Por: Donají Antonio Marín. Estudiante de Ciencias de la Comunicación. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. 29/11/2022
Año tras año, miles de jóvenes dejan su lugar de origen con el propósito de estudiar en universidades que se colocan como las más prestigiosas del país o de la región, sin embargo, con la creciente inseguridad y el incierto futuro laboral, ¿vale la pena dejar todo lo conocido? ¿Por qué es necesario salir para buscar mejores oportunidades? ¿Qué implica dejar el hogar de la vida para estudiar lo que apasiona?
Todo esto ha sido como vivir mil procesos en uno solo. Es que no quiero estar lejos de mi casa, de mi familia y de todo, pero tampoco me quiero quedar estancada ahí.
Nimbe Castañeda, 20 años.
Jóvenes de Alvarado, Chihuahua, Puebla, Oaxaca, Xalapa, Sinaloa, Hidalgo, Querétaro. Estudiantes de Administración, Derecho, Comunicación, Educación, Ingeniería, Baile Folclórico, Música. ¿Qué une a personas de diversas partes del país con gustos tan diferentes y metas tan distintas?
Tan solo cifras de 2017 del medio Arena Pública revelan que una de cada seis personas que están en alguna universidad, provienen de otro estado. También afirman que “más de 155,000 estudiantes de primer año representaron a los foráneos durante el ciclo escolar 2015-2016 en alguno de los estados de la república”.
Brenda, de 27 años y originaria de Hidalgo, comenta que el no tuvo la opción de quedarse en su pueblo, ya que no existían universidades cerca de ahí, si quería continuar estudiando, tenía que salir. Fue un proceso natural el saber que en algún momento iba a irse.
El caso de Leonardo es parecido, nacido en Los Altos, una comunidad veracruzana de menos de 5,000 habitantes, en la que el nivel educativo solo llega a telebachillerato. A pesar eso comenta que siempre quiso estudiar y que no importaba dónde solo que fuera una buena escuela y que tuviera la carrera que quería.
Ese también fue el caso de Oswualdo y Ángel, provenientes de pequeños pueblos de Veracruz (Zaragoza y Cempoala) en los que hace más de 20 años, cuando estudiaron su etapa universitaria, no existía ni siquiera la opción de quedarse porque se creía que solo las personas que salieran del pueblo podían triunfar. Dejar todo lo conocido para cumplir sus metas para ellos no fue una opción, fue una imposición. Era estudiar o seguir viviendo ahí.
¿Nuevas oportunidades?
A pesar de estos casos, irse no es siempre es la única alternativa, Andrea comenta que la Facultad de Derecho de su ciudad es buena y que pudo haber estudiado ahí, sin embargo, el sueño de superarse y alcanzar sus metas en una de las mejores universidades del país, la persiguió y con la ayuda de sus padres, pudo lograrlo. Adán (25 años) afirma que en su ciudad también existía la licenciatura en lo que quería, pero que no tenía tanto prestigio, oportunidades ni reconocimiento como la UNAM, donde estudió. Ambos escogieron irse de forma racional, analizando las ventajas de la capital.
Nimbe, xalapeña de 20 años, comenta que a pesar de que en su ciudad sí hay varias universidades, no había lo que ella quería estudiar. Su licenciatura solo se encontraba en la Ciudad de México, así que la única opción para seguir su sueño era irse.
Las desigualdades
Leonardo recalca que tuvo el apoyo de sus padres en cuanto a lo económico y emocional para salir de su comunidad, sin embargo, reflexiona quienes no tienen las mismas oportunidades que él. ¿Qué pasa con las 55.7 millones de personas en situación de pobreza en todo el país?
Si prestamos atención a las estadísticas referentes a educación a nivel demográfico, no es sorpresa que el hecho de que tenga el privilegio de estudiar un grado superior me coloca en un segmento de la población ridículamente pequeño. Esta situación es lamentable y denota la carencia en materia educativa que lleva arrastrando el país durante décadas.
Leonardo Pascal, 21 años.
La mayoría de las personas en situación de pobreza provienen de comunidades marginadas e indígenas, ¿qué tan lejos les queda la universidad más cercana? Brenda, Oswualdo, Ángel y Leonardo tuvieron el apoyo de sus papás, sin embargo, no todos cuentan con eso. Esta falta de oportunidades permea todo México y se remarca por la centralización.
Sin embargo, llegar a ciudades industrializadas con costumbres distintas y con personas indiferentes lo sufren todos los foráneos, no solo los provenientes de pequeños pueblos. Adán, egresado de Física comenta:
En la escuela me decían no eres de aquí, ¿verdad? y yo les preguntaba que por qué, y me respondían es que eres demasiado amable. Y pues hay de dos, o sigues así y teniendo confianza a costa de que se puedan aprovechar de ti o te vuelves gris como ellos. Con el tiempo lo balanceas, aprendes a ser de una forma con unos y de otra forma con otros.
Nuevas experiencias
Los jóvenes que se trasladan a la Ciudad de México comentan que lo que más les ha costado es adaptarse a la gente y a la dinámica de la ciudad. Ulises, de Oaxaca dice que constantemente se tiene que recordar no ser tan amable ni confiar tanto para que la gente no se dé cuenta que no es de ahí.
Nimbe comenta lo difícil que es acostumbrarse a todas las precauciones que se deben de tomar: “Que feo que toda la gente tenga este instinto de supervivencia y que ese sea su día a día, yo no quiero volverme así”. Alejandro, con siete años viviendo en la ciudad y con varias malas experiencias, dice que es necesario perder la inocencia y la ingenuidad, que es un proceso que pasa incluso sin que se den cuenta.
“Han tenido todo a la mano y por eso creen que es fácil” comenta “X”, quien afirma que las personas que nacieron en la capital son ignorantes en ciertos aspectos “piensan que todo lo que no es la ciudad es un pueblo, pero a la vez que todos tienen las mismas oportunidades, la centralización les hizo creer que los privilegios que tienen son los que todos tenemos”.
Los comentarios respecto a los estereotipos de la vida foránea han llegado para todos los estudiantes, desde la broma de que siempre tienen que poner su casa para las fiestas hasta el callarlos cuando comentan que tienen hambre, diciendo que ya deberían de estar acostumbrados.
Las experiencias cambian según la ciudad a la que se llega. Gilberto de Oaxaca y estudiante de música en Xalapa, comenta que lo que más le gusta de la ciudad es la amabilidad de las personas y la hospitalidad. La dicotomía que se muestra entre lo que más le gusta a alguien en una ciudad sea lo mismo que lo que menos le gusta a alguien en otra, es un gran aspecto a analizar en cuanto a lo cultural y social.
Me he sentido pequeña, de la buena y la mala manera, de wow esto es gigante, quiero conocer todo, pero también de qué tal si me come la ciudad. ¿Qué es esta ciudad? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Nimbe Castañeda, 20 años.
Los foráneos se dieron cuenta que hay más oportunidades en las grandes ciudades que en sus lugares de origen. Adán comenta que la ciudad como tal no le gusta en ningún sentido, sin embargo, vive ahí porque es donde se encuentran las oportunidades, hace su maestría y tiene ofertas de trabajo. Alejandro asegura que si en su ciudad natal hubiera existido una universidad tan buena como en la que estuvo, definitivamente se hubiera quedado.
La soledad foránea
El hecho de estar lejos de mis padres fue lo más difícil, el despertar o llegar de la escuela y no verlos me ponía muy triste.
Andrea López, 19 años.
Las personas foráneas viven el proceso de adaptación a la universidad y el proceso de dejar todo lo conocido por un futuro incierto al mismo tiempo. No solo es lidiar con el estrés de conocer una nueva ciudad, es también lidiar con la adaptación que se tiene del cambio de preparatoria a universidad. Y ambos procesos se hacen de forma solitaria.
Es difícil. Tienes que aprender a vivir sola y también tienes que aceptar que tu familia y amigos de tu ciudad tienen que aprender a vivir sin ti. El tiempo no se detiene para ellos, cuando regresas las cosas han cambiado y es parte del proceso aceptarlo.
Anónimo, 19 años.
La cuestión de identidad es un factor con el que reflexionan mucho, el constante sentimiento de ¿de dónde soy? se permea entre los estudiantes que debaten consigo mismos dónde está su hogar. Nimbe comenta que se rehúsa a llamarle “casa” a su departamento, Luis dice que no siente ningún tipo de identidad con la ciudad, pero que sabe que ha adoptado algunas cosas y costumbres. Ulises, en cambio, cree que solo es cuestión de tiempo convertirse en chilango.
Yo de niño pensaba que en las vacaciones siempre tenía que salir. Y ahora me doy cuenta que eso va a pasar siempre, porque ya vivo en Xalapa y en mis vacaciones viajaré a Oaxaca. Es raro, ¿no? Que mi viaje sea al lugar que era mi casa.
Gilberto, 18 años.
El alejarse del hogar de origen implica que familia y amigos vivirán momentos en los que presencialmente no podrá estar. Celebrarán fiestas, cumpleaños, bodas, también ocasiones tristes en las que necesiten de su apoyo, pero que no estarán ahí. A pesar de que Nimbe lleva alrededor de tres meses como foránea, siente que las cosas han cambiado demasiado:
Me fui y mi sobrino no hablaba, regresé y ya me empezó a contar cosas. Yo soy parte de esto, pero ¿por qué hay tantas cosas que no sé? Cosas tan chiquitas que sí me hacen sentir “no sigan viviendo si yo no estoy aquí”, no me quiero perder de nada.
También está el caso de Itzel, que el día en el que se realizó la entrevista, era el cumpleaños de su papá y una fiesta se celebraba en su pueblo mientras ella esperaba a horas de distancia un momento para felicitarlo. Hacerse presente en la virtualidad es la forma en la que los foráneos pueden atravesar este cambio sin sentir que se borran de la ciudad en la que crecieron.
La distancia que se crea no es solo física, es una distancia emocional al saber que, si bien allá está su familia, el lugar al que llegan a dormir, en el que están sus cosas y donde se desarrollará su vida, ya es otro.
Diferencias con el tiempo
Los foráneos que terminaron sus estudios hace más de 20 años comentan las diferencias que existen entre sus propias experiencias y las actuales. De los entrevistados, la mayoría concuerda en que uno de los aspectos en los que más se nota la diferencia es en el económico, creen que con la situación actual, no habrían podido terminar sus estudios.
Otro factor que recalcaron es que cuando ellos estudiaron, tener una licenciatura te garantizaba trabajo, sin embargo, el futuro laboral al que se enfrentan los jóvenes cada vez se torna más oscuro. Este punto afecta principalmente a estudiantes de ciencias sociales, artes y humanidades, quienes son víctimas de prejuicios respecto a sus carreras. “¿Por qué te vas a estudiar eso? Si te vas, al menos que valga la pena”, comentarios así fueron realizados por familia y amigos antes de mudarse.
El aspecto en el que todos los entrevistados foráneos ya graduados concuerdan es en que la violencia que se vive ahora es algo que a ellos no les tocó, al menos no de una forma tan evidente y presente.
Antes era otro tipo de peligro. Nosotros teníamos miedo, pero era miedo a perderte en una calle o a no saber cómo regresar. La diferencia principal es lo que se pone en riesgo. Lo que poníamos en riesgo nosotros eran cuestiones adjetivas, lo de ellos ya son cuestiones sustantivas, puede ser la vida misma.
Oswualdo Antonio González, 48 años.
Ante este problema, varios de los entrevistados comentan que relacionarse con otros foráneos los ha ayudado mucho, “se crea una conexión que yo siento que con nadie más se puede tener” dice Gilberto, “se crea un lazo”. Las diferencias culturales están pero la empatía que surge entre las personas que viven situaciones parecidas y necesitan apoyo, es lo que resalta la mayoría de los entrevistados.
Ser mujer y foránea, otro reto
En mis tiempos de universitaria todavía podía salir tranquila de noche y regresarme caminando a donde vivía, y eso ya no es posible ahora.
Brenda Rodríguez, 27 años.
Diario tengo que salir a las 6:20 am de mi departamento y a esa hora las calles aún están oscuras y solitas, camino con el miedo de que algún día me pueda pasar algo.
Andrea López, 19 años.
El caso de Andrea no es único en un país en el que todos los días asesinan a 10 mujeres, la realidad de que algún día salgas y no regreses es mucha pero el estar en una ciudad que apenas conoces impacta de otra forma, el saber que tu familia está a horas de distancia y que te las tienes que arreglar sola, es otra sensación, provoca vacío.
A Aurora se le cuestionó mucho el por qué se iba a otro lugar a estudiar. Sus papás le comentaban que era peligroso, que mejor se quedara. En un principio pensó que la estaban sobreprotegiendo hasta un día en la parada de autobuses que toma con frecuencia, supo de un intento de secuestro a una joven solo unos momentos antes de que ella llegara. Fue un momento horrible. Se preguntó si debía de abandonar sus sueños por el miedo. No era justo, pero era una situación de la realidad.
Las foráneas saben el riesgo de estudiar en otro lugar, pero no están dispuestas a abandonar sus sueños y metas.
Lo que los une
Los estudiantes foráneos viven con miedo, incertidumbre, algunas veces incluso con tristeza. Todos tienen sus propias vivencias, sus propias experiencias, pero lo que los une es la motivación que cada uno o una tiene sobre su futuro, las ganas de superarse, de aprender, de cumplir sus sueños.
Aurora sueña con darle lo mejor a su mamá y es lo que piensa cada vez que se siente sola. Nimbe ama lo que estudia, la llena de felicidad y eso es lo que la motiva a seguir, no niega que tiene miedo, que extraña su ciudad y a su gente, pero sabe que tiene que ver por su futuro.
Ulises afirma que vino a aprender todo lo posible de la universidad, la ciudad e incluso de él mismo, por lo que a pesar de la soledad que a veces lo acompaña, nunca se ha arrepentido de salir. Andrea se ve a sí misma como una gran abogada y cree que la mejor forma para llegar a serlo es en la universidad en la que está, eso la motiva, enorgullecerse a sí misma y a su familia, quienes siempre la han apoyado.
Vine a estudiar. Vine a descubrirme. Vine a aprender. Vine a ser feliz.
Ninguna de las personas entrevistadas se arrepiente de haber salido de su hogar, remarcan el hecho de las desigualdades sociales al verse en la necesidad de salir, pero no se arrepienten de su decisión y creen que todo el esfuerzo realizado ha valido la pena o la valdrá.
Tantas personas de tantos lugares diferentes, todos unidos por la esperanza de lograr o encontrar sus sueños.
Yo siento que si me hubiera quedado allá mi vida sería otra, afortunadamente estuve acá gracias al esfuerzo familiar que se hizo. Estoy muy satisfecho por lo logrado, lo alcanzado y lo que pinta para el futuro.
Oswualdo Antonio González, 48 años.
Mucha gente viene para perseguir un sueño, pero en mi situación yo diría que viene a buscarlo, a encontrarlo.
Ulises Salgado, 19 años.
Quizás habrá momentos en que van a querer dejar todo de lado porque no es fácil, pero no desistan, les prometo que todo se pone mejor después.
Brenda Rodríguez, 27 años.
Yo me siento feliz porque lo que se imaginaba mi yo de hace 7 años es lo que estoy haciendo y pues está bonito verlo así.
Adán, 25 años
Siempre pensé en estudiar lo que me encanta y ser muy feliz haciendo eso y la verdad es lo que estoy haciendo ahorita. Estoy aquí porque es donde está mi sueño, lo que me gusta y lo que quiero hacer. Si lo pienso, la Nimbe de hace años estaría orgullosa.
Nimbe Castañeda, 20 años.
Vine aquí a ser feliz y lo logré.
Tania Mora, 42 años.
Aquel joven foráneo que se perdía en las rutas de esa ciudad que en ese entonces le era ajena pudo formar una familia. Ahora vivo en Xalapa, llevo más años aquí que en donde nací, mis hijos ya no son foráneos, ya nacieron aquí. Estoy feliz.
Ángel Martínez Ché, 45 años.
Fotografía: mieducacionenlinea