Por: Pedro Miguel. Regeneración. 04/08/2016
El chubasco produce un sonido ensordecedor al caer sobre la pequeña lona negra que ondea y mantiene secas algunas partes de las 10 o 12 personas que se resguardan en ella y el director de escuela tiene que alzar la voz para explicar el método educativo particular que se aplica en su establecimiento para los niños de habla materna purépecha. Su lucha inmediata es contra el ruido del agua que cae a cántaros y que aplasta su exposición al pequeño grupo: cuatro profesores, dos profesoras, una de ellas con dos críos, y dos visitantes. El ponente no se amilana y luego pasa a señalar cómo las disposiciones de la reforma educativa oficial ignoran por completo las condiciones y singularidades de la labor de los educadores en esta región empapada del país. Esto es la barricada que el magisterio en lucha ha instalado a la salida de Arantepacua, población ubicada en una de las crestas de la meseta Purépecha. En la otra punta del pueblo hay unas dos decenas de tráileres retenidos. Normalmente hay más gente aquí, nos explican, pero este día muchos maestros se encuentran en una asamblea informativa y otros se fueron a la vecina Paracho a hacerle un borlote a Silvano Aureoles, quien acudió allí para inaugurar algo.
El viento sacude los cuatro metros cuadrados de lona, precariamente adosada en un lado a un muro y en el otro precariamente sostenida por unas ramas y unas piedras. Parece un milagro que no salga volando. Los presentes estamos empapados de las rodillas para abajo y el goteo sobre nuestros hombros y cabezas es persistente pero las reflexiones no se dejan vencer por los elementos. Se habla del incierto futuro inmediato, de los vericuetos políticos del diálogo entre la CNTE y Gobernación y de la determinación de mantener la lucha. La calle empinada se ha vuelto un río de aguas lodosas que hay que remontar en el coche para llegar al campamento principal, situado en una escuela que se anega –como lo muestran las manchas de humedad a medio muro– a pesar de estar situada en lo alto de la principal loma del pueblo. En el trayecto azaroso los dos profes que son nuestro contacto y nuestros guías nos cuentan que ya la comunidad les dijo: No tengan miedo, que si vienen por ustedes nosotros no nos vamos a quedar cruzados de brazos.
Sabrá Dios cómo sean las oficinas de Claudio X. González y de Gustavo de Hoyos Walther. Tal vez tengan muebles que combinen piel y cromo, acaso disfruten de aire acondicionado, pero es razonable dar por seguro que no tienen goteras. Los despachos de Enrique Peña Nieto y de Aurelio Nuño aparecen de cuando en cuando en los medios, tampoco les entra el agua cuando llueve y puede asumirse que tienen completos los vidrios de las ventanas. Cuando uno va a visitar a los maestros en resistencia bajo sus lonas agujereadas resulta inevitable evocar los sitios desde los que despacha el bando contrario: los ideólogos de la reforma educativa, los promotores de la represión, los operadores y ejecutores del linchamiento contra todo un gremio, el más numeroso del país –si es que el narco aún no lo ha superado en afiliados, gracias a la guerra contra la delincuencia emprendida por Calderón y proseguida por el propio Peña.
A diferencia de lo que ocurre en las ciudades del país, los campamentos magisteriales en las comunidades de esta zona de Michoacán no pasan apuros por comida. El respaldo popular es evidente y orgánico. En la explanada que rodea la escuela hay varias cocinas. Los profes se agrupan según sus comunidades de trabajo y cada una de ellas tiene un coordinador o coordinadora. Ahora la reunión es en un salón en el que el eslogan: escuelas de calidad suena a bofetada. En el pizarrón, sin embargo, están pegadas unas cartulinas que son un primor de ortografía, caligrafía y diseño, con las reglas básicas de la multiplicación. Una maestra lleva la voz cantante para resumir en forma puntual el sentir generalizado sobre la falta de representatividad de los legisladores del país. Un compañero suyo reflexiona sobre el impacto benéfico de los salarios magisteriales en las economías locales, mientras de las cocinas llega el aroma de los comales. Los choferes de los tráileres son invitados frecuentes a las mesas de la resistencia y, por supuesto, tienen plena libertad de quedarse o de ir adonde les dé la gana. Son sus unidades las que no pasan.
En la trinchera de la entrada sólo hay mujeres. También se guarecen bajo una rafia pegada a la caja de uno de los camiones retenidos. Alrededor del grupo, en los cuatro puntos cardinales, hay lodo. ¡Ésta es la realidad, no la que les cuentan los medios!, grita la mayor, a guisa de saludo. “Nos dicen que no estamos solos pero yo sí me siento sola sin mi marido –tercia otra–. Ya tiene dos semanas que lo dejé con mis tres niños para venir aquí, que es donde tengo que estar”.
Un par de horas antes pegaba un sol inclemente en la plaza de Caltzontzin, una población conurbada a Uruapan por la que pasa la vía del tren y en la que los educadores bloquearon los vagones como parte de sus acciones. Acababan de levantar el bloqueo por decisión propia y se reunían en asamblea informativa antes de regresar a sus lugares de origen, aunque algunos irían a la Ciudadela del Distrito Federal a reforzar el campamento magisterial. El ánimo allí era festivo y triunfante. “Ya se acercaron porque querían desalojar pero aquí el pueblo está con los profes” –comenta la encargada de un ciber situado en una esquina de la explanada– y se tuvieron que echar para atrás”. Los movilizados allí suman centenares y los hay de todas las edades. Maestros jubilados conviven con profesoras jóvenes que ni en las barricadas han descuidado el arreglo personal.
Desde el 19 de junio, cuando el régimen perpetró en Nochixtlán la bárbara agresión policial que costó una decena de vidas y que dejó un sinnúmero de heridos de bala, quedó claro que el movimiento magisterial en curso trasciende, con mucho, la lucha por derechos laborales adquiridos y en defensa de la educación pública gratuita. En esa lucha grandes sectores de la población atropellada por las recientes presidencias neoliberales y sus socios ha visto un punto de confluencia para la suma de todos los agravios. Comunidades, organizaciones sociales, individuos sueltos, han venido sumándose a la movilización.
Por lo que hace a Chiapas, Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Tabasco y otras entidades, si el régimen acata las exigencias empresariales de hacer cumplir la ley tendría que llevar a cabo docenas de Atencos, Nochixtlanes, Aguas Blancas, Acteales y Tlatelolcos: en suma, tendría que sumir al país en un baño de sangre sin precedentes. Mucho pesa el fardo del peñato con Tlatlaya, Iguala, Tanhuato y Apatzingán y a eso hay que sumarle la Casa Blanca de Las Lomas, los enjuages con Higa y OHL, los gobernadores y ex gobernadores priístas a punto de convertirse en carne de tribunal, el desastre económico y los gasolinazos. El grupo gobernante posiblemente sepa que no hay suficientes policías ni cárceles como para lanzarse a una guerra semejante en contra de cientos o miles de comunidades. Y de seguro sabe que su engendro de reforma educativa, ideada para abrir la puerta a la privatización de la enseñanza pública y para desarticular al gremio más articulado y más articulador de la población pobre, ya fracasó. Las oficinas de lujo y los despachos oficiales han sido derrotados desde lonas precarias que, a pesar de todo, soportan la lluvia.
Fuente: http://regeneracion.mx/platica-bajo-la-lluvia-por-pedro-miguel/
Fotografía: regeneracion