Por: Alejandra Zárate. 05/11/2022
Recopilan y utilizan nuestros datos para manipularnos electoralmente. Tienen algoritmos diseñados para mostrarnos publicaciones que nos indignen, y así hacernos reaccionar. Permiten la circulación de noticias falsas y discursos fascistas que terminan provocando daños reales. Sus cambios de políticas y algoritmos desvelan a emprendedores y creadores de contenido que usan sus plataformas para trabajar.
Que las redes sociales acumulan tanto poder como para convertirlas en un actor político peligroso no es novedad. Pero lo que tal vez sí lo sea es que existen alternativas. Fuera del mundo de las “big tech”, muy lejos del mundo hipercapitalista de Silicon Valley, la cultura hacker está creando redes que funcionan bajo otra lógica, sin publicidad ni recopilación de datos, y que funcionan de manera descentralizada, sin dueño, desarrolladas siguiendo el modelo del Software Libre.
¿Qué es el software libre? En pocas palabras, un programa libre es uno que cualquiera puede ejecutar, analizar, modificar y redistribuir. No necesariamente significa que sea gratis, pero en muchos casos terminan siéndolo. Algunos ejemplos que seguramente conocés son el navegador web Firefox, el reproductor de video VLC o el sistema operativo Linux.
Esto es importante porque detrás de su fachada, las redes sociales son precisamente programas de computadora. A diferencia de los que instalamos en nuestros dispositivos, estos corren en servidores potentes— la aplicación que instalamos en un celular es apenas una manera de mostrarnos la información que procesa ese servidor—, pero en el fondo son eso, programas.
Las redes libres, entonces, son aquellas que permiten que cualquiera cree una nueva instalación. El hecho de que sean descentralizadas significa que estas distintas instalaciones hechas de manera independiente pueden comunicarse entre sí. Pensá en cómo funciona la red telefónica o el correo electrónico: no importa quién es mi proveedor de servicio ni la marca de mi teléfono o computadora, puedo comunicarme con cualquiera que esté en la misma red. En cambio, si quiero mandarle un mensaje a alguien que está en Facebook, si o si tengo que tener una cuenta en Facebook.
De esta camada de redes libres tal vez la más popular sea Mastodon. Es casi un clon de Twitter, la mayor diferencia es que permite escribir hasta 500 caracteres por mensaje. Ganó mucha visibilidad cuando se anunció la compra de la red del pajarito por parte de Elon Musk a principios de 2022 y cuenta con más de 5 millones y medio de usuarios repartidos en casi 3000 instancias. ¿Instancias? Claro, como dije más arriba, no existe un único proveedor, sino que cualquiera puede crear el propio. La instancia más grande es la “oficial”, Mastodon.social, pero existen otras para públicos más específicos, como mastodon.la, orientada al público latinoamericano. Lo importante es que sin importar dónde armemos la cuenta, podemos comunicarnos, leer y ser leídes por quienes están en otros servidores.
Pero hay otras opciones además de Mastodon. Para quienes eligen comunicarse a través de la imagen existe Pixelfed. Si Mastodon es un clon de Twitter, Pixelfed lo es de Instagram. Con casi 100.000 usuarios en 248 servidores, su peso es considerablemente menor. Sin embargo, parece una alternativa interesante para quienes disfrutan de las imágenes pero no tienen tolerancia a la “cultura de influencers” que permea todo el contenido de Instagram.
Para videos existe Peertube, una plataforma similar a Youtube que distribuye la carga del ancho de banda necesario para los videos con un sistema entre pares similar al de programas de descargas como BitTorrent. La aplicación permite compartir videos y transmisiones en vivo compartiendo el ancho de banda de los usuarios para aliviar la carga del servidor. La implementación más grande en castellano es fediverse.tv.
Por supuesto, un problema común a todas estas plataformas es el contenido. La mayoría de los usuarios no entramos a Twitter, Facebook o Youtube porque nos gusta el software, sino por las personas que encontramos allí. Una plataforma técnicamente impecable pero donde no está la gente que queremos seguir es poco menos que inútil. Sin embargo, hay algunos supuestos en los que su uso podría promoverse.
En primer lugar, lo obvio: el Estado en sus diferentes niveles. Hoy en día el Estado depende de redes monopólicas para comunicar sus acciones de gobierno. ¿No sería razonable crear un sistema de comunicación descentralizado y soberano que sirva de repositorio canónico de información pública? De hecho, esto ya fue implementado por la Unión Europea, con su propia instancia de Mastodon para organismos oficiales.
Pero también hay otros actores que podrían beneficiarse con estas herramientas. Por ejemplo, imaginemos un municipio creando una instancia de Pixelfed para que los vecinos puedan compartir fotos de su ciudad. Una universidad pública podría utilizar Peertube para almacenar clases y recursos audiovisuales, de la misma manera que hoy se hace con los sistemas de campus virtual. Medios públicos o comunitarios podrían aprovechar su capacidad de streaming en vivo para distribuir sus contenidos audiovisuales. Una cámara empresaria podría crear una red pensada para que sus miembros promocionen sus servicios sin temor de que un cambio de política de Instagram los hunda. Cualquier institución lo suficientemente grande como para tener un responsable de tecnología o sistemas podría encontrarle un uso a estos sistemas descentralizados.
Así como hace años el campo popular discute el rol de los medios en la producción y distribución de sentido, parece haberle tocado el momento a las redes, los algoritmos y los gigantes tecnológicos. De hecho, desde hace años los colectivos hackers, de software libre y de derechos informáticos vienen alzando la voz al respecto. Tal vez, ante la inédita acumulación de poder de estas empresas, esté siendo hora de prestar atención a sus planteos.
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Fotografía: Rebelión