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“Pensamiento crítico”: una expresión devaluada

por RedaccionA junio 26, 2025
junio 26, 2025
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Por: Luis Armando González. 26/06/2025

Hay expresiones que, cuando surgen –y durante una buena parte de sus derroteros—, gozan de un sólido significado que, por distintos avatares –en los que juegan un papel importante los abusos y las manipulaciones lingüísticas—, terminan por perder el espesor del que algún día gozaron. Este es el caso, me temo, de la expresión “pensamiento crítico” que, al convertirse en moneda de uso corriente en ambientes en los cuales lo que menos se cultiva es el pensamiento y la crítica, ha terminado por convertirse en algo hueco o, peor aún, en lo opuesto de lo que propiamente significa. Pondré un ejemplo que ilustra de modo nítido lo anterior.

Hace poco leí una crítica (en el mejor sentido de la palabra), elaborada por una analista y escritora (de la cual me reservo el nombre), en la cual se hacía un punteo demoledor de las posturas públicas (en medios digitales, principalmente) de un profesional de las letras (de quien también me reservo el nombre).  El meollo del análisis crítico al que me refiero consistió en hacer ver, por un lado, la incoherencia del profesional criticado respecto de lo que defendía en otra época y defiende ahora; y, por otro, en la defensa que hace este mismo profesional de situaciones que tienen consecuencias negativas sobre la dignidad y derechos de determinadas personas.

Leí –porque alguien me lo compartió, y no porque yo ande husmeando en redes sociales— la respuesta del criticado a la persona que lo criticó. En esencia, se interroga acerca de si hay alguien –se refiere a ella, obvio— que tenga la potestad para cuestionar los motivos de una opción ciudadana y libremente elegida –se refiere, claro está, a su opción—. Termina diciendo algo que es la guinda del pastel: entender lo que él acaba de plantear es parte del pensamiento crítico.

Vamos a ver. En su análisis crítico la autora no se centra en los “motivos” de la opción tomada, sino, primero, en lo incoherente de esa opción con otra que se tuvo en el pasado y, segundo, en las consecuencias éticas de aquélla. No haber entendido esto refleja una falla en (o una incomprensión de lo que es) el pensamiento crítico, en cuanto éste tiene de rigor lógico y empírico, y en lo que tiene de exigencias éticas. Son de estas dos dimensiones del pensamiento crítico de las que quiero tratar brevemente (y no de lo que el profesional de las letras al que me he referido hace o deja de hacer).

Yo no estoy interesado, ni en lo más mínimo, en los motivos que han llevado al autor criticado a defender lo que el defiende. Es más, estoy convencido que él tiene todo el derecho del mundo, siendo como es que se trata de una opción ciudadana libremente elegida, a no ser un promotor del pensamiento crítico, sino de lo contrario de éste. Más aún, tiene todo el derecho del mundo –al igual que cualquier persona lo tiene de decir que algo celeste es rojo y que algo rojo es celeste— a llamar “pensamiento crítico” a algo que no lo es.

No obstante, como susurró Galileo ante los inquisidores que lo condenaron por sostener que la tierra giraba en torno del sol –“y, sin embargo, se mueve”—, lo mismo cabe decir ante quienes insisten en llamar pensamiento crítico a algo que no lo es. Tienen derecho a proclamarlo, “Y, sin embargo, no lo es”.  Porque el pensamiento crítico tiene características bien suyas, que permiten distinguirlo con nitidez de aquello que no lo es. ¿Qué no es y que es pensamiento crítico?

Para comenzar no consiste en aceptar que alguien tiene derecho a decir lo que se le antoje (aunque sea ilógico, poco razonable y carente de pruebas tomadas de la realidad). Reconocer ese derecho es simplemente asunto de respeto a los marcos normativos existentes. Sí que es pensamiento crítico someter al escrutinio de la lógica, la razón y las pruebas empíricas los argumentos o planteamientos de se proclaman en el ámbito público y que, por ello mismo, no pueden eximirse del mencionado escrutinio. Una cosa es aceptar que alguien tenga derecho a decir lo que se le ocurra y otra dar por válidos sus argumentos y someterse, sin rechistar, al imperio de lo que esa persona dice. Quienes cultivan el pensamiento crítico, aunque de acuerdo con lo primero, no lo están con lo segundo.

En segundo lugar, no es pensamiento crítico sostener posturas mágicas, por ejemplo, que de la chistera de un mago pueda salir un conejo que nunca estuvo ahí desde el principio; o, dicho de manera más técnica, que de la nada pueda surgir algo. Sí que es pensamiento crítico arremeter, apelando a criterios lógicos y empíricos, en contra de esas posturas mágicas cuando ellas se difunden en el ámbito público. Y es que, por cierto, en el ámbito privado cada uno es libre de creer a espíritus, fantasmas, fantasías o lo que sea que surja de su mente.    

En tercer lugar, no es pensamiento crítico jugar a las falacias (argumentaciones lógicamente falsas que parecen correctas) con fines socialmente manipularios. El pensamiento crítico busca precisamente respetar al máximo las exigencias de la argumentación lógica. Y por ello, quienes lo cultivan, no pueden renunciar a la tarea de desmontar esas falacias. Usualmente, los cultivadores de falacias dan la espalda no sólo a la lógica, sino también a la realidad; y, por ello, o hacen caso omiso de la que esta les dice o la desprecian, pretendiendo que con su retórica falaz –en la que abunda la terminología altisonante y hueca— reemplazan o anulan los hechos de la realidad. El pensamiento crítico nunca pierde de vista que la realidad tiene sus propias dinámicas a las que no se debe dar la espalda, so pena de cometer terribles desatinos sociales o medioambientales.  

Y, en cuarto lugar, no es pensamiento crítico la adulación o el servilismo ante los poderosos. Tampoco lo es el dedicarse a justificar prácticas injustas emanadas del poder político o económico. Sí que es pensamiento crítico tomar distancia de los poderosos, y eso como una postura de principio: sólo por el hecho de que alguien tenga poder ya es motivo de sobra para tener reservas críticas ante él o ella. Si esa persona abusa de su poder ya no bastan las meras reservas: el pensamiento crítico obliga a denunciar y oponerse a esos abusos. 

¿En dónde están las fuentes nutricias del pensamiento crítico? Hunden sus raíces en la tradición presocrática y en Sócrates. Y, más cerca de nosotros en la Ilustración y la herencia intelectual dejada por ella y continuada por Feuerbach, Marx, Adorno, Horkheimer, Habermas y Otto Apel, entre otros.  Uno de los grandes baluartes de la Ilustración –y quizás con quien nace el pensamiento crítico moderno—fue Immanuel Kant (1724-1804), cuya monumental obra Crítica de la razón pura abre la senda de un quehacer intelectual (filosófico, científico, literario) encaminado precisamente a la crítica del poder a partir de un doble eje: a) uso de la razón y de la lógica, y b) contraste de las ideas y los enunciados con la realidad social y natural. 

Como decía Kant, el pensar –si se lo deja que tome vuelos sin control— puede dar lugar, en la mente de las personas, a ilusiones metafísicas de lo más variadas. Es la razón pura. La crítica es la facultad de la misma razón para contener sus propios desvaríos, mismos que pueden llevar a peligrosos “sueños dogmáticos”.  Ante la razón pura está la razón crítica, es decir, la razón que evita las antinomias y que no huye el contacto con la realidad para ponderar la certidumbre o falsedad de sus enunciados. Cuando esto sucede, se abren las puertas al pensamiento crítico que es, a su vez, el punto de arranque del conocimiento (filosófico y científico) de la realidad.

A la Crítica de la razón pura de Kant, siguieron –y sólo para mencionar unos cuantos hitos— la crítica de la religión de Feuerbach (La esencia del cristianismo), las críticas de Marx a Hegel (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel) y a la economía política (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, El Capital), la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt (Dialéctica de la Ilustración, Teoría de la acción comunicativa), el racionalismo crítico de Karl Popper (Conjeturas y refutaciones, En búsqueda de un mundo mejor), la crítica orwelliana del totalitarismo (1984) y la crítica sartreana de la dialéctica (La crítica de la razón dialéctica). Cada una de las obras y autores mencionados fueron parte, en su época, de un todo mayor –al que cabe añadir a autores del temple de Julien Benda (La traición de los intelectuales), Albert Camus (El hombre rebelde), André Gide (Regreso de la URSS) y Antonio Gramsci (Los cuadernos de la cárcel)— en el cual la razón crítica se ejerció para intentar conocer de mejor manera la realidad social y socio-natural, para reivindicar a la razón ante fantasías e ilusiones y para oponerse a los abusos de los poderosos.

 Los anteriores fueron los cauces en los que se fraguó, en sentido estricto, el pensamiento crítico. Algunos recién llegados al debate intelectual –o a un remedo de él— creen que ellos han inventado el tema y quizás por eso lo adornan con ropajes sacados de lo que, mal que bien, han escuchado o leído en algún sitio de Internet. Desde el estatus del que gozan, han puesto a circular –en sus círculos de trabajo, en sus grupos de amigos, en oficinas públicas, en medios de comunicación, en redes sociales— lo que creen que es el pensamiento crítico, dando lugar a con ello una terrible devaluación de la expresión a la cual se despoja de su significado esencial.  Esa devaluación se perpetúa cada vez que, de su pluma o de su boca, sale la frase “esto es pensamiento crítico”, refiriéndose a algún desatino propio o ajeno.

Con todo, no está demás poner las cosas en limpio respecto de una tradición intelectual forjada al calor de batallas incansables en pro de la razón, la lógica y el realismo. Una tradición que, a su vez, tiene como algo propio la resistencia –desde la razón, la lógica y el realismo— no sólo ante los abusos emanados de los círculos de poder, sino también el desmontaje crítico de las falsedades (ilusiones, fantasías, falacias) difundidas por ideólogos y propagandistas al servicio de aquéllos.

Nunca se debe olvidar que el pensamiento crítico consiste en una actitud cognitiva ante la realidad (no podemos dar la espalda a lo real), una manera mental de acercarse a la realidad (desde una razón usada con lógica) y un compromiso ético con la justicia y de rechazo al poder.  Hacer lo opuesto de esto no es cultivar un pensamiento crítico.

En fin, quienes dicen suscribir el pensamiento crítico –si lo hacen sinceramente—deberían tener claridad sobre sus componentes más propios, así como sobre las exigencias ético-políticas que se derivan del mismo. Si alguien dice que está comprometido con el pensamiento crítico –o que lo está la institución u organización para la cual trabaja— debería ser consciente de que ello entraña formas de analizar-investigar la realidad social y socio-natural, y de posicionarse ante el poder y sus abusos, de las que se derivan consecuencias que se debe estar en la disposición de asumir. Si este no es el caso, lo mejor es apuntarse a corrientes de pensamiento menos (o para nada) críticas.

San Salvador, 24 de junio de 2025


Agradezco a Ventura Alas por sus observaciones y correcciones al presente texto.  De una u otra manera, mi escrito refleja preocupaciones que nos son comunes y de las cuales conversamos –casi siempre bebiendo café del bueno— cada vez que nos encontramos.

Fotografía: Ethic

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