derechización de los jóvenes en todo el mundo, en esas economías hay acuerdos tácitos sobre pilares inamovibles: el rol del Estado en la planificación del desarrollo, la relevancia y autonomía del sector privado para generar valor y riqueza, el equilibrio fiscal como condición ineludible, y la fortaleza de la moneda como símbolo de estabilidad. En Argentina, todo esto se encuentra en permanente discusión.
Hace años que nos alarma que la dirigencia no debata sobre esto, o peor, que a partir de esta falta de consenso se construyan discursos nocivos, “anti-empresario” y “anti-estado”. Que, a su vez, construyó paralelo un refuerzo en contra de la meritocracia y del esfuerzo personal. Más allá de los sesgos de cada uno, la búsqueda del enemigo en el sector privado demostró atentar contra los objetivos mismos de florecimiento de una sociedad. Desde un oscurantismo anti-productivista no podremos construir una cultura política superadora. Para que Argentina se convierta en el edén donde su pueblo pueda prosperar y encontrar la felicidad, debe asumir un modelo de desarrollo que impulse a crear la riqueza social a la cual aspiramos, y sobre todo, la que nos merecemos.
Más allá de las resoluciones pendientes en torno a la constitución de una nueva alianza virtuosa entre sectores políticos, sociales y empresariales, tenemos claro que cualquier salida del laberinto requiere de la conjunción de las fuerzas sociales federales, que como nos recuerda Federico Zapata, aún se deben una necesaria síntesis en torno al Modelo Argentino: aquel que hoy se bate a duelo entre el capitalismo metalífero, el bioeconómico y el tecnológico digital. Tres símbolos de una lucha que representa las grandes vertientes de la discusión por La Economía, y que si bien parecen contradictorias e intrincadas, en definitiva, componen los imaginarios de oportunidad que tenemos como sociedad en términos de sinergia productiva.
“Más allá de los sesgos de cada uno, la búsqueda del enemigo en el sector privado demostró atentar contra los objetivos mismos de florecimiento de una sociedad. Desde un oscurantismo anti-productivista no podremos construir una cultura política superadora.”
Pero establecer la importancia de la búsqueda de consensos no puede quedar en la superficialidad del slogan, un discurso muy propio de la “casta”. La discusión sobre el consenso opera en torno a su letra chica, donde surgen los verdaderos desacuerdos: ¿Quién paga el ajuste? ¿Cómo distinguimos regímenes especiales estratégicos? ¿Qué rol debe asumir el Estado? ¿Qué tipo de federalismo? ¿Qué sectores productivos vamos a potenciar? ¿Cómo incluimos a los que están afuera?
Hay que ponerle nombre y apellido a los consensos que buscamos construir en el futuro, entendiendo que cualquier escenario hacia adelante que plantee una mejora sustancial de las condiciones de vida de los argentinos, necesariamente implica el desarrollo de las fuerzas productivas. Cualquier debate que quiera acercar posiciones entre tribus pero no focalice en alguno de estos aspectos es una pérdida total y absoluta de tiempo.
Distinguir el significado de consenso de su significante vacío, o sea discutir la letra chica, es en definitiva priorizar sectores. Y eso implica elegir, dar ciertas batallas. En nuestro país no hay debate sobre las bondades de las ventajas comparativas que poseemos, pero existe una profunda confusión respecto a qué sectores y qué regiones deben liderar la transformación productiva de cara al futuro. Esta es una pregunta fundamental que se abre hacia adelante.
FILO, CONTRAFILO Y PUNTA
Agitar a la dirigencia anquilosada poniéndola a debatir el desarrollo entre sí, con empresarios, con cuadros técnicos o con militantes de distintas pieles, a través del mundo digital, creemos que podría ir construyendo un corpus sólidoque trascienda los particularismos identitarios. Con una pregunta central orbitando alrededor de estos encuentros: ¿es posible construir una nueva épica del desarrollo?
Por momentos incómoda -linealmente alude al fracaso del albertismo-, por momentos paralizante -utilizada como una excusa por quienes prefieren quejarse del kirchnerismo a construir alternativas-, es siempre obligatoria para quienes queremos una salida política que ponga de pie a la Argentina. A partir de la constitución de una coalición de actores e intereses estable, que redefina la perspectiva del desarrollo.
Si hiciéramos un análisis político con perspectiva histórica daríamos cuenta de las promesas incumplidas, las frustraciones y aquellas posibilidades de reactualización del núcleo de sentido que implica el desarrollo nacional. Desde el Plan Pinedo del 40, el proyecto político-económico del peronismo de la década del ‘50 – “el Perón que no miramos”, en las palabras de Mariano Caucino- o el esquema del desarrollismo frondizista, todos representan antecedentes necesarios pero no suficientes, para ensayar una argentina del siglo XXI bajo nuevos significados.
¿La Argentina del siglo XXI? Un diagnóstico apresurado: si, al decir provocador de Pablo Touzón, “Argentina es como una Francia pobre” por su carácter indómito, por su tensión inherente entre equilibrio macroeconómico y armonía social, por su rebeldía plebeya: ¿cómo es que ganó Milei prometiendo el ajuste “más grande y abrupto de la historia humana”? ¿no es acaso la marca más clara de la enorme falta de creatividad y de osadía que exhibió el conjunto de la dirigencia política? Años de procurar no tocar nada adornándolo todo con un lenguaje político vaciado de contenido y una praxis oxidada, predecible.
“Dicho sea de paso, al peronismo de los últimos años le pasó con la polarización ideológica lo que a Inglaterra con el fútbol: impuso un juego en el que todos le ganan. Primero con la hegemonía de la mannschaft macrista, luego con la erupción de raptos individuales estilo carioca de los libertarios.”
En definitiva, un síntoma claro de nuestro extravío: la falta de imaginación dentro de los parámetros del pensamiento nacional condujo a una importación acrítica de esquemas foráneos, sin mediación, entre los cuales se halla una forma particular -y liberal- de incorporar algunas de las agendas de minorías, pero también el oenegeísmo ambiental injerencista tipo Greenpeace, que atentó frontal y linealmente contra nuestras posibilidades de desarrollo productivo. Es precisamente en este sentido que creemos tan fundamental reponer la discusión sobre “el modelo”. Hay sectores que trabajan activamente para obturar una senda prolífica en esta tierra. Se trata de una batalla, que debemos abordar con una mirada global del desarrollo: es economía, es política, es cultura, es espiritualidad. Y en la cual, como argentinos, tenemos enemigos.
Discusión de ideas, sí, pero muy lejos del esquema de la “batalla cultural”, que, en una deriva muy propia del “giro lingüístico”, acabó por privilegiar lo simbólico, lo gestual, por sobre la materialidad de lo que efectivamente está ahí, lo real. Dicho sea de paso, al peronismo de los últimos años le pasó con la polarización ideológica lo que a Inglaterra con el fútbol: impuso un juego en el que todos le ganan. Primero con la hegemonía de la mannschaft macrista, luego con la erupción de raptos individuales estilo carioca de los libertarios.
Lo indudable es que faltó un norte. Que faltó decisión. Que nuestra dirigencia fue vaga. Y que todos nosotros también. ¿Y si finalmente la anemia de la política tradicional devino en que el libertario haya logrado quebrar con el paradigma de la argentinidad insumisa?
PODER, ES PODER HACER
No desconocemos la lógica del poder y menos aún al interior del peronismo, que, si bien se encuentra en plena travesía por el desierto, no deja de ser el principal actor de la oposición al gobierno. Por eso, tampoco nos hacemos demasiadas ilusiones sobre el rol que puede cumplir la intelligentsia (streamera, twittera, bloggera)en la construcción de una alternativa para este presente distópico.
Como señalamos al comienzo, hoy parece dominar el escenario una discusión identitaria sobre qué es o qué debería ser el peronismo, sobre qué es y cómo debería constituirse un frente opositor. Reflejo natural de la derrota, el grueso del debate público pasa por señalar quienes serían los “verdaderos culpables”: los progres, los fachos, los mitro-marxistas, los pseudo-villarruelistas.
La salida de este tipo de discusiones solo aparecerá con el surgimiento de un nuevo liderazgo. Y el trabajo de esa conducción es subsumir todas esas diferencias a través de la conformación de un horizonte común, de una causa que convoque, empujando la agenda hacia adelante. Como suele señalar el gran artista Daniel Santoro, el peronismo sólo se entiende cuando actúa, y cuando actúa es precisamente cuando hay conducción. Porque el peronismo es su conducción. Caso contrario no hay “peronismo”, hay “peronismos”.

MESIANISMO SIN ESPERA
Ahora bien, si en el peronismo ordenará el liderazgo que emerja, cuando estén dadas las condiciones, y será el contexto el que “imponga” un programa de gobierno: ¿cuál es ese “contexto”? Nosotros creemos en que se puede aportar para construirlo, para configurarlo. Si, como sostenían Pablo Touzón y Martín Rodríguez en La grieta desnuda “la crisis de liderazgo es la crisis de una idea de futuro”, nuestra apuesta es la de una suerte de mesianismo sin espera, en el sentido postulado por Gershol Scholem: una fuerza que actúa en el presente y que tiene implicaciones inmediatas, no una espera pasiva de eventos futuros.
No habrá acontecimiento final que redima a una Argentina perdida y desmembrada sin una actitud proactiva que la invoque. La irrupción de este liderazgo tiene que ser buscada, reponiendo la tensión entre expectativa y acción. Un método digital para sumarle a la crucial tarea militante de accionar en cada territorio y en cada comunidad real: la revitalización de la política quebrando su aislamiento, exponiéndola al escrutinio de los demás actores que sabemos que vamos a necesitar para reconstruir este gran país. De la casta al cuerpo a cuerpo.
La reivindicación será no solo de la política sino también del cuadro técnico, el profesional del Estado, que también se hunde en el descrédito mileísta. Se trata de enfrentar los problemas estructurales de la época que nos toca atravesar, con la política marcando el rumbo y ordenando – estableciendo el “qué” – pero confiando en los profesionales en la aplicación operativa – para determinar el “cómo”. Como supieron hacer, cada cual desde su singular liderazgo, Juan Domingo Perón junto a Alfredo Gómez Morales, Eduardo Alberto Duhalde junto a Jorge Remes Lenicov, y Néstor Carlos Kirchner junto a Roberto Lavagna, entre otros. Salir de la decadencia y del estancamiento con Trabajo y Producción.
“Nuestra apuesta es la de una suerte de mesianismo sin espera, en el sentido postulado por Gershol Scholem: una fuerza que actúa en el presente y que tiene implicaciones inmediatas, no una espera pasiva de eventos futuros.”
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HACIA UNA CARTOGRAFÍA DE LA ARGENTINA QUE FUNCIONA
En todos los rincones de la Argentina encontramos ciudades prósperas y pueblos pioneros donde familias y empresas proyectan, crecen, invierten. A lo largo y ancho del territorio es posible descubrir sitios dinámicos y pujantes, en los que se respira otro aire. Es otro país, o mejor dicho, el país realmente existente.
Si mapeamos todos los puntos que se iluminan sobre la cartografía nacional, entenderíamos que son más que “excepciones” en el paisaje de la crisis. Representan una huella y una pista hacia el futuro, que condensan el patrimonio de generaciones de argentinos que apostaron en hacer grande a nuestra patria. Son lo que nos gusta llamar mini-proyectos de país, aquellos nodos que estructuran el flujo de un modelo federal de desarrollo posible.
Escenarios como los que encontramos en Río Cuarto, Villa María, Venado Tuerto, Las Parejas, Rafaela, Virasoro, Río Grande, Calafate, San Martín de Los Andes, Tandil, Olavarría, Pergamino, Escobar, Campana, Tigre, Tunuyán, San Rafael, Barreal, Chilecito, Antofagasta, Cafayate y un largo etcétera. Estos son sólo algunos, hay muchos otros.
Estas experiencias permiten soñar con una salida del letargo, quebrar con la anemia y abandonar el nihilismo al que parece querer conducirnos, empecinada, una muy pobre dirigencia nacional. La que sigue sosteniendo de manera contrafáctica, que existe una oposición tajante entre campo y ciudad, entre agro e industria, entre nacionalismo y desarrollo. La complejidad de este siglo nos impertela a pensar más allá de las dicotomías totalizantes, que no se corresponden con la realidad y no nos permiten alcanzar una nueva síntesis superadora.
Creemos crucial dar cuenta de la complejidad de los ecosistemas sociales y productivos, que pueden conjugar de manera conjunta una reestructuración por desborde. Vistos de manera integrada, estos casos testigos podrían trazar una hoja de ruta, con los lineamientos necesarios para un desarrollo auténticamente argentino. Desde las periferias hacia el centro, desde las provincias hacia el puerto, desde las regiones hacia la nación, de las comunidades a los ministerios, de abajo para arriba.
Y de Argentina hacia el mundo.
Agradecimientos: Bautista Prusso, Iara Tejada Martínez
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Fotografía: El diario de la educación